FRANCISCO MARTÍN DOMINGO ARTESANO DE BARGUEÑOS
Con sus inimitables muebles, este reconocido artesano ha llevado el nombre de Logroño por todo el mundo
Y es que lo de Francisco Martín es vocacional, casi un vicio. No hay conversación, visita a un museo o a una catedral en la que no interfiera un bargueño. Sus manos han reconstruido y creado decenas conforme a las técnicas del siglo XVI.
Se trata de un mueble español de gran riqueza decorativa y profuso en cajones, embellecido por columnas de hueso, incrustaciones de marfil, láminas de oro, dibujos de tinta, Pequeños apliques que obligan a dominar habilidades como el dibujo, la ebanistería, la talla, herrajes y, sobre todo, el complicado arte de dorar.
Los de estilo mudéjar y, sobre todo, renacentista son su debilidad, este último «porque, como lleva columnas, es más difícil y más bonito», apunta este artesano.
Desde Nájera
Francisco nació en Nájera, lugar donde su padre fue requerido para restaurar los claustros de Santa María La Real. «Yo era el hijo pequeño, y un poco mimado, y de niño iba a curiosear el trabajo de mi padre; veía cómo hacía el Camarín de la Virgen y cómo doraba». Durante la guerra, la familia se trasladó a Logroño, donde instaló un taller de restauración y de muebles de encargo en la calle Vara de Rey.
En aquellos años, Francisco ingresó en Aviación con el cometido de controlar y coordinar la posición de los aviones, pero «no me gustaba estar a las órdenes de nadie». Por eso, y porque su novia estaba en Logroño, regresó a la capital riojana.
Una vez en el taller, comenzó restaurando bargueños a la sombra de su padre. «A mí los bargueños me parecían más fácil de hacer que un dormitorio, que vienen los novios y te marean».
A partir de entonces, sus obras se fueron perfeccionando y sofisticando en ese afán que tenía de hacer cada trabajo mejor que el anterior. Ya con su taller y con sus muebles, llevó el nombre de Logroño muy lejos y, aunque nunca se ha preocupado de saber cuántos y dónde están, sus bargueños se encuentran repartidos por todo el mundo. En su día fueron el regalo oficial para los altos mandatarios que visitaban nuestro país (entre ellos Videla); la reina Fabiola, nobles, embajadores, paradores nacionales, incluso el Museo de La Rioja dispone de uno.
Curiosamente, casi nunca los firmó; «a mí me gustaba más que creyeran que fueran antiguos». Y como originales del siglo XVI se han llegado a subastar y han figurado en alguna revista especializada.
«Hoy, los bargueños no son rentables». Son muy laboriosos, requieren de muchísimo tiempo y los materiales resultan demasiado caros. «Esto es una cosa más bien de vocación», concluye Francisco, quien nunca tuvo competencia y, por lo mismo, quizá tampoco quien siga sus pasos.
Francisco nació en Nájera, lugar donde su padre fue requerido para restaurar los claustros de Santa María La Real. «Yo era el hijo pequeño, y un poco mimado, y de niño iba a curiosear el trabajo de mi padre; veía cómo hacía el Camarín de la Virgen y cómo doraba». Durante la guerra, la familia se trasladó a Logroño, donde instaló un taller de restauración y de muebles de encargo en la calle Vara de Rey.
En aquellos años, Francisco ingresó en Aviación con el cometido de controlar y coordinar la posición de los aviones, pero «no me gustaba estar a las órdenes de nadie». Por eso, y porque su novia estaba en Logroño, regresó a la capital riojana.
Una vez en el taller, comenzó restaurando bargueños a la sombra de su padre. «A mí los bargueños me parecían más fácil de hacer que un dormitorio, que vienen los novios y te marean».
A partir de entonces, sus obras se fueron perfeccionando y sofisticando en ese afán que tenía de hacer cada trabajo mejor que el anterior. Ya con su taller y con sus muebles, llevó el nombre de Logroño muy lejos y, aunque nunca se ha preocupado de saber cuántos y dónde están, sus bargueños se encuentran repartidos por todo el mundo. En su día fueron el regalo oficial para los altos mandatarios que visitaban nuestro país (entre ellos Videla); la reina Fabiola, nobles, embajadores, paradores nacionales, incluso el Museo de La Rioja dispone de uno.
Curiosamente, casi nunca los firmó; «a mí me gustaba más que creyeran que fueran antiguos». Y como originales del siglo XVI se han llegado a subastar y han figurado en alguna revista especializada.
«Hoy, los bargueños no son rentables». Son muy laboriosos, requieren de muchísimo tiempo y los materiales resultan demasiado caros. «Esto es una cosa más bien de vocación», concluye Francisco, quien nunca tuvo competencia y, por lo mismo, quizá tampoco quien siga sus pasos.
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