sábado, abril 30, 2005

ORIENTACIONES PARA SER BUENOS


Catequesis de S.S. Juan Pablo I durante las audiencias de los miércoles

6 de setiembre de 1978
A mi derecha y a mi izquierda hay cardenales y obispos, hermanos míos en el Episcopado. Yo soy sólo su hermano mayor. Mi saludo afectuoso a ellos y también a sus diócesis.
Recuerdo de Paulo VI
Hace un mes justo, moría en Castelgandolfo Pablo VI, un gran Pontífice, que ha prestado servicios enormes a la Iglesia durante quince años. Los efectos se notan ya ahora en parte, pero creo yo que se verán sobre todo en el futuro. Todos los miércoles venía aquí y hablaba a la gente.
En el Sínodo de 1977 muchos obispos dijeron: “los discursos de los miércoles que pronuncia el Papa Pablo son una auténtica catequesis adecuada al mundo moderno”.
Trataré de imitarlo, con la esperanza de poder yo también ayudar de alguna manera a la gente a hacerse más buena. Pero para ser buenos es necesario estar en regla con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.

Los mandamientos de Dios
Ante Dios, la postura justa es la de Abrahán cuando decía: “¡Soy sólo polvo y ceniza ante ti, Señor!”. Tenemos que sentirnos pequeños ante Dios. Cuando digo: “Señor, creo”, no me avergüenzo de sentirme como un niño ante su madre; a la madre se le cree; yo creo al Señor y creo lo que É1 me ha revelado.

Los mandamientos son un poco más difíciles de cumplir, a veces muy difíciles; pero Dios nos los ha dada no por capricho ni en interés suyo, sino muy al contrario, únicamente en interés nuestro.

Una vez, una persona fue a comprar un automóvil. El vendedor le hizo notar
algunas cosas:

–Mire que el coche posee condiciones excelentes. trátelo bien: ¿sabe?. Gasolina súper en el depósito, y para el motor, aceite del fino. El otro le contestó: No, para su gobierno le diré que de la gasolina no soporto ni el olor, ni tampoco del aceite; en el depósito pondré champagne que me gusto tanto, y el motor lo untaré de mermelada.

–Haga Ud. como le parezca, pero no venga con lamentaciones si termina
con el coche en un barranco

.

El Señor ha hecho algo parecido con nosotros: nos ha dada este cuerpo, animado de un alma inteligente, y una buena voluntad. Y ha dicho: esta máquina es buena, pero trátala bien.
Estos son los mandamientos. Honra al padre y a la madre, no matarás, no te enfadarás, sé delicado, no digas mentiras, no robes... Si fuéramos capaces de cumplir los mandamientos, andaríamos mejor nosotros y andaría mejor también el mundo.

Amor y obediencia a los padres y a los superiores
Y luego, el prójimo...; pero el prójimo está a tres niveles: unos están por encima de nosotros, otros están a nuestro nivel, y otros debajo. Sobre nosotros están nuestros padres. El catecismo decía: respetarlos, amarlos, obedecerles. El Papa debe inculcar respeto y obediencia de los hijos a los padres.
Me dicen que están aquí los monaguillos de Malta. Que venga uno, por favor... los monaguillos de Malta, que han prestado servicio durante un mes en San Pedro. Veamos
––¿cómo te llamas?
—James.
—¡James!. Dime, James, ¿no has estado enfermo alguna vez?
—No.
—¿Nunca?
—No.
—¿Nunca has estado malo?
—No.
—Ni siquiera con un poco de fiebre?
—No.
—¡Qué afortunado! Pero, cuando un niño se pone enfermo, ¿quién le da un poco de caldo, alguna medicina? ¿No es la madre? Pues bien. Después, tú te haces mayor y tu madre envejece; tú te conviertes en un gran señor y tu pobre madre estará enferma en la cama. Entonces, ¿quien le dará a la mamá un poco de leche y medicinas? ¿Quién?
—Mis hermanos y yo.
—¡Estupendo! Sus hermanos y él, ha dicho. Me gusta. ¿Has entendido?

Pero no sucede así siempre. Yo, de obispo en Venecia, solía ir a voces a visitar asilos de ancianos.

Una vez encontré a una enferma, una anciana. “Señora, ¿Cómo está?”.
—”Bah, comer, como bien; calor, bien también, hay calefacción”.
—”Entonces, está contenta ¿verdad?”.
—”No”, y casi se echó a llorar.
—”Pero, ¿por qué llora?”.
—”Es que mi nuera y mi hijo no vienen nunca a visitarme. Yo quisiera ver a los nietecitos”.


No bastan la calefacción, la comida: hay un corazón; es menestar pensar igualmente en el corazón de nuestros ancianos. El Señor ha dicho que los padres deben ser respetados y amados, también cuando son ancianos.

Y además de los padres, está el Estado, están los superiores. ¿Puede aconsejar el Papa la obediencia? Bossuet, que era un gran obispo, escribió: “Donde ninguno manda, todos mandan. Donde todos mandan, no manda nadie ya, sino el caos”. Se ve algo parecido a veces también en este mundo. Respetemos, pues, a los que son superiores.

La Justicia y la Caridad
Luego están nuestros iguales. Y aquí de costumbre hay dos virtudes que practicar: la justicia y la caridad. Pero la caridad es el alma de la justicia. Hay que amar al prójimo, ¡el Señor nos lo ha recomendado tanto! Yo recomiendo siempre no sólo las grandes caridades, sino las caridades menudas. En un libro titulado “El arte de ganar amigos”, escrito por el americano Carnegie, he leído este episodio insignificante:

Una señora tenía quatro hombres en casa: el marido, el hermano y dos hijos ya mayores. Ella se ocupaba de la compra, de lavar y planchar la ropa, de la cocina.... todo ella. Un domingo, llegan a casa. La mesa está preparada, pero en los platos hay sólo un puñado de heno. Protestan y dicen: ¡oh!, pero qué, ¿heno? Y ella dice: “No, todo está preparado. Pero dejadme deciros esto: yo cambio el menú, tengo todo limpio, atiendo todo. Y nunca jamás me habéis dicho ni siquiera una vez: Nos has preparado una comida estupenda. No soy de piedra. Se trabaja más a gusto cuando se ve agradecimiento”. Estas son las caridades menudas. En casa todos tenemos alguna persona que espera un detalle nuestro.

Están además los que son más pequeños que nosotros; están los niños, los enfermos, y hasta los pecadores. Como obispo, he estado muy cerca incluso de los que no creen en Dios. Me he convencido de que muchas veces éstos rechazan no a Dios, sino a la idea errónea que de Dios tienen. ¡Cuánta misericordia hay que tener! Y también los que se equivocan... Es necesario de verdad

La mansedumbre y la bondad
Me limito a recomendaros una virtud muy querida del Señor: ha dicho: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

Corro el riesgo de decir un despropósito. Pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que a veces permite pecados graves. ¿Para qué? Para que quienes los han cometido –estos pecados, digo– después de arrepentirse lleguen a ser humildes. No viene gana de creerse medio santos, medio ángeles, cuando se sabe que se han cometido faltas graves.

¡El Señor ha recomendado tanto ser humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: siervos inútiles somos. En cambio la tendencia de todos nosotros es más bien lo contrario: ponerse en primera fila. Humildes, humildes: es la virtud cristiana que a todos toca.

Sobre el matrimonio

Por Juan Manuel DE PRADA


EN la disputa o gatuperio montado en torno al llamado «matrimonio homosexual», que pillo enconado y cetrino como suele ocurrir con casi todos los debates patrios (pues casi todos degeneran en reyertas), descubro de inmediato la interposición de un tabú. ¿Existe una verdadera libertad para discutir la cuestión? Los partidarios de su aprobación -triunfantes desde mucho antes de que el Parlamento respaldase sus vindicaciones- suelen partir de una premisa falaz, a saber: quienes se oponen al llamado «matrimonio homosexual» son homófobos encarnizados. Los detractores, por su parte, temerosos de que les cuelguen este sambenito infamante, se esfuerzan por desplazar el debate hacia un terreno puramente nominalista, aceptando que tales uniones se celebren, pero bajo nombres diversos que dejen a salvo la designación de «matrimonio» referida exclusivamente a la unión entre un hombre y una mujer, reduciéndose así la discusión a una búsqueda un tanto bizantina de sinónimos o alternativas semánticas. Casi nadie logra sobreponerse al tabú implícito en el debate; y, de este modo, se orilla el meollo de la cuestión, que no es otro que determinar la naturaleza jurídica de la institución matrimonial.

Empecemos refutando el tabú que unos y otros acatan: se puede combatir la homofobia, por ser contraria a la dignidad inalienable de la persona, y estar en contra del llamado «matrimonio homosexual». Por una sencilla y diáfana razón: la institución matrimonial no atiende a las inclinaciones o preferencias sexuales de los contrayentes, sino a la dualidad de sexos, conditio sine qua non para la procreación y, por lo tanto, para la continuidad social. Alguien podría oponer aquí que la procreación no forma parte del contenido estricto de esta institución jurídica, que se trata de un adherencia de orden religioso. Entonces, ¿por qué las legislaciones civiles declaran sin excepción nulo el matrimonio contraído entre hermanos? Pues si, en efecto, la procreación no estuviese indisolublemente unida a la institución matrimonial, bastaría que los hermanos contrayentes declarasen ante el juez que la comunidad de vida que se disponen a iniciar la excluye, para salvar el obstáculo de la consanguinidad. Otra prueba evidente de que el llamado «matrimonio homosexual» desvirtúa una institución jurídica con fines propios la constituye el hecho de que los jueces y demás funcionarios públicos a quienes se encomiende la tarea de casar a dos hombres o dos mujeres no podrán requerir a los contrayentes para que declaren sus preferencias sexuales: dos amigos solteros, viudos o divorciados, ambos heterosexuales, podrán acceder sin cortapisas a esta nueva forma de matrimonio. A la postre, el llamado «matrimonio homosexual» acabará propiciando el fraude de ley.

Las instituciones jurídicas no poseen otro fin que reforzar las sociedades humanas. Naturalmente, pueden ser reformadas y sometidas a actualización; pero cuando se destruye su naturaleza el Derecho se resiente y, con él, la sociedad humana. Lo dicho sobre el matrimonio sirve también para la adopción. La filiación de un niño se funda sobre vínculos naturales que presuponen a un hombre y a una mujer; la adopción es una institución jurídica que trata de restablecer dichos vínculos. El niño no es un bien mostrenco que pueda procurarse según su capricho una pareja, sea esta homosexual o heterosexual, sino un ser humano nacido de la unión de dos sexos. Esto ocurría, al menos, mientras el Derecho no estaba incurso en el cambalache electoral; pero ahora la naturaleza de las instituciones jurídicas la dictamina un puñado de votos. Sólo removiendo los tabúes puede abordarse este debate.

jueves, abril 28, 2005

El nuevo escudo papal

L’Osservatore Romano publica nuevo escudo papal


VATICANO, 28 Abr. 05 (ACI).- El diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, publicó hoy el nuevo escudo del Papa Benedicto XVI, que conserva algunos elementos originales del escudo episcopal del Cardenal Joseph Ratzinger y descarta la tradicional triple tiara pontificia, reemplazándola por una mitra.
Para descargar o ver el escudo en mayor resolución, puede visitar:
http://www.aciprensa.com/benedictoxvi/images/escudo.gif

El Santo Padre agregó el palio, la estola de lana que simboliza la autoridad episcopal.

