por Martín Ibarra Benlloch
El recurso literario facilita la denuncia
Ocurrió una vez que un Empresario poseía una vastísima red de empresas en los cinco continentes, aunque con una distribución desigual. En las últimas décadas, su empresa había crecido mucho en América, África y Asia, pero disminuido en Europa.
Este Empresario había delegado en diferentes gerentes, que eran los responsables de la red de pequeñas empresas de un territorio determinado. En España tenía unos setenta de estos gerentes. La filosofía de la empresa estaba muy bien fijada desde hacía muchos, muchísimos años, y era inalterable. Había dado buenos resultados, que se podían observar en su permanencia, expansión y prestigio. Las cuestiones técnicas, de imagen y marketing habían evolucionado, como es lógico, adaptándose a los tiempos.
Este Empresario tenía un aprecio singular por cada uno de sus empleados, que para él era irrepetible. Cuidaba lo más esmeradamente posible de su formación en todas sus facetas, y deseaba su colaboración e identificación, hasta donde fuera posible con él y con su empresa. Las reuniones solían ser semanales, aunque en ocasiones, si lo deseaba el trabajador, podían aumentar.
En una de estas empresas de España, trabajaban dos empleados, Arturo y Felipe. Ambos eran cumplidores, puntuales, y llevaban muchos años en la empresa. Pero Felipe había comenzado a no asistir a las reuniones formativas semanales. “¡Bah! –decía- ya me lo sé todo, me aburre siempre lo mismo”. Poco a poco había ido plantando cara al gerente en muchas de sus indicaciones, pensando de continuo que se equivocaba. Hubo un momento en que comenzó a pensar si no sería mejor cambiarse de empresa. Por el contrario, Arturo seguía plenamente identificado con el Empresario y su empresa, hacía casos de las indicaciones del gerente y procuraba cumplir lo mejor que podía con su trabajo, haciendo las observaciones que estimara oportunas, por el cauce establecido y sin murmurar contra sus jefes inmediatos, mucho menos contra el gerente o el Empresario-jefe.
Un día, cayó en las manos de Felipe una revista en que se mofaban de su empresa y de su filosofía. Se extendía la burla también al Empresario. Felipe no dejó la lectura, sino que continuó hasta el final. Se guardó dicha revista. Al cabo de dos meses, su curiosidad le llevó nuevamente a leer una revista de la competencia. Después otro libro que ridiculizaba por completo a su empresa. Felipe se divirtió mucho mientras lo leía. Aunque seguía trabajando en la empresa como hace años, cada vez estaba anímicamente más alejado de ella.
Arturo, al que le preocupaba la actitud de su compañero y también amigo, habló con él. Al principio Felipe le escuchó, pero al cabo de un rato le dijo: “Estoy desengañado de esto. Todo esto es muy bonito, pero en otras empresas se andan con menos deontologías, menos exigencias, menos formación. Además, cada vez veo que aquí, en España, la empresa va peor. Antes sí que iba bien y estaba muy bien visto trabajar aquí. Ahora ya no tanto; es muy frecuente que en los medios de comunicación se burlen de ella, de sus gerentes, y también del Empresario-jefe. A mí eso no deja de acogotarme, así que seguramente acabaré dejándola. Si no me voy es por no dar un disgusto a mi mujer”.
Arturo le contestó con sus razones, y concluyó: “Yo estoy muy contento en esta empresa y con este Empresario. Es donde mejor se vive. La tranquilidad del deber cumplido, sabiendo que siguiendo las normas establecidas va todo bien, no se tiene en otros sitios. Yo me quedaré aquí”.
Felipe comenzó a criticar abiertamente a su empresa, a su gerente. Incluso al Empresario. En más de una ocasión, con sus amigos, le calumnió voluntariamente. Disfrutaba leyendo libros en los que se hacía mofa del Empresario y de su filosofía de empresa.
Hubo un momento en que la competencia le ofreció hacer declaraciones a su favor y en contra de la empresa en donde trabajaba. Y Felipe lo hizo.
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Pregunta 1ª. ¿Podrá estar enfadado Felipe si el gerente de su empresa le amonesta?
Pregunta 2ª. ¿Podrá estar enfadado Felipe si el Empresario, ante su obcecación, no tiene más remedio que despedirle de su empresa?
Pregunta 3ª. ¿Qué excusas pondrá Felipe para su deslealtad?
Pregunta 4ª. ¿Quién ha incumplido sus obligaciones, Felipe o el Empresario?
Pregunta 5ª. ¿Tenía Felipe alguien en quien apoyarse en sus momentos de duda?
Pregunta 6ª. ¿Transmitía el gerente de manera adecuada los objetivos y filosofía propios de la empresa? ¿Conseguía ilusionar a sus empleados?
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Después de contestar, borre la palabra Empresario y sustituyala por “Dios”. Haga lo mismo con la palabra gerente y coloque “obispo”. Filosofía = “depósito de la fe”. Reuniones semanales = “Santa Misa”. Malas lecturas = Código da Vinci, por ejemplo. Cambiarse de empresa = “apostatar”. Despedir de la empresa = “condenar”
domingo, marzo 27, 2005
Parábola del empleado desleal
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