viernes, mayo 13, 2005

Sale a la luz la autobiografía del Nobel ruso Solzhenitsyn

El gran disidente ruso cuenta sus memorias

Ofrecemos un texto inédito, aparecido en el diario francés Le Figaro littéraire, del ruso Alejandro Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en el año 1970 y autor, entre otras obras, de Archipiélago Gulag. Por primera vez ve la luz la tercera parte de su autobiografía que, bajo el título El grano, recoge sus últimos años en el exilio estadounidense. En este texto hace un profundo análisis de la política mundial en plena guerra fría.

En Rusia, también estaba yo en pensamiento, no me ausenté del país ni un solo día. Y estos dos últimos años, mi interés por el cariz que tomaban los acontecimientos se encontró tan obsesivamente exacerbado que, a veces, me oprimía la taquicardia.
Me llegaba de Rusia una cantidad considerable de cartas (otra cantidad todavía mayor se debía de perder por el camino): personas desconocidas opinaban sobre la cuestión de mi retorno o no-retorno. Las cartas que intentaban disuadirme representaban un fuerte contrapeso. «Esperemos que no tenga prisa por volver a Rusia»; «¡No precipite el traslado!»; «Rusia es actualmente un país que reúne los vicios de todos los tiempos y de todos los pueblos; la última generación no le conoce a usted»; «Nos será mucho más útil si se queda allí que si vuelve»; «Continuamos atenazados por el antiguo poder, ¡espere antes de volver!»; y un antiguo delincuente: «¡Igual te cortan el cuello los que dicen que te aprecian!»
Otros, al contrario, escribían: «¡Vuelva, no pierda la oportunidad»; «Todos los que sueñan con un futuro mejor para Rusia deben vivir aquí»; «Hace falta alguien que hable por los millones de personas que no tienen voz para suscitar entre los habitantes de Rusia la fuerza que traerá la salvación»; «Nos damos cuenta de que nuestro país necesita su presencia, necesita oír su voz; ¡vuelva!»

Retorno a Rusia

¡Claro que esa gente me necesita! Puede que haya entre ellos algún fanático armado con cuchillos o pistolas, pero también está el Señor, Él es mi refugio. Sí, tengo que volver mientras me queden fuerzas para viajar por esas tierras y transmitir todo lo que he acumulado. ¡Ah, si mi vuelta pudiera contribuir a enderezar nuestros asuntos! (De paso, será una lección de vida para mis hijos y para multitud de rusos que todavía no han huido del país o están condenados a quedarse en él).

Ya en 1987, los periodistas de opinión pertenecientes a la tercera ola de emigración, muy alarmados, advertían de que «había empezado a hacer las maletas», que «me preparaba secretamente para volver a la URSS». Ahora, sus compadres de la metrópolis cambian de música: «¿Por qué sigue en Vermont? ¿Por qué no vuelve? ¡De todas formas, es demasiado tarde, ha perdido el tren! Aquí nadie lo necesita, su verdadero sitio está entre la naftalina».

¿De dónde viene la exasperación tan fuerte de la tribu instruida contra mí? ¿No será porque mi comportamiento de cara al régimen soviético es un vivo reproche para ellos: no hay por qué inclinarse, yo me he atrevido a resistir, mientras que ellos, agachados en sus escondites, no se atreven ni a moverse? También influye, claro, mi orientación hacia lo nacional, el ser ruso, la identidad rusa; y eso, ya se sabe que hay que camuflarlo en lo más profundo de uno mismo, borrarlo como una señal ignominiosa, en cualquier caso, abstenerse de manifestar sentimientos rusos en el pleno sentido de la palabra.
Los periodistas rusos liberados y, por consiguiente, intrépidos, tras el reciente diluvio de alabanzas, se dedicaron a atacarme a cuál mejor, como si la prensa soviética aún no liberada no hubiera hecho ya de mí su presa. Es una ley de psicología universal. Los titulares de los periódicos rezaban en tono burlón: «¿Solzhenitsyn? ¿Quién es ése?»; «Tres barbas en un solo plato», y otras salidas por el estilo. Ríanse todo lo que quieran; no podrán negar que, durante estos años, poco a poco, imperceptiblemente, la tribu instruida ha tenido que reconocer la abominación de febrero y que Stolypine era un gran hombre de Estado, sobre ese punto esencial me han dado la razón.

En cuanto a los fanáticos del comunismo, se han quedado sin voz a fuerza de odiarme. Siempre interrumpían las conferencias sobre mis libros con gritos amenazantes. Los nacionalistas rusos no me perdonan que no haya manifestado la firme voluntad de defender a la gran Rusia en su hipóstasis imperial. Pero, ¿no será ese odio que me llega por varios lados un argumento de peso para afirmar que mi postura es la correcta? En cuanto a las grandes masas de gente, tienen ganas de, necesitan, creer en algo, en alguien. Después de los cambios sufridos, ¿cómo no va a esperar el país, con todas sus fuerzas y para ya mismo, un milagro? Entre los posibles milagros, mi intervención podría ser uno. «¡Que vuelva ese hombre! ¡Que mueva las cosas y lo cambie todo!»


