lunes, mayo 23, 2005

Peregrinación a Zaragoza: texto íntegro del mensaje escrito por el Pontífice Benedicto XVI

Amados hermanos en el Episcopado, queridos sacerdotes y diáconos, religiosos, religiosas y fieles católicos de España.
Me es grato dirigiros mi cordial saludo y unirme espiritualmente a vosotros en la peregrinación nacional al Santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, para conmemorar el 150 aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y renovar la consagración de España al Inmaculado Corazón de María, que tuvo lugar hace cincuenta años.

Con esta peregrinación queréis profundizar en el admirable misterio de María y reflexionar sobre su inagotable riqueza para la vocación de todo cristiano a la santidad.

Escuela de María.

Al coincidir el Año de la Inmaculada con el Año de la Eucaristía, en la escuela de María podremos aprender mejor a Cristo. Contemplándola como la «mujer eucarística», ella nos acompaña al encuentro con su Hijo, que permanece con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), especialmente en el Santísimo Sacramento. La Inmaculada refleja la misericordia del Padre. Concebida sin pecado, fue capaz de perdonar también a quienes abandonaban y herían a su Hijo al pie de la cruz. Como Abogada nos ayuda en nuestras necesidades e intercede por nosotros ante su Hijo diciéndole, como en Caná de Galilea, «no tienen vino» (Jn 2,3), confiando en que su bondadoso corazón no defraudará en un momento de dificultad. Al indicar claramente «haced todo lo que él os diga» (Jn 2,5), nos invita a acercarnos a Cristo y, en esa cercanía, experimentar, gustar y ver «que bueno es el Señor». De esta experiencia nace en el corazón humano una mayor clarividencia para apreciar lo bueno, lo bello, lo verdadero. Acompañada de la solicitud paterna de José, María acogió a su Hijo. En el hogar de Nazaret Jesús alcanzó su madurez, dentro de una familia, humanamente espléndida y transida del misterio divino, y que sigue siendo modelo para todas las familias.

A este respecto, en la convivencia doméstica la familia realiza su vocación de vida humana y cristiana, compartiendo los gozos y expectativas en un clima de comprensión y ayuda recíproca. Por eso, el ser humano, que nace, crece y se forma en la familia, es capaz de emprender sin incertidumbre el camino de bien, sin dejarse desorientar por modas o ideologías alienantes de la persona humana. En esta hora de discernimiento para muchos corazones, los Obispos españoles volvéis la mirada hacia Aquella que, con su total disponibilidad, acogió la vida de Dios que irrumpía en la historia. Por eso María Inmaculada está íntimamente unida a la acción redentora de Cristo, que no vino «para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17)

Comprensión a la Iglesia.

Sé que la Iglesia Católica en España está dispuesta a dar pasos firmes en sus proyectos evangelizadores. Por eso es de esperar que sea comprendida y aceptada en su verdadera naturaleza y misión, porque ella trata de promover el bien común para todos, tanto respecto a las personas como a la sociedad. En efecto, la transmisión de la fe y la práctica religiosa de los creyentes no puede quedar confinada en el ámbito puramente privado.

A los pies de la Virgen pongo todas vuestras inquietudes y esperanzas, confiando en que el Espíritu Santo moverá a muchos para que amen con generosidad la vida, para que acojan a los pobres, amándolos con el mismo amor de Dios. A María Santísima, que engendró al Autor de la vida, encomiendo toda vida humana desde el primer instante de su existencia hasta su término natural, y le pido que preserve a cada hogar de toda injusticia social, de todo lo que degrada su dignidad y atenta a su libertad; y también que se respete la libertad religiosa y la libertad de conciencia de cada persona. Imploro a la Virgen Inmaculada con total confianza que proteja a los pueblos de España, a sus hombres y mujeres para que contribuyan todos a la consecución del bien común y, principalmente, a instaurar la civilización del amor. Aliento también a todos y a cada uno a vivir en la propia Iglesia particular en espíritu de comunión y servicio y os animo a dar testimonio de devoción a la Virgen María y de un incansable amor a los hermanos. A cuantos participáis en esta gran peregrinación al Santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, os invito a intensificar la devoción mariana en vuestros pueblos y ciudades donde Ella os espera en los innumerables templos y santuarios que llenan la tierra española; y también en las parroquias, en las comunidades y en los hogares. Volved gozosos con la Bendición Apostólica que os imparto con gran afecto, Benedicto XVI.

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