lunes, marzo 21, 2005

La carne se viste de seda


Después de unos días sin conexión y del format de mi pc, googleo para localizar mi blog y me encuentro que solo la indexa a través de centroeuropa. Y yo que pensaba que no la visitaba nadie, salvo Jesús -perdón Jesús, perdí tu dirección :( - y alguna más. Copio un artículo que sacó de Aceprensa. Como mujer me identifico plenamente.

La carne se viste de seda

Cultura y Comunicación
El gran público rechaza la pornografía publicitaria, mientras las elites cinematográficas la aceptan.

El cine “sexualmente explícito” consigue cada vez más eludir la denominación de “pornográfico” entre las elites encargadas de criticarlo. Mientras tanto, los estudios de mercado siguen mostrando que el público rechaza la inclusión de pornografía como reclamo publicitario.

La prueba más llamativa de la primera aserción podría ser la película 9 Songs de Michael Winterbottom (ver Servicio Aceprensa 126/04), a la que el organismo encargado de calificar películas en Gran Bretaña (British Board of Film Classification, BBFC), consideró como sólo apta para mayores de 18 años, pero no pornográfica (lo que habría restringido su venta a los sex shops), a pesar de que contiene 35 minutos de “sexo explícito” filmado en primeros planos. El BBFC consideró que la película era “sensual pero no sexual”, asegurando que “la intención de una película sexual es la excitación sexual; y esta no es la intención que subyace en esta película”.

Para Brendan O’Neill (Spiked Liberties, 26.10.2004), hasta ahora el BBFC toleraba las películas pornográficas extranjeras como “sólo para mayores” con un criterio clasista, ya que las consideraba dirigidas a un público de clase media, al que se suponía menos propenso a actos violentos, mientras que las películas británicas iban a los sex shops. Pero Winterbottom es un cineasta británico, y su aprobación muestra, según O’Neill, que la pornografía está de moda entre las elites cinematográficas: “la incapacidad de la sociedad para establecer una distinción clara entre el arte y la pornografía o entre los actos privados y su representación pública es experimentada como algo divertido, audaz, sexy, de modo que los literatos, académicos y galeristas celebran la pornografía, el hardcore o como se le quiera llamar, alegando que dice algo profundo sobre la condición humana. Pero, por mucho que les fascine, lo que revela es algo profundo sobre nuestra cultura atontada y degradada”.

Prueba de esta “moda” podría ser la emisora privada de televisión francesa Canal Plus, que según Jacques Peskine (Le Monde, 4.11.2004) ha perdido toda ambición de ser una cadena innovadora, incluso la de permitir “que los nuevos talentos iconoclastas prueben otras formas de hacer ficción”. Brigitte Lahaie, actriz porno que hoy presenta programas en RMC-Info, reconoce lo que afirmaba O’Neill, dándole, dentro de su lógica, una valoración positiva: “gracias a Canal Plus el porno ha entrado en las costumbres y ha roto muchos tabúes”.

Lo que no ha traído la pornografía es beneficios a los anunciantes. Nicola Mendelsohn, de la agencia Grey de Londres, asegura que “la gente busca cosas que son más reales, más sanas, más puras” (The Economist, 30.10.2004). La publicidad pornográfica es particularmente rechazada por las mujeres: Mendelsohn explica que la máquina más vendida en el último año haya sido una depiladora en cuya publicidad se usaba una silueta “neutral”, porque una imagen sexualizada “es lo último que quieren ver” las mujeres. Incluso Andrew McGuinness, jefe de TBWA, agencia especializada en “asuntos sexuales”, declaraba al mismo semanario británico que “ha habido un cambio. Hemos pasado por una era en la que el sexo era una forma de impactar a los consumidores, y eso ya no funciona”. Según el instituto de Marketing CIM, sólo el 6% de los espectadores se consideran “influenciados positivamente por imágenes sexuales en la publicidad”. Según un estudio de la agencia WPP titulado D_Code, el público juvenil considera que la publicidad sexualmente explícita es “aburrida y repelente”.

Santiago Mata, 11.11.2004, publicado en Aceprensa.

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