martes, octubre 25, 2005

Historia de Rosa Parks, que se negó en 1955 a ceder su sitio en el autobús a un blanco

Una reportera de Yo Dona viajó hasta este estado norteamericano para recordar la historia de Rosa Parks, que se negó en 1955 a ceder su sitio en el autobús a un blanco
MARÍA RAMÍREZ (YO DONA)

Parks llega al Juzgado el 24 de febrero de 1956. (Foto: AP)
Parks llega al Juzgado el 24 de febrero de 1956. (Foto: AP)

En 1955, Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco, como obligaba la ley del Sur, y su resistencia acabó con la segregación racial. Cincuenta años después, sus herederos hablan entre la nostalgia y la apatía. Ésta es la crónica de un viaje por esa América herida donde los negros han dejado de luchar.

Al final de una avenida polvorienta a las afueras de Montgomery, 156 casas de ladrillo rojo carcomido por el sol con ventanas destartaladas se agrupan en hileras idénticas. Este complejo de subvención estatal, Cleveland Court, no ha cambiado, sólo ha envejecido desde 1941, el año de su construcción en la capital de Alabama. Decenas de niños, todos negros, corretean descalzos con las piernas melladas por los cardenales y las picaduras de las hormigas, que se amontonan en enormes nidos repartidos por una hierba áspera donde apoyar las rodillas tan sólo unos segundos equivale a un sarpullido inmediato. Los pequeños gritan: «¡La policía! ¡La policía!» cada vez que escuchan una sirena, aunque ocasionalmente sea de los bomberos, y rodean cualquier coche que hunda sus ruedas en el barro de la explanada del project (los inmuebles de protección oficial en versión estadounidense).Pero la experiencia les ha enseñado a evitar a algunos de los que derrapan con frecuencia delante de ellos: los ruidosos y desconchados descapotables de los veinteañeros que maldicen con la música a todo volumen. «Traen drogas y peleas, viven cerca y vienen a armar jaleo aquí», cuenta la gestora de Cleveland Court, Yvonne Payton, una mujer solitaria que confiesa con ojos tristes su frustración por no haber conseguido escapar de Alabama.

La modista que se rebeló

Entre las docenas de viviendas, indistinguibles las unas de las otras desde fuera a no ser por el número que las identifica, una permanece siempre vacía. En la entrada grisácea del 634 sólo queda un frigorífico que aún funciona. Esta casa de apariencia insulsa, con las mismas ventanas oxidadas y los mismos ladrillos descoloridos que el resto, alojó a la mujer que rompió el apartheid del profundo Sur hace ahora 50 años, pero la mayoría de los residentes ni siquiera lo sabe. «Hey, ¿dónde vivía Rosa Parks?», pregunta Yvonne a un adolescente que sale de la puerta de al lado vestido con pantalones anchos y una gorra al revés. El joven señala confundido hacia la otra punta del project. «¡Era tu vecina!», le corrige ella. «Oh, ¿de verdad? Guay», contesta él con desgana antes de seguir su camino.

Un empleado del Sheriff D.H. Lackey recoge las huellas de Parks en Montgomery el 22 de febrero de 1956. (Foto: AP)
Un empleado del Sheriff D.H. Lackey recoge las huellas de Parks en Montgomery el 22 de febrero de 1956. (Foto: AP)

La tímida modista mulata de 42 años que cosía entre esas paredes cambió su existencia y la de Alabama el 1 de diciembre de 1955.Yvonne, que nació ese año y pasó su infancia en Cleveland Court, la recuerda como «una persona muy tranquila», que apenas hacía ruido al andar y solía «susurrar». Acostumbrada de niña a dormir con la ropa puesta por si tenía que salir corriendo en mitad de la noche por un asalto del Ku Klux Klan, Parks creció marcada por las humillaciones debidas al color de su piel. Sus ganas de lucha se acentuaron por la frustración de no poder votar a Franklin D. Roosevelt -en el mejor de los casos, los negros tenían derecho a papeleta si pagaban una tasa especial y pasaban un examen, habitualmente amañado para que suspendieran-. «No era una líder, sino una abnegada trabajadora, perfeccionista hasta el más mínimo detalle», explica Gale Matthews, prima de Rosa y una de sus jóvenes acólitas. Parks fue elegida secretaria del NAACP (hoy, el mayor lobby negro) casi por casualidad, una noche que faltaban miembros del grupo. «Era demasiado tímida para rechazar el puesto», relata Rosa en su autobiografía.

