domingo, enero 23, 2005

"Ustedes no hicieron nada... Y podían"

Annick Kayitesi / Superviviente del genocidio ruandés
"Ustedes no hicieron nada... Y podían"

Tengo 25 años. Nací en Butare, Ruanda, y vivo en París. Los hutus mataron a toda mi familia. Mi padre era médico y mi madre, maestra. Estoy prometida. Me he licenciado en Ciencias Políticas. Me declaro a favor de la guerra en Iraq. Soy atea.

Annick Kayitesi.
Por Ima Sanchís
La Vanguardia
22/01/05, 10.27 horas

Es usted pacifista?

-No. Hay personas con las que más vale combatir con armas. Ese era el caso de los genocidas de Ruanda. La ONU y otros organismos internacionales creyeron en el poder de la palabra, no hicieron nada, y hubo un millón de muertos, incluida toda mi familia.

-Cuénteme su historia.

-Antes le aclararé mi ateísmo: mis padres eran católicos, como el 90% de la población de Ruanda. Estos mismos católicos eran los que iban a matar y luego volvían a su iglesia a rezar. La Iglesia sigue siendo una de las instituciones que todavía hoy día no ha reconocido el genocidio.

-¿Qué edad tenía usted cuándo se desató la violencia?

-14 años. Mataron a toda mi familia.

-Y usted, ¿por qué se salvó?

-Cuando nos encontraron estábamos todos juntos escondidos. Mi madre era la maestra de la escuela y me había confiado las llaves, por eso me mantuvieron viva, necesitaban a alguien que les abriera la puerta. Al principio asesinaban a la gente en sus propias casas. Luego, para ahorrarse el traslado de los cadáveres, se llevaban a las personas y las asesinaban en las fosas comunes.

-¿A su familia la asesinaron en casa?

-A mi madre sí, delante de mí. Al resto se los llevaron: mi hermana, mi hermano y dos primas. Mi padre había muerto en un accidente poco tiempo antes.

-¿Qué fue de usted?

-Me salvó un militar hutu que estaba en contra de la violación de las niñas. Durante tres meses me escondí, fue largo y duro.

-Cuénteme lo esencial.

-Lo más importante es que el genocidio estaba organizado desde los estamentos políticos. Mataban sistemáticamente barrio por barrio y casa por casa. Mi hermana mayor consiguió escapar, volvió a buscarme y aca-bamos en un orfanato en Ruanda, pero como ella estaba herida fuimos evacuadas y nos mandaron a Francia.

-¿Lo ha superado?

-Lo que yo viví no se supera, aprendes a vivir con ello, una pesadilla que puedes guardártela para ti o compartirla. Yo la comparto para que la gente no se olvide de las personas que se han quedado en Ruanda.

-Este genocidio, ¿se ha olvidado más rápidamente que otros?

-Sí, se negó desde un principio. En la ONU prefieren hablar de Ruanda tras el genocidio, lo que es una paradoja porque fue el primero que se vio en directo por televisión.

-¿Lo ocurrido le cambió su concepción del ser humano?

-Ya no soy ingenua respecto a la especie humana, sé que puede ser muy cruel. La sociedad occidental cada vez es más egoísta, y no se da cuenta que lo que ha vivido Ruanda es universal y puede ocurrir fácilmente en otro país de África. La historia se repite, pero olvidamos rápido, prueba de ello es que en las últimas elecciones presidenciales francesas, Le Pen llegó a la segunda vuelta.

-¿Cuál es su esperanza, entonces?

-Ninguna, tengo más deseos que esperanzas. El primero es que el mundo vea que los supervivientes de Ruanda necesitan ayuda. Yo he tenido la suerte de salir de allí, pero soy una excepción.

-Hábleme de los supervivientes.

-La mayoría son mujeres y niñas. La etnia la marca el padre y por tanto mataron a casi todos los hombres y niños tutsis, y violaron a las mujeres condenándolas a morir poco después: las que se salvaron tienen el sida, están solas y viven entre los genocidas. Mi deseo es que puedan morir como seres humanos ya que no han podido vivir como tales.

-¿Ha vuelto usted a Ruanda?

-Tres veces, siempre invadida por una extraña sensación porque no he podido enterrar a mis seres queridos. La mayor victoria para los hutus es que los tutsis desaparezcan, por eso mantengo relaciones con mi país aunque sea muy doloroso para mí.

-Ahora están mandando ustedes, ¿cómo es la convivencia?

-El presidente y los altos cargos del ejército son tutsis, pero en el Parlamento la mayoría son hutus. Hay hutus que no mataron y es importante decirlo. El problema es que en Ruanda los asesinos siguen sueltos, se necesitarán varias generaciones para olvidar.

-¿Las víctimas se sienten culpables?

-Sí, de haber sobrevivido. Pero en Ruanda no hay lugar para reflexión intelectual de este tipo, porque los supervivientes tienen que hacer frente a necesidades básicas.

-Y usted, ¿cómo ha sobrevivido en París?

-Viviendo con una familia de acogida hasta los 18 años.

-Lo dice con mucha frialdad, ¿tiene buena relación con ellos?

-No. Fue una relación difícil porque ellos pretendían que olvidase mi pasado e hiciera una nueva vida, pero yo no podía.

-Lástima.

-A mí no me da ninguna lástima. En Francia existe un sistema por el que se ofrece una remuneración a cambio de acoger a niños. Esta familia estaba más interesada en ese dinero que en nosotras. Éramos su negocio.

-¿Y cómo la han acogido los franceses?

-Como cualquier inmigrante he vivido el racismo. La familia de mi primer novio no quiso conocerme porque soy negra, y por el mismo motivo me ha costado muchísimo que me alquilaran un piso. Cuento lo que otros inmigrantes no pueden contar.

-Diga, diga lo que quiere que sepamos...

-Francia es en teoría el país de los derechos humanos, pero no es tan cierto, su comportamiento es muy hipócrita. En Europa olvidan que nadie escoge el lugar donde nace.

No hay comentarios: