domingo, abril 24, 2005

Un excelente obrero de la viña

JUAN JOSÉ OMELLA OMELLA/OBISPO DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO

EL nuevo Papa Benedicto XVI, en su primer saludo desde la logia de San Pedro, se presentó a sí mismo como «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor». ¿Qué bien nos suena a nosotros esta definición y qué resonancias tan cordiales tiene en nuestra tierra de La Rioja! La viña, que da identidad y riqueza a nuestra tierra y es la hermosura de nuestros campos, la ha empleado la Sagrada Escritura como una alegoría para explicar la Iglesia fundada por Jesucristo. El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21,33-43) y nos invita a cada uno de nosotros a trabajar en ella, a cualquier hora del día y cualquier edad de la vida, como en la parábola evangélica (Mt 20, 1-16).

Al Papa le ha salido espontáneamente esta comparación, porque la llevaba muy dentro en su alma. Primero en su experiencia humana, proveniente de una antigua familia de labradores, en un pequeño pueblo de la Baja Baviera. Lo rural está en su sustrato de persona, como también lo estaba en Jesús, que vivió en el pequeño Nazaret. Pero además, como teólogo, quiso ahondar particularmente en el tema de la Iglesia y la estudió en sus diversos símbolos. De ahí que su tesis doctoral de Teología fue sobre Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de San Agustín. El Concilio Vaticano II, al que él aportó una notable contribución como asesor teológico del cardenal Frings, arzobispo de Colonia, también habla de la Iglesia como viña. Y lo mismo el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, cuya elaboración coordinó él como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Se siente el Papa un trabajador de la viña que es la Iglesia y un trabajador sencillo y humilde, a quien, en esos primeros momentos, parece abrumarle el peso de la gran responsabilidad recibida y de suceder al que el califica como gran Papa, Juan Pablo II. Tal cómo conocí al cardenal Ratzinger, doy fe de que, efectivamente, la sencillez es una de sus características personales. Lo pude comprobar en la Visita Ad Límina del pasado mes de enero, cuando lo visité con los otros obispos españoles en su Congregación. Un tono cercano y afable, de carácter más bien tímido, saludando a todos con amabilidad. Entiende el español y lo lee muy bien. Me consta también que en el ejercicio de su no fácil trabajo, como Presidente de la Congregación de la Doctrina de la Fe, ha sabido escuchar y ha dado siempre la oportunidad de explicarse. Algunos se han empeñado en aplicarle estereotipos de gran Inquisidor, que no corresponden ni a su personalidad ni a los métodos que hoy tiene la Doctrina de la fe.

Hasta ahora ha demostrado ser un excelente obrero de la viña del Señor. Trabajador no sólo entregado, sino eficiente. Alguien ha comentado que, en su primera aparición pública como Papa, se le veían las mangas del jersey negro que solía llevar cuando trabajaba en su despacho de la Congregación. Su principal trabajo ha sido como teólogo. Profesor en diversas Universidades alemanas, dicen que en su famoso curso Introducción al Cristianismo, que dio en la Universidad de Tubinga para oyentes de todas las Facultades, llegó a reunir a más de mil alumnos. Son varias las decenas de libros que ha escrito y cientos los artículos científicos, aunque su trabajo investigador se vio pronto cortado porque, a sus 50 años, Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y, pocos meses después, cardenal; cuatro años más tarde, Juan Pablo II lo hizo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Desde ese puesto, ha hecho una aportación muy valiosa a la Iglesia, en un campo no comprendido por todos, pero de vital importancia: el guardar la verdad católica y el acertar a proponerla, en la cultura de hoy, de una manera adecuada y sin contaminaciones. El se considera a sí mismo como un «trabajador de la verdad», idea que acuñó en su escudo episcopal: cooperatores veritatis. Y eso es trabajar también a favor de la viña del Señor. Por seguir la comparación, es necesario defender la autenticidad y pureza del vino Rioja y evitar mezclas o sucedáneos que atentan contra su calidad. Esa es la función que tiene el Consejo Regulador de la denominación de origen. El buen vino de la viña de la Iglesia tiene también su denominación de origen, que es el Evangelio de Jesucristo. Es preciso cuidar su calidad para no engañar a nadie. Y en la calidad y fidelidad a la denominación de origen tenemos la garantía del éxito.

Sean hechas estas reflexiones en relación con el trabajo que hasta ahora ha hecho el cardenal Ratzinger. Pero el Señor lo ha llamado a trabajar en otra labor de su viña, en la hora undécima, como dice la parábola, en su plena madurez de 78 años, cuando él hubiera deseado ir a su merecido descanso, a sus libros y a sus reflexiones. El campo que se le abre es el amplísimo de las necesidades de la Iglesia, en su complejidad de gozos y esperanzas, de problemas y dificultades. Por su puesto de trabajo ya tiene un buen conocimiento de la realidad eclesial, con los diferentes problemas en las distintas partes del mundo. En Europa es más el problema de la fe. En el tercer mundo predomina el problema de la justicia. En Asia está el tema del diálogo interreligioso. Ahora la sede de Pedro, con su preocupación por todas las Iglesias, le va a llevar a nuevos problemas, desde la gran sensibilidad que tiene su corazón. Y se va a entregar con alma y cuerpo enteros a trabajar en ese nuevo campo de la viña del Señor.

Ya lo ha dicho en el programa que ha pergeñado en su primer mensaje y que me parece muy estimulante y prometedor: el ejercicio de su ministerio en comunión colegial y buscando la unidad de la fe; poner en práctica las riquezas del Vaticano II, que sigue teniendo plena actualidad; promover la Eucaristía como comunión con Cristo y los hermanos, compromiso misionero y fuente de caridad especialmente hacia los pobres y los pequeños; seguir impulsando el ecumenismo y el diálogo con otras religiones y las diversas civilizaciones; el anuncio de Cristo a la humanidad; el trabajo por la paz y el desarrollo social; y la llamada especial a los jóvenes, como esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

Por otra parte, en sus palabras, en su sonrisa y hasta en sus ojos se vislumbra un gran humanismo y sobre todo el gran amor que lo caldea por dentro: el amor de Jesucristo. En la homilía de la Misa antes del Cónclave habló de la amistad con Jesús: «Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos. ¿Gracias, Jesús, por tu amistad!». Desde ese centro vital, se comprende que la preocupación por la verdad no es fría, sino que, en el fondo, es una cuestión de amistad, de amor a Jesucristo y amor a la dignidad del Hombre. Así lo ha dicho en la misma homilía, al comentar la bella frase de San Pablo «hacer la verdad en la caridad», a la que considera fórmula fundamental de la vida cristiana, diciendo que «la caridad sin verdad sería ciega y la verdad sin caridad sería como un címbalo que retiñe». Intuyo que ésta va a ser también la fórmula fundamental de su Pontificado. Como buen trabajador nos va a ayudar a que la viña del Señor produzca el buen vino de la verdad evangélica y de la caridad cristiana. Y la calificación de la cosecha: excelente.

Los cristianos de La Rioja entendemos de estas cosas: de vino, de amor, de verdad. Por eso en este momento de la historia, contemplamos llenos de esperanza la viña de la Iglesia, la viña del Señor.

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