Pero una tarde de invierno la callada costurera cambió la historia con el simple gesto de no moverse de su asiento en el autobús.En la Alabama de los años 50, la misma que había luchado un siglo antes contra el Norte para mantener la esclavitud y la misma donde aún hoy es fácil encontrar blancos que mencionan con orgullo la bandera confederada, símbolo racista, los negros quedaban confinados en las escuelas, los lavabos y los transportes a los sitios para colored. No se trataba de mera segregación, sino de discriminación por ley, donde los peores barrios, los peores servicios, las peores casas y hasta las peores sillas les tocaban a quienes tenían la piel más oscura. En el autobús, se escenificaba cada día la humillación. Los asientos de delante correspondían a los blancos, las últimas filas a los negros y las de en medio, en teoría, a quien llegara primero; en la práctica de Montgomery, también a los blancos. Los conductores empujaban a los negros e insultaban a las mujeres por sádica diversión. James Blake, que conducía el autocar en diciembre del 55, obligaba a entrar a los pasajeros negros por la puerta de atrás después de haber pagado en la de delante y, mientras caminaban hacia la trasera, solía pisar el acelerador. Llamaba putas a las afroamericanas y ya había echado a Rosa de su autobús 10 años antes. El 1 de diciembre, después de un largo día de trabajo en los grandes almacenes del centro, Parks viajaba en la zona intermedia del autobús.

Rosa no se movió de su asiento en el autobús. Estaba harta de una vida de abusos por su color

A la tercera parada, ya había un blanco de pie. «¡Moveos todos, necesito esos sitios!», gritó el conductor a Rosa y a las otras tres personas negras de su fila. Los blancos no se sentaban junto a personas de color ni aunque los separara un pasillo. Tras varios alaridos furiosos del conductor, los compañeros de Rosa se movieron en silencio hacia atrás, pero ella permaneció inmóvil en su asiento, mirando por la ventanilla el cine de enfrente, donde proyectaban el western A Man Alone (Un hombre solo). Blake se puso delante de ella y, amenazante, le espetó: «¿Te vas a levantar?». Rosa tan sólo contestó: «No». Blake, impaciente, estridente, aunque algo confundido, replicó: «Voy a hacer que te arresten». Y ahí llegó la respuesta de Rosa, decidida, pero con su inglés más formal: «You may do that» («Podrías hacerlo»).

La noticia de la detención durante dos horas de una tímida mujer madura, correcta, educada y mulata se propagó aquella noche por toda la ciudad. Y la indignación se transformó en la forma de protesta más eficaz, la que tenía un impacto sobre las cuentas públicas: el boicot a los autobuses. La iglesia baptista de Dexter Avenue, donde predicaba un entonces joven y casi desconocido reverendo llamado Martin Luther King, se llenó de feligreses dispuestos a la acción.

Rosa Lee Parks, en el autobús donde empezó a cambiar la historia. (Foto: AP)
Rosa Lee Parks, en el autobús donde empezó a cambiar la historia. (Foto: AP)

Boicot y solidaridad

«Rosa estaba cansada, pero no por la jornada laboral, sino por una vida de abusos. No podía soportarlo más», dice Gale Matthews en la casa que poseen a las afueras de Montgomery los pocos familiares que quedan de Parks en la ciudad. Aquella noche de diciembre, Gale, de entonces 16 años, vagó en la oscuridad con su madre para repartir papeletas que explicaban el último arresto -Parks era la tercera mujer detenida en pocos meses- y llamaban al boicot a los autobuses.

