lunes, diciembre 25, 2006

O admirabile commercium




O admirabile commercium:
Creator generis humani,
animatum corpus sumens,
de Virigine nasci dignatus est:
et procedens homo sine semine,
largitus est nobis suam deitatem.



martes, diciembre 19, 2006

miércoles, diciembre 13, 2006

Decálogo de La Calidad

Me lo ha enviado Nacho:

1. Trata de hacer todo bien, desde el principio hasta el final, cuidando los detalles.

2. Planea con tiempo cada uno de los procesos y actividades. Así se evitarán las improvisaciones que tanto daño hacen a la calidad.

3. Pon los cinco sentidos en lo que hace -atención y concentración-: requiere esfuerzo pero vale la pena por la calidad obtenida.

4. No te aceleres, declárale la guerra a las urgencias. Serenidad, calma, pero sin pausa.

5. Revisa las cosas dos veces. Ten una actitud permanente de autoevaluación de ti mismo y de todo lo que haces. No te conformes con la calidad obtenida.

6. Cuidando las cosas pequeñas, la calidad se convierte en excelencia: cada vez un poco mejor.

7. Ten ojos para ver lo que otros no ven: detalles que pueden ser mejorados. Detecta los problemas cuando son pequeños y soluciónalos en ese momento.

8. De nada sirve cuidar la calidad de vez en cuando, o en algunos procesos. La calidad es en todo y siempre.

9. Armonía en los detalles. Buen gusto. La calidad es bella y lo pequeño es hermoso.

10. Calidad en nuestro ser. Calidad en nuestras actividades. Calidad en las cosas.

sábado, diciembre 09, 2006

La Iglesia no puede callar

Por Jesús Higueras

Fue tarea de los profetas denunciar al pueblo y a los gobernantes los errores que pudieran cometer. Los profetas del Antiguo Testamento fueron tenidos por impostores y molestos. Los poderosos los ningunearon o intentaron quitarles de en medio. Así sucede también en nuestro tiempo cuando los obispos españoles, en comunión con el Santo Padre, avisan a todos los hombres de buena voluntad de la sociedad española que hay síntomas en nuestra convivencia que hacen prever un daño profundo al ser humano.

En estos días en los que se discute sobre la importancia de la religión en la sociedad, en la vida pública, en las escuelas, en las relaciones humanas y profesionales, algunas voces parecen querer quitar de en medio a toda costa esa voz de los obispos. Sin embargo, ellos realizan un servicio a la comunidad: son los que en nombre del Señor nos indican dónde está el camino verdadero. Es verdad que Dios puede ser un estorbo a veces, que frente a determinados planes o proyectos de poder o de control de las personas, la persona de Cristo ha sido una molestia grande. Sin embargo, no por ello la Iglesia tendrá que callar, porque es la misma voz de Dios la que dice al ser humano: «No te hagas daño. No te alejes de tu destino. Recuerda tu identidad».

Pretender construir una sociedad sin Dios, en la que el mensaje de Cristo quede oculto, es ficticio. La historia, maestra de la vida, ya nos ha enseñado que las sociedades que se construyen sin una referencia al Dios verdadero, acaban hundiéndose y son ellas mismas la causa de su propia ruina.
En estos momentos, en la vida social española hay elementos que preocupan. La salvación no vendrá de los políticos ni de los grandes planes económicos, sino de la reconstrucción moral de cada uno de los individuos, de que las conciencias humanas se purifiquen y de que reconozcan los propios errores, y trasladen ese afán de conversión a su ámbito familiar, profesional y social. Los cristianos tenemos que reconocer nuestros propios errores y vivir esa transformación. Tenemos que ser como faro luminoso que alumbre al resto. Solamente desde la verdad más íntima del hombre, se puede construir una sociedad que tenga un destino y una meta y si no, nos haremos cada día más insensibles. Ante la actitud de los pastores valientes que hablan a sus ovejas, no cabe más que gratitud y conversión por parte de la sociedad.

LA MISIÓN

jueves, diciembre 07, 2006

Akathistos

El Himno Akathistos (que literalmente significa «estando de pie», porque se canta en esta posición) es el himno mariano más famoso del Oriente cristiano y quizá de la Iglesia entera. Compuesto en griego, a finales del siglo V, es de autor desconocido. Su paternidad se ha atribuido a diversos personajes, pero no hay ninguna prueba concluyente, y quizá sea mejor así. Como dice un comentarista moderno, «está bien que el himno sea anónimo. Así el himno es de todos, porque es de la Iglesia». Efectivamente, desde principios del siglo VI la Iglesia bizantina lo incluyó en su liturgia como la expresión más alta del culto a la Santísima Virgen y lo canta en muchas ocasiones, de modo especialmente solemne en el sábado de la 5ª semana de Cuaresma.
La estructura métrica del texto original es de una perfección suma, difícil de verter a otras lenguas. Las veinticuatro estrofas que lo componen (unas más largas, otras más breves, alternativamente) se distribuyen por igual en dos partes: una evangélica y otra dogmática. La primera parte escenifica la narración evangélica en una serie de cuadros, que van desde la Anunciación al encuentro de María con el anciano Simeón en el Templo de Jerusalén. La segunda parte expone los principales artículos de la fe mariana de la Iglesia: perpetua virginidad, maternidad divina, mediación de gracia desde el Cielo.
El Himno Akathistos es común a todos los cristianos de rito bizantino, sean católicos u ortodoxos. Constituye, pues, un puente vetusto y solemne hacia la plena comunión entre la Iglesia de Oriente y de Occidente.


María en el Evangelio
(Himno Akathistos, I parte, estrofas 1-12)

1. El más excelso de los ángeles fue enviado desde el Cielo para
decir «Ave» a la Madre de Dios. Al transmitir su incorpóreo saludo,
viéndote hecho hombre en Ella, Señor, extasiado el ángel, de este
modo a la Madre aclamó:

Ave, por ti resplandecen los gozos,
Ave, por ti se disuelve el dolor,
Ave, rescate del llanto de Eva,
Ave, salud de Adán que cayó.

Ave, Tú cima sublime a humano intelecto,
Ave, Tú abismo insondable a mirada de ángel,
Ave, Tú llevas a Aquél que todo sostiene,
Ave, Tú eres la sede del trono real.

Ave, oh estrella que al Astro precedes,
Ave, morada del Dios que se encarna,
Ave, por ti se renueva el creado,
Ave, por ti se hace niño el Señor.

¡Ave, Virgen y Esposa!


2. Bien sabía María que era Virgen sagrada, y por eso respondió
a Gabriel: «Tu singular mensaje se muestra incomprensible a mi
alma, pues anuncias un parto de virginal seno, exclamando:
¡Aleluya!»

Aleluya, aleluya, aleluya!


3. Ansiaba la Virgen comprender el misterio, y preguntaba al
Mensajero divino: «¿Podrá mi seno virginal dar a luz un hijo?
¡Dímelo!». Y aquél, reverente, aclamándola, así respondió:

Ave, presagio de excelsos designios,
Ave, Tú prueba de arcano misterio,
Ave, prodigio primero de Cristo,
Ave, compendio de toda verdad.

Ave, oh escala celeste que baja el Eterno,
Ave, oh puente que llevas los hombres al Cielo,
Ave, de coros celestes cantado portento,
Ave, oh azote que ahuyenta a la horda infernal.

Ave, la Luz inefable has portado,
Ave, Tú el «modo» a nadie has contado,
Ave, la ciencia de sabios trasciendes,
Ave, Tú enciendes al fiel corazón.

¡Ave, Virgen y esposa!


4. La Virtud del Altísimo cubrió con su sombra e hizo Madre a la
Virgen que no conocía varón: aquel seno, hecho fecundo desde lo
Alto, se convirtió en campo ubérrimo para todos los que quieren
alcanzar la salvación, cantando de esta manera: ¡Aleluya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!


5. Con el Señor en su seno, presurosa, María subió a la
montaña y habló con Isabel. El pequeño Juan, en el vientre de su
madre, oyó el virginal saludo y exultó; saltando de gozo, cantaba a
la Madre de Dios:

Ave, sarmiento del más santo Brote,
Ave, renuevo de un Fruto sin mancha,
Ave, das vida al Autor de la vida,
Ave, cultivas a tu Agricultor.

Ave, Tú campo que muestras las más ricas gracias,
Ave, Tú mesa que ofreces los dones mejores,
Ave, un pronto refugio a los fieles preparas,
Ave, un pasto agradable Tú haces brotar.

Ave, Tú incienso agradable de súplicas,
Ave, del mundo suave perdón,
Ave, clemencia de Dios con el hombre,
Ave, confianza del hombre con Dios.

¡Ave, Virgen y Esposa!


6. Con el corazón turbado y encontrados pensamientos, el sabio
José se agitaba en la duda; admirándote intacta, sospecha
esponsales secretos, oh Inmaculada! Y cuando te supo Madre por
obra de Espíritu Santo, exclamó: ¡Aleluya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!

7. Los pastores oyeron los coros de los ángeles que cantaban a
Cristo, bajado entre nosotros. Corriendo a ver al Pastor, lo
contemplan como cordero inocente, que se nutre al pecho de la
Virgen, y cantan así:

Ave, Tú Madre del Pastor-Cordero,
Ave, recinto del rebaño fiel,
Ave, defensa de fieras malignas,
Ave, guardiana de la eternidad.

Ave, por ti con la tierra exultan los cielos,
Ave, por ti con los cielos se goza la tierra,
Ave, voz eres perenne de Apóstoles santos,
Ave, de Mártires fuertes invicto valor.

Ave, potente sustento de fe,
Ave, de gracia esplendente pendón,
Ave, por ti fue expoliado el infierno,
Ave, por ti nos vestimos de honor.

¡Ave, Virgen y Esposa!


8. Observando la estrella que guiaba al Eterno, los Magos
siguieron su fulgor. Fue luminaria segura para ir en busca del
Poderoso, del Señor. Y alcanzando al Dios inalcanzable, lo
aclaman felices: ¡Aleluya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!


9. Los Magos contemplaron en los brazos maternos al Sumo
Hacedor del hombre. Sabiendo que era el Señor, aunque bajo la
apariencia de siervo, premurosos le ofrecieron sus dones, diciendo
a la Madre bienaventurada:

Ave, oh Madre del Astro perenne,
Ave, aurora del místico día,
Ave, las fraguas de errores Tú apagas,
Ave, conduces con tu brillo a Dios.

Ave, al odioso tirano arrojaste del trono,
Ave, Tú a Cristo nos das, clemente Señor,
Ave, rescate Tú eres de ritos nefandos,
Ave, Tú eres quien salvas del cieno opresor.

Ave, Tú el culto del fuego destruyes,
Ave, Tú extingues la llama del vicio,
Ave, Tú enseñas la ciencia al creyente,
Ave, Tú gozo de todas las gentes.

¡Ave, Virgen y Esposa!


10. Pregoneros de Dios fueron los Magos en el camino de
vuelta. Cumplieron tu vaticinio y te predicaban, oh Cristo, a todos,
sin preocuparse de Herodes, el necio, que era incapaz de cantar:
¡Aleluya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!


11. Iluminando Egipto con el esplendor de la verdad, arrojaste
las tinieblas del error, porque los ídolos de entonces, Señor,
debilitados por la fuerza divina, cayeron. Y los hombres, salvados,
aclamaban a la Madre de Dios:

Ave, desquite del género humano,
Ave, derrota del reino infernal,
Ave, Tú aplastas mentiras y errores,
Ave, Tú muestras la gran falsedad.

Ave, Tú mar que devoras al gran Faraón,
Ave, Tú roca que manas el Agua de Vida,
Ave, columna de fuego que guías de noche,
Ave, refugio del mundo cual nube sin par.

Ave, dadora del maná celeste,
Ave, nodriza de los gozos santos,
Ave, Tú místico hogar prometido,
Ave, de leche y de miel manantial.

¡Ave, Virgen y Esposa!


12. El viejo e inspirado Simeón estaba a punto de dejar este
mundo engañoso. Fuiste dado a él como párvulo, pero en ti
reconoció al perfecto Señor; y estupefacto, admirando la divina
Sabiduría, exclamó: ¡Aleluya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!

martes, noviembre 21, 2006

La grandeza de la vida ordinaria

El mensaje del Opus Dei ayuda a descubrir a Dios. Él nos acompaña en el trabajo y en el descanso, en la familia y entre los amigos. Vea este vídeo, en el que personas de los cinco continentes narran cómo encuentran y tratan a Dios en su vida diaria.

domingo, noviembre 12, 2006

Ataques a las misiones

MOZAMBIQUE

El 6 de noviembre fueron asesinados en la región de Tete (Mozambique) el jesuita brasileño P. Waldyr dos Santos y la voluntaria portuguesa Idalina Neto, de la Asociación Laicos para el Desarrollo. Es el quinto ataque a una misión católica que se produce en la región de Tete en lo que va de año.

Niños de la calle o zabbaleen atendidos
por una misionera en un barrio de El Cairo

El jesuita brasileño de 69 años, P. Waldyr dos Santos, y la voluntaria de la asociación portuguesa “Laicos para el Desarrollo” Idalina Neto Gomes, de 30 años, fueron asesinados el 6 de noviembre, de madrugada, en Angonia, en la provincia mozambiqueña de Tete. Muy temprano por la mañana, un grupo de hombres armados entró en la residencia de los jesuitas sorprendiendo a los misioneros en sus habitaciones. Cuando los asaltantes pidieron dinero, el P. Waldyr dos Santos se resistió y, sin mediar palabra, los asaltantes dispararon contra él causándole la muerte e hiriendo a otros dos misioneros: el P. Mario de Almeida, también brasileño, y el Hno. José Araújo de Andrade, mozambiqueño de 76 años. Acto seguido, los bandidos se dieron a la fuga.

En la misión se encontraban también algunos voluntarios de la asociación portuguesa “Laicos para el Desarrollo”. Idalina Neto, una laica de esta asociación, intentó huir, momento en el que uno de los asaltantes la agredió con un cuchillo, causándole también la muerte. Cuando llegó la policía, los bandidos ya se habían ido llevándose dinero en metálico y uno de los vehículos de la comunidad.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos difundió un comunicado del P. Carlos Giovanni Salomão, superior regional de los Jesuitas en Mozambique, en el que afirma que “es justo aclarar que la muerte del P. Waldyr y de Idalina no se trató de ninguna manera de un ajuste de cuentas, como han dado a entender algunos medios de comunicación. Se trató de un acto brutal dirigido a intimidar y desestabilizar las instituciones religiosas en la provincia de Tete, y específicamente las obras que la Compañía de Jesús está desarrollando a favor de la población de Angonia, sobre todo en el terreno de la evangelización, de la educación, de la salud y de los proyectos sociales que se orientan al desarrollo y al bienestar de esa población que tanto ha sufrido”.

