jueves, mayo 25, 2006

Monseñor Javier Echevarría: «La riqueza es una responsabilidad social, un instrumento para aliviar la miseria del mundo»

El “Código Da Vinci” nos ha hecho más fuertes»

Vittorio Messori

Monseñor Echevarría, prelado de la Obra

Roma- El hombre que tengo ante mí es obispo, y como tal, tiene derecho al título de «excelencia», no de «eminencia», reservado a los cardenales, pero que ha sido utilizado constantemente por Dan Brown. Un pequeño, pero significativo detalle de lo ajena que le resulta la Iglesia sobre la que jura haberse informado con rigor. El americano es, además, alguien para quien los numerarios del Opus Dei, orgullosamente laicos, al parecer son «monjes» y llevan una saya negra con capucha. Y no -como ocurre en la realidad- vestidos normales, similares a los de cualquier otro.

En cualquier caso, el sacerdote con el que converso en su estudio lleva una simple vestidura talar negra y sólo quiere ser llamado «Padre». «Padre», le digo en consecuencia, «¿me permite ver su anillo episcopal?». Me mira sorprendido pero, afable como es, se lo quita. Lo examino; un ligero círculo de oro con una incrustación de coral y una Virgen con un Niño. Me vienen a la cabeza ciertas tiendecitas de Sorrento. Sacudo la cabeza. No. Él rehuye la masa de crédulos. Ni siquiera en esto se adecua a su contra-figura: Su Eminencia Manuel Aringarosa, Prelado del Opus Dei a la búsqueda, cueste lo que cueste -cuatro homicidios incluidos- de «El Código Da Vinci». Brown asegura que su anillo es -leo- «de oro macizo, constelado de amatistas y diamantes y con los emblemas de la mitra y el báculo».

Monseñor Javier Echevarría, madrileño con ascendencia vasca,74 años y durante treinta secretario del fundador, Escrivá de Balaguer, y su segundo sucesor como Prelado de la «Sociedad de la Santa Cruz y del Opus Dei», sonríe: «Ese fantasioso señor nos ha aportado ganancias -y no sólo en dólares- mientras muchos otros nos agreden: según las enseñanzas de nuestro Padre, rezamos con el mismo fervor por quien nos alaba que por quien nos difama». «Naturalmente -le digo- usted conocerá bien el libro». «En absoluto, sólo lo he hojeado. No puedo perder el tiempo con novelitas para crédulos. Sin embargo, no la rechazamos por lo que dice sobre nosotros, son las típicas cosas que nos hacen sonreír. Lo que me duele de verdad son los delirios grotescos sobre Nuestro Señor y sobre nuestra Santa Madre Iglesia. Que digan lo que quieran sobre la Obra, pero que no blasfemen sobre la fe». El obispo sabe bien que, a requerimiento también de Leonardo Mondadori, que había vuelto a la fe junto a ellos, me dediqué un año entero a documentarme sobre el Opus y saqué un libro . Conozco, por tanto, la leyenda negra que los acompaña desde sus comienzos, pero le pregunto también a él lo mismo que le pregunté a su predecesor, Álvaro del Portillo, en cuyo proceso de beatificación he testimoniado.

De retiro en Manhattan. «¿Por qué este encarnizamiento con el Opus Dei?» La respuesta es clara: «Porque se conoce nuestra fidelidad al Papa, a la Iglesia, nuestro rigor en cuanto a la ortodoxia de la fe. Se nos ataca a nosotros para atacar estas realidades: no somos más que la criatura hipócrita de una Iglesia católica que no puede dar más que frutos envenenados. Y además porque, cuando ya no se cree en el diablo, en el verdadero, se buscan otros imaginarios. La pérdida de la fe lleva siempre a la superstición...»

Como todos los americanos, Brown gira siempre y sólo alrededor de los «States», parece como si creyera que hasta la sede central de la Prelatura no estuviera en este edificio de Monti Parioli sino en un rascacielos de Manhattan que le obsesiona, como prueba de la riqueza y del poder de la Obra. La réplica viene del portavoz, presente en el coloquio: «Nuestra vocación es llamar a cada hombre a santificarse a través del trabajo. No podíamos no echar raíces en la capital profesional del mundo, Nueva York. Teníamos una sede en la periferia, pero era difícil llegar hasta allí y, a petición de amigos y agregados, decidimos no sólo concentrar en la “City” las oficinas para toda América, sino construir allí una sede para los ejercicios espirituales, uno de las claves de nuestro apostolado. ¡El único lugar de retiro y de silencio en el corazón de Manhattan, una especie de monasterio metropolitano! Pero, con sus 17 pisos, el edificio no sólo es un “enano” al lado de los auténticos rascacielos que lo rodean, sino que, además, está construido en un área minúscula, un lugar donde antes había una gasolinera. La superficie del local equivale a un pequeño edificio de cuatro plantas». Brown precisa el coste: 47 millones de dólares. La respuesta del portavoz es inmediata: «En Roma, por iniciativa de nuestro miembros, se está construyendo un modernísimo policlínico, el Campus Bio-Médico, abierto a todo aquel que lo necesite. Las obras van a buen ritmo, el valor final rondará los 250 millones de euros. Siempre en Roma, desde hace cuarenta años gestionamos un gran centro profesional, el ELIS, del que han salido más de 10.000 jóvenes especializados. Jóvenes de barrio que, gracias al oficio que aprenden, son apreciados y pueden vivir bien».

