ZP prosigue con su utopía. Escuchando un “clamor social” (habrá que ver en qué ambientes se mueve el gobierno actual para escuchar tantas y tantas voces que pocos países en el mundo han oído) ha elevado a los gays a la categoría de “marido y mujer” (matrimonio) y les va a dar la facultad de adoptar tiernos y trémulos infantes.
Hasta ahora nuestro derecho (y el de casi todo el planeta) no contemplaba la posibilidad de que los gays se casaran. La respuesta es clara: “No hay problema, la ley se cambia y punto”. Pero surgen voces en contra, gente que, en conciencia, considera la ley injusta y manifiesta que sus más íntimos principios le impiden cumplirla. De nuevo, nuestro derecho no contemplaba esta posibilidad, pero en este caso la respuesta no es la misma que en el caso anterior: “hay que cumplir la ley establecida”, “ese caso no se contempla en nuestro código civil…” y en esas se quedan los defensores de las minorías y las libertades. ¿Se cambia la ley para reconocer las demandas de una minoría con la que se simpatiza y no se cambia para favorecer las peticiones de otra, a la que se tiene cierta ojeriza? ¿No somos todos iguales? ¿Son más “persona” los gays que los que están en contra de su matrimonio y su posibilidad de adoptar?
Esta claro que el gobierno, como todos, discrimina a unos y favorece a otros, lo que ocurre que ahora son los católicos (como colectivo significativo en contra de esta ley) los que pasan a ocupar el sitio que los gays dejan en la clandestinidad. Ahora los creyentes son los discriminados (“hay que cumplir la ley”) mientras que los homosexuales se redimen y aparecen como ejemplo a seguir por todos. Quién sabe si, en breve, los “cuartos oscuros” de los locales del ambiente se llenarán de velas y católicos rezando, mientras los homosexuales practicarán su sexualidad sin límites en nuestros parques y jardines.
Pero “casar” a una pareja homosexual, para muchos habitantes de este país, es devaluar su concepto de familia e incurrir en una clara injusticia social con todos los matrimonios que existen y han existido. Además, equivale a ser cómplice de los más que probables trastornos psicológicos que sufran los hijos que adopte esa pareja. Por si fuera poco, es también una forma de contribuir a la defunción definitiva de nuestra maltrecha Seguridad Social, que otorgará pensiones y beneficios fiscales a quienes no deberían tenerlos. Y lo más importante: casar a dos gays supone violentar las más íntimas creencias de un católico acerca de lo que es el amor, la familia y, en definitiva, la sociedad.
Los generales alemanes que exterminaron a 5 millones de judíos cumplieron la ley a rajatabla. No se les permitió acogerse a su conciencia, porque la Alemania de Hitler era más poderosa que cualquier creencia y no sentía ningún respeto por valores que no fueran los suyos. Sólo con esa violencia de Estado y con ese totalitarismo se consiguió llegar a uno de los mayores horrores de la historia de la humanidad. Si ZP no regula la objeción de conciencia estará incurriendo en los mismos errores que la Alemania nazi y quién sabe si acabará, como ella, eliminando sistemáticamente a las minorías que le estorban.
Quizá Auschwitz sólo pasó de moda, pero los presupuestos que lo hicieron posible están aún en nuestro ambiente y en nuestros dirigentes. Quizá sea sólo cuestión de tiempo que el desprecio por la dignidad humana y sus derechos fundamentales vuelva a levantar muros para albergar de nuevo a otra forma horror.
Jorge Juan Pérez Jiménez.
Hasta ahora nuestro derecho (y el de casi todo el planeta) no contemplaba la posibilidad de que los gays se casaran. La respuesta es clara: “No hay problema, la ley se cambia y punto”. Pero surgen voces en contra, gente que, en conciencia, considera la ley injusta y manifiesta que sus más íntimos principios le impiden cumplirla. De nuevo, nuestro derecho no contemplaba esta posibilidad, pero en este caso la respuesta no es la misma que en el caso anterior: “hay que cumplir la ley establecida”, “ese caso no se contempla en nuestro código civil…” y en esas se quedan los defensores de las minorías y las libertades. ¿Se cambia la ley para reconocer las demandas de una minoría con la que se simpatiza y no se cambia para favorecer las peticiones de otra, a la que se tiene cierta ojeriza? ¿No somos todos iguales? ¿Son más “persona” los gays que los que están en contra de su matrimonio y su posibilidad de adoptar?
Esta claro que el gobierno, como todos, discrimina a unos y favorece a otros, lo que ocurre que ahora son los católicos (como colectivo significativo en contra de esta ley) los que pasan a ocupar el sitio que los gays dejan en la clandestinidad. Ahora los creyentes son los discriminados (“hay que cumplir la ley”) mientras que los homosexuales se redimen y aparecen como ejemplo a seguir por todos. Quién sabe si, en breve, los “cuartos oscuros” de los locales del ambiente se llenarán de velas y católicos rezando, mientras los homosexuales practicarán su sexualidad sin límites en nuestros parques y jardines.
Pero “casar” a una pareja homosexual, para muchos habitantes de este país, es devaluar su concepto de familia e incurrir en una clara injusticia social con todos los matrimonios que existen y han existido. Además, equivale a ser cómplice de los más que probables trastornos psicológicos que sufran los hijos que adopte esa pareja. Por si fuera poco, es también una forma de contribuir a la defunción definitiva de nuestra maltrecha Seguridad Social, que otorgará pensiones y beneficios fiscales a quienes no deberían tenerlos. Y lo más importante: casar a dos gays supone violentar las más íntimas creencias de un católico acerca de lo que es el amor, la familia y, en definitiva, la sociedad.
Los generales alemanes que exterminaron a 5 millones de judíos cumplieron la ley a rajatabla. No se les permitió acogerse a su conciencia, porque la Alemania de Hitler era más poderosa que cualquier creencia y no sentía ningún respeto por valores que no fueran los suyos. Sólo con esa violencia de Estado y con ese totalitarismo se consiguió llegar a uno de los mayores horrores de la historia de la humanidad. Si ZP no regula la objeción de conciencia estará incurriendo en los mismos errores que la Alemania nazi y quién sabe si acabará, como ella, eliminando sistemáticamente a las minorías que le estorban.
Quizá Auschwitz sólo pasó de moda, pero los presupuestos que lo hicieron posible están aún en nuestro ambiente y en nuestros dirigentes. Quizá sea sólo cuestión de tiempo que el desprecio por la dignidad humana y sus derechos fundamentales vuelva a levantar muros para albergar de nuevo a otra forma horror.
Jorge Juan Pérez Jiménez.
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