El P. Carlos Giovanni Salomão recuerda que “la Compañía de Jesús tiene una larga historia de comunión con la población del altiplano de Angonia, alternando momentos de profunda alegría con otros de profunda tristeza. Siempre nos hemos preocupado de conservar la fidelidad y el respeto por la cultura de la población local. Es justo afirmar que los cristianos siempre han reconocido y correspondido en todo momento a nuestras intervenciones”. “Así, añade el superior de los jesuitas, no nos dejaremos intimidar por un acto cobarde y violento”. Y solicita: “a todos que colaboren con el Gobierno de la República de Mozambique para detener esta oleada de violencia que devasta el país”.

Solamente en la provincia de Tete, se han producido este año cinco ataques contra casas e instituciones religiosas. Además de los jesuitas, han sido asaltados y atacados los misioneros combonianos y las Hermanas de San Vicente de Paúl, aunque en los ataques anteriores no se había tenido que lamentar ninguna muerte.

Para el P. Carlos, “hay una pregunta que preocupa a nuestros corazones y es el porqué de esta violencia contra los religiosos sólo en esta provincia”. El comunicado concluye con la esperanza de que “la sangre del P. Waldyr y de Idalina ayude a producir frutos espirituales que sólo Dios Padre puede hacer brotar con su inmensa generosidad y misericordia”.

EL DON DE LA EUCARISTÍA - Testimonio del año 155

Me parece importante que tengáis a mano, queridos lectores de la Hoja Diocesana “Pueblo de Dios”, el precioso testimonio que san Justino, mártir, nos da del desarrollo de la celebración Eucarística ya en el año 155 de nuestra era. Dice así:

“El día llamado del sol los cristianos, en el campo o en la ciudad, se reúnen en un mismo lugar. Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, siempre que el tiempo lo permita. Cuando el lector ha acabado de leer, el que preside toma la palabra exhortando a imitar esos hermosos relatos que se han leído. [El obispo o el sacerdote que presidía la celebración ya hacía en ese tiempo una homilía].

Después nos ponemos de pie y hacemos plegarias de intercesión por nosotros, por los demás, estén presentes o ausentes, para que lleguemos a ser santos en nuestra vida y fieles a los mandamientos del Señor, con el fin de obtener, de este modo, la vida eterna. Concluidas las oraciones nos damos le “beso de la paz”. [El abrazo o “beso” de paz existía ya en el año 155. Entre los ortodoxos se ha practica tal cual después de la plegaria universal, mientras que entre los católicos se practica justo antes de la comunión].

Posteriormente se lleva al que preside un poco de pan y una copa de vino mezclado con agua. Los toma en sus manos y dirige una plegaria de alabanza a Dios Padre, en nombre de su Hijo Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, y hace una gran plegaria de acción de gracias (llamada en griego eucharistian). [Se trata de la plegaria Eucarística que sigue al santus de la Misa y llega hasta la oración del Padre Nuestro].

Cuando el que preside ha terminado las oraciones y la plegaria de acción de gracias, todo el pueblo presente aclama a Dios diciendo: Amén. Cuando el que preside ha terminado la acción de gracias y el pueblo ha respondido, los diáconos distribuyen a todos los presentes el pan y el vino de la Eucaristía y lo llevan a los ausentes, a los enfermos.

Quienes son ricos y quieren, dan de sus bienes según su propio criterio. Lo que se recoge se entrega a quien preside la celebración para que lo haga llegar a los huérfanos y a las viudas, a los enfermos, a los que no tienen recursos para vivir, a los prisioneros, inmigrantes y, en una palabra, a quienes son pobres y necesitan ayuda”.

Y concluye san Justino diciendo: “Porque este pan y este vino han sido ‘eucaristificados’ llamamos a esta comida Eucaristía y nadie puede tomar parte de ella si no tiene nuestra fe, si no ha recibido el baño del bautismo para la remisión de los pecados y si no cumple los mandamientos del Señor”.

Hasta aquí el relato de san Justino describiendo cómo se desarrollaba la celebración de la santa Misa ya en el año 155. Las palabras de Jesús Haced esto en memoria mía, se han perpetuado a través de los siglos. La Eucaristía es también una celebración en la fidelidad al amor del Señor. Nadie es dueño de la Eucaristía, ni debe celebrarla cambiando lo que quiera. Es un don recibido. Ojalá sepamos participar en ella con la misma fe, la misma entrega y la misma preparación y disposición con la que han participado todos los santos a lo largo de los siglos.

Con mi afecto y bendición ,
+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

viernes, noviembre 10, 2006

Endiosamiento del deseo


Sobre la Ley de Identidad de Género

Monseñor Jose Ignacio Munilla

Esta semana ha sido aprobada en el Congreso de Diputados la “Ley de Identidad de Género”. El Gobierno español, en poco más de dos años, ha puesto en marcha una amplia batería de iniciativas contrarias a la propia naturaleza humana: cambio del concepto de matrimonio, adopción de niños por parejas homosexuales, desprotección del ser humano en su fase embrionaria, restricción en la práctica del derecho de los padres a educar a sus hijos… y, ahora, la Ley de Identidad de Género. Por lo visto, eso de que tengamos que ser hombres o mujeres por naturaleza, ahora se entiende como una imposición inadmisible, y en adelante el ciudadano podrá ejercer el derecho de elegir libremente su sexo.

Esta nueva ley resulta tan sorprendente y extraña para la mayor parte de la población, que posiblemente sea ignorada o reducida al comentario cómico e irónico. Sin embargo, nos equivocaríamos si no le prestásemos la debida atención. Esto, a pesar de las apariencias, no es ninguna broma, sino un paso más en la implacable puesta en práctica de la llamada “ideología de género”.

1.- ¿Mera respuesta a una demanda social o política activa? Las políticas liberales suelen autojustificarse con el argumento de que se limitan a dar un marco legal a las demandas sociales existentes. Pero la historia reciente del divorcio y el aborto nos ha enseñado más bien lo contrario:

En vísperas de la introducción de la ley del divorcio en España, en 1981, el entonces Ministro de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez, afirmó sin titubeos que “medio millón de parejas esperaban esa ley como agua de mayo para formalizar la ruptura de sus matrimonios”. Afortunadamente, cometió un pequeño error de cálculo. El número total de las parejas que solicitó el divorcio en los dos años posteriores a la aprobación de la ley, no llegó al 7% de sus pronósticos.

En 1985 se despenalizaba la “interrupción del embarazo”, con un argumento similar. Había que dar un marco legal a los 300.000 abortos anuales que se calculaban se estaban realizando en la clandestinidad. Sin embargo, al año siguiente de la despenalización se registraron tan solo 467 abortos legales.

Eso sí, a partir de ahí, el aborto y el divorcio no han hecho sino crecer en España, hasta superar los 80.000 abortos y las 87.000 demandas de divorcios del año pasado. Paradojas de la vida, aquellos datos ofrecidos a la opinión pública como estimaciones de una realidad falseada, acabaron siendo más bien vaticinios de la degradación moral que esas leyes iban a promover. Lo cual demuestra que las políticas familiares no se limitan a dar marco legal a las realidades sociales con las que se encuentran, sino que las generan activamente.

Pues bien, la historia se repite, y el número de parejas homosexuales que solicitan el matrimonio o de transexuales que vayan a inscribir en el Registro Civil su cambio de sexo, en el momento actual es insignificante. La ley actual, ¿da solución a un problema o, por el contrario, va a contribuir a que se genere?

2º.- ¿Esto nos afecta en la práctica? Muchos pueden pensar que estamos ante una iniciativa tan excéntrica, que difícilmente va a tener incidencia en nuestras vidas. Pero, por desgracia, la experiencia nos dice que se equivocan.

Una de las consecuencias más rápidas y notorias que tendrá la actual disposición (al igual que ha ocurrido con el llamado “matrimonio” homosexual), es que los contenidos de las asignaturas cursadas por los niños españoles serán revisados para adecuarse a la nueva legislación. Al niño se le instruirá en que, como ciudadano español, puede casarse indistintamente con un hombre o una mujer; y que, igualmente, puede aceptar la condición sexual con la que ha nacido o cambiarla, si no se siente a gusto con ella. La consecuencia será que el niño se connaturalice con unas propuestas totalmente extrañas a la educación que se le trasmite en el seno de la familia. En la práctica, será un gravísimo obstáculo para que los padres puedan hacer valer su derecho constitucional de educar a los hijos conforme a sus principios y convicciones.


3º.- Al fondo está el endiosamiento del “deseo”: El centro de nuestra cultura secularizada, no es otro que el endiosamiento de la propia voluntad. Más exactamente, habríamos de decir, del “deseo” (que no es lo mismo que la voluntad, a decir verdad). Uno ya no tiene el sexo que tiene, sino el que quiere. ¡La naturaleza no es quién para imponerle a nuestra sacrosanta libertad el sexo con el que nacemos! A partir de ahora seremos nosotros mismos los que “fabriquemos la realidad” a nuestra medida, cuando ésta no responda a nuestras expectativas. Ni que decir tiene que será totalmente rechazado cualquier intento de educar y adecuar nuestros sentimientos y deseos en conformidad a la naturaleza. ¡Esto sería percibido como la reedición de la inquisición en nuestros días! Llegamos así a la tentación diabólica de los orígenes de la humanidad: “Seréis como dioses, conocedores (determinadores) del bien y del mal” (Génesis 3,5).

Sin embargo, paradójicamente, lo único que el “endiosamiento del deseo” no es capaz de conseguir es la felicidad. Los teóricos de la “Ideología de Género” han ignorado la objetividad de la naturaleza humana, pretendiendo moldearla cual si de chicle o plastilina se tratase. Por el contrario, y aquí está la paradoja: sólo alcanzan la felicidad aquellos que aceptan la realidad y se adecuan a ella. “La Verdad es la que nos hace libres” (Jn 8, 32), no nuestro deseo.
.

jueves, octubre 19, 2006

Isabel la Católica, humanista integral

El papel evangelizador de Isabel la Católica en América, a debate en Toledo

El Deán de la catedral Primada de Toledo, don Santiago Calvo, escribe acerca de la conferencia que el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo y Primado de América, pronunció sobre Isabel la católica y la Isla Hispaniola, el pasado día 11, en la iglesia de San Juan de los Reyes, de Toledo

La Comisión pro Beatificación de la Reina Isabel la Católica, del Arzobispado de Valladolid, ha celebrado un acto en el que se resaltó la influencia que la figura de Isabel la Católica ejerció en América. El acto comenzó con una Misa presidida por el cardenal arzobispo de Toledo y Primado de España, don Antonio Cañizares, y concelebrada por el cardenal de Santo Domingo y el arzobispo de Valladolid. Durante su homilía, el cardenal Cañizares se refirió a la fiesta de la Virgen del Pilar, e insistió en la necesidad de promover en la España de hoy la vida religiosa y los valores cristianos.

El cardenal arzobispo de Santo Domingo y Primado de América, don Nicolás de Jesús López Rodríguez, resaltó durante la posterior conferencia, Isabel la Católica y la Isla Hispaniola , que «a Isabel la Católica no se le puede dirigir la crítica más leve, porque todo lleva en ella, al menos en lo que se refiere a las proyecciones de su genio sobre el destino de América, la perfección propia de las cosas superiores», y por lo tanto «todo americano tiene que ponerse espiritualmente de rodillas para pronunciar el nombre de esta Reina excelsa, que fue para los indios, en los días críticos de la conquista, una especie de divinidad bienhechora».
En su conferencia el cardenal López Rodríguez expuso los pasos seguidos durante la conquista, población y evangelización de la Hispaniola (La Española); isla compartida hoy por Haití y Santo Domingo, y que en su día fue el primer punto de América al que llegó Cristóbal Colón. Además, manifestó cómo el objetivo primordial de la Reina Católica fue que la presencia de España en el Nuevo Mundo descubierto debía ser llevar a los habitantes que allí había el Evangelio y hacerles cristianos.
Durante el transcurso de la conferencia se resaltó también la especial preocupación de la Reina Católica por que los habitantes de aquellas tierras fuesen respetados como lo eran los españoles; lo que significó que no permitió que se les convirtiera en esclavos, y obligó a que se devolviera la libertad a quienes habían sido reducidos a esclavitud, y fueran devueltos a sus lugares de origen quienes a España habían sido traídos como esclavos.

Labor evangelizadora

También se recordó la labor evangelizadora que la Reina realizó al ordenar que, junto a cada convento, se estableciera una escuela; al seleccionar las Órdenes religiosas que podrían ir a misionar; y al escoger a las que ya habían sido reformadas -franciscanos, dominicos, mercenarios y agustinos-, ordenando además que los misioneros que de estas Órdenes fuesen enviados, además de que existiese constancia de su virtud y que poseyesen suficiente preparación intelectual, fuesen jóvenes, pero no en demasía, para poder afrontar la dureza de vida que en el Nuevo Mundo les esperaba.
El cardenal López Rodríguez afirmó también que Isabel la Católica se propuso y consiguió, un año después de la reforma tridentina, la reforma del clero y Órdenes religiosas en España, que sería clave para la evangelización del continente americano. Por último, para que quedara establecida la Iglesia de una manera más firme y oficial, solicitó y logró que el Papa erigiera, en el año 1504, tres diócesis en la Española: la archidiócesis de Yagüate y las diócesis de Maguá y Bainoa.

El cardenal arzobispo de Santo Domingo finalizó su exposición destacando que, «de ponerle hoy una etiqueta moderna al quehacer político y económico de Isabel la Católica en la aventura americana de España hasta su muerte, ésta sería la de humanismo integral, por su seria preocupación por el ser humano. Un humanismo que exigía que el mundo económico y político estuviese subordinado al ser humano y no viceversa. Éste es uno de sus mayores timbres de gloria».

Santiago Calvo Valencia

jueves, octubre 12, 2006

Sierra de Luna


El Ebro guarda silencio
al pasar por el Pilar,
la Vigen está dormida
dormida, dormida,
no la quiere despertar.

Un carretero que viene
cantando por el ramal,
lleva en el toldo pintada,
pintada, pintada,
una Virgen del Pilar.

Contigo de cinco villas
viene se Sierra de Luna,
y en los collerones lleva
campanas, campanas,
campanas las cinco mulas.

Besos de nieve y de cumbre
lleva el aire del Moncayo,
y las mulas van haciendo,
heridas, heridas,
heridas al empedrado.

Cruzando el puente de piedra
se oye un brava canción,
en las torres las campanas,
campanas, campanas,
están tocando a oración.

Dos besos traigo en los labios
pa' mi Virgen del Pilar,
uno me lo dió mi madre,
mi madre, mi madre,
el otro mi soledad.

El perro del carretero
juega con la mula torda,
y es que saben que han llegado,
llegado, llegado,
ya han llegado a Zaragoza.

El Ebro guarda silencio,
al pasar por el Pilar,
la Vigen está dormida
dormida, dormida
no la quiere despertar

Ntra Señora del Pilar

Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza. Por siempre sea bendita y alabada.


