sábado, diciembre 09, 2006

La Iglesia no puede callar

Por Jesús Higueras

Fue tarea de los profetas denunciar al pueblo y a los gobernantes los errores que pudieran cometer. Los profetas del Antiguo Testamento fueron tenidos por impostores y molestos. Los poderosos los ningunearon o intentaron quitarles de en medio. Así sucede también en nuestro tiempo cuando los obispos españoles, en comunión con el Santo Padre, avisan a todos los hombres de buena voluntad de la sociedad española que hay síntomas en nuestra convivencia que hacen prever un daño profundo al ser humano.

En estos días en los que se discute sobre la importancia de la religión en la sociedad, en la vida pública, en las escuelas, en las relaciones humanas y profesionales, algunas voces parecen querer quitar de en medio a toda costa esa voz de los obispos. Sin embargo, ellos realizan un servicio a la comunidad: son los que en nombre del Señor nos indican dónde está el camino verdadero. Es verdad que Dios puede ser un estorbo a veces, que frente a determinados planes o proyectos de poder o de control de las personas, la persona de Cristo ha sido una molestia grande. Sin embargo, no por ello la Iglesia tendrá que callar, porque es la misma voz de Dios la que dice al ser humano: «No te hagas daño. No te alejes de tu destino. Recuerda tu identidad».

Pretender construir una sociedad sin Dios, en la que el mensaje de Cristo quede oculto, es ficticio. La historia, maestra de la vida, ya nos ha enseñado que las sociedades que se construyen sin una referencia al Dios verdadero, acaban hundiéndose y son ellas mismas la causa de su propia ruina.
En estos momentos, en la vida social española hay elementos que preocupan. La salvación no vendrá de los políticos ni de los grandes planes económicos, sino de la reconstrucción moral de cada uno de los individuos, de que las conciencias humanas se purifiquen y de que reconozcan los propios errores, y trasladen ese afán de conversión a su ámbito familiar, profesional y social. Los cristianos tenemos que reconocer nuestros propios errores y vivir esa transformación. Tenemos que ser como faro luminoso que alumbre al resto. Solamente desde la verdad más íntima del hombre, se puede construir una sociedad que tenga un destino y una meta y si no, nos haremos cada día más insensibles. Ante la actitud de los pastores valientes que hablan a sus ovejas, no cabe más que gratitud y conversión por parte de la sociedad.

LA MISIÓN

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