jueves, abril 21, 2005

La sal de la Tierra

Entrevista a un Monje del S. XXI. Prior de Valdediós

Jorge Gibert, prior de la comunidad cisterciense del monasterio de Santa María de Valdediós, se doctoró en Liturgia en Roma, donde ejerció como profesor de la Universidad San Anselmo, de los benedictinos, y durante 17 años fue a su vez responsable en el Vaticano de las actividades litúrgicas para España, Portugal, América Latina y África portuguesa. Permaneció en ambas ocupaciones hasta el 25 de julio de 1992. Cuatro días después, tomó posesión como Prior de Valdediós, un Monasterio cuyo origen se remonta a noviembre de 1200 y que se hallaba casi en situación de ruina al cabo de 157 años sin actividad religiosa. Durante su permanencia en el Vaticano mantuvo varios encuentros personales con los papas Pablo VI y Juan Pablo II.

-¿Cómo fueron sus contactos con Juan Pablo II?
-Desde que lo eligieron Papa tuvo un interés muy grande en conocer a cuantos trabajábamos en el Vaticano. Él era el responsable y quería saber cómo funcionaban las cosas y estar al tanto de todo. Pasó varias veces por la oficina para saber cómo iba el trabajo, qué hacíamos y cómo lo teníamos organizado. Fueron encuentros lógicamente breves y de trabajo.

-Con Pablo VI también tuvo algún encuentro.
-Fue por iniciativa suya. Cuando llegué al Vaticano quiso conocerme y me concedió una audiencia de diez minutos.

-¿Cómo era Pablo VI?
-Un gran hombre y una persona inteligentísima y muy preparada, pero muy tímido. No era distante, pero casi tenía temor de ofender. Era muy agradable. Se le ha denominado a veces como "el Hamlet de la Iglesia". Esto era debido a su gran timidez.

-También se ha dicho que ese rasgo hamletiano obedecía a su condición intelectual.
-Claro. Si alguien es muy inteligente, a veces le cuesta relacionarse con la realidad. Y esto a veces se puede malinterpretar.

-¿Qué impresión le causó Juan Pablo II?
-No fueron largas conversaciones, pero se notaba que estaba al tanto de todo y que no le escapaba nada. Cuando preguntaba se veía que no era un mero cumplido, sino que interrogaba con conocimiento de las cosas.

-¿Qué balance hace usted de su pontificado?
-Tengo mis opiniones. Estoy convencido de que dejó un ejemplo muy interesante porque demostró que era, sobre todo, un hombre que creía en Dios. Esto es muy relevante, porque hay mucha gente que practica pero que en realidad no cree, aunque sea duro decirlo. El sí creyó en Dios y toda su vida es un mensaje, un testimonio de fe. Era un hombre convencido. Y estar convencido no es tener una idea, sino vivirla. Él la ha vivido. Ha podido ser criticado, pero estos días todo el mundo lo ha alabado. Y esto me sorprende. Lo alaban incluso quienes hace unos meses lo criticaban tildándolo de conservador y retrógrado.

-¿Lo era?
-Él siguió una línea y no se apartó de ella, cuando lo que abunda en ocasiones son los veletas, que unas veces dicen una cosa, y luego, otra. Él siguió una línea y ahora nos toca a los demás recoger ese legado.

-¿A qué se refiere al decir que hay gente que practica pero no cree?
-Creer en Dios no sólo exige decirlo con la boca, sino demostrarlo con la vida, con los hechos. Ya lo dijo el apóstol Santiago: creer en Dios y maltratar al prójimo no es creer en Dios. Creer en Dios exige llevar una vida acorde con el Evangelio.

-¿Cómo debe ser su sucesor?
-No lo sé. ¡En la historia de la Iglesia han pasado cosas tan curiosas! Cuando murió Pío XII, se daba por seguro como papable a un cardenal armenio, y todo el mundo quedó sorprendido porque resultó elegido Juan XXIII. Era un hombre viejo, pero transformó la Iglesia. Y cuando murió Pablo VI, se daba por seguro que saldría elegido el cardenal Benelli, y sin embargo fue proclamado Juan Pablo I. Y cuando poco después falleció Juan Pablo I, en Roma se decía: "Ahora es la hora de Benelli". Pues tampoco fue así, porque salió Juan Pablo II. Después de haber estado 17 años en el Vaticano, yo sí creo en el Espíritu Santo. De no ser así, los hombres hubiésemos deshecho la Iglesia hace muchos siglos. Si la Iglesia existe es porque el Espíritu Santo actúa. Ahora mismo, 117 personas, los cardenales electores, que tienen orígenes, formación, caracteres e idiomas distintos, y que apenas se conocen superficialmente, deberán ponerse de acuerdo para elegir al nuevo Papa, y eso no es fácil. No sabemos cómo, pero es un hecho que el Espíritu Santo actúa. A la gente le gusta hacer quinielas sobre los papables. Yo me río de esto. En Roma se dice que el que entra Papa en el cónclave, sale cardenal. Hay quien dice, como Luiz Inacio "Lula" da Silva, que debe ser hispanoamericano. A mí no me sorprendería que tengamos una sorpresa. Quienes estábamos en la plaza de San Pedro esperando la fumata blanca en 1978, cuando nos dijeron que el papa era polaco, no nos lo creíamos. La primera reacción fue preguntarnos quién era Carol Wojtyla. Luego, haciendo memoria, ya nos dimos cuenta. Pero fue una sorpresa total para todos.

-Se ha dicho que Juan Pablo II era un gran comunicador, incluso que era un Papa mediático. ¿Ha pasado a ser ésta una condición necesaria?
-Ser un buen comunicador es un don natural, y hay quien lo tienen y quien no. Se ha dicho que Juan Pablo II era un buen actor. Es cierto que él hizo teatro en la juventud y que sabía comunicar, mientras que hay gente que es un pozo de ciencia y sin embargo se expresa de forma aburrida. Este Papa tenía esta facilidad porque era un don natural, pero ¿pueden saber los cardenales reunidos en cónclave cuál de ellos tiene esa capacidad?. En dos días de cónclave eso no se puede saber.

-¿Se necesita un sucesor conservador o progresista?
-Esas distinciones son ¡tan curiosas! Un día le pregunté al abad primado de los benedictinos, que conocía todos los monasterios de la orden en el mundo, cuáles tenían futuro. Y me contestó: "No los monasterios grandes, ni los pequeños; no los progresistas, ni los conservadores; no los observantes, ni los relajados, sino los que hagan todo lo que dicen y que digan todo lo que hacen". La distinción entre conservadurismo y progresismo es fácil de hacer desde fuera, pero desde dentro de la Iglesia son etiquetas que difícilmente responden a la realidad. Juan XXIII, que personalmente era un gran conservador, fue el gran renovador de la Iglesia porque vio la necesidad y convocó el Concilio Vaticano II.

-¿Le sorprendió la reacción popular?
-Mucho. Yo lo interpreto como una respuesta del pueblo al mensaje del Papa como hombre de fe.

-También ocurrió tras la muerte de Juan XXIII.
-Sí, pero ni de lejos tuvo estas proporciones.

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