miércoles, junio 27, 2007

Homilía del Prelado en la fiesta litúrgica de San Josemaría Escrivá

Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei
Roma, Basílica di Sant'Eugenio, 26-VI-2007


Queridos hermanos y hermanas,

1. Han transcurrido ya casi cinco años desde la canonización de San Josemaría, pero la onda de su ejemplo y de sus enseñanzas continúa extendiéndose por el mundo. Su fama de santidad alcanza siempre lugares nuevos, despertando en muchas almas el deseo de buscar y amar a Dios en las circunstancias ordinarias de la vida.

Hoy mi alma siente una alegría especial, de la que me gustaría haceros partícipes. Precisamente hoy, coincidiendo con la festividad de san Josemaría, ha comenzado de forma estable la labor apostólica de los fieles del Opus Dei en Rusia, en esas tierras que se extienden del Mar Báltico al Océano Pacífico, del Mar Negro al Océano Glacial Ártico. Se realiza así uno de los sueños de san Josemaría, que siempre deseó extender el espíritu del Opus Dei por todo el mundo y, por tanto, también por las naciones de la Europa Oriental. ¡No podéis imaginar cómo deseó que llegase este momento!

Gracias a Dios, los fieles de la Prelatura trabajan ya en esos países y en tantos otros. Sin embargo, durante muchos años, la realización de este sueño en la Europa centro-oriental había sido impedida por la falta de libertad. En 1955, durante un viaje a Viena, san Josemaría confió esta intención a la Madre de Dios, invocándola con la jaculatoria: Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva! (Santa María, estrella de Oriente, ¡ayuda a tus hijos!). No se cansó nunca de rezar por esta intención, aunque el paso de los años no dejase ver siquiera el inicio de una solución.

Más tarde, cuando inesperadamente comenzaron a caer los muros construidos por la violencia, el amadísimo don Álvaro del Portillo abrió el camino para la expansión apostólica del Opus Dei en aquellas tierras. En primer lugar Polonia; después Eslovaquia y la República Checa, Hungría y los Países Bálticos. En los últimos años, Eslovenia y Croacia. Hoy, finalmente, ha llegado el momento de comenzar las actividades apostólicas en Rusia. Damos gracias a Dios y pedimos, por intercesión de la Virgen y de san Josemaría, la ayuda divina en estos inicios.

2. Esta feliz coincidencia me ofrece la ocasión de recordar cuáles son los instrumentos indispensables para llevar a cabo todo apostolado. Todos nosotros lo sabemos muy bien, pero conviene meditarlo de vez en cuando; de modo que podamos rectificar la dirección de nuestras acciones, si fuera necesario.

La afirmación es muy clara: no bastan los medios humanos, ni siquiera cuando son abundantes, para llevar a cabo una tarea de naturaleza estrictamente sobrenatural. El Evangelio de la Misa de hoy nos lo enseña. San Lucas cuenta con riqueza de detalles la primera pesca milagrosa realizada por Pedro y sus compañeros. Habían trabajado durante toda la noche. Como tantas otras veces habían echado las redes en aquel lago de Tiberíades que conocían muy bien, por la noche, cuando mejor se pescaba, pero había sido en vano.

A las palabras de Jesús, que los invitaba a ir mar adentro y echar de nuevo las redes, Pedro, que era quien dirigía la barca, respondió con franqueza: Maestro, hemos estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada. Pero al instante añadió: sobre tu palabra echaré las redes. El resultado fue sorprendente: Lo hicieron y recogieron gran cantidad de peces. Tantos, que las redes se rompían (Lc 5, 5-6).

La condición indispensable y primera para recoger frutos apostólicos, es emplear los medios sobrenaturales. La oración, la mortificación –que no es otra cosa que la oración de los sentidos, como afirmaba san Josemaría-, el ofrecimiento a Dios de un trabajo que se procura llevar a término con perfección, son imprescindibles. Os recuerdo la enseñanza de nuestro Padre: «En las empresas de apostolado, está bien —es un deber— que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 + 2...» (San Josemaría, Camino, n. 471).

Por otro lado, el Señor quiere que pongamos a su servicio también los medios materiales que podamos disponer. Él podría hacerlo todo sólo, pero no ha querido actuar así. Es lo que enseña la primera lectura de la Misa de hoy. Después de haber creado el mundo con su omnipotencia, y con particular amor el primer hombre y la primera mujer, el Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado para que lo trabajara y lo guardara. (Primera lectura: Gn 2, 8.15)


Este pasaje de la Sagrada Escritura era particularmente querido para san Josemaría. Desde el momento en el que el Señor le comunicó su Voluntad, comprendió que en aquellas palabras del libro del Génesis se encuentra una de las claves de la obligación de santificar el propio trabajo y de santificarse mediante el mismo trabajo. Otra clave es el ejemplo de Jesús, que durante 30 años trabajó en el taller de Nazaret. De aquí nace la obligación de utilizar también medios humanos para instaurar el reino de Dios, pero sin olvidar nunca la prioridad absoluta de los medios sobrenaturales.

Para llevar adelante cualquier actividad apostólica tenemos que acudir, en primer lugar, a Dios. Debemos también poner los medios materiales al servicio del apostolado, pues las actividades apostólicas del Opus Dei necesitan de la colaboración de muchas personas, de sus oraciones y de su ayuda material. De esta forma, con la gracia de Dios y la generosa contribución de tantos hombres y mujeres de condiciones sociales diversas, se desarrolla en todo el mundo, al servicio de la Iglesia, una obra evangelizadora cada vez más amplia.

3. Antes de terminar, me gustaría detenerme brevemente en la segunda lectura. En la Carta a los Romanos, San Pablo fortalece nuestra esperanza al mostrarnos que no debemos temer ante las dificultades. Porque, nos dice, recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!» Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados (Secunda lectura, Rm 8, 15-17).

Si buscamos cumplir en todo la voluntad de nuestro Padre Dios, si secundamos las palabras de Jesús que nos ordena ir mar adentro, si confiamos todo a la oración y al sacrificio, bien unidos a la Cruz del Señor, si hacemos nuestro trabajo profesional con responsabilidad entonces el Espíritu Santo dará fruto abundante a las actividades apostólicas.

Meditemos, para concluir, algunas palabras de Benedicto XVI, tomadas de una homilía con ocasión de Pentecostés. «Quien ha encontrado algo verdadero, hermoso y bueno en su vida —el único auténtico tesoro, la perla preciosa— corre a compartirlo por doquier, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia. Lo hace sin temor alguno, porque sabe que ha recibido la filiación adoptiva; sin ninguna presunción, porque todo es don; sin desalentarse, porque el Espíritu de Dios precede a su acción en el "corazón" de los hombres y como semilla en las culturas y religiones más diversas. Lo hace sin confines, porque es portador de una buena nueva destinada a todos los hombres, a todos los pueblos» (Benedicto XVI, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 3-VI-2006).

Que estas palabras del Santo Padre —recemos todos los días por su persona y por sus intenciones— nos espoleen en nuestro apostolado personal con parientes y amigos; busquemos acercarlos al Señor sobre todo en la Eucaristía y a través de la confesión, sacramento del encuentro personal con un Dios que es Padre y está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados.

A la Virgen, Reina de los Apóstoles y a san Josemaría, confiamos con esperanza segura los frutos sobrenaturales del apostolado de todos los cristianos, ahora y en los tiempos futuros. Que la Iglesia, nuestra Madre, con la asistencia del Paráclito y el trabajo humilde y generoso de todos, pueda recoger una mies abundante de almas. Así sea.