Papel de las mujeres en la Iglesia
Pía de Solenni (*)
Antes de ir a Roma para estudiar mi doctorado en teología a mediados de los años 90, me inclinaba a pensar, como muchas mujeres estadounidenses, que las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la mujer estaban equivocadas o por lo menos algo desviadas; me parecía a veces que en la Iglesia no había un lugar adecuado para las mujeres, que estaban subordinadas a los hombre en casi todo los aspectos, sin contar que no pueden ejercer el sacerdocio.
Sin embargo, durante un lapso de seis años de estudios en universidades pontificias y cierto tiempo de trabajar en el Vaticano, me di cuenta de que en ningún otro lugar se me había respetado tanto como mujer. Mis opiniones se tomaban en serio y se me desafiaba a debatir sobre mi pensamiento de una manera como tampoco había visto en otro lugar. Dados los prejuicios que tenemos la mayoría de los estadounidenses, sé lo sorprendente que puede parecer esto que digo, pero me gustaría que más gente lo entendiera de la misma manera como yo mientras veía, escuchaba y discutía las reacciones a la elección del Papa Benedicto XVI.
Casi de manera universal, la prensa lo describe como un “conservador”, un representante de “la línea dura”, un “guardián de las leyes” y un dogmático estricto. Los llamados círculos “progresistas” o “reformadores” advierten que será un pontífice malo para las mujeres en el Iglesia. Sin embargo, tal y como nos enseñó su antecesor, Juan Pablo II, para los católicos la vida no consiste en ser conservador o liberal, sino en ser católico.
Desde luego, siempre habrá desacuerdos. Hijos e hijas de la Iglesia pueden debatir y discutir los dogmas de la Iglesia. Muchos tendremos problemas para entender las enseñanzas, pero la doctrina de la Iglesia seguirá siendo la misma aun cuando haya Papas malos, como el Benedicto IX del siglo XI, que llevó una vida disoluta y llegó a tener una o dos amantes. Aunque acabó por renunciar al papado, lo cierto es que ni él ni ningún otro pontífice ha cambiado la doctrina de la Iglesia. Tal como el Cardenal José Ratzinger, hoy Benedicto XVI, explicó hace algunos años, nosotros no creamos nuestra religión. Nos la dieron y tratamos de entender sus misterios.
La cuestión es saber qué es lo verdaderamente católico. En el caso de las mujeres, la Iglesia Católica establece claramente que las mujeres tienen un papel en cada aspecto de la sociedad, incluyendo a la Iglesia. Fue el Cardenal Ratzinger quien lo señaló enfáticamente el año pasado, cuando el Vaticano dio a conocer el documento “Sobre la colaboración de mujeres y hombres en la Iglesia y el mundo”. Redactado para hacer frente a las constantes preguntas sobre el papal de hombres y mujeres y responderlas de manera que las diferencias entre sexos sean vistas bajo una luz positiva, el documento fue breve, pero se necesitaron muchos años para que los teólogos y otros expertos que lo consultan se pusieran de acuerdo sobre su significado.
Como en muchos asuntos católicos, se desató un frenesí de comentarios en la prensa cuando se publicó el documento. Hubo titulares que decían “El Papa ataca el feminismo” e interpretaciones que calificaban al documento como una medida del Vaticano para subordinar a las mujeres. Sin embargo, yo escribí en esos momentos, para el “National Catholic Reporter”, considerado el periódico católico liberal más importante de Estados Unidos, un artículo titulado “Ahora puede comenzar la conversación”. Desde mi punto de vista, el Vaticano había preparado el terreno para una discusión honrada sobre las maneras en que difieren los sexos, pero también de las maneras en que se complementan.
Ratzinger sostiene en el documento la misma línea de pensamiento que identifica a varios de sus pronunciamientos como director de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por ejemplo, las diferencias entre los sexos son una parte esencial de la naturaleza humana. Hombres y mujeres pueden ser padres de familia, mas son diferentes. Uno es el papá y la otra es la mamá, pero ninguno es menos que el otro a la hora de ser padres.
Con delicadeza y discreción, el documento evita que la discusión se concentre en el tema de las mujeres, que es lo que la mayoría de los “progresistas” perseguían, y la amplía al de hombre y la mujer, porque a final de cuentas, a pesar de nuestras diferencias, o quizás a causa de ellas, a final de cuentas compartimos el mismo mundo y nos necesitamos mutuamente.