Economía de truhanes

Pero, ¿de qué se ocupan los cerebros que actualmente llevan la voz cantante en Rusia? De la economía, siempre la economía, la reforma, los bancos comerciales, es decir, cosas en las cuales soy poco competente (lo que entiendo y lo que se ve a simple vista es el robo manifiesto y astuto que están llevando a cabo a expensas del pueblo). No imagino ni por un momento que, recién llegado, pueda apelar a la conciencia de los nuevos truhanes y administradores para que cesen de expoliar al pueblo.
También me ha llegado de otra forma la voz de Rusia, a través de decenas, o mejor, centenares de ruegos. Las más de las veces, para ayudar a una familia a marcharse a América. Bastantes veces, para ayudar a una persona enferma y su acompañante a irse a curar a Europa o América; no tenían ni idea de lo que cuesta, decenas o centenas de miles de dólares, ni de la cantidad de gestiones necesarias para conseguirlo, ni de a quién recurrir. ¿Contaba yo con gente para ello? Y esta petición procedente de las Repúblicas ya separadas: «Por lo que más quiera, ¡ayude a nuestra familia a trasladarse a Rusia!...» Algunos me partían el corazón: «¡Se lo suplico, en nombre de Cristo, ayúdenos!» Ayudarles habría sido para mí una tarea imposible. No obstante, ¡cuánto duele tener el corazón traspasado por tantos sufrimientos! Otro tipo de peticiones: buscar en Occidente a quien pudiera imprimir tal manuscrito o publicar tal libro, cuando aquí las ediciones rusas se encuentran en un marasmo total, pero eso tampoco pueden entenderlo. Y, finalmente, una avalancha de manuscritos y poemas para que los leyera y diera mi opinión, pero, ¿cómo examinarlos todos ellos? No creo equivocarme al decir que, de diez cartas recibidas de Rusia, nueve de ellas contenían peticiones, y sólo una, reflexiones sustanciales sobre Rusia y las desgracias actuales.
El correo de un escritor. (¿Y qué me llegará cuando esté en Rusia? Lo mismo multiplicado por cien).


La literatura actual

He echado un vistazo a la literatura más reciente –me refiero a la de la tercera ola de emigración y a la de la clandestinidad soviética pasada a Occidente–. Sí, evidentemente la literatura rusa ha experimentado una gran ruptura, una nítida frontera la atraviesa; sus procedimientos y valores son radicalmente distintos. Su lectura no supone ningún interés, es incluso cargante. ¿Se tratará de un irreversible cambio de época? ¿O simplemente de una literatura degradada? (en todo caso, es así como yo la bautizo para mí).
Mientras tanto, el desastre político aumenta en la nueva Rusia, siempre en el mismo sentido improductivo. En las antiguas Repúblicas soviéticas, 25 millones de rusos son abandonados con un desprecio total (nadie ha hecho el menor esfuerzo por recuperarlos, ni siquiera del Tayikistán en llamas o de Chechenia, donde sufren impunemente vejaciones, secuestros y muerte). Y nadie se preocupa por la situación del país, que se lanza a un precipicio, a causa de calamitosas reformas.

Traducción: Teresa Martín


Aventuras y desventuras de un texto
El Nobel ruso Alejandro Solzhenitsyn publicó, en 1998, Grano caído entre almiares , una pieza autobiográfica en la que daba cuenta sobre sus primeros años en el exilio en tierras americanas. Nacido el 11 de diciembre de 1918, sólo un año después de la revolución bolchevique, Solzhenitsyn abandonó su tierra natal para convertirse en el gran disidente ruso en Estados Unidos. Había relatado al mundo los primeros años de su vida, pero a este pensador de estilo rápido, original y entrecortado, le quedaban muchas cosas por contar. Por eso ahora ve la luz, primero en Francia y después, probablemente, en Alemania, el resto de su autobiogafía, condensada en Esbozo de exilio y El grano. El texto es «una relectura de la de la historia política contemporánea», en palabras de Annick Geille publicadas en el diario francés Le Figaro littéraire.
Explica la traductora al francés de la obra de Solzhenitsyn, Françoise Lesourd, que ha intentado «respetar el estilo voluntariamente entrecortado de las frases, la formidable energía que emana de ellas, sin que la lectura resultara difícil». Sin embargo, se lamenta de «no haber podido reflejar mejor el parentesco del lenguaje empleado por Solzhenitsyn con el habla popular rusa, proeza imposible de realizar en francés, so pena de convertir el texto en una rareza lingüística».
Fue el editor ruso ortodoxo Nikita Struve el que descubrió a Solzhenitsyn. Como director literario de la editorial Ymca-Presse, fue el primero en publicar los libros de Solzhenitsyn. Explicaba también en el diario Le Figaro que «Francia va muy adelantada con respecto a los demás países del mundo en lo que a la difusión de la inmensa obra de Solzhenitsyn se refiere. La publicación de los dos volúmenes de Esbozos de exilio es prueba de ello. En cuanto al volumen que sale ahora a la luz, Francia se adelanta incluso a Rusia, donde los Esbozos han sido publicados solamente por capítulos en el marco de la revista Novy Mir. Una vez recuperada su libertad, Alejandro Solzhenitsyn ha permanecido fiel a esa revista –la fidelidad es uno de los rasgos distintivos de su carácter–». Explica Struve que el motivo por el que Solzhenitsyn no ha publicado en forma de libro sus memorias en Rusia es porque quería antes publicar la versión definitiva de Archipiélago Gulag. Para este editor, en el último volumen de sus memorias el Nobel ruso «aparece como el hombre libre que siempre ha sido, analizando y denunciando los mecanismos de un pensamiento único –en el sentido de totalitario–, falseado por prejuicios y con los comportamientos que derivan de ello».

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