jueves, mayo 25, 2006

Monseñor Javier Echevarría: «La riqueza es una responsabilidad social, un instrumento para aliviar la miseria del mundo»

El “Código Da Vinci” nos ha hecho más fuertes»

Vittorio Messori

Monseñor Echevarría, prelado de la Obra

Roma- El hombre que tengo ante mí es obispo, y como tal, tiene derecho al título de «excelencia», no de «eminencia», reservado a los cardenales, pero que ha sido utilizado constantemente por Dan Brown. Un pequeño, pero significativo detalle de lo ajena que le resulta la Iglesia sobre la que jura haberse informado con rigor. El americano es, además, alguien para quien los numerarios del Opus Dei, orgullosamente laicos, al parecer son «monjes» y llevan una saya negra con capucha. Y no -como ocurre en la realidad- vestidos normales, similares a los de cualquier otro.

En cualquier caso, el sacerdote con el que converso en su estudio lleva una simple vestidura talar negra y sólo quiere ser llamado «Padre». «Padre», le digo en consecuencia, «¿me permite ver su anillo episcopal?». Me mira sorprendido pero, afable como es, se lo quita. Lo examino; un ligero círculo de oro con una incrustación de coral y una Virgen con un Niño. Me vienen a la cabeza ciertas tiendecitas de Sorrento. Sacudo la cabeza. No. Él rehuye la masa de crédulos. Ni siquiera en esto se adecua a su contra-figura: Su Eminencia Manuel Aringarosa, Prelado del Opus Dei a la búsqueda, cueste lo que cueste -cuatro homicidios incluidos- de «El Código Da Vinci». Brown asegura que su anillo es -leo- «de oro macizo, constelado de amatistas y diamantes y con los emblemas de la mitra y el báculo».

Monseñor Javier Echevarría, madrileño con ascendencia vasca,74 años y durante treinta secretario del fundador, Escrivá de Balaguer, y su segundo sucesor como Prelado de la «Sociedad de la Santa Cruz y del Opus Dei», sonríe: «Ese fantasioso señor nos ha aportado ganancias -y no sólo en dólares- mientras muchos otros nos agreden: según las enseñanzas de nuestro Padre, rezamos con el mismo fervor por quien nos alaba que por quien nos difama». «Naturalmente -le digo- usted conocerá bien el libro». «En absoluto, sólo lo he hojeado. No puedo perder el tiempo con novelitas para crédulos. Sin embargo, no la rechazamos por lo que dice sobre nosotros, son las típicas cosas que nos hacen sonreír. Lo que me duele de verdad son los delirios grotescos sobre Nuestro Señor y sobre nuestra Santa Madre Iglesia. Que digan lo que quieran sobre la Obra, pero que no blasfemen sobre la fe». El obispo sabe bien que, a requerimiento también de Leonardo Mondadori, que había vuelto a la fe junto a ellos, me dediqué un año entero a documentarme sobre el Opus y saqué un libro . Conozco, por tanto, la leyenda negra que los acompaña desde sus comienzos, pero le pregunto también a él lo mismo que le pregunté a su predecesor, Álvaro del Portillo, en cuyo proceso de beatificación he testimoniado.

De retiro en Manhattan. «¿Por qué este encarnizamiento con el Opus Dei?» La respuesta es clara: «Porque se conoce nuestra fidelidad al Papa, a la Iglesia, nuestro rigor en cuanto a la ortodoxia de la fe. Se nos ataca a nosotros para atacar estas realidades: no somos más que la criatura hipócrita de una Iglesia católica que no puede dar más que frutos envenenados. Y además porque, cuando ya no se cree en el diablo, en el verdadero, se buscan otros imaginarios. La pérdida de la fe lleva siempre a la superstición...»