Más que dinero, generosidad. «En todo el mundo la gente del Opus Dei crea y se hace cargo de las más diversas obras sociales: centenares de millones de dólares que no provienen de la Obra -que está sólo al servicio de la formación espiritual- sino de la generosidad de los 85.000 hombres y mujeres que forman parte de ella y que viven el espíritu del fundador». Interviene el prelado: «Recuerdo que una vez San Josemaría fue a visitar al Papa Roncalli, que nos quería mucho. Paternalmente, le picó: “Monseñor, ¿es cierto que tienen ustedes bancos?” Respondió don Josemaría: “¡Falsedades, Santidad, por desgracia. Pero si los tuviéramos podríamos hacer mucho más bien del que ya intentamos hacer!”. Una respuesta en la que se encuentra una de las claves de la perspectiva del Opus Dei: la riqueza no como culpa o pecado por expiar, sino como responsabilidad social, como instrumento para aliviar la miseria del mundo».

Transparencia. El 17 de mayo se cumplió el aniversario de la triunfal beatificación de Escrivá de Balaguer; y precisamente ese día «El Código Da Vinci» inauguró el festival de Cannes. Esa misma tarde, como única medida contra el estreno, la Prelatura abrió las puertas del centro ELIS, en el Tiburtino, a todo aquel que quisiera, para mostrar qué se hace y cómo se trabaja en realidad en la Obra. Que no ha dado, ni dará indicación alguna a sus miembros para que boicoteen el filme o los productos de la Sony. Me dicen: «Si alguien decide hacerlo, es cosa suya y de su libertad. Nosotros sólo recomendamos multiplicar el esfuerzo para recordar cuál es la verdad sobre los Evangelios y sobre la Iglesia». El embargo sobre la película ha sido total, pero algo se iba filtrando: se decía que -quizá por prudencia- la Sony, productora del film, habría borrado el nombre «Opus Dei», aludiendo sólo a una secta oscurantista no precisada. Sin embargo, sí que aparece la Obra con su nombre.

Citando un refrán americano -«Transformar los limones en limonada»-, la Prelatura no sólo ha evitado toda polémica, sino que ha encontrado en la difamación una buena oportunidad. Las visitas a su página web (en España, «www.opusdei.es») son ya, en el mundo, unos tres millones al mes, además de los innumerables impactos en prensa y televisión. La estrategia de la transparencia («mostrar al Opus Dei como es, no polemizar con el cómo no es») está dando resultados sorprendentes, ampliando el número de amigos y simpatizantes.

Una última, inédita noticia: en el famoso minirrascacielos de Nueva York, el responsable americano de la Obra y el de las Doubleday Editions anunciarán una reedición, de tirada elevadísima, de «The Way» (Camino). El librito que contiene las 999 máximas de San Josemaría Escrivá, el manual de formación espiritual para los discípulos de la fuente del Mal, según Brown. Pero, he aquí la sorpresa: Doubleday es la editora de «El Código Da Vinci». En el mismo catálogo se encontrarán, por tanto, «veneno» y «antídoto», cada uno podrá comparar y juzgar. Como me repetía monseñor Javier Echevarría, «para nosotros, que creemos en la Providencia, no hay mal que por bien no venga...» .

miércoles, mayo 17, 2006

Sin rezar, sin la comunión, sin confesarme no puedo ir a ningún lugar

La Princesa Alessandra Borghese, autora de ’Con ojos nuevos’ que presentará en Madrid, el 28 de junio

La fe tiene una dimensión privada, íntima, pero posee también una dimensión pública

Alessandra Borghese ha tenido la amabilidad de conceder una breve entrevista telefónica para Vigometropolitano. Le llamo a su casa de Roma, minutos antes de que haya de salir para Milán. Le saludo en italiano, y continuamos la conversación en español, una lengua que ella conoce perfectamente.

De noble familia romana, de un linaje que ha dado a la Iglesia un Papa como Paulo V, la Princesa Alessandra Borghese ha relatado su regreso a la fe en el libro “Con ojos nuevos”, recientemente publicado en español por la editorial Rialp. Un invitación de su amiga Gloria von Thurn und Taxis a pasar unos días en el castillo de Tuzing, en Alemania, en 1998, fue la ocasión propicia para encontrarse con Jesucristo y comenzar a ver el mundo de otra manera, “con ojos nuevos”, con la mirada de la fe. Alessandra Borghese ha tenido la amabilidad de conceder una breve entrevista telefónica para Vigometropolitano. Le llamo a su casa de Roma, minutos antes de que haya de salir para Milán. Le saludo en italiano, y continuamos la conversación en español, una lengua que ella conoce perfectamente.

Pregunta: Princesa, ¿tiene pensado presentar su libro, “Con ojos nuevos” en España?

Respuesta: Sí. La presentación la haré en Madrid, el 28 de junio, junto al Cardenal Cañizares y a Joaquín Navarro-Valls. Se hará también una presentación en Pamplona.

Pregunta: ¿Por qué este título, que alude a los ojos, a la mirada, para hablar de la fe? ¿Se podría pensar en San Agustín que afirma “habet namque fides oculos suos” (“la fe tiene sus propios ojos”)?

Respuesta: Bueno, se trata de un título, que incide en el hecho de que, con la conversión, todo se ve con ojos nuevos; de forma diferente. Por ejemplo, lo que hasta ese momento era solo naturaleza pasa a ser creación.

Pregunta: ¿Es consciente de que al hablar públicamente de la fe rompe, de algún modo, el tabú del secularismo, que relega lo religioso al ámbito privado?

Respuesta: Seguramente sí, se rompe ese tabú. La fe tiene una dimensión privada, íntima, pero posee también una dimensión pública. Para mí es muy importante testimoniar la fe hoy. Y esta necesidad del testimonio no brota, ante todo, de una decisión, sino del entusiasmo por haber hallado la fe; del entusiasmo por el encuentro con Jesucristo. A raíz de ese encuentro, todo cambia. Y hace falta contarlo, no guardarlo en la esfera de lo privado. Cada cual tiene su “talento” y lo hace fructificar de modos diversos: por ejemplo, una madre, educando a sus hijos; un profesor, transmitiendo sus conocimientos. Lo decisivo es que quien ha encontrado la fe se decida, según su propio talento, a comunicarla y a testimoniarla.