HIMNO

Virgen Santa, Madre mía.
Luz hermosa, claro día.
Que la tierra aragonesa
Te dignaste visitar,
Este pueblo que te adora,
De tu amor favor implora,
Y te aclama y te bendice
Abrazada a tu Pilar.
Pilar sagrado
Faro esplendente,
Rico presente
De caridad,
Pilar bendito
Trono de gloria.
Tú a la victoria
Nos llevarás.
Cantad, cantad
Himnos de honor y alabanza
A la Virgen del Pilar.

sábado, octubre 07, 2006

Todas las religiones no son iguales


Ya ha pasado el tiempo suficiente desde la polémica surgida en torno al discurso del Papa en Ratisbona (Alemania), como para extraer algunas conclusiones y hacer algunas aplicaciones. ¿Cometió el Papa un error? ¿Acaso el diálogo interreligioso debe limitarse a los gestos diplomáticos, hasta el punto de renunciar al juicio sobre la veracidad y la bondad de las religiones?

+ Diálogo interreligioso y relativismo: No sería correcto confundir el diálogo interreligioso propugnado por la Iglesia Católica con el relativismo tan extendido en nuestra cultura, el cual viene a presuponer, poco más o menos, que todas las religiones son iguales. Es cierto que todas las religiones son respetables, tienen elementos positivos y que debemos trabajar conjuntamente por la mutua comprensión y colaboración en favor de un orden mundial justo y pacífico. Pero eso no supone que el hombre creyente haya dejado de tener el derecho y hasta el deber de seguir la religión que en su conciencia ha conocido como “suprema verdad”.
Recuerdo que una de las mayores tonterías que he escuchado en TV, fue la de un conocido director de programas de debate cultural-esotérico-filosófico, quien se declaró públicamente como “ferviente cristiano, budista convencido, fiel musulmán, y judío apasionado…”

+ Cristianismo, Islam, violencia y razón: La doctrina de Jesucristo sobre la violencia es muy clara: “Guarda tu espada, Pedro, porque quien a espada mata, a espada muere”. A Juan Pablo II y a todos aquellos católicos que buscan limpiamente la verdad, no les han dolido prendas a la hora de pedir perdón por los momentos históricos en los que nuestros hermanos en la fe incumplieron el mensaje de Cristo.
El caso del Islam, sin embargo, es distinto. En el Corán se presenta el Islam como religión de paz, al mismo tiempo que en otros pasajes se recuerda el deber del musulmán de acudir al llamado de la guerra santa. Mahoma mismo, al contrario que Jesucristo, practicó la guerra como medio de extensión del Islam.
Uno de los problemas de fondo que diferencia al Islam del Cristianismo es la relación fe-razón. El Islam exalta la trascendencia de Dios hasta el límite, de forma que lo sobrenatural podría llegar a ser irracional. El Cristianismo entiende que aunque la fe trascienda la razón (es suprarracional), no puede llegar a ser nunca irracional. Fe y razón no pueden ser nunca incompatibles para el Cristianismo, al contrario que para el Islam.

+ Cristianismo, reencarnación y justicia social: La creencia en la reencarnación conlleva como consecuencia una religiosidad desencarnada y desentendida de la justicia social. Es muy difícil que partiendo de esa creencia pueda superarse la tentación de reducir la religión a un intimismo desconectado de la realidad, a la que se considera como un disfraz del que estamos llamados a desprendernos. Mientras que la fe cristiana en la “resurrección de nuestros cuerpos” implica que todo lo material interesa e implica el Reino de Dios, la fe en la reencarnación desemboca en un dualismo alienante, que divide e incomunica el mundo material y el espiritual.

En resumen: el pensamiento políticamente correcto y secularizado de nuestros días pretende fundar el diálogo interreligioso en el simple arte de la diplomacia. Es una pretensión del todo inconsistente. El diálogo supone también unas certezas de partida, además de la debida libertad en el uso de la razón para poder expresarlas.

Monseñor Munilla

sábado, septiembre 30, 2006

Acuerdo para la financiación



¡Las cosas de Dios no tienen precio, pero su predicación tiene unos costes! No tenemos que ruborizarnos de decirlo o de escucharlo. La verdadera religiosidad se preocupa también de las cuestiones materiales que están implicadas en las espirituales. La tarea que Jesús encomendó a su Iglesia nos obliga a ejercer de Marta y María al mismo tiempo (cfr Lc 10, 39ss); si bien es verdad que debemos supeditar los agobios y preocupaciones materiales de Marta a la vocación radical de su hermana, como oyentes fieles de la Palabra de Cristo.

Pues bien, después de muchos tiras y aflojas, nos felicitamos por el acuerdo de financiación al que han llegado la Conferencia Episcopal Española y el Gobierno. Lo sustancial del acuerdo se resume en dos cuestiones: En la Declaración de la Renta se ofrecerá la posibilidad de que el ciudadano destine el 0,7% de sus impuestos a la Iglesia Católica; y el Estado dejará de compensar a la Iglesia con una cantidad fija a cargo de los presupuestos del Estado. Las razones para estar satisfechos son varias:

1.- Quitarnos de encima un injusto “san benito” que ha hecho daño a la imagen de la Iglesia: El dinero compensatorio que el Estado ha pasado anualmente a la Iglesia ha sido ocasión de que la Iglesia Católica recibiese acusaciones de vivir de la sopa boba y de resultar una carga para el Estado. ¡Nada más lejos de la realidad! Según los cálculos más humildes, la Iglesia Católica le ahorra al Estado anualmente unos 7.867.500.202 € (el 1 por ciento del PIB); es decir, el 5.580 % más de lo que ha recibido como asignación del estado. Estos datos resultan de cuantificar lo que el Estado se ahorra por cada alumno escolarizado en un colegio religioso concertado, sumando al ahorro por enfermo atendido en hospitales católicos, por los servicios sociales sostenidos por CARITAS, etc…

2.- Testimonio de fe y amor hacia Cristo, nuestro gran TESORO: Si de verdad somos conscientes de los dones que Dios ha puesto en menos de la Iglesia, nos costará muy poco asumir los costes de la Evangelización. ¡Quien algo quiere, algo le cuesta! La autofinanciación es un signo de la fe de los fieles católicos, un testimonio dado en medio de una sociedad española en la que es demasiado frecuente vivir del dinero público. Mucho se ha hablado de la Iglesia en los últimos años; pero, en España, ¿acaso se autofinancian los partidos políticos, los sindicatos, los clubs de fútbol, etc.?

3.- Reto de concienciación de nuestros fieles: A partir de ahora “la pelota está en nuestro tejado”, y es momento de que nos tomemos más en serio la campaña de concienciación de los católicos en materia de autofinanciación. Habremos de estar atentos a las dificultades prácticas; como es el hecho de que son muchos los católicos que no hacen la declaración de la Renta, o que la hacen a través de gestorías, bancos, etc. (los cuales raramente preguntan al interesado si desea poner la “x” en la casilla de la Iglesia). Pero sobre todo, nuestra principal preocupación habrá de ser la de hacer virtud de la circunstancia presente, reafirmando nuestra militancia cristiana.

4.- Buscando el bien del hombre: No debemos permitir que el acuerdo de financiación que Iglesia y Estado han alcanzado, sea una pantalla para olvidar otros problemas más importantes. Quiero decir con esto que, hubiésemos preferido un acuerdo en el tema de la asignatura de religión, que en el tema de la financiación. No olvidemos que el fin de la Iglesia no es “financiarse” sino servir a Dios buscando el bien del hombre.

+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de Palencia

miércoles, septiembre 20, 2006

Durante mi estancia en Pamplona he descubierto que la ciencia adquiere su sentido más pleno con la fe”

- Guanghua Yang, investigador chino del CIMA de la Universidad de Navarra, recibió el bautismo el 12 de septiembre


De izquierda a derecha, Cheng Qian (padrino), Guanghua Yang y José Alviar (sacerdote). Foto: Manuel Castells

“Cuando llegué a Pamplona para comenzar el doctorado no profesaba ninguna religión, sólo pensaba en trabajar y ser el mejor en mi especialidad. Aquí he comprendido que esto no es suficiente y que la ciencia adquiere su sentido más pleno con la fe”, explica Guanghua Yang.

Este investigador chino de la provincia de Anhui llegó en 2002 al área de Terapia Génica y Hepatología del Centro de Investigación Médica Aplicada de la Universidad de Navarra para realizar el doctorado. Con 26 años, y tras finalizar su estancia en el CIMA, decidió celebrar su bautismo el 12 de septiembre, ocho días después de la defensa de su tesis. “Donde vivía en China los niños no reciben educación religiosa. Ha sido aquí, gracias a la ayuda de mis amigos católicos, con quienes he mantenido charlas muy interesantes, cuando he comprendido que nuestra existencia va mucho más allá de lo meramente material”, aclara el científico.

En este sentido, afirma que su personalidad ya no es la misma desde que tomó contacto con la fe cristiana: “Mi abuelo murió de cáncer. Este hecho traumático me llevó a dedicarme a la investigación sobre esta enfermedad, para lo que vine a Pamplona tras graduarme en la Shanghai Fisheries University, en China”. Recuerda que su objetivo entonces consistía sólo en ser el número uno, de modo que trabajaba horas y horas sin descanso “hasta que mis compañeros del CIMA me enseñaron que un ambiente laboral exigente y humano era posible”.

Terminar con el cáncer de hígado

Guanghua Yang investiga en el área de Terapia Génica y Hepatología. Foto: Manuel Castells

La base de su tesis doctoral, defendida el pasado 4 de septiembre, consiste en la síntesis de una molécula o vector viral que mejora los actuales tratamientos contra el cáncer de hígado al facilitar el transporte, al interior del cuerpo humano, de proteínas anticancerígenas. “En un curso que realicé en París en 2004 supe que sólo 15 personas en el mundo trabajamos con esta técnica, y yo soy el único chino”, apunta. “Precisamente en mi país, miles de personas mueren al año por esta causa y ahora mi postura católica me empuja a regresar allí para tratar de luchar contra ella”.

De este modo, dos días después de su bautismo se marchará a la ciudad de Shanghai, donde empezará el posdoctorado en la misma especialidad. También allí podrá cuidar a sus padres, que residen cerca. “Antes no le daba tanta importancia a la familia, ni a la relación con los demás”. La religión le ha hecho entender, según explica, la importancia de dar y recibir. Por eso le gustaría exportar a su país las pautas de trabajo de la Universidad de Navarra, “donde se dispone de medios, se contagia la alegría de hacer lo que nos gusta y se obtienen resultados”, concluye.



Centro de Investigación Médica Aplicada

martes, agosto 29, 2006

Ayer me trajeron turrón de Perú

Creo que la historia es ésta. Muy rico.
EL TURRÓN DE DOÑA PEPA
La tradición de este dulce limeño comienza con la llegada a Lima, para asistir a la procesión, de una fina dama morena, una verdadera flor de la canela, llamada Josefa Marmanillo, esclava en el valle de Cañete. Doña "Pepa" venía a visitar al Señor de los Milagros, tenía que agradecerle, porque le había curado su cuerpo y su alma, por lo tanto era una cuestión de honor y eso sí es sagrado entre los negros.

Durante el viaje estuvo ensayando su discurso, pero todo intento de hilvanar ideas fracasaba, el mensaje le parecía pobre, insulso, ella realmente nunca había podido expresar bien sus sentimientos, ¡Qué diría el señor de esa negra malagradecida!

Cuando llegó a las cercanías del barrio de Pachacamilla, de donde saldría la imagen, se encontró con un multicolor barullo y un enjambre de personajes que la dejaron estupefacta. La recibió el distraído murmullo de las cuadrillas de cargadores con sus hábitos morados. Luego llamó su atención unas coloridas mixtureras llevando sobre sus cabezas grandes azafates de flores y primorosas frutas de mazapán, membrillos acaramelados y pastillas de canela y azúcar, más allá estaban las sahumadoras, con sus ostentosos pebeteros de plata labrada, eran lindas negritas, muy jóvenes, peinadas con diminutas trenzas, representando a sus “amitas”, que competían al presentar los exóticos inciensos que inundaban el lugar de un misterioso aroma de plegaria.

Muy cerca de las andas del Cristo Moreno un grupo de señoras que formaban el coro, cantaban un sentido himno... Señor de los Milagros... a ti venimos a honrarte, tus fieles que te amamos, venimos a implorar tu bendición... mientras que una gran banda de músicos uniformados las acompañaba.

También eran protagonistas de esta fiesta los veleros, que ofrecían a viva voz unos pequeños candiles, primorosamente adornados, ¡Claro, el Señor tenía que estar bien iluminado! A su costado, los faroleros portaban grandes luminarias para asegurase que en las cercanías del anda brillara siempre la luz de la fe. Ocupaban un sitio especial los penitentes, que se imponían discretamente la tarea de pedir limosna en plena procesión para mantener el culto, pero lo que más llamó la atención de la atónita Josefa fueron las vivanderas, que durante todo el recorrido de la procesión y en las calles aledañas ofrecían con alegres gritos, olluquito, cau cau, causa, escabeche, cebiche, choclos, butifarras, anticuchos, choncholíes, picarones con miel, mazamorra morada, emoliente...
Josefa, absorta, deslumbrada, se vio envuelta en ese torbellino de sensaciones, aromas y sabores y una explosión de fe en su interior le indicó claramente como tenía que agradecer al Señor. Quién, sino ella, sabía hacer el más delicioso de todos los turrones, el más criollo de todos los dulces, sin lugar a dudas era el suyo, era su turrón.

En la próxima salida del Señor, Josefa ya estaba apostada en una esquina con una tabla especialmente acondicionada y a su paso alzó el turrón con sus dos manos y se lo ofreció al Señor, con fe, con amor, con agradecimiento, multicolor, suave, criollo. Cuando regresó a Cañete, Josefa contaba que el Cristo había vuelto la cabeza y con una gran sonrisa le había agradecido y bendecido el presente.

Josefa se propuso venir todos los años a ofrecer su dulce en la Fiesta del Señor de los Milagros, luego fue su hija y la hija de ésta y así sucesivamente, hasta nuestros días, en que el Turrón de Doña Pepa, preside, desde hace trescientos años, las expresiones gastronómicas de la muy devota Procesión del Señor de Los Milagros.


Josefa, absorta, deslumbrada, se vio envuelta en ese torbellino de sensaciones, aromas y sabores y una explosión de fe en su interior le indicó claramente como tenía que agradecer al Señor. Quién, sino ella, sabía hacer el más delicioso de todos los turrones, el más criollo de todos los dulces, sin lugar a dudas era el suyo, era su turrón.

En la próxima salida del Señor, Josefa ya estaba apostada en una esquina con una tabla especialmente acondicionada y a su paso alzó el turrón con sus dos manos y se lo ofreció al Señor, con fe, con amor, con agradecimiento, multicolor, suave, criollo. Cuando regresó a Cañete, Josefa contaba que el Cristo había vuelto la cabeza y con una gran sonrisa le había agradecido y bendecido el presente.