La doctrina católica sostiene que las diferencias entre hombres y mujeres son constructivas y contribuyen a dar forma a lo que hacemos y a lo que somos. Esencialmente hacemos muchas de las mismas cosas, ya sea levantar rascacielos o cambiar pañales, pero el hecho de que una persona sea hombre o mujer debe aportar algo positivo a lo que hace. En otras palabras, debemos ver positivamente a un hombre o a una mujer, no a un autómata sin género, en todo lo que una persona hace.
La idea de que los sexos se complementan se basa en la igualdad que la Iglesia propone: hombres y mujeres fueron creados iguales, a imagen y semejanza de Dios. Algunos se apoyan en esta igualdad cuando abordan los temas de las mujeres sacerdotes y control de la natalidad.
“¿Por qué”, se preguntan, “no se pueden ordenar las mujeres, sobre todo cuando hay escasez de sacerdotes?”.
Si bien se puede considerar que la cuestión de la ordenación es un asunto doctrinal que ya está definido, puede llevar más tiempo entender que las diferencias en el papel o la función de los hombre y las mujeres no significa ninguna diferencia en cuanto a dignidad. No fue sino hasta que me di cuenta de que el sacerdocio, aunque manchado por algunos, no es esencialmente un medio para tener poder, cuando pude aceptar que el sacerdocio no es para las mujeres. En un mundo como el nuestro donde hombres y mujeres hacemos tantas cosas iguales, es difícil entender por qué no podemos ser la misma cosa. La respuesta es que el sacerdocio no tiene mucho que ver con lo que el sacerdote hace sino con quién es el sacerdote.
El Catecismo de la Iglesia Católica señala explícitamente que el sacerdote es alguien que sirve a la gente. Este servicio es considerado dentro del contexto de una relación nupcial en la cual el esposo ama tanto a la esposa que está dispuesto a dar la vida por ella, de la misma manera que Cristo murió por la Iglesia. El sacerdote representa a Cristo, quien era un ser humano varón. Como tal, el sacerdote representa a Cristo esposo y servidor de la Iglesia, su esposa.
Entonces, como mujer, ¿en dónde encajo yo? Desafortunadamente, la discusión se ha centrado desde hace mucho tiempo en el sacerdocio en sí y sólo desde hace poco empezamos a explorar lo que es esencial en las mujeres. Para los católicos, el ser humano más perfecto es una mujer, María, la madre de Dios. Las escrituras dejan muy claro que ella entendió todo más que cualquiera y que tuvo un papel fundamental en la redención del ser humano. Todo se desprende de su “Sí” de su disposición y capacidad para convertirse en la madre de Jesús. Papel que no terminó con el nacimiento de Cristo.
Benedicto XVI no cambiará la posición de la Iglesia respecto a las mujeres y el sacerdocio, el control de la natalidad o el aborto. No puede cambiar lo que viene de las enseñanzas básicas de la doctrina católica. Sin embargo, bajo su liderazgo podemos esperar una continuación extensa de las conversaciones necesarias para entender esas enseñanzas.
Creo que podemos confiar en que, al igual que su antecesor, Benedicto XVI nos recordará que los católicos no deben ser divididos tajantemente en categorías de liberales y conservadores. Recuerden que este es el hombre al que se consideraba liberal como profesor, pero conservador como líder de la Iglesia. Su manera de pensar no ha cambiado sustancialmente, pero sí ha cambiado nuestra manera de verlo y juzgarlo. Podemos depender de la imagen creada por otros o salir a su encuentro para formarnos nuestra propia opinión sobre quién es él en realidad.
Juan Pablo II dio a las mujeres importantes papeles en el Vaticano, como la designación de Mary Ann Glendon, profesora de leyes de Harvard, como directora de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. También vimos que las mujeres asumieran más responsabilidades en las diócesis locales y obtuvieran más títulos en teología. Al centrarse la discusión en el tema de hombre y mujer, no sólo en la mujer, nos va quedando más claro que la igualdad fundamental de las mujeres con respecto a los hombres no se ve comprometida por el hecho de no tener acceso al sacerdocio. Confío en que Benedicto XVI continúe esta conversión a fin de explorar más a fondo la gran aportación que sólo las mujeres pueden dar a la Iglesia Católica.—
Pía de Solenni (*)
Antes de ir a Roma para estudiar mi doctorado en teología a mediados de los años 90, me inclinaba a pensar, como muchas mujeres estadounidenses, que las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la mujer estaban equivocadas o por lo menos algo desviadas; me parecía a veces que en la Iglesia no había un lugar adecuado para las mujeres, que estaban subordinadas a los hombre en casi todo los aspectos, sin contar que no pueden ejercer el sacerdocio.