Pregunta: Habrá nuevos libros, que continúen lo relatado en “Con ojos nuevos”?

Respuesta: Sí, en italiano he publicado “Sete di Dio” (“Sed de Dios”), que será también traducido al español. En este libro amplío diversos aspectos tratados en “Con ojos nuevos”.

Pregunta: Usted, en su libro, explica que su reencuentro con la fe ha tenido lugar por la participación en la Misa, y no precisamente mediante largos debates. ¿Qué conclusión extrae de este hecho?

Respuesta: Efectivamente, ha sido central la experiencia de la Santa Misa. La fe la encontramos - o la reecontramos - a través de lo que la Iglesia nos da; a través de los sacramentos, de esos medios de gracia que están tan cerca de nosotros. Mediante ellos se produce el encuentro con Jesucristo. Sin rezar, sin la comunión, sin confesarme no puedo ir a ningún lugar.

Nos gustaría seguir hablando durante más tiempo con Alessandra Borghese. Agradezco enormemente la gentileza de haberme concedido estos minutos, aunque me hayan quedado muchas preguntas por hacer. De todos modos, la Princesa nos habla en sus libros. A quien esté interesado le recomendaría la lectura de “Con ojos nuevos. Un viaje a la fe”, Rialp, Madrid 2006. Merece la pena.

Guillermo Juan Morado.





Un viaje a la fe. Confesiones de una conversa

He descubierto que está enamorado de mí

Editores Rialp publica estos días el libro Con ojos nuevos. Un viaje a la fe, de Alessandra Borghese. Por gentileza de Rialp, que agradecemos sinceramente, publicamos como primicia estos flashes del libro anda el protocolo que, en el membrete de las invitaciones oficiales, en las ocasiones solemnes, se me designe con el nombre que me han conferido los siglos: Donna Alessandra Romana dei Principi [de los príncipes] Borguese. Y este mismo apellido que llevo campea con letras enormes, por voluntad de Camillo Borghese, Romano Pontífice con el nombre de Pablo, en la fachada de la basílica de San Pedro del Vaticano… Soy consciente del privilegio y de las responsabilidades de cargar sobre mis espaldas con tanta Historia. Y no soy tan superficial y tan demagoga como para considerarlo irrelevante… En estas páginas, sin embargo, únicamente es Alessandra quien habla: toda distinción de linaje y de clase resulta ridícula ante el Misterio en el que cada vida está inmersa. La de un ser anónimo y la de una princesa. No tenemos, todos, más que un solo Padre. Y todos, no somos más que hijos necesitados de perdón, de comprensión, de cariño, de esperanza.


Sí, éste es el punto clave. He decidido escribir este libro impulsada por un solo motivo: lo necesitaba, no podía menos que hacerlo. Desde hace algunos años, mi vida ha cambiado en las formas exteriores, pero mucho más en lo interior. He reencontrado con plenitud una fe cristiano-católica, nunca extinguida del todo, pero ciertamente comprimida y arrumbada en un remoto rincón del corazón. No podía callar por más tiempo, ni contentarme con comunicar lo acontecido solamente a unos cuantos amigos. Sentía la necesidad de dárselo a conocer a muchos, para que también ellos puedan abrirse a la Esperanza que ahora alberga mi corazón. Y hacerles comprender que se trata de un regalo que está igualmente a su entera disposición.

Pertenecer a una clase privilegiada, poseer medios, ser de estirpe aristocrática, tener cultura y alcanzar éxitos profesionales, puede parecer decisivo e importantísimo, hasta el punto de suscitar envidias, cuando no odio social. Sin embargo, y lo digo por experiencia, si no tienes ese sutil rayo de Luz que te indica el camino y te atrae hace sí, todo eso se convierte en una peligrosa jaula que amenaza con aprisionarte, porque puede crear en ti la ilusión de que te es suficiente para realizarte de veras. Pero no es así. En absoluto es así. Estoy en condiciones de asegurarlo porque yo misma lo he experimentado a mi propia costa.


También yo, como la samaritana, recalé en el momento preciso, agotada y sedienta, junto al pozo de Sicar. También yo, como ella, tuve un encuentro decisivo y descubrí un Agua Viva con la que aplacar mi sed. De esto y únicamente de esto quiero hablar: de lo que ha venido después. De estos ojos nuevos con los que se me ha concedido mirarme a mí misma y al mundo. Del estupor que acompañó y todavía acompaña el hallazgo del Misterio de amor que envuelve la vida, la penetra, la sostiene, y le da un significado que, desde esta tierra, llega hasta la eternidad.


«Experimenté un enorme consuelo, sentí que renacía. Descubrí, con un alegría que ni de lejos consigo describir, que Dios estaba allí para mí, para acogerme, y ofrecerme su ayuda». Estas palabras he escrito al hablar de mi larga confesión, la primera después de muchos años, al término de un laborioso proceso que duró varios meses.


Han pasado siete años y lo confirmo todo. Es más, el paso del tiempo ha transformado aquel instante excepcional en un permanente estado anímico de confianza y de abandono en Dios, del que nace, en última instancia, una gran paz.


Que sea lo que Dios quiera. Lo digo con firmeza, porque ahora sé que mi fe no es ciega ni sentimental. Es más bien un acto de libérrima obediencia a Aquel que, finalmente, he descubierto que está enamorado de mí.