Josefa se propuso venir todos los años a ofrecer su dulce en la Fiesta del Señor de los Milagros, luego fue su hija y la hija de ésta y así sucesivamente, hasta nuestros días, en que el Turrón de Doña Pepa, preside, desde hace trescientos años, las expresiones gastronómicas de la muy devota Procesión del Señor de Los Milagros.

miércoles, agosto 16, 2006

Agranda la puerta...

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.
Unamuno

domingo, agosto 13, 2006

Eres tú



Como una promesa eres tú, eres tú,
como una mañana de verano,
como una
sonrisa eres tú, eres tú,
así, así eres tú.

Toda mi esperanza
eres
tú, eres tú,
como lluvia fresca en mis manos,
como fuerte brisa
eres tú,
eres tú,
así, así eres tú.

Eres tú como el agua de mi
fuente,
eres tú el fuego de mi hogar,
algo así eres tú,
algo así
como el
fuego de mi hogera
algo así eres tú,
mi vida, algo así eres


Como un poema eres tú, eres tú,
como una guitarra en la noche,
todo mi horizonte eres tú, eres tú,
así, así eres tú.

Eres tú
como el agua de mi fuente,
eres tú el fuego de mi hogar,
eres tú
como el
fuego de hoguera
eres tú el fuego de mi hogar. (bis)

lunes, agosto 07, 2006

Cien mil cristianos en las prisiones de Corea

¿¿quién dijo que no había cristianos corajudos? de La razón digital

Según la ONU, el régimen comunista continúa sometiendo a los fieles a trabajos forzados, torturas, hambre y ejecuciones

Sara Martín


Madrid- Corea del Norte se ha convertido, por méritos propios, en el nuevo Auschwitz para los creyentes. Los motivos los explicó a finales de junio la alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que denunció que alrededor de cien mil cristianos se encuentran en la actualidad encarcelados en campos de trabajos forzados del país comunista, «sometidos al hambre, las torturas y las ejecuciones». Y no sólo eso: según asegura una nota hecha pública por las Obras Misionales Pontificias (OMP), «tanto ex funcionarios como prisioneros que han logrado escapar afirman que, en estas prisiones, los cristianos sufren peor trato que los que han cometido graves delitos».

Pero la alarma no queda aquí. Desde que en 1953 se instaurara el régimen comunista en Corea del Norte, más de 300.000 cristianos han desaparecido y apenas quedan sacerdotes. Tampoco se tienen noticias del monseñor Francis Hong Yong-ho, último obispo de la cápital de Corea de Norte, Pyongyang, ni de los cincuenta sacerdotes que estaban censados en su diócesis en 1962, fecha en la que se perdió el rastro de todos ellos.

Control estalinista. Según el Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo que cada año presenta el Departamento de Estado Americano, la situación de Corea del Norte es definida como «un régimen estalinista donde la libertad religiosa no existe y que pudiera tener el número más alto en el mundo de presos a causa de la religión». Y es que en Corea del Norte no está permitida ninguna presencia religiosa, ya sea budista o cristiana, ni tampoco cualquier práctica de actividad misionera. El único culto posible es el tributado a Kim Jong-il, comandante supremo del ejército y jefe de Estado. Cualquier organización religiosa o social debe inscribirse y ser controlada por el Partido Comunista porque, de lo contrario, se exponen a ser perseguidos y castigados con penas severas.

Copiando a China. Pero el «agujero negro» informativo en Corea del Norte provoca, además, otro problema: nadie sabe a ciencia cierta el número de bautizados en el país, aunque la asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) estima que más de 500.000 ciudadanos se declaran cristianos, lo que supone un escaso dos por ciento de la población total, mayoritariamente agnóstica «por obligación». Cierto es, según señala la agencia de noticias Fides, que la «Iglesia Patriótica» norcoreana -creada en 1989 a imagen y semejanza de su homóloga china- ha significado un tímido refortalecimiento de la Iglesia católica, aunque sea controlada, como no podía ser de otra manera, a través del Partido Comunista. Según el Gobierno del dictador Jong-il, unos cuatro mil ciudadanos podrían haberse inscrito en la llamada «Asociación Católica de Corea del Norte».

Y por si los problemas del país comunista fueran pocos, en 1995 se vio obligado a reabrir sus fronteras y permitir la entrada de organizaciones humanitarias: la crisis alimentaria amenazaba entonces -y aún hoy- con acabar con la vida de millones de personas. Cáritas fue la única ONG católica a la que se le permitió trabajar en Corea del Norte, y desde entonces ha ofrecido ayudas por más de veintisiete millones de dólares en alimentos, atención a huérfanos, mujeres, ancianos o proyectos sanitarios. Aun así, el nivel de desnutrición -especialmente en los niños-, sigue siendo extremadamente alto y, sin ir más lejos, el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas alertó en 2005 de que más de seis millones de personas podían morir en el país si no se intervenía con ayudas humanitarias masivas urgentes.

domingo, agosto 06, 2006

La Batalla de la Vida - Reportaje en contra del aborto y a favor de la vida

¿Te gustaría conocer qué ocurre detrás del oscuro mundo del aborto?
En este documental se trata de investigar qué ocurre detrás de este mal social: la soledad de la mujer que se queda embarazada sin esperarlo o desearlo, el síndrome postaborto, cuando comienza la vida, los intereses internacionales para promover el aborto, etc. En el documental han participado especialistas de la plataforma hazteoir.org, la Dra. Victoria Uroz, Secretaria de la Asociación de Víctimas del Aborto (AVA), el Dr Jesús Poveda, profesor de Psicología Médica de la Universidad Autónoma de Madrid Y Presidente de Provida España, María Echanove, probablemente la mayor 'rescatadora' de abortos de España, Javier Paredes, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Alcalá de Henares y Víctor Lozano, Presidente de la Asociación de Juristas Tomás Moro, entre otros.

sábado, agosto 05, 2006

Los Mártires Misioneros de Barbastro

Sangre Inocente
Los Mártires Misioneros de Barbastro

Gabriel Campo Villegas

El día 1 de julio de 1936 llegaban a Barbastro por ferrocarril treinta seminaristas mayores de los Misioneros a estudiar el último curso de Teología moral. Venían de Cervera (Lleida), de la que había sido Universidad catalana, cuyo edificio usufructuaban



Imagen tomada en el Seminario de Cervera en los años treinta

Eran muy jóvenes, veintidós, veintitrés, veinticuatro años, demasiado jóvenes para presentir -tan cercano- el aliento helado de la muerte. Mozarrones de buen ver, que imponían por su silencio, su gravedad precoz, su autodominio. Ni una sola mirada a los balcones, en la tarde clara, a las chicas, a la gente; sólo hacia la calle Monzón, donde se erigía la Iglesia del Corazón de María.

Habían oído decir que el Colegio de los Misioneros de Barbastro «era el lugar más seguro de la provincia» en aquellos días broncos de las dos Españas.

Cervera, en cambio, era un polvorín. Sectores extremistas de la población y «de fuera» habían querido «echar a los misioneros de la gloriosa Universidad», instalar un instituto laico en su ala oriental -la llamada Torre del Canciller- y en la huerta; habían acudido, a falta de razones jurídicas, a las amenazas, al descrédito y a la calumnia.

Los resultados de las elecciones de febrero de 1936 Y sus secuelas de hostigamiento a la religión católica, sus zarpazos anticlericales, la quema de conventos -siempre anónima, siempre impune- habían llevado a los superiores de los Misioneros Claretianos a pensar seriamente en el Principado de Andorra, donde toda aquella juventud claretiana podría estar a salvo de cualquier salvajada.

De todos modos, y mientras se buscaba una solución de emergencia, pareció lo mejor adelantar la salida de Cervera de aquellos treinta seminaristas, al borde ya de su ordenación sacerdotal.

Urgía además el problema legal del servicio militar. Veintiuno de ellos, los más jóvenes, podrían acogerse a la reducción de su tiempo de permanencia en filas si al presentarse demostraban «haber aprendido previamente la instrucción teórica Y práctica del recluta», como decían las ordenanzas militares(1).

En Barbastro, como en otras ciudades estratégicas, funcionaba un servicio de adiestramiento previo, para el que se brindaban militares retirados. En cuanto comenzaron con las prácticas se desataron los rumores y calumnias: «los claretianos tienen armas y se están preparando».


Fachada de los Misioneros en los años treinta.

Seminaristas, o sacerdotes jóvenes, recién ordenados, se acogían a la legislación vigente para abreviar en cuatro meses su servicio castrense. No era precisamente su «vocación» la de servir a las armas, ni estar en el ambiente cuartelario. El 8 de julio de 1936, unas semanas antes de la detención y del martirio, él seminarista Agustín Viela, le escribía a su madre Ambrosia Ezcurdia:

«Querida madre: Un saludo lo primero desde estas tierras aragonesas. Estamos ya en Barbastro. ¿Y cuál es la causa de haber venido tan aprisa a Barbastro? Sabíamos nosotros que los que de mi curso tienen que ir al servicio militar vendrían pronto para poder aprender la instrucción en particular. El lunes comenzaron ya los quintos la instrucción militar bajo la dirección de militares retirados. Esta es la causa primera de haber venido tan pronto este año a Barbastro. Quizá habrá influido algo la situación de la casa de Cervera, pues con el cambio de ayuntamiento comenzaron los líos serios y fuertes para echarnos de allí. Por eso quizá los Superiores creyeron conveniente disminuir el número de individuos de aquella casa y así nos marchamos pronto los que nos tocaba salir este verano. Lo que Vd. me pregunta acerca de las dos casas que nos han quemado no es del todo exacto, como dice. En esta provincia que nosotros llamamos de Cataluña, solamente quemaron los muebles de la casa e iglesia de Requena (Valencia) y nos han hecho salir, cerrando la casa y el colegio externo, de Játiva (Valencia). En la provincia de Castilla y más aún en las de Andalucía nos han perjudicado mucho más. Aquí estos de Barbastro creo que no son muy atrevidos ni arrojados, además como hay ejército y los jefes son muy buenos, creo que no se atreverán a molestarlos...».

El día 20 de julio de 1936 medio centenar de anarquistas o escopeteros irrumpieron en la portería de los Misioneros. Querían registrar el caserón, ver si había armas escondidas. Al frente de ellos iba un hombre moderado, Eugenio Sopena, de gran prestigio entre los ácratas. La razón de las sospechas y del registro, y de la detención incluso de los religiosos/ eran las calumnias que circulaban sobre la hipocresía moral de los clérigos, y su peligrosidad. Se corría que los conventos eran verdaderas fortalezas, con resortes misteriosos, pozos siniestros, portones que saltarían en mil pedazos o se hundirían con todos sus enemigos. Todo era pura propaganda.


Eugenio Sopena, anarquista de gran prestigio
en Barbastro, secretario del Comité antifascista.

Durante el registro, y por orden del Superior, Felipe de Jesús Munárriz, toda la comunidad bajó a la luneta, un patio interior donde se solía jugar a pelota vasca en tiempo de recreo, o pasear. Eran 60 religiosos, de los que 39 estaban acabando los estudios teológicos; dos de ellos argentinos, Hall y Parussini; nueve sacerdotes y doce hermanos coadjutores. Sólo faltaban dos: un seminarista, Jaime Falgarona, que estaba en cama con alta fiebre, y el anciano hermano Joaquín Muñoz, de 84 años, casi imposibilitado para bajar las escaleras.


Fotografía de la Comunidad de Zaragoza, vemos sentado
al Supeior Felipe de Jesús Munárriz.

Dos carabineros, bajo las órdenes del Comité, cachearon a todos, puestos en filas. Se registró toda la casa, varias veces: los tejados, la iglesia, hasta la caja de un viejo reloj de pared. Nada. Aquella comunidad era pacífica, estudiosa, austera, «pobre», de un idealismo cristiano a toda prueba. Su lema, como el de San Benito: «Ora et labora». Trabajaban, estudiaban hasta en el verano, y oraban. Los anarquistas estaban desconcertados.

-Tienen que tener armas. Todo el mundo las tiene. ¿Dónde las esconden?

-Aquí no hay armas, ni política - les dijo el Superior. Somos religiosos y tenemos prohibido pertenecer a ningún partido por nuestras constituciones.

Pero sucedió lo que tantas veces: poco tiempo después de los guardias y escopeteros fue entrando en la casa una muchedumbre curiosa y agresiva que invadió los claustros, la iglesia, y exigía la matanza inmediata de todos aquellos «cuervos». Una mujer de mal corazón escondió entre los ornamentos sagrados, que ya habían sido requisados, una gran navaja, para acusar luego a los religiosos. Un miliciano que se dio cuenta del truco, la amenazó con pegarle dos tiros. Eugenio Sopena y los moderados del Comité se vieron entre la espada y la pared. Por lo visto, los anarquistas habían pensado detener sólo a los que consideraban los responsables: al Superior; al formador, P.(2) Juan Díaz; y al ad- ministrador, P. Leoncio Pérez. Y de hecho, después del largo registro, así lo hicieron. El P. Munárriz, antes de partir, encargó al P. Nicasio Sierra que tratase de llevar a los enfermos y a los muy ancianos a las Hermanitas. Y en el momento de salir, pálido, se despidió de todos: «Adiós, hermanitos». Un seminarista le preguntó si habían de vestir el traje civil o llevar la sotana. El P. Munárriz dio su última orden, enérgico: «¡La sotana!». Con ella habían de vivir presos y morir todos.

Un pelotón condujo a los tres superiores, custodiados por escopeteros, por las principales calles de Barbastro, hasta la cárcel municipal, situada a la izquierda del ayuntamiento, en la misma plaza en que vivían los Escolapios.


Aspecto que ofrecía el Ayuntamiento en 1936. El edificio
de la izquierda es el del asilo de las Hermanitas y el de
la derecha Los Escolapios que fué habilitado como carcel.

Los otros religiosos claretianos sufrieron injurias y amenazas, que provocaron el desvanecimiento de un seminarista, Atanasio Vidaurreta. La reacción de las turbas fue, en parte, brutal:

-¡Rematadlo ya, ahí mismo!

Eugenio Sopena se impuso, enérgicamente. «No podemos permitirnos ninguna carnicería». Prometió a la multitud que, si se dispersaban ordenadamente, «se haría justicia», caso de que los Misioneros fuesen culpables de algo. Ordenó que llevasen a todos aquellos religiosos al salón de actos de los Escolapios. Se habló de darles pasaportes para sus casas, y de disolverlos, como habían hecho con las c/arisas y las capuchinas de Barbastro.

Uno de los sacerdotes, el P. Luis Masferrer, aprovechó los momentos de vacilación para salvar la Eucaristía de la casa y de la iglesia. Comulgaron todos, allí, en la luneta, apresuradamente. Y las formas consagradas que quedaban se ocultaron en un maletín, la llamada valija en los informes del argentino Hall, que se encargaron de subir al salón-prisión de los Escolapios los PP. Nicasio Sierra y Pedro Cunill, a los que se permitió quedarse, vigilados por escopeteros, con algunos seminaristas, para ayudar a los dos estudiantes enfermos: el que se había mareado y Falgarona, y al achacoso hermano Muñoz, que fueron conducidos al hospital. El P. Cunill pudo ocultar cuatro mil pesetas, para lo que sobreviniese.

