sábado, octubre 15, 2005

LAICISMO: ¿APARTHEID RELIGIOSO?

En los últimos tiempos, se oyen voces –cada vez crecientes– que reclaman un Estado laico, una sociedad más laica. Da la impresión de que, hasta ahora, tanto el Estado como la sociedad han vivido bajo el yugo de la Iglesia. Esas voces dan la impresión de que el Estado se siente presionado en sus actuaciones por la influencia de la Iglesia católica, y necesita liberarse de esa presión para actuar con entera libertad. Pero yo pregunto: ¿Se puede afirmar con verdad y justicia que el Estado actúa al dictado de la Iglesia católica? ¿Se puede afirmar, sin faltar a la verdad, que la actuación del Estado está condicionada por la jerarquía de la Iglesia?
La separación de la Iglesia y del Estado es absolutamente plena; pero eso no quiere decir que nuestra sociedad española, en su mayor parte católica, tenga planteamientos que no siempre coinciden con los de los gobernantes. Por ejemplo, es curioso que la mayoría de los padres –exactamente un 78%– pida la clase de religión para sus hijos, y esa demanda no sea atendida por los gobernantes en aras de un concepto laicista de la sociedad. ¿Es que los padres católicos no son tan ciudadanos como los miembros de otros grupos sociales que reclaman otros cosas y a los que el Estado atiende con sumo gusto? ¿Es que laicismo tiene que significar necesariamente sectarismo, exclusión social, apartheid religioso?

El Concilio Vaticano II, en el número 36 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes, dejó bien claro –hace ya cuarenta años– que tiene que haber una separación entre la Iglesia y el Estado: “Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esa exigencia de autonomía. Pero, si la expresión ‘autonomía de las cosas temporales’ se entiende en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador”. La autonomía, pues, no significa en modo alguno que no pueda existir una sana colaboración entre la Iglesia, entendida como jerarquía y como pueblo de Dios formado por todos los bautizados, como la que hay y debe haber entre los distintos grupos sociales y asociaciones.

Los cristianos también quieren colaborar –queremos colaborar– en la construcción de un mundo mejor, de un mundo en libertad, en justicia y en paz. Esa ha sido su contribución a lo largo de la historia en favor de la humanidad, a pesar de todos los fallos habidos, como es frecuente en toda institución formada por hombres.

Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella Omella

Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
16-Octubre-2005

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