Según Mons. Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, arzobispo italiano experto en heráldica y creador del nuevo escudo papal, "Benedicto XVI ha escogido un escudo de armas rico en simbolismo y significado, para poner su personalidad y papado en las manos de la historia”.

Benedicto XVI agregó a su escudo episcopal la Concha del Peregrino, el símbolo del Camino de Santiago que el Pontífice tomó en su momento de un monasterio de Ratisbona, en Baviera. La concha también alude a una historia de San Agustín sobre un niño que, con una concha, pretendía verter el mar en un agujero.

El escudo mantiene elementos que aluden a los orígenes bávaros del nuevo Pontífice. Lleva en la esquina superior izquierda, el Moro de Frisinga, la cabeza coronada de un etíope que desde 1316 aparece en el escudo de Frisinga.

En la parte superior derecha figura el Oso de Corbiano, que hace referencia a la leyenda del Obispo Corbiano, que predicó el Evangelio en la antigua Baviera y es considerado el padre espiritual de la Arquidiócesis de Munich-Frisinga.

Según la tradición, cuando el obispo viajaba a Roma, un oso devoró al animal de carga que llevaba. Corbiano obligó al oso a llevar sobre su espalda el equipaje hasta la Ciudad Eterna. Una vez en Roma, lo dejó libre.

El escudo se completa con las dos llaves cruzadas símbolo del ministerio de Pedro.

miércoles, abril 27, 2005

Matrimonio gay: Fundamentos para acogerse a la objeción de conciencia

El Tribunal Constitucional ha reconocido este derecho en un ámbito diferente al de la prestación del servicio de armas en el ejército

La tramitación parlamentaria del matrimonio homosexual ha generado varias declaraciones públicas y discusiones políticas sobre la objeción de conciencia. Mientras destacados miembros del Gobierno, como la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega o el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, niegan que pueda utilizarse este derecho, otras personalidades de los ámbitos de la enseñanza, la Iglesia o la propia política han asegurado estos días que jueces, alcaldes y funcionarios competentes en la materia pueden perfectamente acogerse a la cláusula de conciencia también ante la demanda de casar a dos hombres o a dos mujeres.

En este contexto, cabe recordar que el artículo 16.1 de la Constitución Española reconoce la objeción de conciencia: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Aunque no existe un desarrollo reglamentario de este derecho, el Tribunal Constitucional ya ha dicho que es una manifestación o especificación de la libertad de conciencia, lo que permite, partiendo del contenido de la sentencia 15/1982 (23 de abril), definir la objeción de conciencia como “un derecho reconocido explícita e implícitamente en el ordenamiento constitucional español”. Además, ese pronunciamiento reconoce la objeción de conciencia en un ámbito diferente al de la oposición a prestar servicio de armas en el ejército.

En otra sentencia, la 53/1985, dictada para resolver un recurso de inconstitucionalidad contra la despenalización del aborto, el Tribunal Constitucional dice textualmente esto: “Por lo que se refiere al derecho a la objeción de conciencia, que existe y puede ser ejercido con independencia de que se haya dictado o no tal regulación, la objeción de conciencia forma parte del contenido de derecho fundamental de la libertad ideológica y religiosa reconocido en el artículo 16.1 de la Constitución y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la Constitución es directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales”.

El Constitucional, por otro lado, ha declarado que el derecho a la libertad ideológica reconocido en la Carta Magna española no resulta suficiente para eximir a los ciudadanos, por motivos de conciencia, del cumplimiento de deberes legalmente establecidos (sentencias 101/1983, 160/1987 y 127/1988). También ha señalado que el pluralismo opera dentro del propio marco constitucional y de la debida obediencia de sus normas, así como que la objeción de conciencia es un derecho autónomo, no fundamental (sentencias 160 y 161 de 1987, con votos particulares). Sin embargo, en el libro El ágora y la pirámide, una visión problemática de la Constitución española, el profesor de Derecho de la Universidad de Comillas Miguel Ayuso asegura que esta postura “es más bien inconsecuente con los propios postulados ideológicos del constitucionalismo”, y recuerda que se formuló para evitar las consecuencias de una aplicación ilimitada del derecho a la objeción de conciencia.

La exención por razones de conciencia

De hecho, en una sentencia más reciente, el Tribunal Constitucional ha llegado a eximir del cumplimiento de una norma por razones de conciencia (154/2002). Y en el ámbito legislativo, el artículo 3.2 de la actual Ley de Extranjería establece que “las normas relativas a los derechos fundamentales de los extranjeros se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias vigentes en España, sin que pueda alegarse la profesión de creencias religiosas o convicciones ideológicas o culturales de signo diverso para justificar la realización de actos o conductas contrarios a las mismas”. Los textos citados en esta frase consagran el derecho a actuar según la propia conciencia subjetiva. Y es que uno de los derechos fundamentales de las normas internacionales es precisamente el de la libertad ideológica y religiosa, que implica poder ajustar el comportamiento propio a lo que se desprenda del claustro íntimo de convicciones adoptadas por cada sujeto en el ejercicio de la autodeterminación individual.

A nivel global, la objeción de conciencia es legítima cuando no cae en la subjetivización, es decir, cuando está motivada por criterios morales que estructuran las grandes concepciones de la humanidad. En el caso español, el cristianismo es factor determinante en el sistema moral y, por tanto, puede ser reconocido como factor objetivo de rechazo a determinadas leyes por parte de un determinado número de ciudadanos. Según Eudald Forment, catedrático de Metafísica en la Universidad de Barcelona, “el término conciencia significa, en general, el autoconocimiento que posee la facultad intelectiva del espíritu”. Por tanto, es un valor que “enjuicia sobre un acto concreto”. En la misma línea, cita una frase de Juan Pablo II para lo que él entiende que debería ser una “adecuada solución de los conflictos entre las leyes civiles y la conciencia personal”. El pontífice recientemente desaparecido dice, en su encíclica Veritatis Splendor, que “la libertad de conciencia no es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y sólo en la verdad”.

El debate surgido sobre la cuestión, a raíz de la primera votación de la reforma del Código Civil en el Congreso de los Diputados, incluye el planteamiento de Rafael Navarro Valls, catedrático de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid: “No se puede amenazar a los funcionarios con la obligación de cumplir las leyes. No hay que olvidar que la ley y su aplicación están sujetos al respeto de los derechos, entre ellos el de la libertad de conciencia”. Por ello, propone que, en lo que queda de tramitación normativa, “se establezca una cláusula de conciencia como se estableció para el servicio militar o para la ley del aborto”.

Algunos alcaldes del PP se niegan a casar a homosexuales


Expansión - Madrid

Problemas de conciencia y no considerar matrimonio la unión de dos personas del mismo sexo son las razones de algunos ediles del PP para no cumplir la ley que regula el matrimonio entre homosexuales.

“El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”. Esta frase añadida al artículo 44 del Código Civil, modificación que fue aprobada el pasado jueves en el Congreso, ha desencadenado una fuerte polémica, aun cuando las bodas entre homosexuales no se podrán oficiar antes del verano.

A lo largo de estos seis días que han transcurrido desde la votación de la nueva ley, las críticas han ido in crescendo y ayer alcanzaron su nivel máximo (de momento). La chispa saltó cuando Lluis Fernando Caldentey, alcalde de la localidad barcelonesa de Pontons, del Partido Popular, justificó su negativa a casar a homosexuales porque “son personas taradas que nacen con una deformación psíquica o física”, y añadió que el matrimonio entre personas del mismo sexo es “inmoral”. Las reacciones a estas palabras no se hicieron esperar: las Juventudes Socialistas de Cataluña (JSC) anunciaron que el próximo sábado celebrarán una boda simbólica ante el ayuntamiento de Pontons, iniciativa con la que pretenden “dar una lección de derechos y dignidad frente a la barbarie verbal de ciertos individuos”, explicó Víctor Francos, primer secretario de la JSC.

El vicesecretario general del PP de Cataluña, Francesc Vendrell, calificó de “más que lamentables” las declaraciones de Caldentey, y subrayó que sus opiniones “no responden en absoluto al pensamiento del PP, por lo que las desautorizo totalmente y no puedo respetarlas de ninguna forma”. La actitud de la dirección del PP catalán fue agradecida por el portavoz parlamentario de ERC, Joan Ridao, aunque advirtió que si el edil de Pontons persiste en su actitud de no casar a homosexuales, “existen soluciones legales en el Código Penal que castigan tanto a las personas que incitan a la discriminación y también a las autoridades o funcionarios que niegan la prestación de un servicio”.

Las recriminaciones hicieron poca mella en la actitud de Caldentey, que por la tarde reiteró que no casará a homosexuales porque “son deficientes para procrear y educar”, aunque aseguró que no impedirá que otros concejales de su ayuntamiento puedan hacerlo.

Afrentar la legalidadal
El lunes, tras la aprobación de la reforma del Código Civil, para que personas del mismo sexo puedan casarse en juzgados y ayuntamientos, el alcalde popular de Valladolid, Javier León de la Riva, anunció que “hoy por hoy, no voy a ejercer ese derecho y no voy a delegar en ningún otro concejal”, lo que no le impidió reconocer que no está en contra de que las parejas homosexuales tengan los mismos derechos, pero “la unión de personas del mismo sexo no puede ser llamada matrimonio”. El alcalde de Ávila, el también popular Miguel Ángel García Nieto, calificó la decisión de gesto de “buena hombría”, interpretada como de “buen hombre” porque actúa de acuerdo a su conciencia. Con todo, García Nieto no manifestó cuál será su modo de obrar, aunque dijo que cuando tenga la ley en la mano decidirá “en conciencia” si casa o no en su consistorio a homosexuales.

Mario Amilivia, alcalde de León, y también del Partido Popular, apeló a su “conciencia” y a su opinión de que reconocer los matrimonios entre homosexuales es un error para justificar su negativa a celebrar personalmente este tipo de bodas civiles, aunque aseguró que delegará esa labor en otros compañeros de corporación.

Una predisposición opuesta expresó el alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez (PP), que afirmó: “Casaré cuando tenga que hacerlo a parejas homosexuales porque, aunque no compartamos la ley, desde el Consistorio vamos a estar en lo que diga la ley”, el mismo argumento que esgrimió el Ayuntamiento de Cádiz, dirigido por la popular Teófila Martínez. Esta decisión coincide con las afirmaciones del fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido, que recordó que “las leyes están para cumplirlas”, aunque matizó que “en los ámbitos de la conciencia no entro”.

