Y sin embargo una aprende hasta de los teólogos. Cosas veredes... Me encantó el post y lo dejo aquí para no perderlo y por si algún despistado entra en este blog ;)
(...) Una religión (cualquiera) creo que debería definirse por la entrega voluntaria del hombre a un Poder que lo trasciende (no necesariamente que trasciende al mundo, pero sí al propio hombre), sea cual sea ese poder (y por lo tanto la clase de religión de que se trate).
El teólogo Paul Tillich tenía una excelente caracterización de este tipo de estructuras que parecen religiosas pero que les falta precisamente ese punto central de que el Poder bajo el que el hombre voluntariamente se subyuga es trascendente al hombre; las llamaba "cuasi-religiones".
Una cuasi-religión vendría a ser una estructura (lenguaje, costumbres, ritos, etc) de entrega de la voluntad del hombre a un Poder (como la religión), pero que no está más allá del hombre mismo (es decir, no lo trasciende).
En ese clasificación podríamos incluir el nazismo (con su autoentrega en la Raza), el comunismo (con su autoentrega en el devenir dialéctico y necesario de la historia humana) -estos los incluye el propio Tillich-, y, creo yo, el liberalismo masónico, es decir, la autoentrega de la voluntad al poder subyugador de la Humanidad, con mayúsculas.
La clasificación puede parecerles una cuestión preciosista: qué más da que sea una religión o una cuasi-religión...
A mí me parece central, por este aspecto: las religiones, en tanto que reconocen como una de las cualidades principales del Poder al que se entrega el hombre su Oscuridad, su Inasibilidad (sea YHVH que no se puede nombrar, sea el Dios Trinitario, que se esconde en las Sagradas Formas, o sea el más ínfimo ídolo tribal que no puede ser evocado más que en mitos altamente simbólicos), se refieren en definitiva siempre al mismo Poder.
No estoy diciendo que todas las religiones son iguales y da lo mismo el cristianismo que el culto al Pino Sagrado de los Ñamburú-tacuá, sino que entre el Pino Sagrado y la Trinidad hay una identidad profunda: el Ñamburú-tacuá ya conoce a la Trinidad, evangelizarlo es purificar algo con lo él ya está de antemano en relación, sólo que no sabe cómo se llama, ni sabe el grado de intimidad personal, de comunión, a la que lo convoca.
Pero las cuasi-religiones, en tanto que focalizan la mirada hacia el Poder Subyugante hacia adentro del hombre, hacia algo que el propio hombre posee, necesariamente competirá con la religión, necesariamente será hostil a ella. No porque la religión le busque la pega, ni porque la cuasi-religión le busque la pega, sino porque cada una de ellas está diciendo simultáneamente a la otra: «eso que ella dice no debe ser adorado».
No hay duda que el hombre es algo bellísmo en la creación, lo más bello, casi igual a Dios, su más perfecta imagen, porque es imagen hecha por el propio Dios y no por la mano del hombre, y porqu en definitiva, Dios lo creó para poder encarnarse, y ser DiosHombre.
Pero por eso mismo, por los peligros que tiene lo bello, porque toda belleza subyuga y nos puede desviar, todo aquello que proponga la más mínima adoración del hombre lo rebaja, lo vuelve, no imagen del Dios, sino creación de sí mismo, y atenta contra la dignidad profunda del propio hombre. ¿Cómo no se van a revestir de "sociedades filantrópicas", si el amor al hombre es precisamnte el objeto de su pasión vital? ¿Pero cómo va a amar verdaderamente al hombre quien comienza por rebajarlo desde Imagen de Dios a pequeño dios autofundado?
Para finalizar este ya larguísimo discurso, quisiera decir mi opinión respecto de la importancia de la masonería: creo que estos fenómenos cuasi-religiosos no deberían abordarse por separado. No deberíamos habernos apoyado en el liberalismo para combatir al comunismo, o en el comunismo para combatir al nazismo, porque no son tres cosas distintas sino exactamente la misma. Esa cosa es la adoración del hombre por el hombre, la Inversión de la que habla San Pablo (Romanos 1).
Los medios que se nos han dado para luchar contra eso son extremadamente débiles. Dios no nos dio más que las débiles palabras de nuestra fe y la locura de la Cruz. Es en nuestra debilidad donde está el secreto de nuestra fuerza, en plantarnos de cara a todos los que quieren adorar al hombre y decir: «mientras haya uno como yo, el hombre no puede ser adorado, busquen más arriba».
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