Me encanta Burgos. Parece que se ha apuntado a los jóvenes ;-)
Por Antonio BURGOS
COMO tantos padres, intentaba, y no siempre lo conseguía, conocer qué hacía su hijo en la calle los fines de semana, hasta las claras del día. Esos viernes y sábados de estar en vela, sin poder coger el sueño hasta que, ¡por fin!, a las tres, a las cuatro de la mañana, se oye el ascensor en el silencio de la noche y suena luego la llave en la cerradura y los pasos de quien abrió la puerta:
-Mari, menos mal: el niño está ya aquí...
Niño... Es un decir. Cómo será el niño de poco niño que ya tiene edad hasta para conducir esa amotillo que los trae a mal traer en estos fines de semana de insomnio y lexatín. Le dijeron:
-Si quieres, cuando tengas la edad para el carné de conducir te compramos un coche, pero del vespino no nos gusta nada...
-Si, total, aunque no me lo compréis me voy a montar en la moto de los amigos y va ser igual...
Al final acabaron comprándole la motito de los insomnios. Como de todas formas se la iba a terminar comprando la abuela...En esas largas noches esperando que suene una llave en la cerradura y no un teléfono desde la Guardia Civil de Tráfico, piensa en lo poco que conoce de su hijo. En lo poco que su hijo deja que le conozca. Apenas sabe quiénes son sus amigos.
-¿Con quién vas?
-Con Pablo...
-¿Y ese Pablo cómo se llama?
-¿Pues cómo se va a llamar? Pablo.
Los amigos de su hijo probablemente no tienen apellido, ni familia. No ha podido averiguar hasta ahora cómo se apellidan, de qué familias son:
-Jo, papá, ¡qué antigüedad de clasismo con las familias! Supongo que hasta querrás que dé un braguetazo con una niña rica potrica...
Por todos estos antecedentes se le cayó el mundo a los pies cuando le dijo su hijo:
-Papá, tengo que hablar contigo sobre lo que hemos decidido Pablo y yo...
No le hizo el menor comentario a su hijo, pero sobre un horizonte de parejas de hecho y de general pérdida de papeles éticos, en esta nación desnortada sin valores ni principios, para sus adentros pensó esa palabra que le sale del alma y que lo dice todo: «Ojú...».
-¿Sabes lo que hemos decidido Pablo y yo, papá?
-No sé, hijo...
-Pues salir del armario.
Se quedó callado, sin poder creerlo. Se acordó de un poema de Bécquer que estudió en el bachillerato: «Cuando me lo contaron sentí el frío/de una hoja de acero en las entrañas.» ¿Cómo a él, precisamente a él, que tanto se había preocupado por la educación de su hijo conforme a unos valores y a unos principios, podía ocurrirle aquello? La hoja de acero estuvo sólo unos instantes en sus entrañas. Su hijo, viéndole la cara, le dijo, con una sonrisa:
-No, papá, tranquilo, de eso que estás pensando, nada: nos molan las tías cantidad, más que a nadie, y las traemos de calle. El armario del que hemos decidido salir es otro. Es el armario de la cobardía, donde vemos que están metidos muchos amigos, acoquinados, sin atreverse a decir lo que piensan. Hemos decidido decir donde haga falta, y aunque nos llamen lo que quieran, que somos católicos, y de derechas, y que creemos que no hay derecho a lo que están haciendo con España y con la ética. Ah, y que nos encanta el Papa... No estamos dispuestos a estar ni un minuto más callados ni avergonzados de cuanto somos, y a mucha honra, mientras los demás no tienen vergüenza de restregarnos por la cara lo que son y lo que piensan...
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