Sin embargo, durante un lapso de seis años de estudios en universidades pontificias y cierto tiempo de trabajar en el Vaticano, me di cuenta de que en ningún otro lugar se me había respetado tanto como mujer. Mis opiniones se tomaban en serio y se me desafiaba a debatir sobre mi pensamiento de una manera como tampoco había visto en otro lugar. Dados los prejuicios que tenemos la mayoría de los estadounidenses, sé lo sorprendente que puede parecer esto que digo, pero me gustaría que más gente lo entendiera de la misma manera como yo mientras veía, escuchaba y discutía las reacciones a la elección del Papa Benedicto XVI.
Casi de manera universal, la prensa lo describe como un “conservador”, un representante de “la línea dura”, un “guardián de las leyes” y un dogmático estricto. Los llamados círculos “progresistas” o “reformadores” advierten que será un pontífice malo para las mujeres en el Iglesia. Sin embargo, tal y como nos enseñó su antecesor, Juan Pablo II, para los católicos la vida no consiste en ser conservador o liberal, sino en ser católico.
Desde luego, siempre habrá desacuerdos. Hijos e hijas de la Iglesia pueden debatir y discutir los dogmas de la Iglesia. Muchos tendremos problemas para entender las enseñanzas, pero la doctrina de la Iglesia seguirá siendo la misma aun cuando haya Papas malos, como el Benedicto IX del siglo XI, que llevó una vida disoluta y llegó a tener una o dos amantes. Aunque acabó por renunciar al papado, lo cierto es que ni él ni ningún otro pontífice ha cambiado la doctrina de la Iglesia. Tal como el Cardenal José Ratzinger, hoy Benedicto XVI, explicó hace algunos años, nosotros no creamos nuestra religión. Nos la dieron y tratamos de entender sus misterios.
La cuestión es saber qué es lo verdaderamente católico. En el caso de las mujeres, la Iglesia Católica establece claramente que las mujeres tienen un papel en cada aspecto de la sociedad, incluyendo a la Iglesia. Fue el Cardenal Ratzinger quien lo señaló enfáticamente el año pasado, cuando el Vaticano dio a conocer el documento “Sobre la colaboración de mujeres y hombres en la Iglesia y el mundo”. Redactado para hacer frente a las constantes preguntas sobre el papal de hombres y mujeres y responderlas de manera que las diferencias entre sexos sean vistas bajo una luz positiva, el documento fue breve, pero se necesitaron muchos años para que los teólogos y otros expertos que lo consultan se pusieran de acuerdo sobre su significado.
Como en muchos asuntos católicos, se desató un frenesí de comentarios en la prensa cuando se publicó el documento. Hubo titulares que decían “El Papa ataca el feminismo” e interpretaciones que calificaban al documento como una medida del Vaticano para subordinar a las mujeres. Sin embargo, yo escribí en esos momentos, para el “National Catholic Reporter”, considerado el periódico católico liberal más importante de Estados Unidos, un artículo titulado “Ahora puede comenzar la conversación”. Desde mi punto de vista, el Vaticano había preparado el terreno para una discusión honrada sobre las maneras en que difieren los sexos, pero también de las maneras en que se complementan.
Ratzinger sostiene en el documento la misma línea de pensamiento que identifica a varios de sus pronunciamientos como director de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por ejemplo, las diferencias entre los sexos son una parte esencial de la naturaleza humana. Hombres y mujeres pueden ser padres de familia, mas son diferentes. Uno es el papá y la otra es la mamá, pero ninguno es menos que el otro a la hora de ser padres.
Con delicadeza y discreción, el documento evita que la discusión se concentre en el tema de las mujeres, que es lo que la mayoría de los “progresistas” perseguían, y la amplía al de hombre y la mujer, porque a final de cuentas, a pesar de nuestras diferencias, o quizás a causa de ellas, a final de cuentas compartimos el mismo mundo y nos necesitamos mutuamente.
