El riojano José María Yanguas deja «con pena» su trabajo en la Santa Sede para «volver a la patria» como nuevo obispo de Cuenca
- ¿Cómo recibió la noticia de su nombramiento?
- Usted lleva ya dieciséis años en Roma, ¿va a sentir dejar la Santa Sede?
- ¿Qué espera usted de su trabajo en la diócesis de Cuenca?
- Supongo que ya habrá recibido las felicitaciones de sus convecinos de Alberite.
- ¿Cómo fue su infancia en Alberite?
- ¿Qué recuerda de aquel día?
- ¿Cómo va a pasar estas fechas en La Rioja?
- Pues hombre, con una gran alegría porque el episcopado supone la plenitud de nuestra labor. Aunque he de reconocer que esa alegría viene acompañada de un lógico temor por la responsabilidad que ello supone. El Santo Padre confía en mí para desarrollar esta misión tan importante y surge cierto miedo a no estar preparado. Pero afronto el nuevo reto con ilusión y esperanza.
- Usted lleva ya dieciséis años en Roma, ¿va a sentir dejar la Santa Sede?
- La verdad me da pena dejar Roma, porque es para cualquier cristiano el centro de la Iglesia, la residencia del Papa. La primera vez que llegas a Roma, asusta porque a uno le han hablado de la Santa Sede como algo desconocido, algo rodeado de misterio. Sin embargo, en la Oficina de la Congregación para los Obispos, donde yo he trabajado, he encontrado gente de una gran talla humana e intelectual. Me da pena, sí, son muchos años en el Vaticano, pero volver a la patria es siempre una alegría.
- ¿Qué espera usted de su trabajo en la diócesis de Cuenca?
- Espero poder servir serenamente a la Iglesia de Cuenca, entregarme a su servicio con toda el alma, pero espero sobre todo de ellos. Sé que me van a acoger con afecto y cariño, porque es gente de profundas raíces cristianas. Aún tendré que esperar unos tres meses para comenzar mi labor allí; hay que concretar una serie de cosas que tienen que ver con mi ordenación y tengo que terminar algunas cosas pendientes en Roma.
- Supongo que ya habrá recibido las felicitaciones de sus convecinos de Alberite.
- Sí, sí. El párroco se ha encargado de lanzar las campanas al vuelo y comunicárselo a todos los vecinos. Siendo un pueblo pequeño y familiar, mi nombramiento se ha convertido en una noticia importante y yo estoy encantado con el cariño que los vecinos me han demostrado.
- ¿Cómo fue su infancia en Alberite?
- La vida en los pueblos pequeños está rodeada de un clima más humano, distendido y muy sano, que todavía se mantiene. Recuerdo mi infancia con mucho afecto a tantos amigos, a los maestros de la escuela, a mis parientes, que actuaron como altavoz de la voluntad de Dios e iniciaron mi camino hacia el sacerdocio. Allí canté misa por primera vez.
- ¿Qué recuerda de aquel día?
- La primera misa es el inicio de un gran camino y fue un día de muchas emociones. Celebrarla en mi pueblo hizo que me sintiera muy arropado por mi familia, por la gente que te quiere, que te ha visto crecer, y por los amigos que se sentaron contigo en los bancos de la escuela y con los que has compartido aventuras y travesuras. Esa misa tuvo para mí un encanto muy particular y entrañable.
- Usted ingresó en el seminario de Logroño con sólo once años. ¿Cómo nació su temprana vocación?
- Creo que una de mis maestras en la escuela del pueblo fue la que plantó la semilla en mi corazón. Era una mujer de una gran autoridad moral y cristiana, que profesaba mucha preocupación por la parroquia de mi pueblo y sus gentes. Las cosas maravillosas de la vida son casi siempre obra de las mujeres, que actúan en millones de ocasiones como instrumento de Díos.
- ¿Cómo va a pasar estas fechas en La Rioja?
- Como lo hago cada año: en familia, con los amigos de siempre y del modo más tranquilo posible. El nombramiento ha trastocado un poco mis planes, pero son días que ningún motivo puede desnaturalizar.
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