Y el presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, Juan Luis de la Rúa, afirmó que “le guste o no le guste la normativa legal, un juez no puede negarse a celebrar bodas civiles entre homosexuales, porque incurriría en un delito de prevaricación”.

El presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, hizo un llamamiento a la “prudencia” frente a la actitud de algunos alcaldes de su formación, y reiteró su convicción de que “no había necesidad” de impulsar esta nueva ley, ya que supone “un grave error y genera tensión y conflictos”.

Llamamiento a la desobediencia
La negativa de algunos alcaldes del Partido Popular a oficiar matrimonios homosexuales se ha visto favorecida por el llamamiento que hizo el pasado viernes el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo quien, tras la aprobación de la ley española, hizo un llamamiento a los funcionarios para que se acojan a la objeción de conciencia y no casen a personas del mismo sexo.

El presidente del Pontificio Consejo para la Familia instó a los funcionarios a mantener esta actitud, incluso con el riesgo de perder su trabajo. Para el purpurado colombiano, “lo que se ha hecho en España, y además con una mayoría bastante reducida, es la destrucción de la familia ladrillo tras ladrillo”.

Ayer, la Conferencia Episcopal Española insistió en rechazar la regulación del matrimonio entre personas del mismo sexo, por considerar que supone “introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social”.

En un comunicado explica que “fabricar moneda falsa es devaluar la moneda verdadera y poner en peligro todo el sistema económico”, y califica de “error” la legalización de estas uniones. A su juicio, esta autorización es “radicalmente injusta y perjudicial para el bien común”.

Las disensiones también han llegado al PSOE. Ayer, el presidente de la Federación Española de Municipios y alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, manifestó su decisión de no apoyar en el Senado los matrimonios homosexuales.

Salir de los otros armarios


Me encanta Burgos. Parece que se ha apuntado a los jóvenes ;-)
Por Antonio BURGOS

COMO tantos padres, intentaba, y no siempre lo conseguía, conocer qué hacía su hijo en la calle los fines de semana, hasta las claras del día. Esos viernes y sábados de estar en vela, sin poder coger el sueño hasta que, ¡por fin!, a las tres, a las cuatro de la mañana, se oye el ascensor en el silencio de la noche y suena luego la llave en la cerradura y los pasos de quien abrió la puerta:

-Mari, menos mal: el niño está ya aquí...

Niño... Es un decir. Cómo será el niño de poco niño que ya tiene edad hasta para conducir esa amotillo que los trae a mal traer en estos fines de semana de insomnio y lexatín. Le dijeron:

-Si quieres, cuando tengas la edad para el carné de conducir te compramos un coche, pero del vespino no nos gusta nada...

-Si, total, aunque no me lo compréis me voy a montar en la moto de los amigos y va ser igual...

Al final acabaron comprándole la motito de los insomnios. Como de todas formas se la iba a terminar comprando la abuela...En esas largas noches esperando que suene una llave en la cerradura y no un teléfono desde la Guardia Civil de Tráfico, piensa en lo poco que conoce de su hijo. En lo poco que su hijo deja que le conozca. Apenas sabe quiénes son sus amigos.

-¿Con quién vas?

-Con Pablo...

-¿Y ese Pablo cómo se llama?

-¿Pues cómo se va a llamar? Pablo.

Los amigos de su hijo probablemente no tienen apellido, ni familia. No ha podido averiguar hasta ahora cómo se apellidan, de qué familias son:

-Jo, papá, ¡qué antigüedad de clasismo con las familias! Supongo que hasta querrás que dé un braguetazo con una niña rica potrica...

Por todos estos antecedentes se le cayó el mundo a los pies cuando le dijo su hijo:

-Papá, tengo que hablar contigo sobre lo que hemos decidido Pablo y yo...

No le hizo el menor comentario a su hijo, pero sobre un horizonte de parejas de hecho y de general pérdida de papeles éticos, en esta nación desnortada sin valores ni principios, para sus adentros pensó esa palabra que le sale del alma y que lo dice todo: «Ojú...».

-¿Sabes lo que hemos decidido Pablo y yo, papá?

-No sé, hijo...

-Pues salir del armario.

Se quedó callado, sin poder creerlo. Se acordó de un poema de Bécquer que estudió en el bachillerato: «Cuando me lo contaron sentí el frío/de una hoja de acero en las entrañas.» ¿Cómo a él, precisamente a él, que tanto se había preocupado por la educación de su hijo conforme a unos valores y a unos principios, podía ocurrirle aquello? La hoja de acero estuvo sólo unos instantes en sus entrañas. Su hijo, viéndole la cara, le dijo, con una sonrisa:

-No, papá, tranquilo, de eso que estás pensando, nada: nos molan las tías cantidad, más que a nadie, y las traemos de calle. El armario del que hemos decidido salir es otro. Es el armario de la cobardía, donde vemos que están metidos muchos amigos, acoquinados, sin atreverse a decir lo que piensan. Hemos decidido decir donde haga falta, y aunque nos llamen lo que quieran, que somos católicos, y de derechas, y que creemos que no hay derecho a lo que están haciendo con España y con la ética. Ah, y que nos encanta el Papa... No estamos dispuestos a estar ni un minuto más callados ni avergonzados de cuanto somos, y a mucha honra, mientras los demás no tienen vergüenza de restregarnos por la cara lo que son y lo que piensan...

Objeción de conciencia y de razón


I.Sánchez Cámara
EXISTEN razones para la desobediencia ante la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo (por cierto, sean o no homosexuales). El Derecho obliga, pero ya reguló la objeción de conciencia al servicio militar, y el Tribunal Constitucional la ha admitido en el caso del aborto. Por analogía puede extenderse su aplicación a casos como éste. Serán los Tribunales quienes tendrán que ponderar y decidir. Se trata de una ley injusta que equipara lo que no es equiparable, divide a la sociedad, se ha aprobado sin negociar con la oposición, sin atender a las recomendaciones del Consejo de Estado, el CGPJ y las Academias, sin convocar a la Comisión General de Codificación y con la oposición de las principales confesiones religiosas. Semejante patochada jurídica debería rechazarse en el Senado o declararse inconstitucional. Mas aunque la jurisprudencia no avalara en este caso la primacía de la libertad de conciencia, siempre quedaría la exigencia moral de obedecer antes a la conciencia que a la ley y, si es preciso, afrontar la sanción. Quizá no haya un derecho a incumplir la ley, pero existe, en ocasiones, el deber de hacerlo

martes, abril 26, 2005

¿Fue Benedicto XVI un nazi?

De un interesante blog

¿Objeción de conciencia ante la ley de «matrimonios» homosexuales?

Responde el catedrático Rafael Navarro Valls, autor de un libro sobre la materia

MADRID, lunes, 25 abril 2005 (ZENIT.org).- La aprobación en el Congreso de los Diputados español de la figura del «matrimonio entre personas del mismo sexo», ha producido reacciones muy variadas. Organismos jurídicos de la máxima solvencia (Consejo de Estado, Consejo del Poder Judicial, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación etc.) han manifestado su disconformidad con la medida.

Por otro lado, organizaciones ciudadanas han planteado una iniciativa parlamentaria popular contraria a la ley, la práctica totalidad de las confesiones religiosas han manifestado su disconformidad con la medida legal, y acaba de sugerirse el eventual ejercicio del derecho constitucional de la objeción de conciencia, en el caso de que la ley fuera aprobada definitivamente tras su paso por el Senado.

En relación con esta última cuestión Zenit ha entrevistado a un experto en objeción de conciencia. Rafael Navarro Valls, en efecto, es Catedrático de la Universidad Complutense y autor del libro «Las objeciones de conciencia» (escrito con el profesor Javier Martínez Torrón), que obtuvo para España el premio Arturo Carlo Jemolo, concedido por Italia al mejor libro sobre esta materia.

--¿Por qué la objeción de conciencia es una institución en expansión?

--Rafael Navarro Valls: En materia de objeción de conciencia se ha producido un big-bang jurídico. Desde un pequeño núcleo --la objeción de conciencia al servicio militar-- se ha propagado una explosión que ha multiplicado por cien las modalidades de objeciones de conciencia. Así, han aparecido en rápida sucesión la objeción de conciencia fiscal, la objeción de conciencia al aborto, al jurado, a los juramentos promisorios, a ciertos tratamientos médicos, la resistencia a prescindir de ciertas vestimentas en la escuela o la Universidad, a trabajar en determinados días festivos y un largo etcétera. La razón estriba en el choque --a veces dramático-- entre la norma legal que impone un hacer y la norma ética o moral que se opone a esa actuación. Si a eso se une una cierta incontinencia legal del poder, que invade campos de la conciencia, se entiende la eclosión de las objeciones de conciencia. Recuérdese que, en España, la causa más de fondo que llevó a la instauración de un sistema de ejército profesional fue la cascada de objeciones de conciencia, que acabó dinamitando (con el aplauso de los partidos políticos) el sistema de servicio militar obligatorio.

--La posible aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo ha planteado también la posibilidad de la objeción de conciencia de los jueces encargados del registro civil y de los alcaldes y concejales llamados a autorizar esos matrimonios. ¿Tiene base legal esta posibilidad?

--Rafael Navarro Valls: La cobertura legal con la que cuentan estos hipotéticos objetores es abundante. El Tribunal Constitucional español ha dicho en su sentencia de 11 de abril de 1985 (fundamento jurídico 14): «la objeción de conciencia existe y puede ser ejercida con independencia de que se haya dictado o no tal regulación. La objeción de conciencia forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocida en el art. 16.1 de la Constitución».

A su vez, la Constitución europea (aprobada por España en referéndum) expresamente reconoce la objeción de conciencia a nivel de derecho fundamental en el artículo II-70. También el Convenio Europeo de Derechos Humanos (art. 9) y un largo etcétera de leyes y sentencias. Por ejemplo, el Tribunal Federal Norteamericano ha denominado a la libertad de conciencia «la estrella polar» de los derechos.

--Antes de la objeción de conciencia, los funcionarios llamados a la celebración de esas uniones ¿tendrían alguna otra opción?

--Rafael Navarro Valls: Los jueces encargados del registro Civil (que son los que mayoritariamente intervienen en la celebración de matrimonios) pueden plantear, ante todo, la llamada objeción de legalidad ante el Tribunal Constitucional. No hay que olvidar que el art. 35 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional establece que cuando un juez considere que una norma con rango de ley aplicable al caso pueda ser contraria a la Constitución, planteará la cuestión al Tribunal Constitucional. Así, pues, nos encontramos ante una primera objeción que parte del convencimiento por parte del juez de que tal norma (en este caso, la ley que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo) no se adapta al marco de la Constitución. Esta posición no sería temeraria, si tenemos en cuenta que organismos de solvencia (Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, Consejo del Poder Judicial y Consejo de Estado) han planteado, directa o indirectamente, dudas acerca de la constitucionalidad de la reforma legal en marcha. En concreto, la Real Academia de Jurisprudencia ha recalcado que la Constitución española establece una «garantía institucional» a favor del matrimonio heterosexual. La existencia de una garantía institucional determina la inconstitucionalidad de las eventuales normas que tuvieran por objeto suprimir la susodicha institución o la de aquellas que la vacíen de su contenido propio.

--¿Y tendrían derecho a plantear una verdadera objeción de conciencia?

--Rafael Navarro Valls: Además de la objeción de legalidad, cabría efectivamente la estricta objeción de conciencia. Es decir, la posición de quien comunica a su superior (ya sea juez encargado del registro civil, alcalde o concejal) los escrúpulos de conciencia respecto a la celebración del matrimonio entre personas del mismo sexo y la consiguiente negativa, por razones de conciencia, de intervenir en la celebración de esas uniones.

El derecho comparado conoce supuestos de objeción de conciencia de funcionarios, que han sido aceptados por el legislador o la jurisprudencia. Por ejemplo, en Norteamérica la Corte de Distrito de Columbia en el caso Haring resolvió el siguiente supuesto. Paul Byrne Haring, funcionario del Servicio Interno de Rentas Públicas (IRS) se negaba habitualmente a calificar las peticiones de exención de impuestos de organizaciones que practicaban el aborto, pasándolas a otros compañeros del Servicio. Cuando le correspondió ascender, el IRS se lo negó aduciendo que su ejemplo podría «seducir» a otros funcionarios. El Tribunal dio la razón a Haring estableciendo: 1) El IRS, como cualquier otra empresa, debe acomodarse a los disentimientos de sus empleados basados en razones de conciencia; 2) Tales conductas, cuando no son dañinas para el Estado, pues pueden llevarlas acabo otros funcionarios, han de ser protegidas, ya que «la libertad no está limitada a las cosas que parecen importantes: eso sólo sería una sombra de libertad».

En el concreto caso de uniones de homosexuales, Dinamarca ha introducido en su ley de «parejas de hecho» (prácticamente idéntica a las leyes que introducen el matrimonio entre homosexuales) cláusulas para defender la conciencia de concretas personas que pueden intervenir en esas uniones. Así, excluye a las uniones de homosexuales de la libertad de elección, vigente en Dinamarca para el matrimonio heterosexual, entre una celebración religiosa o civil. Precisamente para que los pastores de la iglesia luterana oficial (que tienen condición equiparable a los funcionarios) no se vean compelidos a intervenir en la celebración de esos matrimonios. Y en el proceso de divorcio entre parejas homosexuales, al que se aplica el mismo procedimiento que para el matrimonio heterosexual, no se puede solicitar (como expresamente se prevé en la disolución de matrimonio heterosexual por divorcio) la mediación de un clérigo luterano para intentar la reconciliación entre los partners. Son medidas que el propio legislador prevé, adelantándose a actitudes que, la oposición a la ley en el trámite de su elaboración, ha manifestado como muy posibles.

En todo caso, no es de recibo intentar disuadir a los objetores haciendo referencias amenazadoras «a la obligación de cumplir las leyes». Entre otras razones, como autorizadamente se ha dicho, «porque la ley, y su aplicación, están sujetos al respeto a los derechos fundamentales». Entre ellos el de libertad de conciencia. No se olvide que, cuando por estrictas razones de conciencia, se pone en marcha un mecanismo de base axiológica contrario a una ley, estamos ante planteamientos muy distintos de quien transgrede la ley para satisfacer un capricho o un interés bastardo. En el primer caso, el respeto al objetor paraliza los mecanismos represores de la sociedad. Por lo demás, siempre cabe la posibilidad de que celebre la unión objetada otro juez, alcalde o concejal otros funcionarios de idéntica condición cuya conciencia no se vea alterada ante esa celebración.

¿Quién me lo iba a decir?

Benedicto XVI puede jugar un papel relevante en el despertar de Europa, si es que tal cosa llega a suceder, porque los grandes trazos de su programa son mucho más que religiosos. De un año a esta parte, han ocurrido tantas cosas extrañas en mi entorno que empiezo a perder la capacidad para sorprenderme. En los últimos días he asistido al extraño espectáculo de un nutrido grupo de amigos, del mundo profesional y académico, agnósticos bien avenidos con la Iglesia, clásicos liberal-conservadores cosmopolitas que han seguido con exagerado interés las ceremonias de despedida a Juan Pablo II y, sobre todo, que desde un primer momento se han ilusionado con la posibilidad de que el veterano y carismático cardenal Ratzinger, el genuino panzercardinal, fuera elegido por sus iguales para asumir la cátedra de Pedro. Puede parecer curioso, e incluso gracioso. Pero, sobre todo, es una muestra indicativa de que están sucediendo cosas muy graves en nuestra sociedad. En circunstancias normales, estas personas hubieran mantenido una respetuosa y distante atención.

Ellos no forman parte del club y, por lo tanto, no son quienes para participar. Pero no ha sido así. Es evidente que no estaban preocupados por que otros candidatos actuaran de forma heterodoxa. Si deseaban a Ratzinger era porque representaba mejor que ningún otro la alianza entre inteligencia analítica y firme defensa de los principios. Se ha repetido hasta la saciedad que es el crítico por excelencia del relativismo. El atractivo de Ratzinger para los liberal-conservadores agnósticos no reside en su defensa de una ortodoxia que, en gran medida, desconocen, sino en su reivindicación de los principios y valores, en la afirmación de que existe el bien y el mal, lo justo y lo injusto, la verdad y la mentira. No todo vale. No todo es relativo. Una cosa es respetar la opinión de un individuo y otra es aceptar que todos y ninguno tenemos razón. Legado judío y cristiano Para cualquier liberal-conservador resulta evidente que el conjunto de principios que rigen nuestra filosofía política son resultado de la evolución del pensamiento occidental a partir del legado judío y cristiano, del Antiguo y del Nuevo Testamento. Tanto Hobbes como Locke, tanto Constant como Tocqueville, son incomprensibles sin ese legado. Nuestro concepto de la dignidad humana, de su libertad y trascendencia, son judeo-cristianos. El liberalismo ha construido sobre él una filosofía de convivencia y progreso con firmes pilares. Nuestra moderna sociedad de masas, el Estado de Bienestar, ha desarrollado comportamientos escasamente liberales. Los firmes valores se han relativizado. Confundimos el respeto y la educación con el todo vale. Instituciones milenarias son socavadas en el marco de una comunidad que considera los principios como restos anacrónicos de una etapa primitiva del desarrollo humano. Lo políticamente correcto es dar por sentado que Occidente ha sido un desastre, que sus enemigos tienen buena parte de razón y que debemos renunciar a nuestra propia identidad. Si nos fijamos en nuestro entorno inmediato, el problema es distinto.

Frente al relativismo general, aquí nos encontramos un ataque frontal por parte del Gobierno a esos principios y valores. Tratan de imponernos una nueva moral clara y decididamente anticristiana y antiliberal. A través de la vía democrática se intentan barrer los propios fundamentos de la democracia. Muchos agnósticos, consciente o inconscientemente, se han sentido por estas razones próximos a la Iglesia y se han reconocido en las sucesivas intervenciones del cardenal. La afirmación de la verdad frente a la mentira, de lo justo frente a lo injusto, es recibido por muchos, en muy diversos puntos del planeta, como un maná vigorizador, como una esperanza para salir del agujero moral en el que nos encontramos. El conjunto de las iglesias cristianas son algo más que clubes de espiritualidad.

Nuestra historia está intrínsecamente unida a la experiencia religiosa judeo-cristiana y, para nosotros, la Santa Sede es, además, un referente. Las sociedades desarrolladas están generando monstruos que las devoran. El consumismo idiotiza y hace que las sociedades pierdan sentido crítico, fuelle moral y acaben siendo fácilmente manejables por demagogos de variopinta calaña. Muchos agnósticos leen a Ratzinger buscando sus reflexiones sobre la evolución de Occidente, el papel de los valores o la dignidad humana. Los judíos suelen decir que los antisemitas pueden ser unos salvajes, pero no son idiotas. Lo mismo podemos afirmar de todos aquellos que, de una forma u otra, combaten el cristianismo. Saben lo que hacen, voluntariamente tratan de minar un baluarte de los principios y valores que sustentan nuestra entera civilización, nuestro sentido de la dignidad y la libertad humana. Sin visión a largo plazo El Viejo Continente no se encuentra en uno de sus mejores momentos. Falta una visión en el largo plazo, una política económica sensata y decidida, falta valor para asumir los retos de nuestro tiempo y sobra conformismo, cobardía y apaciguamiento. No hemos llegado a esta situación por casualidad. La combinación de materialismo y relativismo tiene efectos letales, evidentes en esa falta de ob-jetivos, de grandes metas colectivas. Ésta es nuestra nave y no tenemos otra.

Benedicto XVI puede jugar un papel relevante en el despertar de Europa, si es que tal cosa llega a suceder, porque los grandes trazos de su programa son mucho más que religiosos. Los cardenales sabían lo que hacían eligiendo a Ratzinger. Su papado no será largo, pero muchos confiamos en que sea intenso. No hace ni dos días de su elección y la artillería mediática ya ha lanzado cargas de variado calibre contra él. Criticaron despectivamente a Juan Pablo II durante años, quisieron capitalizar los sentimientos que su enfermedad y fallecimiento provocaron, pero han captado todo el significado de la elección de Benedicto XVI y han comenzado las acciones de deslegitimación y descrédito. Pueden ser malvados, pero no idiotas. Por la misma razón que ellos le critican, otros, creyentes o no, reconocemos su autoridad en la defensa de esos valores esenciales para nuestra forma de concebir la vida. Lo confieso. Yo era uno de esos agnósticos que seguí con detalle las ceremonias de despedida de Juan Pablo II y de convocatoria del Cónclave. Es verdad, yo deseaba la elección de Ratzinger, aunque tuviera pocas esperanzas. Era demasiado bonito para ser verdad. Como otros muchos europeos, confío en lo mucho que este hombre puede hacer por nuestro viejo y decaído continente. Nuestra moderna sociedad de masas, el Estado de Bienestar, ha desarrollado comportamientos escasamente liberales La combinación de materialismo y relativismo tiene efectos letales evidentes en la falta de objetivos de grandes metas colectivas.

Florentino Portero, Analista del Grupo de Estudios Estratégicos. Expansión.

domingo, abril 24, 2005

Entrevista aL Cardenal Herraz de J.M de Prada

Julián Herranz: «El carisma de Juan Pablo II es el de Cristo»

«Después de la elección, quiso cenar y dormir con los demás en Santa Marta. El arzobispo de Wensminster, que es muy lanzado, inició una canción de felicitación que, al final, seguimos todos»

Juan Manuel de Prada. E. E./

El cardenal Julián Herranz es un hombre enjuto, atezado y ascético, de cabellos en los que aún no se ha posado el invierno. En su conversación se funden los rasgos del estoicismo cordobés y la «finezza» romana, templados por un apasionamiento tranquilo que nunca se incendia ni desborda. Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, Su Eminencia guarda recuerdos de una juventud dedicada al estudio de la psiquiatría que un día rectificó para -como él gusta de repetir, en una expresión muy elocuente- «enamorarse de Cristo» y consagrarse al sacerdocio, descubriendo que el hombre no es, como quería Freud, un «animal reprimido», sino, como prefería Victor Frankl, un «ángel reprimido» que debe aceptar a Dios para entender mejor su naturaleza. «Mi vida está llegando al final -nos dice sin énfasis-, pero me confieso feliz, porque descubrí cuál era la voluntad que se me dictaba desde lo alto y traté de seguirla. Así hallé la verdadera felicidad. Ésa que el agnosticismo religioso y el relativismo moral quisieran ahogar en el fango, rebajando la naturaleza humana, degradándola hasta convertirla el algo que sólo satisface instintos, y no las ansias espirituales que anidan en nuestro corazón.

-Sin embargo, parece que cuando la Iglesia defiende valores que nos saquen del fango se tropieza con la incomprensión. -Cuando la Iglesia -superando esa filosofía- defiende el verdadero sentido de la dignidad de la persona, del amor, del matrimonio o de la familia, no es que se esté defendiendo a sí misma, sino que está defendiendo una serie de valores humanos que lo han sido de culturas y religiones muy diversas, a lo largo de miles de años, y que han servido de referente para el verdadero progreso de la humanidad. Si esos valores se pierden habrá, no un progreso, sino un regreso de humanidad, de cultura, de civilización. Si esos valores se pierden, si se confunde la libertad con el libertinaje, se llegará a la perfecta confusión entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto.

-¿Qué podría detener, a su juicio, esta deriva? -Hacen falta en Europa intelectuales de inteligencia limpia, aunque no sean católicos. En Italia, afortunadamente, dichos inttelectuales existen; algunos, como Galli della Loggia, o el presidente del Senado, Marcello Pera, han mantenido con Benedicto XVI, cuando aún era cardenal, apasionados y muy fructíferos debates. Intelectuales que reconozcan el empobrecimiento sufrido por el hombre posmoderno, sometido a una especie de sectarismo positivista que no respeta una serie de valores que pertenecen a una ética natural. De la naturaleza humana surgen una serie de derechos que no pueden ser sometidos a transacción en los parlamentos; son derechos anteriores a la democracia, derechos que no pueden ser negociados, adulterados o manipulados al antojo de una mayoría. Detecto en algunos sectores de la sociedad europea -y especialmente de Bélgica y España- una anulación de esas coordenadas de valores, el mismo rechazo a sus raíces culturales que ha caracterizado en la historia a los pueblos en decadencia. En Italia y en otras naciones no sucede, afortunadamente, lo mismo, existe una confluencia entre el pensamiento cristiano y el pensamiento laico muy provechosa para ambos. Me gustaría que lo mismo sucediese en España.

-Sin embargo, es sobre todo en España donde se presenta ahora una imagen torva de Benedicto XVI -Lo presentan como el gran inquisidor, el hombre duro e inflexible. Pero se trata de una leyenda negra. Cuando vean de verdad como es, la leyenda negra va a desaparecer. Siempre, claro está, que no haya medios de información o corrientes de tipo político que insistan en querer tratarlo con esa etiqueta forzando la realidad. Yo lo conozco bien, es un hombre de una sencillez y afabilidad extraordinarias. La gente que no tenga prejuicios, que sea sincera, que sea abierta, que quiera conocer la realidad, olvidará esa imagen falsa que se nos ha ofrecido de él. Pero creo que a algunos, aun sabiendo que esa imagen no se corresponde con la realidad, les interesará mantener esa especie de espantapájaros. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque las ideas del Papa no van a ser condescendientes con la ideología que con un sentido totalitario ellos quieren imponer desde los medios políticos y de información pública que tienen en sus manos. Esa ideología es la del agnosticismo religioso y del relativismo moral. Quienes son partidarios de esta filosofía destructiva estarán muy interesados en mantener e incluso en hinchar esa imagen deformada de Benedicto XVI.

-Incluso se ha pretendido tergiversar la emoción que estalló tras la muerte de Juan Pablo II... -En los días que mediaron entre la muerte de Juan Pablo II y la celebración de las exequias, he visto desde mi despacho ese mar de gente, durante las veinticuatro horas del día. Por la noche bajé muchas veces a la plaza de San Pedro: muchos querían confesarse, incluso gente que llevaba alejada de la Iglesia años y años. Uno dijo: «Quiero llegar a ese hombre que me habla de Cristo a ver si Cristo me ayuda a salir de la droga». Yo me preguntaba: «¿Qué va a ver esta gente, en pie durante tantas horas? ¿Un muerto, acaso? No, va a ver a un Vivo. En aquel que estaba allí, humanamente muerto, ellos habían visto a Cristo. El carisma de Juan Pablo II es el carisma de Cristo. Pienso que el mundo va a ver reflejado ese mismo carisma en su sucesor Benedicto XVI, porque va a ser un pontificado que yo llamaría de la «continuidad dinámica». Uno y otro nos enseñan que la felicidad es Cristo, frente a las felicidades puramente temporales y pasajeras que seducen a tantos. ¡Cuánta tristeza hay en la sociedad de la abundancia! ¡Qué pena me da saber, por ejemplo, que en las farmacias de Bélgica -y no me sorprendería que ocurra pronto en España, si las cosas siguen así- se venden unos kits para quienes se quieren suicidar! A quienes en la «sociedad consumista» se han alejado de Cristo, perdiendo así la paz y la alegría, Juan Pablo II les enseñó que Cristo es el «Camino, la Verdad y la Vida». Cierta «inteligentsia» ha visto en las efusiones de aquellos días un acto de idolatría; y es que desde el agnosticismo religioso y el relativismo moral, estas cosas no se entienden, incluso se teme que sean verdad, que la fe en Cristo arrastre a la gente, y haga descubrir la dimensión trascendente y religiosa de la vida, las categorías de eternidad, las únicas que pueden poner serenidad en el alma y dar respuestas a tantas preguntas que el hombre se hace y que el agnosticismo y el relativismo moral no saben responder.

-¿Cómo fueron los días del Cónclave? -Para mí, fueron un continuo recurrir al Espíritu Santo, a quien tengo gran devoción. Me pude recoger más en casa, para rezar mucho y encomendarme a la Virgen, la esposa del Espíritu Santo. No me pasaba por la cabeza el miedo de ser elegido, porque sabía que no tenía ninguna posibilidad. Yo creo que estaban más inquietos los que de alguna manera podían temer -no digo ambicionar- que fueran ellos los elegidos. Es casi infantil y muy pobre clasificar a los cardenales en conservadores o progresistas, de derecha o de izquierda. Estas son categorías que caben en una cuestión de orden político. Aquí lo que cada uno aporta es una reflexión sobre los problemas más acuciantes. Nuestra preocupación primordial era de naturaleza pastoral: los cardenales del Primer Mundo constatan la extensión de un fundamentalismo laicista que está intentando paganizar las sociedades cristianas, con una negación de la fe y un querer excluir la dimensión religiosa de la vida pública, relegándolo a la pura conciencia, e incluso poniendo límites a la posibilidad de educar las conciencias, limitando la patria potestad que tienen por derecho natural los padres.

-¿Permaneció ajeno a los dimes y diretes de la prensa? -Durante el Cónclave sí. Los días precedentes echaba una simple ojeada a los resúmenes de prensa. Muchas de las cosas que se decían sobre el Cónclave o eran obvias o se quedaban a nivel sociológico. Y yo me tenía que mover a un nivel teológico y pastoral. Se trataba de examinar los problemas y esperanzas de la Iglesia y de buscar la persona que reuniera más condiciones para ser el mejor instrumento de Dios en esas circunstancias. Y eso es lo que ha pasado. La emoción que se siente en la Capilla Sixtina llevando el voto en alto hacia el altar donde se halla la urna, bajo el Juicio Final de Miguel Ángel, es indescriptible. Entonces se pronuncia el juramento solemne de elegir en conciencia al que parece más digno para ser el sucesor del Apóstol Pedro como Pastor de la Iglesia universal. La responsabilidad es muy grande. Yo es la cosa más seria que he podido hacer en mi vida. Había un silencio en la Capilla Sixtina enorme, un gran espíritu de oración y recogimiento. Yo cogí la costumbre de ir encomendando al Espíritu Santo a los que iban pasando en fila delante para votar, porque pensaba que ellos también me encomendaban a mí.

-Y, tras el recogimiento, la alegría. -Una alegría inmensa. Cuando llegamos a la papeleta 77 del elegido, nos levantamos en pie aplaudiendo. Era una forma de dar gracias a Dios, de alabar al Espíritu Santo, que nos había llevado ya en la cuarta votación a la cifra necesaria. Al cardenal Ratzinger lo vi en ese momento como lo he visto siempre: es un hombre de una gran paz y serenidad interior. Como carácter es distinto a Juan Pablo II, que era arrollador; él tiene otra forma de ser más suave, pero eso no quiere decir que sea frío o distante o tímido. Él es un bávaro, o sea algo así como el andaluz alemán. Menos «prusiano», pero con capacidad de dominio de sentimientos, lo cual no quiere decir que no los tenga. Al estar acostumbrado al diálogo de las ideas, que no se imponen sino que se proponen, habla con la gracia y la elegancia intelectual de quien está dialogando y no soltando una arenga. Lo que me impresionó más cuando explicó las razones -lo hizo en latín- por las que eligió su nombre, fue la mención a San Benito, patrón de Europa, cuyo lema era: «Nihil Christo praeponatur», «Nada se anteponga a Cristo».

-¿Cómo fue su convivencia con el nuevo Papa en Casa Santa Marta? -La víspera de que lo eligiéramos Papa coincidí en la misma mesa con él para cenar; él se encargó de servirnos el agua y el vino a los demás, aunque era el Decano del Colegio y el que estaba presidiendo el Cónclave. Con gran sencillez escuchaba, preguntaba, cedía en el ascensor el paso. Ya después de la elección, quiso cenar y dormir con los demás en Santa Marta. El arzobispo de Wensminster, que es muy lanzado, inició una canción de felicitación que, al final, seguimos todos. Luego entonamos una oración litúrgica, «Oremos pro beatisimo Papa nostro», que sonaba como una especie de «Gaudeamus Igitur». A la mañana siguiente, en el ascensor, al bajar al desayuno, antes de acudir a la Capilla Sixtina para la misa concelebrada, el Papa iba con el cardenal Biffi, que le había preguntado qué tal había dormido. El Santo Padre no dijo ni bien ni mal, seguramente porque habría pasado toda o buena parte de la noche trabajando en el Mensaje que al final de la concelebración nos leyó en un perfecto latín. Biffi, que tiene un gran sentido del humor, le dijo: «Yo normalmente apenas duermo cuatro horas. Hoy, que ya por fin me he quedado tranquilo, he dormido cinco». Su Eminencia es un conversador fluvial, transparente y generoso que no ha mirado ni una sola vez el reloj, durante las casi dos horas que ha durado esta entrevista. Ahora, al intentar compendiarla en unas pocas líneas, me he sentido como aquel niño o ángel que San Agustín se encontró en una playa, tratando de encerrar en un hoyo excavado en la arena el agua del cóncavo mar.

Favores del enemigo...

Lo cuenta Juan ¿cuándo me vas a enviar todos tus cuentos?
Cuentan de un saco de trigo que esperaba a que lo subieran a un carro para llevar al molino y hacer así la harina con la que cocer el pan. Pasó un hombre que no le gustó el saco y le dió una patada, luego pasó otro que quería ser futbolista y le dió otra patada, más tarde lo hizo un sastre al que la tela le parecía pobre y ruín y le dió otra patada, al cabo de una hora pasó otro que vio el saco medio roto y volvio a golpear con fuerza... Fueron tantas las patadas que recibió el pobre saco que se desparramó el trigo por los campos aledaños. Más tarde llegaron unas palomas que vieron sólo unas semillas que podían servir para alimentar a sus poyuelos... se le cayeron los granos de trigo por campos lejanos... Nadie sabía los motivos por los que al año siguiente había una cosecha tan grande de trigo en el pueblo, y más en unos campos yermos que nadie cultivaba. La razón es sencilla, el odio de algunos por el saco de trigo, por la semilla, y por los frutos del trigo.

Y lo acaba hoy:

"Fué tal la cosecha, que se recogieron cientos de sacos de trigo. El que lo vio pensó que era un milagro, pero no, lo que pasó es que la generosidad del saco fue de una dimensión gigantesca, se dejo hacer por el mal para hacer el bien, y del saco del que sólo se sacarían veinte o treinta panes, se obtuvieron tantos panes que se alimentaron todos los peregrinos, enfermos y moribundos del valle. El que lo vio me dijo: Qué buena cosecha!"

¡Aupa!

Un excelente obrero de la viña

JUAN JOSÉ OMELLA OMELLA/OBISPO DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO

EL nuevo Papa Benedicto XVI, en su primer saludo desde la logia de San Pedro, se presentó a sí mismo como «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor». ¿Qué bien nos suena a nosotros esta definición y qué resonancias tan cordiales tiene en nuestra tierra de La Rioja! La viña, que da identidad y riqueza a nuestra tierra y es la hermosura de nuestros campos, la ha empleado la Sagrada Escritura como una alegoría para explicar la Iglesia fundada por Jesucristo. El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21,33-43) y nos invita a cada uno de nosotros a trabajar en ella, a cualquier hora del día y cualquier edad de la vida, como en la parábola evangélica (Mt 20, 1-16).

Al Papa le ha salido espontáneamente esta comparación, porque la llevaba muy dentro en su alma. Primero en su experiencia humana, proveniente de una antigua familia de labradores, en un pequeño pueblo de la Baja Baviera. Lo rural está en su sustrato de persona, como también lo estaba en Jesús, que vivió en el pequeño Nazaret. Pero además, como teólogo, quiso ahondar particularmente en el tema de la Iglesia y la estudió en sus diversos símbolos. De ahí que su tesis doctoral de Teología fue sobre Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de San Agustín. El Concilio Vaticano II, al que él aportó una notable contribución como asesor teológico del cardenal Frings, arzobispo de Colonia, también habla de la Iglesia como viña. Y lo mismo el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, cuya elaboración coordinó él como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Se siente el Papa un trabajador de la viña que es la Iglesia y un trabajador sencillo y humilde, a quien, en esos primeros momentos, parece abrumarle el peso de la gran responsabilidad recibida y de suceder al que el califica como gran Papa, Juan Pablo II. Tal cómo conocí al cardenal Ratzinger, doy fe de que, efectivamente, la sencillez es una de sus características personales. Lo pude comprobar en la Visita Ad Límina del pasado mes de enero, cuando lo visité con los otros obispos españoles en su Congregación. Un tono cercano y afable, de carácter más bien tímido, saludando a todos con amabilidad. Entiende el español y lo lee muy bien. Me consta también que en el ejercicio de su no fácil trabajo, como Presidente de la Congregación de la Doctrina de la Fe, ha sabido escuchar y ha dado siempre la oportunidad de explicarse. Algunos se han empeñado en aplicarle estereotipos de gran Inquisidor, que no corresponden ni a su personalidad ni a los métodos que hoy tiene la Doctrina de la fe.

Hasta ahora ha demostrado ser un excelente obrero de la viña del Señor. Trabajador no sólo entregado, sino eficiente. Alguien ha comentado que, en su primera aparición pública como Papa, se le veían las mangas del jersey negro que solía llevar cuando trabajaba en su despacho de la Congregación. Su principal trabajo ha sido como teólogo. Profesor en diversas Universidades alemanas, dicen que en su famoso curso Introducción al Cristianismo, que dio en la Universidad de Tubinga para oyentes de todas las Facultades, llegó a reunir a más de mil alumnos. Son varias las decenas de libros que ha escrito y cientos los artículos científicos, aunque su trabajo investigador se vio pronto cortado porque, a sus 50 años, Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y, pocos meses después, cardenal; cuatro años más tarde, Juan Pablo II lo hizo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Desde ese puesto, ha hecho una aportación muy valiosa a la Iglesia, en un campo no comprendido por todos, pero de vital importancia: el guardar la verdad católica y el acertar a proponerla, en la cultura de hoy, de una manera adecuada y sin contaminaciones. El se considera a sí mismo como un «trabajador de la verdad», idea que acuñó en su escudo episcopal: cooperatores veritatis. Y eso es trabajar también a favor de la viña del Señor. Por seguir la comparación, es necesario defender la autenticidad y pureza del vino Rioja y evitar mezclas o sucedáneos que atentan contra su calidad. Esa es la función que tiene el Consejo Regulador de la denominación de origen. El buen vino de la viña de la Iglesia tiene también su denominación de origen, que es el Evangelio de Jesucristo. Es preciso cuidar su calidad para no engañar a nadie. Y en la calidad y fidelidad a la denominación de origen tenemos la garantía del éxito.

Sean hechas estas reflexiones en relación con el trabajo que hasta ahora ha hecho el cardenal Ratzinger. Pero el Señor lo ha llamado a trabajar en otra labor de su viña, en la hora undécima, como dice la parábola, en su plena madurez de 78 años, cuando él hubiera deseado ir a su merecido descanso, a sus libros y a sus reflexiones. El campo que se le abre es el amplísimo de las necesidades de la Iglesia, en su complejidad de gozos y esperanzas, de problemas y dificultades. Por su puesto de trabajo ya tiene un buen conocimiento de la realidad eclesial, con los diferentes problemas en las distintas partes del mundo. En Europa es más el problema de la fe. En el tercer mundo predomina el problema de la justicia. En Asia está el tema del diálogo interreligioso. Ahora la sede de Pedro, con su preocupación por todas las Iglesias, le va a llevar a nuevos problemas, desde la gran sensibilidad que tiene su corazón. Y se va a entregar con alma y cuerpo enteros a trabajar en ese nuevo campo de la viña del Señor.

Ya lo ha dicho en el programa que ha pergeñado en su primer mensaje y que me parece muy estimulante y prometedor: el ejercicio de su ministerio en comunión colegial y buscando la unidad de la fe; poner en práctica las riquezas del Vaticano II, que sigue teniendo plena actualidad; promover la Eucaristía como comunión con Cristo y los hermanos, compromiso misionero y fuente de caridad especialmente hacia los pobres y los pequeños; seguir impulsando el ecumenismo y el diálogo con otras religiones y las diversas civilizaciones; el anuncio de Cristo a la humanidad; el trabajo por la paz y el desarrollo social; y la llamada especial a los jóvenes, como esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

Por otra parte, en sus palabras, en su sonrisa y hasta en sus ojos se vislumbra un gran humanismo y sobre todo el gran amor que lo caldea por dentro: el amor de Jesucristo. En la homilía de la Misa antes del Cónclave habló de la amistad con Jesús: «Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos. ¿Gracias, Jesús, por tu amistad!». Desde ese centro vital, se comprende que la preocupación por la verdad no es fría, sino que, en el fondo, es una cuestión de amistad, de amor a Jesucristo y amor a la dignidad del Hombre. Así lo ha dicho en la misma homilía, al comentar la bella frase de San Pablo «hacer la verdad en la caridad», a la que considera fórmula fundamental de la vida cristiana, diciendo que «la caridad sin verdad sería ciega y la verdad sin caridad sería como un címbalo que retiñe». Intuyo que ésta va a ser también la fórmula fundamental de su Pontificado. Como buen trabajador nos va a ayudar a que la viña del Señor produzca el buen vino de la verdad evangélica y de la caridad cristiana. Y la calificación de la cosecha: excelente.

Los cristianos de La Rioja entendemos de estas cosas: de vino, de amor, de verdad. Por eso en este momento de la historia, contemplamos llenos de esperanza la viña de la Iglesia, la viña del Señor.

«Por las noches aún sueño con los bargueños»

FRANCISCO MARTÍN DOMINGO ARTESANO DE BARGUEÑOS

Con sus inimitables muebles, este reconocido artesano ha llevado el nombre de Logroño por todo el mundo
La vida de Francisco Martín gira en torno a los bargueños. Tras años restaurando y creando estos bellos ejemplares, a caballo entre el mueble y la obra de arte, confiesa que aún sueña con ellos. «Me meto en la cama y me pongo a soñar que vienen clientes de Madrid o de otros sitios. Luego me despierto y me quedo más triste ». Por eso continúa haciendo los dibujos sobre los que toma forma la delicada y minuciosa decoración de cada bargueño. «Así me siento más joven» -dice-, al tiempo que confía en que algún día los utilice su hijo Francisco, quien ha recogido el testigo del oficio con más afición que vocación.
Y es que lo de Francisco Martín es vocacional, casi un vicio. No hay conversación, visita a un museo o a una catedral en la que no interfiera un bargueño. Sus manos han reconstruido y creado decenas conforme a las técnicas del siglo XVI.

Se trata de un mueble español de gran riqueza decorativa y profuso en cajones, embellecido por columnas de hueso, incrustaciones de marfil, láminas de oro, dibujos de tinta, Pequeños apliques que obligan a dominar habilidades como el dibujo, la ebanistería, la talla, herrajes y, sobre todo, el complicado arte de dorar.

Los de estilo mudéjar y, sobre todo, renacentista son su debilidad, este último «porque, como lleva columnas, es más difícil y más bonito», apunta este artesano.

Desde Nájera

Francisco nació en Nájera, lugar donde su padre fue requerido para restaurar los claustros de Santa María La Real. «Yo era el hijo pequeño, y un poco mimado, y de niño iba a curiosear el trabajo de mi padre; veía cómo hacía el Camarín de la Virgen y cómo doraba». Durante la guerra, la familia se trasladó a Logroño, donde instaló un taller de restauración y de muebles de encargo en la calle Vara de Rey.

