martes, diciembre 06, 2005

De la Universidad de Málaga a un rincón de África

Un grupo de jóvenes malagueñas viajó a Kenia para iniciar una escuela y llevar asistencia médica a la población. Participar en actividades de un centro universitario del Opus Dei les ha ayudado a hacer algo importante por los más necesitados.

Llegó cojeando a la choza que servía de improvisado ambulatorio, donde los estudiantes de Medicina se afanaban en prestar atención primaria a una lista interminable de pacientes en su mayoría niños. El pequeño sufrió una grave quemadura en el pie, cuando un trozo de carbón ardiendo se le coló en la bota de plástico que calzaba. Los casos más graves, como éste, se derivaban al hospital de Nairobi. “Sólo entrar al recinto ya cuesta dinero. Si te ve un médico, después tienes que pasar por caja, y si te entrega medicinas, la factura aumenta”.

Es el testimonio de Cristina Fernández-Figares, estudiante de Medicina de 21 años, una de las cinco jóvenes cooperantes malagueñas que viajó este verano a Kenia. “La infección amenazaba con extenderse por todo el cuerpo. “¡Salvarle la vida nos costó 20 euros!”, exclama, todavía incrédula. “Lo ves en la televisión y no te lo crees, pero es así: con muy poco se puede curar a un niño”.

Cristina soñaba con ayudar y cogió la oportunidad al vuelo. Su determinación no dejaba lugar a dudas. “Me dijeron que tenía que responder en dos horas, y no me lo pensé. Sólo me dio tiempo a llamar a Casa y decir: Papá, me voy a Kenia con una fundación”.

El grupo estaba compuesto por una veintena de personas de diversas nacionalidades, cinco de ellas petenecientes al club La Caleta, de Málaga. Todas ellas chicas. Costearon de sus propios bolsillos los 1400 euros del billete de avión y se instalaron durante un mes en un colegio de Nairobi. El objetivo: crear una escuela infantil y llevar medicinas a dos poblados de la región de Kiambú, bajo la coordinación de la fundación Albihar, con sede en Granada.

Malaria

Carolina Fernández-Crehuet también cursa cuarto de esta licenciatura en la UMA, y relata otro de los casos que le llamaron la atención. “El bebé tenía malaria y fiebre muy alta. Le poníamos paños fríos en la frente y salía humo. No he visto nada igual en la vida”. Su dolencia remitió con una visita a una farmacia y seis euros. El precio del tratamiento. Su hermana Ana, que ya se había enrolado en la expedición, le propuso acompañarla y no lo pensó mucho.

La abogada Marta Carrascosa, coordinadora del club La Caleta –una asociación de padres con vocación cristiana- comenta cómo era su día a día. Nos repartimos las tareas para habilitar un antiguo almacén como escuela de preescolar para 100 niños en Baramba. Limpiamos y arreglamos el suelo, que estaba en muy mal estado. Tuvimos que fabricar hasta los pupitres”, relata.

Gracias a una subvención del Ayuntamiento de Casares pudieron proporcionar leche para un año a las menores de la zona. “Hacen una única comida al día, el “ugali”, una mezcla de harina de maíz. Tienen que andar hasta 10 kilómetros para ir a la escuela y algunos ni siquiera comen muchos días”, rememora.

Lo que más llama la atención de Marta es la diferencia entre el consumismo de Europa, las actitudes de los jóvenes de aquí y la vida en África: “Son alegres, generosos, agradecidos, comparten lo poco que tienen, cuidan de sus hermanos y juegan con todo”.

Volver

La experiencia ha sido tan impactante que ya están estudiando la manera de volver. “Vale la pena, se te pasan muchas tonterías”, asegura Marta. Carolina y Cristina planean estar un año cuando terminen la carrera de Medicina.

El problema es el alto precio de los billetes de avión. Para rebajar esta carga, han vendido entre familiares y amigos los tejidos, objetos de decoración artesanales y abalorios que consiguieron en los mercadillos locales, a modo de comercio justo, y están preparando un ciclo de conferencias.

Diario Sur // Texto de Ignacio Lillo01 de diciembre de 2005

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