miércoles, mayo 04, 2005

El Papa Benedicto XV


Dicen que los nuevos Papas deciden cómo llamarse considerando algún detalle especial de la vida de sus predecesores en el nombre, y así declinarse por él. El recientemente elegido ha querido nominarse como Benedicto, correspondiéndole el número XVI. ¿Quién fue el último Papa llamado Benedicto?

Su nombre de pila era Giacomo Della Chiesa y nació en Génova (Genova-Pegli, Italia) el 21 de noviembre de 1854 de una antigua familia patricia. Licenciado en Jurisprudencia por la Universidad de Génova en 1875, estudió luego en el Colegio Capránica de Roma y en la Universidad Gregoriana de la misma ciudad. En 1878, tras ordenarse de sacerdote, entró en la Academia de nobles eclesiásticos, para realizar la carrera diplomática, pasando enseguida (1883) a ser secretario del cardenal Rampolla, entonces Nuncio en España. En este período, que dura hasta 1887, desempeñó importantes encomiendas que van desde la mediación en el conflicto entre España y Alemania por el asunto de las Islas Carolinas (1885) hasta organizar el socorro a los afectados por la epidemia del cólera.

Cuando el cardenal Rampolla es propuesto para secretario de Estado, permanece a su lado y es nombrado escribiente de secretaría en 1901, permaneciendo en el cargo en 1903 cuando el cardenal Merry del Val sustituye a Rampolla. Aspiraba a ser nombrado nuncio en España, pero el Papa Pío X había decidido para él el arzobispado de Bolonia en 1907, y en mayo de 1914 incorporarlo al Colegio Cardenalicio. Tan sólo tres meses después -Pío X falleció el 20 de agosto-, sería elegido Papa con el nombre de Benedicto XV.

Su elección resultó sorprendente dada la personalidad de su antecesor, pero por coincidir con la Primera Guerra Mundial, se justificó alegando la necesidad en la Iglesia de un experto diplomático.

Dos factores fundamentales presidieron el pontificado de Benedicto: el aislamiento al que estaba sometido el papado tras la cuestión romana (las guerras de unificación italianas), y la guerra mundial, donde cada bando le acusaba de estar con el otro a pesar de que él se mantenía neutral.

Relegado de cualquier influencia política, sus esfuerzos, especialmente en los comienzos, se centraron en aliviar el sufrimiento provocado por los conflictos entre las naciones. Abrió en el Vaticano una oficina para facilitar la vuelta de los prisioneros de guerra a las familias, convenció a Suiza para que acogiera soldados enfermos de tuberculosis de cualquier bando y nación, y redactó un programa de siete puntos para acabar el conflicto bélico que basaba la paz sobre la justicia y no sobre el triunfo militar.

Pero las naciones no estaban por la labor de considerar las propuestas de Benedicto. De hecho, fue excluido de cualquier tratado de paz, acordado en Londres en abril de 1915. Él, sin embargo, no desistió en influir y, una vez terminada la guerra, trabajó para que la reconciliación internacional fuera un hecho (Encíclica Pacem Dei munus, 1920).

Supo rodearse de personas de especial valía, como Achille Ratti (futuro Pío XI) a quien envió como visitador a Polonia y Lituania, o Eugenio Pacelli (luego Pío XII) nuncio en Alemania. El trabajo de éstas y otras personas de singular valía produjeron, poco después, un hecho sorprendente: entre 1914 y 1922 un buen número de países tenía representación diplomática ante la Santa Sede incluido el Reino Unido que en 1915 mandó el suyo, el primero desde el siglo XVII.

A él cupo el arduo trabajo de los concordatos con las naciones, especialmente con las nuevas surgidas tras el fin de la guerra. Recuperó relaciones con Francia y dulcificó el problema de los Estados Vaticanos admitiendo el partido fundado por Don Luigi Sturzo (1919). Promulgó el Código de Derecho Canónico -en gran parte ya elaborado por Pío X-, y nombró una comisión para su interpretación.

En el mundo del pensamiento supo mediar en la dura disputa entre modernistas y tradicionalistas (Encíclica Ad beatissimi, 1914), y logró moderar a los modernistas en sus feroces ataques a la Iglesia, provocados en parte por la condena a los mismos de su antecesor.

El acercamiento a las iglesias orientales y las misiones fueron otros dos de sus campos más cultivados. Un buen número de instituciones dedicadas al estudio del mundo oriental surgieron en Roma (Instituto Oriental, Congregación de la Iglesia Oriental) y el mundo de las misiones se vio impulsado con formación de clero adecuado y, sobre todo, con la preparación del clero indígena para poder abastecerse a sí mismos. Esto último muy contestado por los regímenes imperialistas que veían en ello un serio peligro a sus intereses económicos.

Benedicto murió joven a causa de una gripe degenerada en pulmonía (22 de enero de 1922). Tan sólo tenía 67 años y sólo 8 estuvo en el gobierno de la Iglesia. Sin embargo, fue tiempo suficiente para ganarse el respeto y el fervor de sus contemporáneos, hasta el punto que dos años antes de su muerte los turcos le erigieron una efigie en Estambul con una inscripción que rezaba: «El gran Papa de la tragedia mundial, el benefactor de los pueblos sin distinción de nacionalidad o de religión».
PABLO DÍAZ BODEGAS/DIRECTOR DEL ARCHIVO HISTÓRICO DIOCESANO

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