lunes, octubre 17, 2005

Iniciativas de te del Opus Dei: el Salvador

Siramá (El Salvador)

Siramá nació en El Salvador hace 35 años por impulso de San Josemaría Escrivá. Desde entonces, el camino no ha sido fácil. La guerra civil –entre 1979 y 1992– deterioró el entramado social del país: la emigración del campo a la ciudad incrementó las zonas marginales y las condiciones de vida de miles de salvadoreños se hicieron más precarias.

Una historia que se repite muchas veces

Como muchas mujeres salvadoreñas, Silvia, con 25 años de edad, era una mujer que vivía en una gran estrechez económica y apenas tenía una educación. Su vida se presentaba con un futuro poco favorecedor y no sabía desde dónde le vendrá una oportunidad para conseguir sacar adelante a su familia con tres hijos.

“Silvia —le dijo el Alcalde de su comunidad— usted lo que tiene que hacer es tomar un bus que le cuesta unos centavos y buscar Siramá”. Un poco desconcertada, hizo sus preguntas y el Alcalde le dio las señas del lugar —no sin antes entusiasmarla—: “He sabido que en ese lugar les dan clases a mujeres y la mayoría consigue poner su propio negocio y echar a andar una pequeña empresa. Además, la gente aprende a cuidar mejor a sus hijos y viven más tranquilas y contentas. ¿Por qué no lo intenta?”.

Siramá nació hace 28 años por impulso de san Josemaría Escrivá de Balaguer. El Fundador del Opus Dei, movido por su amor a las almas fruto de su unión con Dios, promovió en todo el mundo la puesta en marcha de iniciativas como ésta que contribuyeran “con eficacia a que todos tengan los medios materiales convenientes, que haya trabajo para todos, que nadie se encuentre injustamente limitado en su vida familiar y social” (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 95).

Se comenzó con cursos sobre la administración del hogar: “Nos enseñaban, –cuenta una alumna de los inicios–, a hacerlo de manera profesional. Aprendi-mos a aprovechar el tiempo y hasta a tener un rato libre para estar con nuestros hijos, platicar con el esposo y dedicar algún rato a mejorar la formación cultural”.

Los comienzos

Sin embargo, el camino desde 1970 no ha sido fácil. La guerra civil que duró desde 1979 a 1992 deterioró fuertemente el entramado social del país. Sus efectos más serios se dieron en las familias que tenían menos recursos. Los habitantes de las zonas rurales emigraron a la capital, y las zonas marginales se incrementaron, haciendo las condiciones de vida aún más precarias, sin viviendas adecuadas, sin servicios sociales ni higiene.

En 1985, comenzó el Programa de Empresas Hogareñas para capacitar a las mujeres en tareas productivas que les ayuden rápidamente a desarrollar sus habilidades en las áreas de panadería, corte y confección, cocina comercial, cosmetología y artesanías. Varias de las alumnas consiguieron abrir sus propias microempresas y ver en ellas una salida a las necesidades familiares.

Apenas empezaba el Programa de Empresas Hogareñas cuando el terremoto de 1986 sorprendió a San Salvador. Nuevamente, el espíritu emprendedor del salvadoreño movió a las alumnas a recomenzar cuanto antes sus estudios. “A pesar de los paros de autobuses, los cortes de energía eléctrica y los enfrentamientos armados, las estudiantes asistían regularmente a sus clases”, recuerda Regina de Rodriguez, directora del programa. “Pienso que el buen humor salvadoreño nos ha ayudado a sobrellevar las guerras y terremotos con alegría. Las clases no se interrumpieron y se notaba en las alumnas el mismo entusiasmo y las mismas ansias de aprender y de mejorar, de ayudar a su familia e impulsar el desarrollo en sus comunidades; las alumnas vencían sus temores, aún poniendo en riesgo su propia seguridad”.

Más adelante, con el apoyo de muchos salvadoreños y con la ayuda de varios países como Bélgica, Canadá, Alemania, España, Estados Unidos, Japón e Italia, Siramá pudo ampliar la capacitación, incluyendo la enseñanza básica en contabilidad y planificación de empresas, para que las mujeres pudieran tener un mejor control de sus gastos y ganancias. En poco tiempo, Siramá estaba en la posición de poder capacitar a mil mujeres por año.