Alessandra Borghese

En Alfa y Omega

martes, mayo 16, 2006

LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS


Estoy leyendo al Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan, francamente impresionante:

En la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora? ».

Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.

Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.


Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!


Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica

Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15, 89).

¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...

Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»

Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).


Cuarto defecto: Jesús es un aventurero

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.

Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.

Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!


Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».

Testigos de esperanza de F.X. Nguyen van Thuan

viernes, mayo 12, 2006

Se reedita el libro de don Luigi Giussani sobre educación: Educar es un riesgo

«El joven necesita
un guía que le ayude
a descubrir el sentido unitario de las cosas.
Así se forman
los espíritus verdaderamente abiertos y libres»


«Se reedita, con traducción revisada, Educar es un riesgo, el iluminador estudio de don Luigi Giussani, el sacerdote milanés fundador del movimiento Comunión y Liberación. Aunque mayoritariamente escrito en los años 60 del pasado siglo, el libro ofrece, junto a una hermosa exaltación de los verdaderos valores cristianos, un muy clarividente diagnóstico de las calamidades que afligen a la educación», escribe don Juan Manuel de Prada, quien presentó recientemente el libro junto al sucesor de don Giussani, don Julián Carrón, como ya informó Alfa y Omega

Para Giussani, la educación no es posible sin el reconocimiento de una tradición (del latín traditio, entrega), esto es, una «hipótesis explicativa de la realidad» que los maestros transmiten a los discípulos mediante el ejercicio saludable de su autoridad. Giussani nos recuerda, por cierto, que, en su significado prístino, auctoritas deriva del supino del verbo augere, que significa hacer crecer; autoridad sería, pues, «aquello que nos ayuda a crecer», que suscita en nosotros un apetito de sabiduría, un deseo de abrir los ojos a realidades nuevas.

La experiencia de la autoridad –sostiene don Giussani– surge en nosotros al encontrarnos con una persona cuyo ejemplo suscita en nosotros una inevitable adhesión. La persona dotada de autoridad no se impone como algo extraño y castrante sobre el discípulo, sino que, por el contrario, ayuda a rescatar su yo más verdadero, estimulando en él un criterio permanente para enjuiciar la realidad. Nuestra época se ha empeñado en denigrar ese criterio que nos aporta la autoridad; ha infundido en nuestros jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en maestros de sí mismos y convertir en código de conducta sus impresiones más contingentes. O, en el mejor de los casos, les ha propuesto un batiburrillo de autoridades divergentes, para que elijan las que mejor se adecuen a su carácter. Así, el joven de nuestro tiempo queda abandonado a su suerte, zambullido en la incertidumbre y la dispersión. Ciertamente, la misión educativa no es otra que infundir en el joven una verdadera libertad de juicio y una verdadera libertad de elección; pero juzgar y elegir se convierten en tareas imposibles cuando falta una hipótesis explicativa de la realidad. «Sólo una época de discípulos –escribe Giussani en algún pasaje de este magnífico libro– puede deparar una época de genios». Sólo quien primero es capaz de escuchar y comprender puede luego juzgar la realidad, incluso abandonando la senda que esa autoridad le había trazado en un principio. Pero, cuando esa autoridad falta, se condena al joven a crear ilusoriamente un criterio comprensivo de la realidad; criterio que, con frecuencia, no es sino una invitación a sucumbir ante fuerzas externas, a ceder ante el barullo contradictorio de impresiones que lo bombardean, a dejarse arrastrar por la corriente precipitada de las modas, por la banalidad y la inercia.

El joven necesita un guía que le ayude a descubrir el sentido unitario de las cosas; de lo contrario, su educación se convierte –como sostiene Giussani, en un símil muy afortunado– en la andadura de un hombre sobre la arena: buena parte del esfuerzo realizado en cada paso es absorbido por la inestabilidad del terreno. Sólo la autoridad, al inspirar en el joven un criterio cierto, puede crear en él un interés sincero por la confrontación con otros criterios. Así se forman los espíritus verdaderamente abiertos y verdaderamente libres. Cuando, por el contrario, falta esa autoridad originaria, se arroja al joven a la desorientación y el caos. Una educación borracha de libertad deja al joven prisionero de las puras apetencias; una educación demasiado racionalista olvida la importancia del compromiso existencial –que es también compromiso con lo trascendente– como condición para obtener una genuina experiencia de lo verdadero. Para Giussani, educar no consiste en la mera tarea de transmitir ideas; consiste, sobre todo, en lograr que nuestro ser se adhiera a esas ideas. Para un educador católico, la misión primordial de su enseñanza debe consistir en hacer presente la figura de Cristo y la experiencia de su amor como hipótesis explicativa de la realidad; cuando esa misión primordial falta, la enseñanza católica falla desde su mismo cimiento. El joven debe probar la presencia de Cristo en la historia humana a través de un compromiso existencial que le permita verificar la vigencia eternamente renovada de su fe: sólo así conseguiremos que los jóvenes que pasan por las escuelas católicas no acaben desembocando en la indiferencia (cuando la idea de Dios se convierte en una cansina abstracción), en el tradicionalismo estéril (cuando, temerosos de que ser agredidos en su fe, se atrincheran en la caverna, incapaces de entrar en diálogo con su época), o en la franca hostilidad (como ocurre con tantos jóvenes que reciben una enseñanza religiosa tan ritualista y vacua que acaban abominando de ella). Y esa verificación se logra mediante la expresión comunitaria de la fe; para Giussani, Cristo debe ser redescubierto cada día a través de experiencias comunitarias que signifiquen una plena realización de la libertad del joven; experiencias de las que surjan la disponibilidad, el amor genuino a la verdad y al bien, la vitalidad creadora incansablemente fecundada, invadida por la potencia de lo eterno.