En aquellos años, Francisco ingresó en Aviación con el cometido de controlar y coordinar la posición de los aviones, pero «no me gustaba estar a las órdenes de nadie». Por eso, y porque su novia estaba en Logroño, regresó a la capital riojana.

Una vez en el taller, comenzó restaurando bargueños a la sombra de su padre. «A mí los bargueños me parecían más fácil de hacer que un dormitorio, que vienen los novios y te marean».

A partir de entonces, sus obras se fueron perfeccionando y sofisticando en ese afán que tenía de hacer cada trabajo mejor que el anterior. Ya con su taller y con sus muebles, llevó el nombre de Logroño muy lejos y, aunque nunca se ha preocupado de saber cuántos y dónde están, sus bargueños se encuentran repartidos por todo el mundo. En su día fueron el regalo oficial para los altos mandatarios que visitaban nuestro país (entre ellos Videla); la reina Fabiola, nobles, embajadores, paradores nacionales, incluso el Museo de La Rioja dispone de uno.

Curiosamente, casi nunca los firmó; «a mí me gustaba más que creyeran que fueran antiguos». Y como originales del siglo XVI se han llegado a subastar y han figurado en alguna revista especializada.

«Hoy, los bargueños no son rentables». Son muy laboriosos, requieren de muchísimo tiempo y los materiales resultan demasiado caros. «Esto es una cosa más bien de vocación», concluye Francisco, quien nunca tuvo competencia y, por lo mismo, quizá tampoco quien siga sus pasos.

sábado, abril 23, 2005

Ratzinger vivía de forma austera y cocinaba él mismo

Ratzinger vivía de forma austera y cocinaba él mismo
Alejandro Cifres / Director del Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe

La Razón, 22/04/05 -Valencia- Monseñor Alejandro Cifres Giménez es un sacerdote valenciano de 45 años y director del Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que dependía directamente del cardenal Ratzinger. Cifres ha mantenido, durante mucho tiempo, una estrecha relación con el nuevo Papa, Benedicto XVI.

–¿Con qué frecuencia veía usted al, hasta ahora, cardenal Ratzinger?
–Una vez a la semana teníamos una reunión con él en la que tratamos diversos temas. Me gustaría aclarar que mi trato no era tan frecuente para verle todos los días, pero cuando he necesitado alguna cuestión, ese mismo día me ha recibido, porque es una persona verdaderamente sencilla; me atrevería a decir que de las más humildes del Vaticano. Fíjese, como detalle, que no tenía personal para su servicio, no tenía chófer y cocinaba él mismo. Si tenía que viajar, se hacía él mismo la maleta.

–¿Ratzinger no tenía chófer?
–No tenía personal a su servicio. Hay un anciano chófer que es un empleado del Vaticano que le hacía el favor de traerlo de su casa a la Congregación. Al principio, él venía andando y cruzaba por la plaza de San Pedro todos los días, pero la gente lo iba parando para saludarle y hacerse fotografías y casi no podía ni llegar. La gente lo reconocía en seguida por la boina.

–¿El cardenal Ratzinger usaba boina?
–Por supuesto. Es un intelectual de gran envergadura, pero una persona asombrosamente sencilla en el trato personal y lleva boina como buen babarés. Pero conforme pasaban los años lo paraban más.

–¿En qué idioma habla con él?
–En italiano, aunque él es un gran políglota y conoce las principales lenguas del mundo. Le he oído hablar con total soltura en inglés, francés, italiano, y por supuesto alemán. El español lo entiende perfectamente y también lo habla y puede mantener una conversación, sin embargo, creo que al idioma español le tiene un poco más de respeto, el respeto que le tienen las personas de habla germánica.

–¿Qué destacaría de su personalidad?
–De su carácter, su enorme humanidad y afabilidad, su cortesía hasta límites extremos, su disponibilidad hacia cualquier encuentro con mucha facilidad. Como persona, destacaría su profunda religiosidad y simplicidad de vida y pobreza. Su vivienda era un apartamento sencillo al otro lado de la plaza de la ciudad leonina, en un modesto apartamento que no está a la altura de un cardenal. Es muy, muy austero y necesita pocas cosas. También es de destacar su gran sinceridad. Dice lo que piensa de forma clara.

–¿Qué opina sobre la imagen que de él se ha dado en algún sector en España como persona cerrada?
–El cardenal Ratzinger, al igual que muchos otros cardenales e incluso Juan Pablo II, ha sufrido muchos ataques que no responden en absoluto a la realidad. La Iglesia ha ganado un gran Papa, lo digo de corazón y porque he tenido la suerte de estar a su servicio.

–¿Les dijo algo sobre su futuro antes de encerrarse en el cónclave?
–El pasado sábado 16 celebramos su cumpleaños. Sus colaboradores le cantamos una oración. Debo decirle que le había presentado su renuncia al Papa varias veces y sé que él sería feliz descansando, leyendo y escribiendo libros de teología. Paraula

viernes, abril 22, 2005

Textos de Joseph Ratzinger: El Dios de Jesucristo

El Dios de Jesucristo

1) Dios tiene nombre:
"Uno de los samos más hermosos del antiguo testamento articula una convicción que ha acompañado al hombre a através de toda su historia: Sal 139-138, 1-12" (RATZINGER, Joseph, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1979, 18-19).

"Preguntemos...¿qué aspecto tiene el Dios bíblico? ¿quién es realmente? Dios se presenta ante Moisés en el terecr capítulo del Exodo. Esa presentación resulta fundamental para la historia de la revelación del antiguo y nuevo testamento. Aquí importa, ante todo, atender al marco histórico y local del conjunto. Ese marco histórico resalta cuando Dios dice: "He observado la aflicción de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído el clamor de él, debido a sus opresores, pues conozco sus padecimientos" (v. 7). Dios es el guardián del derecho. El garantiza el derecho de losimpotentes contra los poderosos.´Ese es su propio semblante. Ese es el núcleo de la legislación del antiguo testamento, que pone siempre a la viuda, al huérfano, al forastero bajo la protección personal de Dios. Y eso está también en el centro de la predicación de Jesús, que penetró en persona en el desampara del acusado, del condenado, del moribundo y así precisamente introdujo a éstos en el asilo de Dios. Advirtamos que la lucha por el sentido del sábado está aquí también en su lugar: el sábado es para el antiguo testamento el día de la libertad de las creaturas, el día en que descansan hombre y animal, siervo y amo. Es el día en que se restaura, en medio de un mundo sin igualdad ni libertad, la comunidad fraterna de todas las creaturas. Por un breve instante, la creación vuelve a sus comienzos: todas reciben la libertad que Dios da. La acción de Jesús en sábado no va contra del sábado, sino que es una lucha por el sentido originario de éste, por guardarlo como día de la libertad de Dios, y no dejar que se convierta, en manos de casuistas, en su opuesto, en un día de atormentada mezquindad" (RATZINGER, Joseph, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1979, 21).

"¿Qué significa, entonces, nombre de Dios? Tal vez podamos comprender, de la manera más breve, de qué se trata, partiendo de lo opuesto. El Apocalipsis habla del adversario de Dios, de la bestia. La bestia, el poder adverso, no lleva un nombre, sino un número. 666 es su número, dice el vidente (13,18). Es un número ya hace de uno un número. Los que hemos vivido el mundo de los campos de concentración sabemos a qué equivale eso: su horror se basa precisamente en que borra el rostro, en que cancela la historia, en que hace de los hombres números, piezas recambiables de una gran máquina. Uno es lo que es su función, nada más. Hoy hemos de temer que los campos de concentración fuesen solamente un preludio; que el mundo, bajo la ley universal de la máquina, asuma en su totalidad la estructura de campo de concentración. Pues si sólo existen funciones, entonces el hombre no es tampoco nada más. Las máquinas que él ha montado le imponen ahora su propia ley. Debe llegar a ser legible para la computadora, y eso sólo es posible si es traducido al lenguaje de los números. Todo lo demás carece de sentido en él...Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama por nuestro nombre. Es persona y busca a la persona. Tiene un rostro y busca nuestro rostro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón" (RATZINGER, Joseph, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1979, 24).

2) Dios es trinitariamente uno:
"El primer artículo de la fe cristiana, la orientación fundamental de la conversión cristiana, dice: Dios es.Pero ¿qué quer decir eso? ¿qué significa en nuestra vida diaria, en este mundo nuestro? En primer lugar, que si Dios es, los dioses no son Dios. De ahí que se debe adorar a él y a nadie más" (RATZINGER, Joseph, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1979, 27).
(RATZINGER, Joseph, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1979, ).

jueves, abril 21, 2005

Itinerarios de vida cristiana", de mons. Javier Echevarría.

Unión con el Papa y los Obispos

fragmento del capítulo 5 del libro

20 de abril de 2005

Por lo menos desde el siglo tercero, la liturgia latina de la Iglesia incluye en las oraciones de la Misa una explícita petición por el Romano Pontífice y por el Obispo del lugar. Se manifiesta así que la unidad de la Iglesia, expresada y realizada de manera eminente en la Eucaristía, comporta necesariamente la unión con el Papa y con los Obispos. Cristo fundó la Iglesia y quiso que los fieles nos sintiéramos y supiéramos hermanos, partícipes de la condición de hijos de Dios y responsables de una misión común. El Señor dispuso a la vez que la Iglesia fuera una comunidad estructurada, en la que hubiera una diversidad de ministerios, carismas y tareas que contribuyeran a la edificación del conjunto. Y, como parte esencial de esa estructura, estableció particularmente el ministerio episcopal, la realidad del colegio de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con su Cabeza y bajo su Cabeza, que es el Obispo de Roma, sucesor de San Pedro. Esta continuidad apostólica instituida por Jesucristo, esta ininterrumpida cadena que de generación en generación se remonta hasta los primeros Doce, da razón de la autoridad del Papa y de los Obispos en la Iglesia. Los Obispos reciben de Cristo la plenitud del sacramento del Orden.

Cada porción del Pueblo de Dios tiene en su Obispo el fundamento visible de su unidad y el primer responsable de la edificación según Cristo de los fieles, con la cooperación de los presbíteros y los diáconos. Al Obispo incumbe la misión de anunciar el Evangelio en nombre y representación de Cristo. El Obispo es administrador de la gracia, sobre todo en la acción eucarística, que él mismo realiza, o que celebran los presbíteros en comunión con él. A cada Obispo le corresponde además gobernar, como vicario de Cristo, la comunidad que le está confiada, impulsando —con sus exhortaciones, consejos y mandatos— la vibración apostólica y el afán de todos hacia la santidad.
El Obispo de Roma, el Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, es Pastor de la Iglesia universal, padre común de todos los cristianos, roca que garantiza la continuada fidelidad de la Iglesia a la verdad del Evangelio. Como recuerda el Concilio Vaticano II, el Papa es "principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de los fieles".

El Papa y los demás Obispos están llamados a desvivirse por las necesidades de los fieles, haciendo propias las palabras de San Pablo: "¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo, sin que yo me abrase de dolor?". Encarnando las enseñanzas de la parábola evangélica sobre el Buen Pastor, actúan no como el asalariado, el que no es pastor y al que no pertenecen las ovejas, que en los momentos de peligro huye y abandona al rebaño, sino como pastor verdadero que da su vida por sus ovejas.

Masaccio: Pedro hace una curación con su sombra.

Si se quisiera caracterizar con una palabra el espíritu que define al ministerio eclesiástico y, en modo particular, al ministerio episcopal, ésta es, sin duda alguna, la de servicio: servicio, en primer lugar, a Cristo, a su Persona, a su doctrina y a sus sacramentos, ya que en la Iglesia los Pastores han sido constituidos, no para hablar de sí mismos, sino para presentar el eco fiel de la palabra de Jesús y ser administradores, en su grey, de los canales a través de los que llegan la gracia y la verdadera vida; servicio también, y en consecuencia, a los cristianos, a los hermanos en la fe que el Señor confía a sus cuidados.

La autoridad y la potestad que ejercen los Pastores en la Iglesia se entiende adecuadamente sólo dentro de una lógica de obediencia al mandato recibido de Jesucristo. Implica, en efecto, una capacidad y una posición que estos ministros de Dios reciben gratuitamente como don, como tarea excelente y no merecida, a la que va unida el mandato imperativo de asumirla y desempeñarla en provecho de los demás. Esto reclama de los Pastores olvido de sí y entrega efectiva a la comunidad cristiana; y de los fieles, conciencia del don que Cristo, a través de los Pastores como ministros suyos, regala al conjunto de la Iglesia para facilitarles el camino de la santidad. Es el Señor quien constituye la jerarquía eclesiástica por medio del sacramento del Orden y quien la asiste con el envío del Espíritu Santo. Escucharla significa escuchar a Cristo, que nos habla a través de sus representantes. Amarla entraña amar a Cristo, que se hace presente a través de esos ministros.

El último Concilio ecuménico ha querido subrayar —como recordaba antes— que, por el Bautismo, todos los fieles nos convertimos realmente no sólo en seguidores de Cristo, sino en miembros de su Cuerpo místico, partícipes de su sacerdocio. Todos los bautizados, en efecto, han recibido el sacerdocio común de los fieles, en virtud del cual están llamados a cooperar en la misión que Él vino a realizar en la tierra. Cada uno cumplirá esta misión según el modo que le sea propio, según su personal vocación; pero todos hemos de llevarla a cabo unidos estrechamente a los Pastores, que han recibido —por el sacramento del Orden— el sacerdocio ministerial.


Conocer con profundidad el misterio de la Iglesia lleva a aumentar nuestro amor hacia Ella y a desear servirla como hijos cada día más leales. De igual modo, adentrarse en el designio divino que encierra el ministerio del Papa y de los demás Obispos mueve necesariamente a agradecer a la providencia divina —al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo— los medios que ha dispuesto para cuidar de la fidelidad de nuestra fe y de la rectitud de nuestro obrar moral.

Empapados con esa convicción de fe y caridad, los cristianos debemos esforzarnos por mantener bien fuertes los vínculos de unidad de la Iglesia, con una adhesión viva y real al Papa y a los demás Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro. El afecto filial, recio y sincero, al Romano Pontífice lleva a amar y a rezar intensamente por los Obispos en el mundo.

Así, con responsabilidad personal, con espontaneidad apostólica y con sentido eclesial, tomará cuerpo el deseo que le gustaba formular a san Josemaría: omnes cum Petro, ad Iesum per Mariam; todos, unidos a Pedro y la Iglesia, y protegidos por la intercesión poderosa de Santa María, podremos llegar —llevando con nosotros a la humanidad entera— hasta Jesús, Amor de nuestros amores.

(Javier Echevarría, Itinerarios de vida cristiana, Planeta + Testimonios 2001, pag. 65-70)



© 2005, Oficina de información del Opus Dei en Internet

La sal de la Tierra

Entrevista a un Monje del S. XXI. Prior de Valdediós

Jorge Gibert, prior de la comunidad cisterciense del monasterio de Santa María de Valdediós, se doctoró en Liturgia en Roma, donde ejerció como profesor de la Universidad San Anselmo, de los benedictinos, y durante 17 años fue a su vez responsable en el Vaticano de las actividades litúrgicas para España, Portugal, América Latina y África portuguesa. Permaneció en ambas ocupaciones hasta el 25 de julio de 1992. Cuatro días después, tomó posesión como Prior de Valdediós, un Monasterio cuyo origen se remonta a noviembre de 1200 y que se hallaba casi en situación de ruina al cabo de 157 años sin actividad religiosa. Durante su permanencia en el Vaticano mantuvo varios encuentros personales con los papas Pablo VI y Juan Pablo II.

-¿Cómo fueron sus contactos con Juan Pablo II?
-Desde que lo eligieron Papa tuvo un interés muy grande en conocer a cuantos trabajábamos en el Vaticano. Él era el responsable y quería saber cómo funcionaban las cosas y estar al tanto de todo. Pasó varias veces por la oficina para saber cómo iba el trabajo, qué hacíamos y cómo lo teníamos organizado. Fueron encuentros lógicamente breves y de trabajo.

-Con Pablo VI también tuvo algún encuentro.
-Fue por iniciativa suya. Cuando llegué al Vaticano quiso conocerme y me concedió una audiencia de diez minutos.

-¿Cómo era Pablo VI?
-Un gran hombre y una persona inteligentísima y muy preparada, pero muy tímido. No era distante, pero casi tenía temor de ofender. Era muy agradable. Se le ha denominado a veces como "el Hamlet de la Iglesia". Esto era debido a su gran timidez.

-También se ha dicho que ese rasgo hamletiano obedecía a su condición intelectual.
-Claro. Si alguien es muy inteligente, a veces le cuesta relacionarse con la realidad. Y esto a veces se puede malinterpretar.

-¿Qué impresión le causó Juan Pablo II?
-No fueron largas conversaciones, pero se notaba que estaba al tanto de todo y que no le escapaba nada. Cuando preguntaba se veía que no era un mero cumplido, sino que interrogaba con conocimiento de las cosas.

-¿Qué balance hace usted de su pontificado?
-Tengo mis opiniones. Estoy convencido de que dejó un ejemplo muy interesante porque demostró que era, sobre todo, un hombre que creía en Dios. Esto es muy relevante, porque hay mucha gente que practica pero que en realidad no cree, aunque sea duro decirlo. El sí creyó en Dios y toda su vida es un mensaje, un testimonio de fe. Era un hombre convencido. Y estar convencido no es tener una idea, sino vivirla. Él la ha vivido. Ha podido ser criticado, pero estos días todo el mundo lo ha alabado. Y esto me sorprende. Lo alaban incluso quienes hace unos meses lo criticaban tildándolo de conservador y retrógrado.

-¿Lo era?
-Él siguió una línea y no se apartó de ella, cuando lo que abunda en ocasiones son los veletas, que unas veces dicen una cosa, y luego, otra. Él siguió una línea y ahora nos toca a los demás recoger ese legado.

-¿A qué se refiere al decir que hay gente que practica pero no cree?
-Creer en Dios no sólo exige decirlo con la boca, sino demostrarlo con la vida, con los hechos. Ya lo dijo el apóstol Santiago: creer en Dios y maltratar al prójimo no es creer en Dios. Creer en Dios exige llevar una vida acorde con el Evangelio.

-¿Cómo debe ser su sucesor?
-No lo sé. ¡En la historia de la Iglesia han pasado cosas tan curiosas! Cuando murió Pío XII, se daba por seguro como papable a un cardenal armenio, y todo el mundo quedó sorprendido porque resultó elegido Juan XXIII. Era un hombre viejo, pero transformó la Iglesia. Y cuando murió Pablo VI, se daba por seguro que saldría elegido el cardenal Benelli, y sin embargo fue proclamado Juan Pablo I. Y cuando poco después falleció Juan Pablo I, en Roma se decía: "Ahora es la hora de Benelli". Pues tampoco fue así, porque salió Juan Pablo II. Después de haber estado 17 años en el Vaticano, yo sí creo en el Espíritu Santo. De no ser así, los hombres hubiésemos deshecho la Iglesia hace muchos siglos. Si la Iglesia existe es porque el Espíritu Santo actúa. Ahora mismo, 117 personas, los cardenales electores, que tienen orígenes, formación, caracteres e idiomas distintos, y que apenas se conocen superficialmente, deberán ponerse de acuerdo para elegir al nuevo Papa, y eso no es fácil. No sabemos cómo, pero es un hecho que el Espíritu Santo actúa. A la gente le gusta hacer quinielas sobre los papables. Yo me río de esto. En Roma se dice que el que entra Papa en el cónclave, sale cardenal. Hay quien dice, como Luiz Inacio "Lula" da Silva, que debe ser hispanoamericano. A mí no me sorprendería que tengamos una sorpresa. Quienes estábamos en la plaza de San Pedro esperando la fumata blanca en 1978, cuando nos dijeron que el papa era polaco, no nos lo creíamos. La primera reacción fue preguntarnos quién era Carol Wojtyla. Luego, haciendo memoria, ya nos dimos cuenta. Pero fue una sorpresa total para todos.

-Se ha dicho que Juan Pablo II era un gran comunicador, incluso que era un Papa mediático. ¿Ha pasado a ser ésta una condición necesaria?
-Ser un buen comunicador es un don natural, y hay quien lo tienen y quien no. Se ha dicho que Juan Pablo II era un buen actor. Es cierto que él hizo teatro en la juventud y que sabía comunicar, mientras que hay gente que es un pozo de ciencia y sin embargo se expresa de forma aburrida. Este Papa tenía esta facilidad porque era un don natural, pero ¿pueden saber los cardenales reunidos en cónclave cuál de ellos tiene esa capacidad?. En dos días de cónclave eso no se puede saber.

-¿Se necesita un sucesor conservador o progresista?
-Esas distinciones son ¡tan curiosas! Un día le pregunté al abad primado de los benedictinos, que conocía todos los monasterios de la orden en el mundo, cuáles tenían futuro. Y me contestó: "No los monasterios grandes, ni los pequeños; no los progresistas, ni los conservadores; no los observantes, ni los relajados, sino los que hagan todo lo que dicen y que digan todo lo que hacen". La distinción entre conservadurismo y progresismo es fácil de hacer desde fuera, pero desde dentro de la Iglesia son etiquetas que difícilmente responden a la realidad. Juan XXIII, que personalmente era un gran conservador, fue el gran renovador de la Iglesia porque vio la necesidad y convocó el Concilio Vaticano II.

-¿Le sorprendió la reacción popular?
-Mucho. Yo lo interpreto como una respuesta del pueblo al mensaje del Papa como hombre de fe.

-También ocurrió tras la muerte de Juan XXIII.
-Sí, pero ni de lejos tuvo estas proporciones.