La doctrina católica sostiene que las diferencias entre hombres y mujeres son constructivas y contribuyen a dar forma a lo que hacemos y a lo que somos. Esencialmente hacemos muchas de las mismas cosas, ya sea levantar rascacielos o cambiar pañales, pero el hecho de que una persona sea hombre o mujer debe aportar algo positivo a lo que hace. En otras palabras, debemos ver positivamente a un hombre o a una mujer, no a un autómata sin género, en todo lo que una persona hace.
La idea de que los sexos se complementan se basa en la igualdad que la Iglesia propone: hombres y mujeres fueron creados iguales, a imagen y semejanza de Dios. Algunos se apoyan en esta igualdad cuando abordan los temas de las mujeres sacerdotes y control de la natalidad.
“¿Por qué”, se preguntan, “no se pueden ordenar las mujeres, sobre todo cuando hay escasez de sacerdotes?”.
Si bien se puede considerar que la cuestión de la ordenación es un asunto doctrinal que ya está definido, puede llevar más tiempo entender que las diferencias en el papel o la función de los hombre y las mujeres no significa ninguna diferencia en cuanto a dignidad. No fue sino hasta que me di cuenta de que el sacerdocio, aunque manchado por algunos, no es esencialmente un medio para tener poder, cuando pude aceptar que el sacerdocio no es para las mujeres. En un mundo como el nuestro donde hombres y mujeres hacemos tantas cosas iguales, es difícil entender por qué no podemos ser la misma cosa. La respuesta es que el sacerdocio no tiene mucho que ver con lo que el sacerdote hace sino con quién es el sacerdote.
El Catecismo de la Iglesia Católica señala explícitamente que el sacerdote es alguien que sirve a la gente. Este servicio es considerado dentro del contexto de una relación nupcial en la cual el esposo ama tanto a la esposa que está dispuesto a dar la vida por ella, de la misma manera que Cristo murió por la Iglesia. El sacerdote representa a Cristo, quien era un ser humano varón. Como tal, el sacerdote representa a Cristo esposo y servidor de la Iglesia, su esposa.
Entonces, como mujer, ¿en dónde encajo yo? Desafortunadamente, la discusión se ha centrado desde hace mucho tiempo en el sacerdocio en sí y sólo desde hace poco empezamos a explorar lo que es esencial en las mujeres. Para los católicos, el ser humano más perfecto es una mujer, María, la madre de Dios. Las escrituras dejan muy claro que ella entendió todo más que cualquiera y que tuvo un papel fundamental en la redención del ser humano. Todo se desprende de su “Sí” de su disposición y capacidad para convertirse en la madre de Jesús. Papel que no terminó con el nacimiento de Cristo.
Benedicto XVI no cambiará la posición de la Iglesia respecto a las mujeres y el sacerdocio, el control de la natalidad o el aborto. No puede cambiar lo que viene de las enseñanzas básicas de la doctrina católica. Sin embargo, bajo su liderazgo podemos esperar una continuación extensa de las conversaciones necesarias para entender esas enseñanzas.
Creo que podemos confiar en que, al igual que su antecesor, Benedicto XVI nos recordará que los católicos no deben ser divididos tajantemente en categorías de liberales y conservadores. Recuerden que este es el hombre al que se consideraba liberal como profesor, pero conservador como líder de la Iglesia. Su manera de pensar no ha cambiado sustancialmente, pero sí ha cambiado nuestra manera de verlo y juzgarlo. Podemos depender de la imagen creada por otros o salir a su encuentro para formarnos nuestra propia opinión sobre quién es él en realidad.
Juan Pablo II dio a las mujeres importantes papeles en el Vaticano, como la designación de Mary Ann Glendon, profesora de leyes de Harvard, como directora de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. También vimos que las mujeres asumieran más responsabilidades en las diócesis locales y obtuvieran más títulos en teología. Al centrarse la discusión en el tema de hombre y mujer, no sólo en la mujer, nos va quedando más claro que la igualdad fundamental de las mujeres con respecto a los hombres no se ve comprometida por el hecho de no tener acceso al sacerdocio. Confío en que Benedicto XVI continúe esta conversión a fin de explorar más a fondo la gran aportación que sólo las mujeres pueden dar a la Iglesia Católica.—
(Servicio de “The Washington Post”)
*) Teóloga católica y directora de asuntos sobre la vida y la mujer en el “Family Research Council” (Consejo de Investigación Familiar) de los Estados Unidos. Su libro “Different and equal” (Diferentes e iguales), será publicado en junio próximo por la editorial “Crossroad Publishing”
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