El pensamiento de don Giussani, plenamente vigente, plenamente moderno, escapa por igual al dogmatismo y a las delicuescencias propias de una modernidad que ha hecho del relativismo su carta de presentación. Valga como muestra la definición que nos ofrece de diálogo, ese caramelo envenenado que tantas veces los taimados emplean para embaucar a los ingenuos. Para don Giussani, el diálogo «es una propuesta a otro de lo que yo veo, y atención a lo que el otro vive, porque estimo su humanidad y porque le amo; lo que de ningún modo implica una duda sobre mí, ni tampoco el negociar lo que soy». Los cristianos deberíamos esforzarnos, antes de entrar en diálogo con una época que disfraza los viejos errores con los ropajes lustrosos de la modernidad, por evitar la negociación sobre lo que somos.

Juan Manuel de Prada



jueves, mayo 11, 2006

Fátima y el atentado al «obispo vestido de blanco», 25 años después


Entrevista a Renzo Allegri, autor del libro «El Papa de Fátima»

ROMA, jueves, 11 mayo 2006 (ZENIT.org).- Eran las 17,19 del 13 de mayo de 1981, cuando en la plaza de San Pedro de Roma, el turco Alí Agca trató de asesinar a Juan Pablo II, disparándole varios tiros desde poca distancia, con una pistola.

El Papa polaco, herido gravemente en el abdomen, estuvo a punto de morir desangrado antes de llegar al hospital Gemelli, donde fue operado urgentemente.

Entre la incredulidad general, el Papa sobrevivió a aquel atentado y atribuyó la salvación de su vida a la intercesión de Nuestra Señora de Fátima --«…una mano materna guió la trayectoria de la bala...»--, cuya fiesta se celebra el 13 de mayo, en recuerdo de su primera aparición, en 1917, a tres pastorcillos portugueses.

En 2000, Juan Pablo II hizo pública la tercera parte del secreto de Fátima en el que se hablaba del atentado contra un «obispo vestido de blanco», y reveló al mundo que era él mismo.

Veinticinco años después del atentado, el periodista y escritor Renzo Allegri ha reconstruido con una investigación rigurosa todo el suceso, y el resultado ha sido publicado en italiano con el título «El Papa de Fátima» («Il Papa di Fatima», editorial Mondadori». Zenit ha entrevistado al autor.

--¿Por qué Juan Pablo II es el Papa de Fátima?

--Allegri: Antes que nada porque él mismo se reconoció en aquel «obispo vestido de blanco» que los tres niños, Lucía, Francisco y Jacinta, «vieron» durante la aparición del 13 de julio de 1917, cuando la Señora les confió el llamado «secreto de Fátima». Y además porque, tras tomar conciencia de aquel suceso misterioso, Juan Pablo II vivió empeñado en realizar las peticiones y deseos contenidos en el mensaje de Fátima. Se entregó a esta misión con todo su ser, ofreciéndose como víctima por la salvación del mundo, promoviendo una «cruzada» mundial de oraciones, sobre todo entre los jóvenes, y obteniendo los resultados históricos que todos conocen: la caída del comunismo en los países del Este, la vuelta de la libertad religiosa en aquellos países y, quizá, contribuyó también a evitar un tremendo conflicto nuclear que, según los historiadores, se divisaba en el horizonte. La relación entre Fátima y Juan Pablo II es, en mi opinión, muy grande y está todavía por descubrir.

--En su libro, usted afirma que, aunque Karol Wojtyla fuera todavía poco conocido, el padre Pío ya se había dado cuenta de que se convertiría en un hombre muy importante. Usted que conoce bien la vida del padre Pío, ¿puede explicarnos a qué se refería el santo de Pietrelcina?

--Allegri: En las biografías de los santos, sucede a menudo que tienen «canales» de comunicación fuertes y precisos, que escapan al control de la racionalidad. Este fenómeno se verificó también entre el padre Pío y Karol Wojtyla, y hay dos episodios concretos, relacionados entre sí, que lo demuestran. En 1948, el joven sacerdote Karol Wojtyla, estudiante en Roma, había oído hablar del padre Pío y quería conocerlo. Viajó a San Giovanni Rotondo en las vacaciones de Pascua y se quedó una semana. Nunca se ha sabido de qué hablaron. Parece que el santo de Pietrelcina lo «vio» vestido de Papa y con manchas de sangre en la sotana blanca. De esta especie de profecía, difundida rápidamente tras la elección de Wojtyla como Papa, nunca hubo confirmación. Sin embargo es irrefutable el hecho de que aquel encuentro marcó profundamente a Wojtyla, suscitando en él una gran veneración por el padre Pío.

En 1962, Wojtyla volvió a Italia como obispo para participar en el Concilio Vaticano II. En Roma, le llegó una dramática noticia: una colaboradora suya, Wanda Poltawska, médica y psiquiatra, tenía un grave tumor. Los médicos decidieron intentar una operación pero la esperanza de salvarla era casi nula. Wojtyla escribió inmediatamente una carta al padre Pío pidiéndole oraciones por la doctora Poltawska. El padre Pío, en aquellos años, estaba sometido a gravísimas acusaciones. El Santo Oficio decretó serias restricciones disciplinarias contra él, prohibiendo a sacerdotes y religiosos que le contactaran. Wojtyla estaba ciertamente informado de esta situación pero no hizo caso porque, por motivos que ignoramos, tenía un «conocimiento» del padre Pío por encima de cualquier insinuación. Hizo llegar la carta al padre Pío con urgencia, a mano, a través de Angelo Battisti, empleado de la Secretaría de Estado y colaborador del padre Pío. Battisti me contó, entregándome copia de aquella carta, que el padre Pío quiso que se la leyera y, al final, tras algún instante de silencio, dijo: «Angiolino, a esto no se puede decir que no».