Los demás salieron de la comunidad en terna, de tres en tres, vigilados por hombres armados en los flancos y en las esquinas de la calle Monzón. Fue como una procesión que se dirigió desde la calle Conde hasta la plaza del ayuntamiento. «Iban recogidos como si volviesen de comulgar», comentó un testigo, de los muchos que aún viven en Barbastro. Desde las ventanas y balcones, tras las cortinas, ojos silenciosos y sobrecogidos siguieron aquella improvisada liturgia. Un hombre ingenuo que se tropezó con aquella comitiva de sotanas, se descubrió, azorado, como sorprendido por una «procesión del Corpus». «Iban como corderos humildes y dóciles», comentaba luego la gente, en voz baja.

Desde ese día hasta el de su ejecución sumaria vivieron en el salón de actos de los Escolapios. El P. Cunill, al ver que el hermano Simón Sánchez, el encargado de la portería, se quejaba de dolor del corazón, de las sienes y de la vejiga, solicitó que fuese ingresado en las Hermanitas de los Pobres de Barbastro. Se lo permitieron. Al ver el éxito, hizo lo mismo con los hermanos más ancianos, cinco, que al fin fueron llevados también a las Hermanitas, en la misma plaza del ayuntamiento, enfrente del salón. Son los que sobrevivieron a la hecatombe.

El salón de actos, el lugar más sagrado de Barbastro, un recinto de unos veinticinco metros de largo por seis de ancho, tenía, en un extremo, un alto escenario de madera, con cortinas, y en el otro, una gradería para el público joven de las fiestas del colegio. El salón estaba -y está- más bajo que la plaza; era casi un sótano. Cinco grandes ventanales se abrían a ras del suelo de la plaza, y dejaban a los detenidos a merced de las miradas y de los insultos de los exaltados.

Los Escolapios atendieron fraternalmente a los claretianos detenidos. El Rector, P. Eusebio Ferrer, los animó; bromeó incluso, y les dio de beber, una primera cena y todo lo que disponían para los más débiles: dos camas, nueve colchones, once almohadas, dos mantas y algunos lienzos de algodón para las noches.

Pero, sobre todo, se hizo cargo del maletín de la eucaristía y lo escondió en el laboratorio de física, dentro de la máquina de proyecciones, convertido en la capilla y sagrario de aquellas improvisadas catacumbas.

Lo curioso fue el trato benévolo que recibió el hermano Ramón Vall, el cocinero de la comunidad. No se creían los milicianos que también él fuese cura. Tenía callos en las manos y olía, al detenerlo, a guisote y a grasas de cocina. Para ellos era un «explotado» por los religiosos, un pobre obrero que trabajaba miserablemente por la comida, un proletario adormecido. Él les aseguraba que era «religioso» y «misionero», pero de «otra clase».

-O sea, un criado.

-No, no.

Y el caso fue que lo dejaron en libertad para que les siguiese preparando la comida, primero de los víveres que había en la casa que acababan de abandonar, y, después, de lo que rindieran las cuatro mil pesetas del P. Cunill, y de lo que los buenos, fraternales escolapios, pudieron proporcionarle quitándoselo ellos mismos de su despensa, en aquellos tremendos días de julio y agosto revolucionario.

Los tres superiores durmieron ya, aquella noche, en una celda de la cárcel municipal, con varios canónigos de la catedral y algunos seglares católicos. En aquella habitación sórdida, de cinco metros de lado, con un ventanuco enrejado, alto, en pleno verano, atosigante, llegaron a vivir hasta 21 presos.

Los tres misioneros fueron -según testigos supervivientes, entre ellos José Subías, el Gorrión, que estuvo con ellos cinco días- realmente ejemplares: nunca se quejaban; animaban a los detenidos; seguían el horario riguroso de su reglamento: oración intensa, breviario, rosario, silencio, confesiones... Cuando los otros presos les ofrecían su turno para respirar junto a la tronera aire menos viciado, ellos rehusaban.

Los tres fueron interrogados. El P. Leoncio Pérez, el administrador, volvió de buen humor, después de prestar declaración.

-¿Qué le han preguntado?

-Que dónde tenía escondidas las armas.

. ¿...?

-Y he sacado el rosario y les he dicho: ni tengo otras armas, ni quiero otras que ésta.

-Pero vosotros habéis hecho mucho mal -le había reprochado Aniceto Fantova, el Trucho, uno de los más duros dirigentes anarquistas.

Cada uno dará cuenta de lo que haya hecho. Yo tengo la conciencia tranquila.

Los primeros asesinatos

El 25 de julio, al llegar las columnas catalanas de Barcelona -que habían sembrado de asesinatos masivos, asaltos a cárceles políticas y quema de conventos, las rutas de Cataluña y Aragón, desde Barcelona a Lérida y Monzón-(3) fueron trasladados los tres misioneros, junto con 350 presos, al viejo convento de las Capuchinas, disuelto, como el de las Clarisas, por orden del Comité revolucionario local.


Columna Ascaso el día de su partida desde Barcelona el
día 25 de Julio de 1936 hacia el frente de Huesca

De allí salieron ya directamente para la ejecución, en la madrugada del 2 de agosto, junto a otros 17 detenidos. El Comité de Barbastro había extendido un VALE POR 20, y en ese primer cupo entraron los tres sacerdotes claretianos. «Eran sacerdotes y las consignas fueron no dejar ni simiente de los curas». No se les incoó ningún proceso, ni se halló en ellos falta alguna, salvo la tremenda responsabilidad de pertenecer al clero católico.


Fotocopia de la saca de 20 presos

Sobre las dos de la madrugada aquellos tres misioneros claretianos despertaron sobresaltados. Tenían que levantarse urgentemente. El P. Díaz se vestía despacio, recitando sus oraciones y recordando el tema de la oración de la mañana, como era su costumbre y exigía su Regla misionera. El carcelero se impacientó:

-¡Aprisa, aprisa, que os están esperando! -Pero bien podré ponerme la sotana. -Donde ha de ir, no la necesitará.

Alrededor de las tres de la madrugada, una enfermera de Angüés, Amparo Esteban Fantova, los vio, atados de dos en dos y rodeados de gente armada, atravesar con dificultad la carretera de Huesca y cruzar por detrás del viejo hospital, hacia el cementerio. A esa misma hora confluyó en el mismo cementerio otro grupo de sacerdotes y seglares.

Entre los seglares había un gitano simpático, Ceferino Jiménez Malla, el Pelé, detenido pocos días antes por haber querido defender a un sacerdote acosado en plena calle y por llevar un rosario.


Ceferino Jimenez Malla (el Pelé), el primer
gitano beatificado.

Allí, junto a las tapias heladas, cayeron acribillados todos los condenados menos uno, un Guardia civil del puesto de Albalate de Cinca, Camilo Sabater Toll, herido sólo en la mano, que saltó después de la descarga como una araña las tapias del cementerio y se perdió en la noche, hacia Velilla de Cinca. Fue uno de los testigos de aquella inmensa hecatombe de Barbastro.


Camilo Sabater Toll, el guardia civil "fusilado"

Desde los Escolapios y el salón se oyeron las descargas. y desde el vecino hospital, los lamentos y los estertores de las víctimas, que quedaron desangrándose, a la derecha de la entrada del cementerio.

Esa fue la cadena implacable de los hechos. En Barbastro, cada noche circulaban los nombres de las víctimas, y la certeza de que ningún sacerdote había querido renegar de la religión para salvar su vida. Así cayeron los tres superiores, en una vulgar saca de presos, con una fría y simple autorización del Comité, el día 2 de agosto de 1936.

Los cincuenta restantes del salón habían sido, mientras, objeto de escarnio y de brutales hostigamientos, por su condición religiosa, por su sotana, que nunca dejaban, ni para dormir. La sotana era, en aquellos momentos, su símbolo de fidelidad. Muchos sacerdotes, para evitar riesgos y pasar desapercibidos, se la quitaron; los claretianos de Barbastro, no. La sotana soliviantaba especialmente a los más radicales. Por la ventana les increpaban a los seminaristas.

-Os mataremos a todos con la sotana puesta, para que ese trapo sea enterrado con los que lo lleváis.

-No odiamos vuestras personas. Lo que odiamos es vuestra profesión, ese hábito negro, la sotana. Ese trapo repugnante.

-Quitaos ese trapo y seréis como nosotros, y os libraremos.

Otros, más refinados o astutos, parecían compadecerse. Les reprochaban su «candidez» de niños, su estúpido «fanatismo».

-Hay que resignarse a dejar esta vida -les dijo a los argentinos Hall y Parussini un dirigente. No importa que seáis extranjeros. No habrá distinción.

«Desde el primer día de cárcel estuvimos preparándonos para morir, y de un día para otro esperábamos el cumplimiento de las amenazas que, sobre todo al anochecer, nos dirigían desde la plaza». Rezaban el Oficio de los mártires del breviario, su libro de rezo, y se pasaban el Maná del cristiano, con el que podían practicar el acto de aceptación de la muerte:

« ¡Oh, Señor, Dios mío! Con ánimo tranquilo, acepto, como venido de vuestras manos, cualquier género de muerte que os plazca enviarme, con todas las penas y sufrimientos».

«Atribuimos a una providencia especial de Dios que no nos quitasen los objetos piadosos, de suerte que los que iban fusilando tuvieron hasta el fin y murieron con su rosario, medallas y crucifijos, y los que estaban obligados a recitar el Oficio divino, lo pudieron rezar todos los días».

A pesar del bajón psicológico que supuso el hecho de la detención de los tres sacerdotes clave, su instinto religioso los llevó a asegurar su vida espiritual, por encima de todo. La regularidad y la vida comunitaria fueron un hecho durante aquellos amargos días de prisión, y los preparó interiormente para el último combate. Y lo primero de todo, la comunión. Comulgaron desde el primer día, mientras pudieron. Los Escolapios les bajaban la eucaristía para el día o los días siguientes.

«Lograron entregarnos algunas Sagradas Formas, que distribuimos, porque por la mañana había prohibición especialísima de comulgar, y los rojos vigilaban cuidadosamente todos nuestros movimientos, para ver si alguno daba la comunión».

«Nos repartieron las formas consagradas para poderlas consumir más fácilmente, en caso de peligro de profanación, o para ir comulgando en días sucesivos»,

La Eucaristía constituyó el centro de su vida, mientras duró, hasta el día 25, en el salón. Algunos, afortunados, la llevaban encima: eran verdaderos sagrarios. Hall recordaba después la avaricia espiritual con que se le acercaban disimuladamente otros seminaristas y hermanos, para adorar a Cristo en el sacramento. «Lo acompañábamos durante horas y horas. Gracias a Dios no teníamos otra ocupación en la cárcel». Los escopeteros y el mismo Comité parecían intuir la fortaleza misteriosa de aquella comunión; y por eso prohibieron rigurosamente tanto celebrar misa como repartir la eucaristía.

Pero los misioneros sorteaban ingeniosamente aquella ley. Una mañana, el P. Ferrer les bajó varias formas consagradas, en la canasta en que les servían el pan y el chocolate para desayunar. El P. Sierra, que hacía las veces de Superior, se encargaba de distribuir el pan y, disimuladamente, deslizaba una hostia en el panecillo abierto de los que sabía que no habían comulgado aún clandestinamente aquella mañana. Los interesados la extraían y en un abrir y cerrar de ojos, la sumían antes de probar bocado, en ayunas, según la rigurosa y venerable costumbre que aún vigía.

Con la llegada de las columnas catalanas, de expresidiarios, prostitutas y anarquistas y comunistas, la situación cambió. No se pudieron celebrar más misas arriba, en el comunitario, el piso de la comunidad de los Escolapios,. Y el escolapio P. Mompel, en su Informe asegura que incluso ellos, «al ver disminuir alarmantemente las formas, tuvieron que dividirlas en ocho o diez partes, y así poder comulgar hasta el último día».

No es difícil imaginarse aquella vida a la intemperie, en los meses más tórridos del verano. Y más sabiendo que les escatimaron el agua.

Tuvieron que soportar la falta más elemental de higiene, en aquellas jornadas monótonas, inacabables; la imposibilidad práctica de cambiarse de ropa, el calor de horno, la mugre y el sudor acumulados. Cuarenta y ocho organismos vigorosos en un salón caldeado durante gran parte del día, que transpiran, tienen que ir en fila a hacer sus necesidades más elementales, no pueden lavarse más que los pañuelos en los botijos o en el cántaro del agua, quitándosela de beber. Acaban por oler mal, a miseria humana. Y eso, un día y otro, se va sedimentando, se clava en la piel húmeda, irritada, en la pituitaria, en los ojos. La ropa interior se convierte en un cilicio, hiede y desuella la carne, hasta Ilagarla.

Un monje benedictino de El Pueyo, Ramiro Sáinz, detenido en los Escolapios, bajó un día a cortarles el pelo, y comentó: «Los pobres misioneros del salón tienen piojos».

Sólo Dios sabe -apunta Quibus, el primer historiador de los mártires de Barbastro- los sacrificios oscuros que de allí subieron al cielo por esa causa. Un detalle significativo es el que recoge el entonces diácono escolapio Santiago Mompel: al quedar vacío el salón, el 15 de agosto, lo desinfectaron cuidadosamente, porque «de ello había verdadera necesidad».

Tenían agua, pero los milicianos no les daban la necesaria para la limpieza. «No querían hacer de criados de los curas».

-¿Agua les vas a dar? -decía una mujer malévola a otra que llevaba el cántaro a los presos del salón- ¡Solimán habría que darles, para que acabasen pronto!

Un tal Eugenio Fernández, miliciano, se compadeció como un buen samaritano, al verlos sedientos, deshidratados, sucios, y les llevó agua clandestinamente.

Con frecuencia los guardias se divertían con ellos, los sometían a juegos de terror. Los atormentaban poniéndolos en fila para ejecutarlos sumariamente, «porque ya había llegado la orden, al fin». En aquellos sobresaltos, los claretianos se confesaban o recibían brevemente la absolución general de sus pecados, y esperaban a que la descarga los acribillase.

«Más de cuatro veces -escribe Parussini- recibimos la absolución creyendo que la muerte se nos echaba encima. Un día estuvimos casi una hora quietos, sin movernos, esperando de un momento a otro la descarga. ¡Qué terrible! Es cuando más se sufre: cada minuto se hace interminable y uno desea que disparen de una vez para no prolongar una agonía que no acaba más que con una blasfemia o un riso- tada sarcástica de los milicianos...».