Las mujeres: cabeza de familia y líderes comunales

Siramá hace que las mujeres, en un breve período de tiempo, estén en condiciones de poner en marcha su propia microempresa.

Angélica y su esposo —auxiliar de albañilería— tienen nueve hijos. Su pequeño caserío llamado Valle de las Delicias, ubicado en San Martín, no posee electricidad ni agua potable y parecía que no había forma de que mejorara su situación. Angélica tomó un curso de panadería en Siramá y, como muchas, empezó a hacer pan en su pequeño “comal” donde elabora las tortillas. “Como vimos que nos iba bien —comenta Angélica— nos arriesgamos a usar el dinero ahorrado para comprar un horno industrial de gas. Gracias a Dios, nos fue bien; ya recuperamos los gastos. Y así hemos podido enviar a los hijos a la escuela y compramos los uniformes y los cuadernos de los niños para asegurarnos de que los tendrían para empezar el año en la escuela”.

Con tantas mujeres que son cabeza de familia, resulta muy común encontrar comunidades y asociaciones dirigidas por ellas. Siramá también promueve el liderazgo local a través de cursos impartidos dos veces a la semana durante un año, con el fin de ayudarlas a trabajar con el gobierno, empresas privadas y otros programas para el mejoramiento de las condiciones locales.

Más allá de lo económico

El espíritu cristiano que anima toda la actividad de Siramá ha repercutido también en la estabilidad de las familias, fomentando unas relaciones matrimoniales serenas donde antes eran frecuentes las peleas. Muchas alumnas, al descubrir la gracia de Dios que llega a través de los Sacramentos han comenzado a frecuentarlos, han contraído matrimonio canónico y se han movido a bautizar a sus hijos. A través de ellas, sus maridos han aprendido a tratar a Jesucristo y se han convertido familiares, vecinos y conocidos. Es imposible contabilizar el efecto de una sonrisa, de una casita pobre pero limpia y simpática; de un hogar alegre, de una familia unida.

Siramá a través de su actividad ordinaria, quiere hacer realidad la propuesta de san Josemaría: “La verdad nos libera, mientras que la ignorancia esclaviza. Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad, porque la conciencia —si es recta— descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas” (Amigos de Dios, n. 171).

Aprender para enseñar

El correr de un río de aguas negras por el medio, hacía de la Comunidad Tinetti un sitio poco atractivo para vivir. Aminta, líder de 70 años, vecina del lugar y alumna de Siramá solicitó al Estado una ayuda económica que le permitió comenzar su propio negocio en Tinetti. “Pensé que podía —de alguna manera— ayudar a los vecinos y a mí misma a vivir mejor: soñaba con un lugar agradable, seguro y alegre y, sobre todo, que no oliera tan mal. Después de ver que el gobierno había atendido mi solicitud de ayuda para poner mi negocio, me animé a ir con otros vecinos a hacer gestiones para arreglar lo del paso de las aguas negras. Conseguimos que vinieran los trabajadores de Obras Públicas y nos hicieron el favor de sellar la fuente de aguas negras”. Construyeron una bóveda de concreto, rellenaron el precipicio y convirtieron Tinetti en un vecindario limpio y seguro.

En 1987 cuando Romy de Hernández terminó su curso de corte y confección, no se imaginó la proyección que tendría. “En ese momento pensé en solicitar a una sociedad local de trabajadores que me ayudaran prestándome tres máquinas de coser, pues quería comenzar con un pequeño taller de modas; gracias a Dios me fue bien y pensé que con lo que sabía, podía enseñarle a otras vecinas y, mi sorpresa fue que sí aprendían y que ponían su negocito”. En 1989 puso a disposición de las personas necesitadas su propia “Academia de costura”. Tiempo después, Romy se animó a estudiar cosmetología y de nuevo repitió la experiencia y, ahora, tiene su propia escuela para las personas de su zona.

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