Sabiendo que cada palabra del padre Pío tenía una repercusión misteriosa y concreta en la realidad, Battisti se quedó muy sorprendido de aquella frase. «¿Quién será este Wojtyla?», se preguntaba. Pidió información pero en el Vaticano nadie lo conocía, excepto los polacos para los que era sólo un joven obispo. Once días después, Battisti recibió el encargo de llevar otra carta de Wojtyla al padre Pío. Y en esta carta el obispo polaco le daba las gracias al padre porque la doctora Poltawska «se había curado de repente antes de entrar en el quirófano». Estos son los hechos ciertos que conocemos y que demuestran que el padre Pío, como en muchas otras ocasiones, «intuyó» los designios de Dios sobre Wojtyla con una desconcertante precisión.

--¿Cómo entra en la historia de Juan Pablo II la tercera parte del secreto de Fátima?

--Allegri: De modo misterioso, como sucede siempre con los acontecimientos del Espíritu. En teoría, Juan Pablo II formó parte de aquel «secreto» desde que nació. La misión le fue confiada incluso antes de nacer y la historia de su existencia se ha desarrollado libremente en sintonía con los designios de la Providencia. Pero, de hecho, quizá tomó conciencia de su misión sólo tras el atentado de 1981. No tenemos pruebas científicas, documentos explícitos que demuestren la relación entre Wojtyla y el secreto de Fátima. Sólo la convicción del mismo Papa que, tras el atentado, reflexionando sobre lo que sucedió y leyendo el texto de sor Lucía sobre la tercera parte del famoso secreto, se reconoció en aquel relato.

Sor Lucía escribió que, durante la aparición del 13 de julio de 1917, ella, Francisco y Jacinta habían visto a un obispo vestido de blanco que, medio tembloroso, con paso vacilante, afligido por el dolor y la pena, atraviesa, junto a otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, una gran ciudad en ruinas, rezando por las almas de los muertos que encuentra en su camino y sube por una montaña escarpada, en cuya cima hay una cruz a cuyos pies es asesinado. Wojtyla, a la luz de lo que sucedió, estaba convencido de que la visión tenía las características de una auténtica «profecía». Y, con el pasar del tiempo, su convicción se fue fortificando hasta convertirse en «certeza».

Es lícito pensar que tuviera, por parte de sor Lucía, otras informaciones y aclaraciones que no conocemos. En el año 2000, 19 años después del atentado, Juan Pablo II estaba tan seguro de su convicción que quiso darla a conocer al mundo entero. Lo que se hizo realidad en Fátima, al final de la ceremonia de beatificación de Francisco y Jacinta, mediante un discurso del cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado vaticano, ante más de un millón de peregrinos, e incontables millones de fieles conectados por televisión en directo. También la voluntad de Wojtyla de hacer pública su convicción es un argumento lleno de significado.

domingo, mayo 07, 2006

"El Opus Dei es una aventura de amor"

Versión íntegra en castellano de la entrevista realizada a Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, realizada en Villa Tevere, sede de la Obra en Roma, publicada el 21 de abril de 2006 en el peródico francés Figaro-Magazine.

- ¿Para qué sirve a la Iglesia el estatuto –único en estos momentos- de Prelatura personal concedido al Opus Dei? ¿Le permite sobre todo a la Iglesia estar mejor informada sobre la evolución de la sociedad laica en general y sobre la comunidad católica en particular?

- Ciertamente, hoy en día, el Opus Dei es la única prelatura personal en sentido estricto. Pero existen en la Iglesia otras circunscripciones que son equivalentes en el plano teológico y canónico; pienso en los Ordinarios militares o en la prelatura de la Misión de Francia, por ejemplo. Son estructuras que no toman la noción territorial como único criterio de competencia de jurisdicción; de ahí el adjetivo “personal”.

El estatuto actual, definitivo, del Opus Dei, se corresponde exactamente con su naturaleza (1). Cuando tu identidad está claramente definida, nadie duda que eres, saben quién eres y para qué existes. Cuando un traje te va bien y estás cómodo con él, es mejor para todos.

De este modo, los fieles de la Prelatura viven en medio del mundo en el que se encuentran: universidad, oficina, lugar de vacaciones. Procuran trabajar bien, cada uno en su profesión. Son hombres y mujeres que son abogados, médicos, periodistas, artistas, obreros, agricultores, músicos, militares, maestros.

Hay un libro que algunos consideran que ha marcado la historia religiosa de vuestro país: Francia, país de misión. Pues bien, cada ambiente profesional es un lugar de evangelización. Cada trabajo es verdaderamente una ocasión de encuentro con Dios, como afirmaba desde 1928 san Josemaría Escrivá: es medio para amar a Dios y para comprender mejor a los que nos rodean, para participar en la obra de la Creación y de la Redención, mediante el trabajo.

- Pero, ¿cómo definiría usted la aportación específica del Opus Dei a la Iglesia?

-Primeramente, el Opus Dei -viejo como el Evangelio y como el Evangelio, nuevo, decía san Josemaría- difunde un mensaje: Dios llama a todos los hombres y a todas las mujeres a amarle y a amar a su prójimo; es decir, llama a la santidad y al apostolado en la vida cotidiana.

No a pesar del trabajo, sino mediante el trabajo, en un mundo en el que, como imagen de Dios que es, coopera con Él. Es en cierto sentido, una aventura de amor.

Luego, el Opus Dei ofrece su ayuda para responder a esta llamada divina; la prelatura propone actividades de formación cristiana y la posibilidad de un acompañamiento espiritual personalizado, a la vez exigente y adaptado a la vida ordinaria.

Toda esta historia, divina y humana a la vez, en imitación de Jesucristo, se funda en la confianza en la paternidad amorosa de Dios, en la fe en Cristo Resucitado, en la acción del Espíritu Santo, hoy, ahora, en cada alma.

El Opus Dei procura cumplir esta misión, en el seno de la Iglesia, como una porción del pueblo de Dios. Es una especie de escuela de formación permanente para que la gente de la calle encuentre a Dios en su vida ordinaria y comparta la alegría de este encuentro con sus colegas, sus amigos y conocidos.

- Al invertir mucho en escuelas, universidades y centros de formación, el Opus Dei ha ocupado un poco la plaza que ocupaban en otros tiempos los jesuitas en la enseñanza. Con una diferencia, que los jóvenes formados por el Opus Dei tienen la posibilidad de hacerse ya miembros: ¿qué responden ustedes a los que asimilan esto al adoctrinamiento?

- En el seno de la Iglesia existen diversos carismas y se enriquecen mutuamente para el bien de todos, sacerdotes y laicos, diócesis, las realidades más variadas; todos son útiles y complementarios. Hay sitio para todo el mundo, dentro del respeto a las sensibilidades de cada uno.

Los centros de enseñanza de los que usted me habla nacen un poco como los champiñones, por la iniciativa y bajo la responsabilidad de unas personas concretas, que por lo general suelen ser los padres de los alumnos, que son los primeros interesados en la educación de la juventud. El Opus Dei no interviene en esto, respeta la libertad de la gente en su acción social.

Toda persona mayor de edad tiene la posibilidad de pertenecer al Opus Dei. Basta con sentirse atraído por razones espirituales, desinteresadas y comprobar cómo encaja allí. Evidentemente, es necesario un encuentro personal, porque ese tipo de cosas no se hacen por telepatía. La palabra reclutamiento es propia del ejército o de las empresas, pero no de una realidad eclesial como el Opus Dei.

El fin del Opus Dei, como el de la Iglesia, no es aumentar constantemente, sino prolongar la presencia de Cristo en el mundo, servir a las almas, hasta que vuelva Nuestro Señor.

Naturalmente, esto comporta la difusión del mensaje cristiano, en particular de la llamada que Dios dirige a cada uno en su vida ordinaria.

Debe tenerse en cuenta que el Opus Dei es apostólico, porque, al ser una parte de la Iglesia, se remonta hasta los primeros discípulos de Cristo, que fueron “enviados”. Una Iglesia que no fuera misionera sería un cadáver. ¡Ay de mí, decía san Pablo, si no anunciara el Evangelio! (cf. I Co, 9, 16)

Por eso, el Concilio Vaticano II, luego Pablo VI en su exhortación Evangelii nuntiandi; y por último Juan Pablo II en Redemptoris missio, han recordado la necesidad de un compromiso cristiano con el anuncio del Evangelio. Jesús invitaba claramente a quienes se iba encontrando, con una palabra inequívoca: “Sígueme”.

Por otra parte, esta invitación fue a veces en vano, como en el caso del joven rico, sin embargo, Cristo no se abstuvo de invitarle a seguirle (Luc, 18, 22). San Pablo enseña que la fe viene por la predicación (Rm 10, 17), no sólo mediante un testimonio de vida, aunque ese testimonio constituya un presupuesto necesario.

El Opus Dei propone unos ideales elevados, hoy en una sociedad que no es cristiana, y yo espero que la Prelatura continuará haciéndolo siempre. Se requiere un minimum de espíritu rebelde, gusto por la independencia, pero también la generosidad del que aspira a hacer algo por los demás.

La Iglesia por consiguiente –y, en su seno, el Opus Dei, como una pequeña partecita-, siguiendo a Cristo, habla a los jóvenes. Es sobre todo el mismo Cristo el que habla a cada uno.

Evidentemente, un compromiso con el Opus Dei supone un largo itinerario de conocimiento mutuo, mucho tiempo, para llevar a cabo una iniciativa que es siempre personal y única, como cada persona a los ojos de Dios. La respuesta de cada uno es libre; pero no se puede responder si no se hubiera planteado la cuestión;el hecho de plantear un proyecto de vida se inscribe en el ámbito de la caridad; hacer algo con la propia vida, algo útil para los demás.

¿Por qué extrañarse de esto en una época como ésta, en la que todas las organizaciones humanas hacen un proselitismo que resulta con demasiada frecuencia excesivo o agrasivo? Piense en el marketing, en las campañas publicitarias, en las operaciones de sensibilización acerca de un problema de la sociedad, cuando se trata de reclutar personas para determinados empleos, de conseguir una cuota de mercado, de aumentar el número de suscriptores de un periódico o de fidelizarlos, de disuadir a los fumadores o de insistir en la prudencia en la carretera, por no mencionar otros aspectos, que a veces suponen hostigamientos, ni mucho menos inocentes.

Muchas personas, quizá por una humildad mal entendida, no se atreverían a plantearse el encuentro con Dios en el trabajo en su vida ordinaria si nadie le hubiese abierto esas perspectivas. Cristo se ha encarnado para todos, no solamente para unos cuantos iniciados. ¡Este es un mensaje que no se puede ocultar!

- ¿Cómo explica usted que el Opus Dei haya logrado reunir más de 300.000 fieles en el Vaticano para la canonización del Fundador, cuando sus efectivos oficiales no pasan de 85.000 miembros?