Al P. Sierra lo tuvieron cinco horas contra la pared, hasta que se desvaneció. A un seminarista que salía del salón para hacer sus necesidades, al cruzar el patio del colegio, lo detuvieron pistola en mano varios milicianos y le ordenaron marcar el paso. Bajo aquella amenaza, tuvo que evolucionar, a derecha e izquierda, a paso lento o al trote, con marcialidad, teniéndose que aguantar sus urgencias fisiológicas, mientras los pistoleros se desternillaban o se daban un codazo, alborozados.

El día en que se presentaron las primeras mujeres, para i tentarlos, se dieron cuenta los misioneros de que aquello era «otra cosa», peor que las amenazas y la saña. Allí no valía dar la cara; se requería la prudencia y el silencio de hierro, toda la disciplina personal y comunitaria. La tentación no los sorprendió. Fue mucho mejor para ellos que se presentase a la descarada, como lujuria y no como afecto; como una llamada a la deserción, no como otra alternativa refinadamente «cristianizada» para apartarlos de su vocación.

Los testigos más selectos son muy parcos al dar detalles acerca de la introducción de mujeres, prostitutas y milicianas especialmente adoctrinadas, en el salón de los Escolapios, para excitar en las siestas y noches ardientes de aquel mes de julio, las pasiones más elementales de los bienaventurados, la mayor parte jóvenes de 21 a 25 años. El pudor de aquellos tiempos gloriosos les hizo velar honestamente los hechos más crudos. No obstante, son íntegros al constatar, como dice Hall, que «también permitieron entrar a mujeres, muchas de ellas públicas, que se burlaban de nosotros y nos insultaban».

El P. Jesús Quibus, bien informado siempre, concienzudo, es algo más explícito:

«No podía faltar tampoco la modalidad más grosera y soez de la seducción. Mujeres públicas entraban en el salón con toda liviandad; y otras, que tal vez sin serio, lo parecían, y estaban al servicio de los presos, tenían la perversidad de presentarse con desnudeces y actitudes provocativas, capaces de despertar los sentidos a un anacoreta».

«Se les acercaban, insinuantes, les tiraban de la sotana para Ilamarles la atención; dejaban por allí, como descuidados, instrumentos de pecado».

«Mujerzuela hubo, tan locamente enamorada por uno de ellos, que pasaba las horas muertas asomada por la ventana desde la plaza, para verlo y buscar la ocasión de hablarle».

Les amenazaron con someter su constancia a pruebas durísimas. Les aseguraron, repetidas veces, que iban a hacer entrar el doble de mujeres que ellos, dos para cada uno.

-Y si alguno las contraría, os fusilamos aquí mismo a todos.

Ellos guardaban silencio; pero acabaron por celebrar una o varias reuniones secretas en las que discutieron su situación, desde los principios de la moral que estaban estudiando. Y llegaron a una conclusión. Tenían un arma para aquellos momentos: les habían prohibido gritar en alta voz consignas religiosas. Nada irritaba más a aquellos carceleros que oír el «¡Viva Cristo Rey!»; Caso de verse acosados, levantarían la voz hasta que aquel clamor exasperase a los escopeteros y disparasen contra ellos.

«Destacaba -dice el P. Ferrer, escolapio- una de mala vida, llamada Trini La Pallaresa, que era la más procaz y llegó al extremo de pasar por encima de ellos cuando estaban durmiendo en el escenario. La tal Trini estaba locamen te enamorada de uno de los jóvenes misioneros, por el parecido físico que tenía con Valentino, artista de cine».

-Lo del enamoramiento de la Trini me lo dijo ella misma, atestiguó el mismo P. Ferrer.

El seminarista era Esteban Casadevall. Trini La Pallaresa decía abiertamente, delante incluso de los religiosos presos, que aquel seminarista agraciado daba «lástima»; que había sido engañado desde niño, «un chico tan guapo y tan joven», y que ella trataría de librarlo de la muerte si lograba hablarle a solas. Aseguró que lo esperaría en alguna ocasión en que saliese del salón.


Esteban Casadevall Puig, murió el 13 de Agosto
de 1936 a los 23 años.

Casadevall, con una modestia ejemplar, y como quien no se da cuenta de nada, salía y entraba «sin hacer ningún caso de los halagos y señas que le dirigía aquella mujer; sin inmutarse».

-Nosotros -dice Hall- le propusimos al Sr. Casadevall que, si volvían aquellas mujeres, se escondiese y no se deja- se ver. Y así ocurrió.

Las mujeres volvieron a entrar varios días, más o menos a la misma hora. Trini La Pallaresa «buscaba al señor Casadevall, y como no lo encontraba por estar escondido en un rincón algo oscuro, detrás de unos estudiantes, que impedían así que lo pudiese ver, llegó a preguntar si ya no estaba con nosotros. Pero no obtuvo respuesta, porque nosotros siempre permanecimos mudos a todo lo que ellas nos decían o preguntaban».

El martirio del Obispo Florentino Asensio

En la noche del 8 de agosto, el Obispo de Barbastro, D. Florentino Asensio, fue citado, una vez más, a comparecer ante el Comité; pero no a la salita de visitas del colegio de los Escolapios, donde vivía, sino al ayuntamiento, al rastrillo o sala de visitas de la cárcel popular. Al comunicarle la variación, el P. Rector presintió lo peor. El Obispo, aunque ya se había confesado otras veces, pidió de nuevo la absolución.


El obispo de Barbastro, D. Florentino Asensio
Barrosa, salvajemente asesinado.

Lo amarraron codo con codo a otro hombre mucho más alto y recio, y los condujeron a los dos, después de varias horas de calabozo, al rastrillo.

Entre frases groseras e insultantes, un tal Héctor M.,oculista, de mala entraña, Santiago F., el Codina, y Antonio R., el Marta, se acercaron al Obispo. El Obispo estaba mudo y rezando. Santiago F. le dijo a un tal Alfonso G., analfabeto: «¿No decías que tenías ganas de comer co... de Obispo? Ahora tienes la ocasión». Alfonso G. no se lo pensó dos veces: sacó una navaja de carnicero; y allí, fríamente, le cortó en vivo los testículos. Saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y empaparon las baldosas del pavimento, hasta encharcarlas. El Obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.

En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera(4), donde Alfonso G. recogió los despojos; se los puso en el bolsillo y los fue mostrando, como un trofeo, por bares de Barbastro. Le cosieron la herida de cualquier manera, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Los testigos garantizan que aquel guiñapo de hombre, el Obispo de Barbastro, se habría derrumbado de dolor sobre el pavimento si no hubiera estado atado al codo de su compañero, que se mantuvo y lo mantuvo en pie, aterrado y mudo.

El Obispo, abrasado de dolor, fue empujado a la plazuela, sin consideración alguna, y conducido al camión de la muerte. «Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre». Ante los ojos de los hombres, era un pobre perro escarnecido. Ante los ojos de Dios y de los creyentes, era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación: completaba en su cuerpo lo que le faltaba a la pasión de Cristo.

El heroico prelado, que el día anterior, el 8 de agosto, había terminado una novena al Corazón de Jesús, iba diciendo en voz alta:

-¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor!

José Subías, de Salas Bajas, el único sobreviviente de aquellas primeras cárceles de Barbastro, oyó comentar a los mismos ejecutores:

-Se ve que no sabe a dónde lo llevamos.

-Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros...

-Anda, tocino, date prisa -le decían. y él:

-No, si por más que me hagáis, yo os he de perdonar. Uno de los anarquistas le golpeó la boca con un ladrillo, y le dijo: «Toma la comunión». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución, que fue el cementerio de Barbastro. Subió, no por la avenida de los Toreros, donde estaba el hospital, sino por la izquierda, por la calle que lleva hoy su nombre.

Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí». Pero el Obispo no murió aún. Lo arrojaron sobre un montón de cadáveres, y después de una hora o dos de agonía atroz, lo remataron de un tiro. «No le dieron el tiro de gracia al principio, -dice Mompel- sino que lo dejaron morir desangrándose, para que sufriera más». Sabemos, por otras fuentes, que «la agonía le arrancaba lamentos». Se le oía decir: «Dios mío, abridme pronto las puertas del cielo». Varios milicianos le oyeron musitar, también: «Señor, no retardéis el momento de mi muerte: dadme fuerzas para resistir hasta el último momento». Y repetía muchas veces «lo de su sangre y el perdón de los demás». Otro testigo le oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».

Después de muerto, Mariano C. A. y el Peir lo desnudaron; y El Enterrador le dio a Mariano C. A. los pantalones, que se puso dos días después, «porque estaban en buen uso»; y a José C. S. El Garrilla le dio los zapatos. «Los llevé hasta que se me rompieron», declaró él mismo después de la guerra, antes de ser ejecutado.

Durante varios años se pudieron ver las baldosas ensangrentadas del rastrillo, testigos mudos de aquella salvajada.

El resto de las muertes

La ejecución del Obispo precipitó la de los jóvenes claretianos del salón. Un tal Mariané, del Comité local, se presentó al Rector de los Escolapios, para quejarse de la «libertad» con la que se movían en el salón los detenidos.

-He notado que los misioneros se reúnen, hablan y se comunican con los de fuera, por la ventana. Y rezan también. Y cuando baja el cocinero, todos se acercan y unas veces dan muestras de alegría, y otras de tristeza. Nos sospechamos que tienen armas, y que están tramando alguna.

La medida fue radical: el hermano Vall, que por ser cocinero, y atender a las comidas y despensa desde los Escolapios, había gozado de bastante libertad para salir y entrar, no podría relacionarse más con ellos. No se asomaría por el salón, ni siquiera durante las comidas.

Debió de ser el día 10 de agosto, porque varios testigos apuntan que fue un día especial: se produjo una gran tormenta «de tales características» que la gente piadosa de Barbastro decía: «algo gordo han tenido que hacer los malos, cuando el Señor parece que quiere castigarlos». Parussini anota: «El diez de agosto llovió a cántaros. Pedrisco».

Ese día 10, cuando ya entreveían con bastante claridad la catástrofe a que estaban abocados, Ramón lila escribió una preciosa carta que podría ser digna de cualquier mártir de los tiempos heroicos de la Iglesia:

«Queridísima madre, abuela, recordados hermanos: Con la más grande alegría del alma escribo a ustedes, pues el Señor sabe que no miento: no me cansaría y (lo digo ante el Cielo y la Tierra) les comunico con estas líneas que escribo que el Señor se digna poner en mis manos la palma del martirio; y en ellas envío un ruego por todo testamento: que al recibir estas líneas canten al Señor por el don tan grande y señalado como es el martirio que el Señor se digna concederme.

Llevamos en la cárcel desde el día 20 de julio. Estamos toda la comunidad: 60 individuos justos; hace ocho días fusilaron ya al Rdo. P. Superior y a otros Padres. Felices ellos y los que les seguiremos. Yo no cambiaría la cárcel por el don de hacer milagros; ni el martirio por el apostolado, que era la ilusión de mi vida.

Voy a ser fusilado por ser religioso y miembro del clero, o sea, por seguir las doctrinas de la Iglesia Católica Romana. Gracias sean dadas al Padre por Nuestro Señor Jesucristo... Amén.

Ramón lila, C.M.F(5).

Barbastro, 10, VIII, 1936

Nota: No sé en qué día vamos a ser fusilados: parece que un día de la semana que hoy comienza».

El escrito nos ha llegado en una hoja impresa de Fábrica de chocolates Simón Aznar. La hoja está doblada muchas veces. «Suplico que se remita este original a mi madre: María Salvía, Plaza Mayor 15, Bellvís (Lérida); pero, porque me es incierta la suerte de ellos durante los días de la revolución, agradecería se enviara, bajo otro sobre, a nombre de D. Antonio Monrabá». En el reverso del papel dice: «Dormimos en el suelo, pero muy bien».


Envuelta de chocolate Aznar con el testamento de los jóvenes
claretianos. Esta hoja se encuentra en el Museo de los Mártires
Misioneros de Barbastro.

Ramón lila tenía sólo 22 años y una gran cultura. Dominaba el latín, el griego y el hebreo, y estudiaba a la vez el inglés y el alemán. Retenía en su memoria todo lo que leía. Componía poesías en castellano, latín y catalán, y rezaba -enamorado de la liturgia- sin estar obligado, todas las horas canónicas. Ya en 1934, a raíz de la revolución de Asturias, estudiando en Cervera, en momentos en que muchos estaban con el alma en vilo, él había comentado: «¡Qué lastima! Faltó un pelo de conejo para no ser mártir».

y no era sólo él. Todos los misioneros respiraban, en aquellos momentos, la misma atmósfera martirial. «Nos teníamos por felices -dice Hall- al poder sufrir algo por la causa de Dios; porque nos iban a matar únicamente por ser religiosos y por ser sacerdotes o aspirantes al sacerdocio».

A todos les ofrecieron la libertad, innumerables veces, a cambio de arrancarse la sotana y hacerse «revolucionarios». Pero a uno de ellos se le brindó una oportunidad de oro. Un día se le acercó un miliciano a Salvador Pigem y le dijo:

-¿Tú te llamas Salvador Pigem? -¿Por qué me lo pregunta?

-Porque estando yo de cocinero en el Hotel del Centro de Gerona, recuerdo haber visto allí a un sobrino de los dueños, que quería ser sacerdote, y aquel niño se parecía a ti.

Salvador Pigem era, efectivamente, de Viloví d'Onyar, y tenía parientes en Gerona.

-Soy yo.

-Pues mira, si quieres, te salvaré de la muerte. -¿Me salvará con todos mis compañeros? -No, a ti solo.

-Pues así, no acepto; prefiero ser mártir con ellos.

A las tres y media de la madrugada del 12 de agosto, miércoles, irrumpieron en el salón «unos quince revolucionarios», bien armados. Traían gruesos manojos o rollos de cuerdas ensangrentadas. El portazo, los pisotones en la madera y el vocerío resonaban como detonaciones. Los presos se despertaron sobresaltados. Un dirigente ordenó encender las luces y preguntó áspero:

-A ver, ¿dónde está el Superior?

-Al Padre Superior lo separaron de nosotros antes de sacarnos de nuestra comunidad.

-Está bien. ¡Que bajen aquí los seis más viejos!

Mansamente, sin resistencia ni protestas, fueron bajando del escenario los PP. Nicasio Sierra, de 46 años; José Pavón, de 35; Sebastián Calvo y Pedro Cunill, los dos de 33; el Hermano Gregorio Chirivás, de 56, y el subdiácono Wenceslao Clarís, de 29. El H. Chirivás había pasado varios días indispuesto; pero ya estaba mejor. Al oír que lo llamaban, «dejó todas sus cosas en el banco en que había dormido» -se le había roto la dentadura- y descendió con toda naturalidad, como si acudiese a un acto comunitario, y se puso al lado de sus hermanos. Les ataron las manos a la espalda, uno a uno; y luego, de dos en dos, los amarraron codo con codo.

El P. Pavón buscó con la mirada a los dos sacerdotes que quedaban en el salón. El P. Ortega, que estaba paralizado en el escenario, levantó la mano discretamente sobre ellos, y pronunció la formula sacramental: «Yo os absuelvo de todos vuestros pecados...». El P. Pavón fue paseando su mirada por todos los que quedaban y serenamente, con una sonrisa en los labios, se despidió. Mientras los acababan de atar, el P. Cunill pidió permiso para decir algo. Un miliciano replicó:

-No hay tiempo para nada. ¿Qué quiere usted?

-Como no sabemos adónde nos llevan, ¿nos permitirían coger algún libro, para pasar el tiempo?

Adonde van -le contestó el anarquista- no les faltará nada. Lo tendrán todo.

Se les unió otro sacerdote diocesano, D. Marcelino de Abajo, sacristán de la Catedral y familiar del Obispo ejecutado. Lo ataron con el P. Sebastián Calvo. Los sacaron del salón y les hicieron atravesar la plaza, escoltados por escopeteros. Todavía los pudieron ver desde el salón a través de los ventanales: cruzaban como sombras bajo los árboles del ayuntamiento y se dirigían al camión que los esperaba con los faros encendidos.

Los milicianos hicieron apagar todas las luces del salón y les ordenaron seguir durmiendo. «Pero nosotros -dice Parussini- quedamos terriblemente impresionados, sin poder conciliar el sueño; yo rezaba con otros, en un rincón del escenario; nos preparábamos para el sacrificio de nuestra vida».

Y poco después, «a las cuatro menos siete minutos» -dice Hall- una fuerte descarga de fusilería les anunció la tragedia gloriosa que se acababa de consumar. Ellos creyeron que había sido en el mismo cementerio de Barbastro. Posteriormente se comprobó que fue en uno de los muchos recodos tortuosos de la carretera de Barbastro a Berbegal y Sariñena, cerca del kilómetro tres. Antes de disparar, les ofrecieron por última vez la posibilidad de apostatar, y los remataron, luego, con el tiro de gracia en la sien. Dejaron después que se desangrasen, para que no manchasen de sangre el camión, ni la carretera.

Los ejecutores se iban a abrevar de vino a las torres cercanas, alquerías donde se cosechaba a marchas forzadas, y regresaban a cargar en el camión los cadáveres apelmazados entre las cuerdas y las sotanas, y los transportaban al cementerio, a una fosa; les «echaron cal viva y tierra encima», «unos cuarenta o cincuenta pozales(6) cada vez, de cal y agua».

Muchos de la población que se interesaban por aquellos «desgraciados» «estaban todas las noches escondidos en lugares estratégicos del cementerio para presenciar la sobrecogedora escena, con el objeto de cerciorarse del lugar exacto donde iban sepultando a los diversos grupos y poder después testificarlo, e identificar los cadáveres».

Aquel 12 de agosto fue una jornada de purificación para los claretianos vivos. Los mártires conocían ya su plazo; era un privilegio. Se consideraban, todos, indignos y dichosos. Varios de ellos, Casadevall, Ruiz, Novich, Amorós, recordaban el Padrenuestro rezado en ciertos paseos, durante el noviciado, «para que todos llegasen a ser mártires». Estaban a punto de ver cumplida una profecía. De aquel día poseemos el testimonio directo de Hall y Parussi- ni, que por su condición de extranjeros, fueron excluidos de la matanza; y se reservaron para que fuesen testigos presenciales de los hechos y de sus últimas palabras.

«Cuando el día doce de agosto se llevaron a los seis primeros, nos pusieron aparte a los extranjeros y nos garantizaron que no nos harían nada. Yo no podía creerlo, pues hacía pocos días, el Comité de Barbastro había fusilado a dos extranjeros seglares, por ser los más destacados de las asociaciones católicas...».

A las siete de la mañana, menos de tres horas después de las ejecuciones, se presentó en el salón uno del Comité con varios pistoleros y les tomó el nombre a todos: era la lista negra -dice Parussini- el catálogo martirial de las edades, por el que iban a llamarlos, noche tras noche. Desde aquel momento comenzaron a prepararse, «próxima y fervorosamente», para la muerte.

«Nos confesamos todos por última vez, y se puede decir que pasamos el día rezando y meditando. Todos estábamos resignados a la divina voluntad y contentos de estar sufriendo algo por la causa de Dios». Muchos se pidieron mutuamente perdón por sus faltas; se besaban los pies y se daban un abrazo. Todos hicieron constar que «perdonaban a sus verdugos» y se comprometieron a rogar por ellos en el cielo.

«Pasamos el día en religioso silencio -escribió Faustino Pérez- y preparándonos para morir mañana; sólo el murmullo santo de las oraciones se deja sentir en esta sala, testigo de nuestras duras angustias. Si hablamos es para animarnos a morir como mártires; si rezamos, es para perdonar...¡Sálvalos, Señor, que no saben lo que hacen!...».

Para la Congregación de Misioneros del Corazón de María, a la que pertenecían, guardaron su último beso. Hall les pidió un recuerdo para Ilevárselo personalmente al P. General y, a través de él, a toda la Congregación. Los futuros mártires se resistieron en principio, temiendo hasta la sombra de una vanidad infiltrada; hasta que se les garantizó que se trataba sólo de un recuerdo familiar. Tomaron entonces un pañuelo que había sido del P. Nicasio Sierra, fusilado pocas horas antes, por odio a la fe, lo besaron y se lo pasaron, uno a uno, por su frente, como obreros cansados y sufridos, diciendo: «Sea éste el beso que doy a la Congregación querida al tener la dicha de morir en su seno».

«Me creo en la obligación de decir -constata Hall- que aquellos a quienes pedí algún recuerdo, lo hicieron con la condición expresa de conservarlo como un recuerdo de compañeros de estudio y de cárcel, o con la de mandarlo a la familia respectiva, para que les sirviese de consuelo... Muchos, ni aun así dejaron cosa alguna». Otros, en cambio, se hacían con algún objeto que había sido de los seis fusilados últimos, y decían:

-Mire, si puede y le libran, llévese esto que fue del P.tal... fusilado esta mañana, y con el tiempo podrá servir de reliquia, si la Santa Madre Iglesia llega a reconocerlos por Mártires, pues nosotros creemos que delante de Dios lo son».

Aquel día, el doce, por la tarde, profesaron perpetuamente (sub conditione, bajo condición: «si habían sido aprobados»), los estudiantes José Amorós, de Puebla Larga, Valencia, hijo de ferroviarios; y Esteban Casadevall, el más tentado contra la castidad. El P. Secundino Ortega les tomó la profesión. Y redactaron el documento, y varios firmaron como testigos. Rafael Briega, que sabía bastante chino, le dijo a Hall:

-Hágale saber al P. José Fogued (Administrador Apostólico de Tonkin) que ya no puedo ir a China, como siempre he deseado, ofrezco gustoso mi sangre por aquellas misiones y desde el cielo rogaré por ellas.

Los cuarenta misioneros redactaron su despedida oficial y la firmaron, uno a uno, para que los estudiantes argentinos Hall y Parussini, si se salvaban realmente, la hicieran llegar a la Congregación. La letra es del indómito Faustino Pérez, que es el primero en firmar, y el último en despedirse. Usaron un modesto envoltorio de chocolate por el envés y la cara. Valdría la pena que un grafólogo serio estudiase los trazos de cada uno y nos dijese cómo estaba el ánimo de aquellos condenados a muerte, a pocas horas de su ejecución.

El reloj de la catedral dio las doce. Se abrieron repentinamente las puertas del salón para dejar paso a unos veinte milicianos armados y provistos de abundantes cuerdas, «teñidas aún en sangre de otros mártires». A una orden suya se levantaron los que dormían. Se encendieron las bombillas.

Los milicianos se desplegaron cautelosamente por todos los ángulos, fusil en mano. Era el principio del fin.

-¡Atención! -gritó una voz. Era Mariano Abad, el Enterrador, famoso por sus salvajadas. Solía decir que si los ejecutados no llegaban a veinte, no merecía la pena el paseo o la faena.

-¡Atención! ¡Que bajen los que tengan más de veintiséis años!

No se movió nadie.

Mariano Abad repitió, áspero, la orden. -¡Los que pasen de veinticinco!

Tampoco había nadie de tanta edad. Mariano Abad se enfureció.

-¡Que se enciendan todas las luces!

Sacó una lista y, como apenas sabía leer, se la dio a otro miliciano mucho más joven, que leyó con voz de hierro: -¡Secundino Ortega!

El P. Ortega se levantó; saltó del escenario. «¡Presente!» y se fue a ocupar su «puesto».

Iban bajando, ágiles y decididos, como para recibir una condecoración, y se colocaban en fila junto a la pared. Los milicianos les ataban las manos a la espalda y, luego, de dos en dos, les ligaban los brazos, para impedir cualquier intento de fuga. «Aquellos rostros -dice Parussini- tenían en aquel momento algo de sobrenatural que no se puede describir». «Ninguno desfalleció ni mostró cobardía», asegura Hall.

En el momento de salir, Juan Echarri se volvió hacia los que quedaban y les gritó:

-¡Adiós, hermanos, hasta el cielo!

Algunos de los claretianos les respondieron. Se produjo un alboroto entre los guardias, que tenían, al parecer, prisa. Cortaron en seco las efusiones con una aclaración sardónica:

-Vosotros, los que quedáis, tenéis un día entero para comer, reír, divertiros, bailar, hacer todo lo que queráis: aprovechad lo bien, que mañana, a esta misma hora, vendremos a buscaros como a éstos, y os daremos un paseíto a la fresca, hasta el cementerio. Y ahora, a apagar las luces y a dormir.

Los veinte misioneros cruzaron la plaza, donde se arremolinaba una multitud efervescente. Los presos se dirigieron al camión. Había un escaño o banquillo al pie de la trasera de la plataforma. Apenas subidos, se oyó el ruido del motor. Un anciano guardia civil que los acompañaba en aquel último viaje, Felipe Zalama, tomó la iniciativa y levantó la voz:

-¡Viva Cristo Rey!

-¡Viva...!

¡Más fuerte, muchachos! ¡Viva Cristo Rey!

Se repitieron las aclamaciones varias veces. Alternaron los cánticos. Los guardias armados, enfurecidos, les golpeaban con las culatas de los fusiles, para silenciarlos. El camión enfiló, primero el Coso, luego la carretera de Huesca; se ladeó luego hacia la de Sariñena y Berbegal, por la que trepó y fue doblando, entre curvas y vaivenes, hasta unos doscientos metros del kilómetro tres, donde se detuvo. Delante y detrás del camión iban varios coches, con los dirigentes y ejecutores.

«Los tiraron del camión de dos en dos», atropelladamente. Y los empujaron hacia el ribazo, de espaldas al monasterio de El Pueyo. Se oían crepitar los grillos, intermitentemente, con su indiferencia telúrica. Un testigo presencial vio a los claretianos de rodillas junto a la tierra hinchada y con los brazos en cruz, como podían. Varios focos de luz convergían sobre ellos y sus sotanas. Con los fusiles apuntándoles, se levantó el vozarrón de Mariano Abad:

-Aún tenéis tiempo. ¿Queréis venir con nosotros a luchar contra los fascistas?

-¡Viva Cristo Rey!

-¡Gritad, al menos ¡Viva la revolución!

-¡Viva Cristo Rey!

Se oyó una descarga terrible, en la noche. Era la una menos veinte de la mañana del trece de agosto. Poco después, se oyeron los tiros de gracia, uno a uno. «Por los tiros finales conocíamos el número» -decía luego un campesino de la torre la Jaqueta. Los misioneros del salón oyeron perfectamente las detonaciones, y los tiros últimos. «Todos estábamos rezando por nuestros hermanos, -dice Hall- pidiendo su perseverancia hasta el fin, como en la noche anterior. Hubo dos que comenzaron una parte del santo rosario, meditando los misterios de dolor, y al oír los disparos, cambiaron a los misterios de gloria. Otro llegó a rezar veinte veces el Magnificat, antes de las descargas: uno por cada hermano que iba a ser fusilado. Se puede seguir así, cronológicamente, la trayectoria del camión y el tiempo exacto que tardaron en llegar».

Había, no lejos de allí, cuatro campesinos de Costean, que estaban cosechando en la torre la Jaqueta de Antonio Pueyo Coscojuela: los dos Santaliestra, José -que aún vive, en Costean- y Francisco, fallecido ya; Joaquín Pana, muerto en 1985; y, por supuesto, Antonio Pueyo, el dueño, que vive en Barbastro. Los cuatro eran cristianos convencidos y solían ir a misa, en Barbastro, a la iglesia de los Misioneros Claretianos. Antonio Pueyo aclara, siempre:

«El día trece no mataron aún en nuestra finca, sino un poco más arriba, en una tierra del ayuntamiento de Barbastro, donde echan las basuras y las queman. Y aquella mañana llevaron el camión a las Paúlas, para lavar la sangre». Los campesinos estaban ya acostados, aquella noche, y no se atrevían ni a levantarse. «Estábamos aterrorizados por los fusilamientos cercanos». Temían que «fuesen también a por ellos». «Da horror», le decían al dueño. «Miaja(7) bien estamos aquí». Pueyo les pidió a sus trabajadores: «Si vienen, por lo que más queráis, no les digáis que yo soy el amo». Habían observado cómo los milicianos hacían virar los dos vehículos y juntaban los faros. Oyeron sus gritos y los de los misioneros. Al fin, cuando vieron que venían a su torre, Pueyo les dijo: «Andad, dadles de beber, lo que quieran». Abrieron el portalón e hicieron pasar a los milicianos.


Antonio Pueyo,uno de los téstigos junto al autor
de este reportaje en el monumento erigido en el
lugar de los fusilamientos.

Mientras bebían vino, los milicianos lo contaban todo, jactándose, entre bromas y palabrotas. Los fusilados del día trece eran los misioneros, veinte misioneros. Les explicaron a los campesinos que los «dejaban en tierra una hora o más, para que se desangraran y no dejaran rastro por el camino, ni embadurnaran el camión». Allí, en aquel rincón de tierra empapada de sangre encontraron, a la mañana siguiente, estampetas, libros, y algún zapato de los misioneros.

Luis Befaluy, vecino también de Costean, al pasar por aquel lugar tétrico y glorioso, conduciendo un camión en compañía de el Trucho, recogió de él este comentario espontáneo -El Trucho señalaba el lugar exacto, ocupado hoy por una cruz severa:

-Ahí fusilamos a los misioneros. Se pusieron allí de rodillas, y con los brazos en cruz, y gritaban: «¡Viva Cristo Rey! ». Así recibieron la descarga.