Como todos los americanos, Brown gira siempre y sólo alrededor de los «States», parece como si creyera que hasta la sede central de la Prelatura no estuviera en este edificio de Monti Parioli sino en un rascacielos de Manhattan que le obsesiona, como prueba de la riqueza y del poder de la Obra. La réplica viene del portavoz, presente en el coloquio: «Nuestra vocación es llamar a cada hombre a santificarse a través del trabajo. No podíamos no echar raíces en la capital profesional del mundo, Nueva York. Teníamos una sede en la periferia, pero era difícil llegar hasta allí y, a petición de amigos y agregados, decidimos no sólo concentrar en la “City” las oficinas para toda América, sino construir allí una sede para los ejercicios espirituales, uno de las claves de nuestro apostolado. ¡El único lugar de retiro y de silencio en el corazón de Manhattan, una especie de monasterio metropolitano! Pero, con sus 17 pisos, el edificio no sólo es un “enano” al lado de los auténticos rascacielos que lo rodean, sino que, además, está construido en un área minúscula, un lugar donde antes había una gasolinera. La superficie del local equivale a un pequeño edificio de cuatro plantas». Brown precisa el coste: 47 millones de dólares. La respuesta del portavoz es inmediata: «En Roma, por iniciativa de nuestro miembros, se está construyendo un modernísimo policlínico, el Campus Bio-Médico, abierto a todo aquel que lo necesite. Las obras van a buen ritmo, el valor final rondará los 250 millones de euros. Siempre en Roma, desde hace cuarenta años gestionamos un gran centro profesional, el ELIS, del que han salido más de 10.000 jóvenes especializados. Jóvenes de barrio que, gracias al oficio que aprenden, son apreciados y pueden vivir bien».

Más que dinero, generosidad. «En todo el mundo la gente del Opus Dei crea y se hace cargo de las más diversas obras sociales: centenares de millones de dólares que no provienen de la Obra -que está sólo al servicio de la formación espiritual- sino de la generosidad de los 85.000 hombres y mujeres que forman parte de ella y que viven el espíritu del fundador». Interviene el prelado: «Recuerdo que una vez San Josemaría fue a visitar al Papa Roncalli, que nos quería mucho. Paternalmente, le picó: “Monseñor, ¿es cierto que tienen ustedes bancos?” Respondió don Josemaría: “¡Falsedades, Santidad, por desgracia. Pero si los tuviéramos podríamos hacer mucho más bien del que ya intentamos hacer!”. Una respuesta en la que se encuentra una de las claves de la perspectiva del Opus Dei: la riqueza no como culpa o pecado por expiar, sino como responsabilidad social, como instrumento para aliviar la miseria del mundo».

Transparencia. El 17 de mayo se cumplió el aniversario de la triunfal beatificación de Escrivá de Balaguer; y precisamente ese día «El Código Da Vinci» inauguró el festival de Cannes. Esa misma tarde, como única medida contra el estreno, la Prelatura abrió las puertas del centro ELIS, en el Tiburtino, a todo aquel que quisiera, para mostrar qué se hace y cómo se trabaja en realidad en la Obra. Que no ha dado, ni dará indicación alguna a sus miembros para que boicoteen el filme o los productos de la Sony. Me dicen: «Si alguien decide hacerlo, es cosa suya y de su libertad. Nosotros sólo recomendamos multiplicar el esfuerzo para recordar cuál es la verdad sobre los Evangelios y sobre la Iglesia». El embargo sobre la película ha sido total, pero algo se iba filtrando: se decía que -quizá por prudencia- la Sony, productora del film, habría borrado el nombre «Opus Dei», aludiendo sólo a una secta oscurantista no precisada. Sin embargo, sí que aparece la Obra con su nombre.

Citando un refrán americano -«Transformar los limones en limonada»-, la Prelatura no sólo ha evitado toda polémica, sino que ha encontrado en la difamación una buena oportunidad. Las visitas a su página web (en España, «www.opusdei.es») son ya, en el mundo, unos tres millones al mes, además de los innumerables impactos en prensa y televisión. La estrategia de la transparencia («mostrar al Opus Dei como es, no polemizar con el cómo no es») está dando resultados sorprendentes, ampliando el número de amigos y simpatizantes.

Una última, inédita noticia: en el famoso minirrascacielos de Nueva York, el responsable americano de la Obra y el de las Doubleday Editions anunciarán una reedición, de tirada elevadísima, de «The Way» (Camino). El librito que contiene las 999 máximas de San Josemaría Escrivá, el manual de formación espiritual para los discípulos de la fuente del Mal, según Brown. Pero, he aquí la sorpresa: Doubleday es la editora de «El Código Da Vinci». En el mismo catálogo se encontrarán, por tanto, «veneno» y «antídoto», cada uno podrá comparar y juzgar. Como me repetía monseñor Javier Echevarría, «para nosotros, que creemos en la Providencia, no hay mal que por bien no venga...» .

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