- Haga el cálculo: menos de cuatro personas por cada fiel del Opus Dei; no es algo tan meritorio. A millones de personas les hubiera gustado estar presentes en esa gran fiesta, si hubieran tenido tiempo y medios. La inmensa mayoría de las personas que participan en las actividades de formación del Opus Dei no tienen ninguna relación institucional con la prelatura. Es preciso considerar dos cosas. Por una parte, el mensaje del Fundador posee una gran fuerza de atracción por quien ama con rectitud la vida, el mundo, la gente: la plenitud del compromiso cristiano sin hacer nada de extraordinario, salvo poner amor hasta en las cosas más pequeñas. ¡Esto es posible! Por otra parte, está la simpatía que emana de la personalidad de san Josemaría, su alegría, su calor humano y su sencillez. Todo eso hace que muchas personas le recen y lean sus escritos aún sin haber tenido contacto alguno con el Opus Dei.

- La mayoría de los comentadores han subrayado que la Obra se ha dado a conocer sobre todo después de la aparición de El Código da Vinci hace tres años, y esta entrevista es la prueba. ¿Piensa usted como ellos que cuanto más se sepa sobre la Obra, mejor?

- Sí. La ignorancia es siempre un gran mal y la información un bien. La comunicación no es juego, ni soporta el amateurismo. Se aprende con el tiempo a darse a conocer mejor y también a comprenderse mejor uno mismo. Hace falta algo de paciencia también en este campo.

- Sea cual sea la autonomía financiera de las asociaciones gestionadas por miembros del Opus Dei, debe ser fácil en la era de la informática, hacer una la lista y calcular el montante de los fondos que tienen. ¿Por qué no se hace? ¿Es para desacreditar la idea de que el Opus Dei es “inmensamente rico”? ¿O, por el contrario, porque resulta más útil dejar que se crea eso?

- Lo esencial es la iniciativa libre y responsable que nace de la base. ¿Cuáles son las asociaciones gestionadas por los fieles de la Prelatura? Yo no las conozco, evidentemente, y mis colaboradores tampoco. Ni siquiera se me pasa por la cabeza porque es una quimera. Admitiendo que sea posible hacer ese cálculo del que me habla, se obtendría un inventario heterogéneo. Una manzana más dos sillas, ¿Cuántos violines y balones de fútbol suman? ¿Cuáles son las asociaciones dirigidas por los que caminan por las calles denominadas “avenida de la República”, o por las que tienen los ojos verdes o juegan al tenis todas las semanas? ¿Cuánto suman en conjunto?En el pensamiento de san Josemaría Escrivá cada iniciativa debe estar equilibrada desde el punto de vista financiero, en su caso mediante la ayuda de patronatos y colaboradores habituales. Pero el Opus Dei no interviene ni puede intervenir, en aras de un sano principio de autonomía y de respeto a las competencias de cada uno: ¡Cada uno a su labor y los sastres a coser!

- Nacido en España hace menos de 80 años, el Opus Dei está presente en todos los continentes y en casi todos los países (2). En cuáles de ellos le parece que esa presencia es hoy más útil para la misión evangelizadora que se le ha confiado? ¿Por qué razones?

- El concepto de utilidad toma otro sentido cuando no se limita a unos parámetros meramente técnicos. La fecundidad viene de Dios. El Salmo 127 proclama que si Dios no construye la casa, en vano trabajan los albañiles. El mismo nombre “Opus Dei” significa “trabajo de Dios”. Yo pienso que el Opus Dei será útil allí donde realice exactamente su misión: allí se encontrará a gusto, bien, en su sitio, en su puesto. Mi responsabilidad es justamente velar para que esto se cumpla y en ello estoy. Pienso en la primacía de la oración, en la santificación del trabajo y en las ocupaciones ordinarias de la vida corriente, y por tanto en toda la vida concebida como una ofrenda hecha a Dios y como un servicio al prójimo. Pienso en la evangelización como la coronación de una auténtica amistad, de persona a persona: el corazón habla al corazón, le gustaba repetir a Newmann: toda la persona, inteligencia, afectos, voluntad. El Opus Dei es útil cuando, como parte de la Iglesia, ayuda a cada uno a encontrar de nuevo la paz interior, en el perdón de Dios, en la armoniosa edificación de su personalidad, en la aceptación de sí mismo. En una palabra, cuando hace sentir que Jesús sigue pasando a nuestro lado, dando sentido a nuestras vidas. Se comprende entonces que Josemaría Escrivá haya podido decir que la felicidad del Cielo pertenece a los que saben ser felices en esta tierra. Con sufrimientos, desde luego, que son inevitables, pero felices sin embargo, verdaderamente felices.

Notas:

(1) El estatuto del Opus Dei ha constituido durante mucho tiempo un problema porque en la Iglesia Católica no había otro que autorizase a los laicos a ser “miembros de pleno derecho” (con el mismo título que los eclesiásticos) de una de sus instituciones. Esta dificultad fue parcialmente superada a partir de 1950 mediante el estatuto de “instituto secular”. Pero el fundador de la Obra, Josémaría Escrivá de Balaguer, lo encontraba muy insatisfactorio… quizá porque situaba al Opus Dei bajo la autoridad de los obispos de las diversas diócesis. Fue su sucesor al frente del Opus Dei, Monseñor Álvaro del Portillo, el que obtuvo finalmente de Juan Pablo II, la concesión del doble estatuto de “prelatura personal” (creada por el Vaticano II) y de “diócesis universal”; un estatuto que Monseñor Echevarría califica de “traje” en el cual se siente “muy cómodo”.

(2) Los efectivos oficiales (sin contar a los cooperadores) son de 1.800 miembros en África; 4.800 en Asia y Oceanía (con una presencia más fuerte en Japón); 20.400 para las dos Américas; y 49.000 en Europa (con 35.000 sólo en España, país de origen del Opus Dei).