En una torre cercana, a unos cuatrocientos metros del lugar de la ejecución, otra familia, la de los Iglesias Sopena, que «estaban durmiendo al aire libre, por el gran calor, encima de la paja de la era, bajo la carrasca», que aún está, «oyeron el ruido de los vehículos, el camión de la muerte y unos cinco coches que iluminaban la carretera». «Venían de Barbastro -dice Manuel- disparando tiros». El perro de la torre empezó a ladrar. «Había muchos ejecutores; yo creo que entre treinta y cuarenta. Se oían las voces: jA descargar a los presos! ¡venga, bajad!"». «Fue la primera noche que se mató en aquellos lugares. Los presos venían en el camión, atados». «Recuerdo perfectamente que los misioneros gritaban: "¡Viva Cristo Rey!"». «Después de fusilarlos, los remataban con una pistola. Se oían los gritos de los mártires, que eran chicos jóvenes, y se lamentaban al morir».

Por encima de la torre se oían silbar las balas. «Vimos las luces de los vehículos. Ponían a los mártires en una fila, en el borde de la cuneta derecha de la carretera, bajando. En la izquierda se apostaron los milicianos». Disparaban de cara a El Pueyo.

-¡Ojo cómo se tira! -decía un dirigente.

«El camión marchó hacia abajo, por la vaguada ancha, y dio la vuelta. Lo pusieron de cara a Barbastro y empezaron a cargar a los mártires».

-¡Venga, que este tío pesa! -decía uno. -¡Mira, éste aún respira; así se joderá!

«A la mañana siguiente vinieron del Comité a tapar la sangre de la carretera. Nos dijeron que había trozos de sesos y sangreras». Echaron tierra con una media luna de carreteros. Los cadáveres fueron trasladados al cementerio de Barbastro, y arrojados en una zanja común que se obligó a abrir a los gitanos. Allí se descubrieron, años más tarde, y se identificaron, uno a uno, gracias al número de ropa personal que llevaban puesto y que coincidía con la lista con que el hermano sastre, en una comunidad numerosa, sabía las correspondencias, para pasar semanalmente la muda, y que se conservaron fielmente.

Entre la una y media y las dos «vinieron al salón unos milicianos para avisar» a los seminaristas argentinos, Pablo Hall y Atilio Parussini «que estuviesen preparados», que irían a buscarlos en auto y los llevarían a Barcelona. «El tiempo que quedaba de cárcel lo empleamos en rezar y en despedirnos de los 20 últimos hermanos nuestros. Con lágrimas en los ojos, y con mucha envidia, con amor y respeto, besamos aquellas manos y aquellas frentes que pronto serían premiadas con la más rica diadema del mundo: el martirio».

«Estábamos emocionadísimos, pero ellos estaban muy animados, con el ejemplo de los anteriores, y nos aseguraron que irían todo el camino cantando y dando "vivas" a Cristo Rey, al Corazón de María, a la religión Católica y al Papa». «Nos dijeron que cantarían el "Jesús ya sabes..." y el "Firme la voz, serena la mirada...", que sotto voce habíamos cantado y repetido en la cárcel».

-¡Qué pobres infelices son ustedes! -les dijo Ramón Illa a los argentinos- ¡No poder morir mártires por nuestro Señor!

No morirían mártires, pero serían testigos oculares de aquella grandiosa hecatombe de claretianos hasta el día trece de agosto. Ellos fueron los emisarios providenciales, correos vivos que transmitieron a toda la Congregación los hechos por dentro, y la última voluntad de los mártires.

A las cinco y media de la mañana los sacaron de la cárcel. A las seis subían al tren. Entre otras cosas, salvaron la Ofrenda última, con la firma de los últimos cuarenta mártires de las dos últimas sacas. Se la entregaron en Barcelona al P. Carlos Catá, misionero huido; con quien se tropezaron providencialmente.

En el salón, los 20 últimos misioneros estaban convencidos de que el 13 era su último día en esta tierra. Se creye- ron en el deber de dejar su testamento:

«Querida Congregación: Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, seis de nuestros hermanos; hoy, 13, han alcanzado la palma de la victoria veinte/ y mañana/ catorce/ esperamos morir los veintiuno restantes. iGloria a Dios! íGloria a Díos! íY qué nobles y heroicos se están portando tus hijos, Congregación querida! Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto. Cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantar y ponernos en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada: cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar "¡Viva Cristo Rey!". Responde el populacho rabioso: "¡Muera! ¡Muera!", pero nada los intimida. ¡Son tus hijos, Congregación querida, éstos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van hacia el cementerio "¡Viva Cristo Rey!". Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a ti, Madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que yo inicie los ¡vivas! y que ellos ya responderán. Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y de muerte.

"Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós querida Congregación! Tus hijos, Mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los Mártires de mañana, catorce, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; jY qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron".

”Los Mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y más indigno, Faustino Pérez, C.M.F.".

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós, adiós!».

La muerte no llegó en la madrugada del 14, como les habían anunciado. Vivieron los misioneros una noche de sobresalto y de plegarias, capaz de destrozar los nervios al más templado. Su ejecución, su día, se trasladaba al sábado, día de la Asunción. Así lo creyeron definitivamente, porque nunca se fusilaba de día.

Sobre la medianoche del 14 al 15 estalló el griterío en la plaza. Llegaba el camión de las ejecuciones. Todos los testigos coinciden en la fecha y en los detalles. El carcelero del ayuntamiento, Andrés Soler, nos ha transmitido la liturgia que precedía y seguía cada una de aquellas masacres:

«Todas las noches que había saca de presos, antes y r después de las ejecuciones, se reunían los milicianos a beber cerveza en la galería de la cárcel que da al río Vero, y comentaban los incidentes».

Un joven carnicero, de 19 años, Mariano Lagüéns, tuvo que ir a los Escolapios, aquella noche, a trocear cuatro o cinco corderos. Dios permitió que fuese, también, testigo de la escena: un grupo de escopeteros irrumpió en el salón. Los misioneros se incorporaron. Los milicianos llevaban, como la antevíspera, cuerdas ensangrentadas. El cajero Torrente, que los capitaneaba, llamó a los misioneros por la lista. Leída la lista negra, en el salón, Torrente les preguntó, mientras revolvía un lío de cuerdas enrojecidas:

-¿A dónde queréis ir: al frente, a luchar contra el fascismo o a ser fusilados?

Se hizo un silencio espeso. Ir al frente era un eufemismo, todos lo sabían: significaba renegar de su fe y de su condición religiosa.

-Preferimos morir por Dios y por España.

Los ataron tan fuertemente, con alambres y torniquetes -dice un testigo presencial- que les saltaba la sangre de las muñecas y las manos. Y las cuerdas se volvían a empapar. Ninguno de ellos se quejó. Los amarraron de dos en dos, por los codos. Tropezaban al subir las escaleras y al pasar la puerta y salir a la plaza. En ella se les juntaron tres sacerdotes de Barbastro, atados también: D. Vicente Salanova, D. Mariano Albás y D. Vicente Artiga. Artiga iba chorreando sangre por la mandíbula derecha. La gente de la plaza estaba sobrecogida, al verlos tan jóvenes. El camión estaba custodiado estratégicamente: junto a la cabina, un miliciano pistola en mano, que no dejaría de apuntarles en todo el viaje; en los ángulos de la plataforma, otros con escopeta.

Antes de subir, Mariano Abad los detuvo y les brindó otra oportunidad:

-Os vaya proponer un trato; no creáis que os engaño. Si venís a luchar contra los fascistas y renunciáis a vuestra religión, os perdonamos la vida.

Nadie contestó. El Enterrador volvió a insistir. Y, al fin, al ver que nadie se movía, estalló entre blasfemias:

-¡Qué lástima que estos hombres tan bragados no vengan a luchar con nosotros! Se han acabado las contemplaciones. ¡Que no se vuelva a repetir lo del grito de ¡Viva Cristo Rey! Como lo vuelva a oír, os machacaremos la cabeza.

Al ir en parejas, no era difícil romper el equilibrio, al subir al camión. Manos de hierro los sujetaban por los lados, y los empujaban hacia aquella caja espantosa, que resonaba como un inmenso ataúd. Caían de cualquier manera, en montón. Tenían que avanzar luego hacia la nuca de la cabina, para dejar paso a los que seguían. Poco a poco, a empujones, entraron los últimos. Los milicianos alzaron la zaga del camión y lo acerrojaron. Mariano Abad dio la orden de arrancar. Al iniciarse la bajada por el Rollo, hoy calle de la Academia Cerbuna, se oyó un grito en el camión, que trepanó la noche, la voz de Faustino Pérez:

-¡Viva Cristo Rey!

Los veinte misioneros y los tres sacerdotes diocesanos, carearon:

-¡Viva Cristo Rey!

Mariano Abad ordenó al chófer parar el vehículo. Se encaramó a la plataforma del camión y «golpeó a los misioneros con la culata de un fusil». Los golpes se hundieron en el cráneo de Faustino. Otro de los seminaristas se lamentó en catalán:

-Mare meva!

A la bajada del Rollo, los vivas, los gritos y las amenazas convirtieron la calle en una algarabía ensordecedora.

-¡Viva el Corazón de María!

-¡Viva la Asunción! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Papa!

El camión, con aquella sagrada carga, descendió hasta el Coso y se dirigió a la carretera de Sariñena. A poco de pasar el kilómetro 3, ente curvas retorcidas, baches y repechos, apareció el hondo valle de San Miguel, desolador. La carretera, antes de cruzarlo, formaba un ángulo recto, cuyo vértice se apoyaba en un estrecho ribazo; era la finca de Pueyo, el Val Martín.

«Los echaron al suelo como fardos». El automóvil de los dirigentes, con los faros levantados, iluminaba aquella escena dantesca. Los misioneros trataban de incorporarse, de abrir los brazos en cruz, arrodillados, repitiendo sus jaculatorias y su perdón.

El grito de «¡Viva la Asunción!» lo oyeron, desde su torre jaqueta, Antonio Pueyo y sus tres compañeros de siega. No lo olvidaron nunca. Antonio estaba subido a las falsas, asomado en el ancho ventanal, a menos de doscientos metros de la escena de los fusilamientos, digna de Goya. Oyó y vio los golpes, la caída en masa como «sacos o costales» de los claretianos sobre aquella tierra suya, junto a la carretera.

Le llegaban y Ilagaban los gritos de los anarquistas y los últimos vivas de los seminaristas. Oyó también la última oferta de El Enterrador. Crepitaron los fusiles. El grupo de ajusticiados se derrumbó. Nuevas descargas, cerradas, para sofocar los últimos gritos, apagados. «Desde que bajaron del camión hasta que murieron -dice un testigo- no dejaron de rezar jaculatorias». Y poco después, los tiros de gracia. Se conocía así, matemáticamente, hasta de lejos, el número exacto de mártires de aquella noche.

«Murieron firmes en la idea; y aun después de fusilados, entre los últimos estertores, decían aspiraciones y continuaban con el crucifijo en la mano, hasta que a la fuerza se lo quitaban. Otros llevaban el rosario».

Al día siguiente, varios campesinos se acercaron al ribazo empapado, y vieron restos de los misioneros, revueltos entre la tierra y la sangre: armazones, varillas y cristales rotos de sus lentes, rosarios, escapularios medio deshechos, sucios de sangre, trozos de ropa, astillas, casquillos metálicos, medallas...

Antonio Pueyo encontró una cartera y, en ella, una estampa con un nombre al dorso: «Sebastián Riera, C.M.F». Salvador Fajarnés oyó decir -luego- en el Comité que «los jóvenes (seminaristas) se hubieran podido salvar, todos, dejando la sotana y renegando de su fe».

«Un día de aquellos, -dice Luis Iglesias Sopena, en 1992- pasamos con carros cargados de trigo, y la primera de las caballerías, que era muy buen caballo, al llegar al sitio y oler la sangre humana reciente -hacía sólo cinco horas que habían fusilado a los misioneros- no quería pasar, como espantada. Se quería volver atrás. Le tuve que pegar con el ramal».

El 18 de agosto, martes, caían en el mismo lugar, los dos últimos seminaristas, Jaime Falgarona y Atanasio Vidaurreta, que completaron la corona gloriosa de los cincuenta y un mártires misioneros claretianos de Barbastro. Habían estado, como enfermos, junto con el Hermano Joaquín Muñoz, en el hospital, desde la tarde del 20 de julio. Los médicos alargaron su permanencia lo que pudieron, porque sabían que estaban condenados. Al fin, el 15 de agosto, por la tarde, les dieron de alta y fueron a ocupar una celda en la cárcel. El H. Muñoz se pasaba el día rezando rosarios. Al verlo tan achacoso, herniado, el día de la ejecución, dijeron en voz alta dos milicianos:

-¿Qué vamos a hacer con este trasto? y lo apartaron.

Falgarona y Vidaurreta rindieron sus vidas bajo los faros cegadores, en el mismo lugar que sus hermanos. Antonio Pueyo lo confirmó, porque se lo dijo Florencio Salamero, el hijo de la muda, del Comité Antifascista de Barbastro. Francisco Santaliestra Carrera, de Costean, y testigo ocular de las matanzas, da un detalle espeluznante:

«Un día, fusilaron a tres y estuvieron los cadáveres hasta las ocho de la mañana. Quedó un rastro grande de sangre, tan grande que hicieron venir a uno para que picase la tierra». «La cruz que han levantado luego -el monumento a los mártires- está, exactamente, en el sitio en que estuvo la sangre».


La prensa internacional se hizo eco rápidamente de la
masacre, en la imágen el periódico vaticano El
Observatore Romano del 29 de Agosto de 1936.

EL MUSEO

En Barbastro existe un museo dedicado a los Mártires Misioneros donde se encuentran los restos y recuerdos de los 51 claretianos asesinados. Es especialmente impresionante la cripta con los restos óseos donde se pueden apreciar los agujeros de balas en los cráneos. También encontraremos en este museo objetos y recuerdos de la GCE en Barbastro así como tres salas anexas dedicadas a San Antonio María Claret y a la Congregación Claretiana.

Es posible visitar el museo de Martes a Domingo (cerrado los Lunes) con horario de 10 a 13 por las mañanas y de 16 a 20 por las tardes.

Su dirección es c/. Conde, 4 22300 Barbastro y el Tlf. 974-311146.


Entrada al Museo


La Cripta con los restos de los Misioneros.


Notas

  1. Art. 394 del Apéndice 1 del Reglamento para el Reclutamiento..., de 29 de marzo de 1924.
  2. Padre.
  3. La primera columna en llegar a Barbastro fué la 3ª llamada también Ascaso que se dirigió hacia el frente de Huesca, anteriormente habían partido desde Barcelona hacia la conquista de Zaragoza la 1º (Durruti) y la 2ª (Ortiz), luego llegarían las del POUM, Aguiluchos de la FAI, Roja y Negra, Comunistas, Catalanistas, etc.
  4. Solidaridad Obrera, periódico anarquista editado en Barcelona por la CNT-FAI.
  5. CMF, abreviatura de Cordis María Filium o Hijos del Corazón de María
  6. Cubos, en aragonés.
  7. Poco, en aragonés



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Sangre Inocente
Los Martires Misioneros de Barbastro
Gabriel Campo Villegas
-
Abril 2002
-
16
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