«Íbamos de puerta en puerta. Uno de nuestros papeles cayó en las manos de una mujer blanca con conciencia que decidió publicar nuestro anuncio del boicot en el Montgomery Advertiser. Topar con la persona adecuada desencadenó todo», explica Gale, que al día siguiente se levantó pronto para ver pasar el autobús. Cuando llegó con sólo dos pasajeros, los negros aplaudieron. Durante esos meses, el salón del 634 de Cleveland Court perdió su habitual aspecto impecable. Zapatos de todas las tallas tapizaban el pavimento. «Se necesitaban para la gente que tuviera que ir caminando al trabajo. Rosa los recolectaba», explica Jen Stinson, hermana menor de Gale. Durante 381 días los autocares avanzaron vacíos por las calles de Montgomery, mientras los negros iban a pie o en coches privados, ayudados por unos pocos blancos solidarios. El caso de Parks y de las otras dos mujeres arrestadas antes que ella por negarse a ceder su asiento -Mary Louise Smith y Claudette Colvin- llegó al Tribunal Supremo, que en 1956 proclamó inconstitucional cualquier división en los autobuses por el color de la piel de los pasajeros.

Montgomery parece ahora el decorado de un 'western' de Hollywood

«Todos nos bajamos del autobús. Fue el acto de toda una comunidad», dice Georgette Norman, directora del Museo Biblioteca Rosa Parks, erigido en la parada donde la modista dijo su suave pero firme no. Norman lleva grabadas en el subconsciente las humillaciones sufridas. «Aún hoy, tengo la obsesión de ir al baño antes de pisar la calle. Me acostumbré de niña, porque fuera de casa nunca sabías cuándo encontrarías uno para negros», explica en su despacho, decorado con un collage africano y pósters en blanco y negro con fotos históricas. La directora y profesora universitaria, que lleva un pin en la solapa en el que se lee Soy una mujer, estoy cansada, soy invencible, recuerda que los principales actos de resistencia en los 50 fueron obra de mujeres. Además de ser las primeras que no quisieron ceder su asiento en Montgomery, también hubo un grupo de mujeres blancas ilustradas que ayudó a la causa. Entre ellas, Virginia Durr, para quien trabajaba Parks.

Parks llega a la Corte de Alabama con E.D. Nixon, el entonces presidente de la NAACP en el estado. (Foto: AP)
Parks llega a la Corte de Alabama con E.D. Nixon, el entonces presidente de la NAACP en el estado. (Foto: AP)

«Aunque el feminismo de estas mujeres aún está por explorar, ellas fueron clave. Es cierto que podían permitirse actos que, si hubieran sido hombres, les habrían costado un linchamiento», comenta Norman, que optó por regresar a su Montgomery natal con la esperanza de rehabilitarla, aunque ella misma reconozca la apatía general de la población ante la miseria en la que viven.

Una ciudad fantasma

El centro de la capital de Alabama podría ser el decorado abandonado de un viejo western de Hollywood. La abarrotada avenida donde Parks trabajaba es ahora una sucesión de edificios de piedra semidestruidos y tiendas cerradas. La máxima concentración que se encuentra en hora punta es una cola de cinco personas delante del banco, un rascacielos con los cristales del tejado rotos.Las pocas personas que se cruzan durante el día, habitualmente cerca del Tribunal Supremo del Estado -donde un juez luchó el año pasado por mantener en la puerta el texto de los Diez Mandamientos-, siempre saludan a los extraños. Los vagabundos se pasean frente a los murales que cubren los negocios clausurados con las escenas más sangrientas de la Biblia. La mayoría de los habitantes pasa fugaz dentro de sus camionetas, rumbo a los centros comerciales o a las casas de los suburbios.

Las viejas fotos en blanco y negro de una ciudad activa parecen ahora un espejismo. Una ilustración de los años 40 que hay en el despacho de Yvonne Payton muestra una amplia fuente rodeada de casas de aspecto impoluto. «Una pena», comenta ella. «Aquí vivía gente de clase media, profesionales», recuerda Ruth Craig, prima de Parks y, con 89 años, su familiar más anciana. Ruth vivió su propio episodio de resistencia. Una tarde, a punto de coger el autobús, guardaba fila justo detrás de dos mujeres blancas cuando un hombre le dio un empujón para apartarla del grupo.«Estaba llorando, pero reaccioné, subí y, cuando intentó agredirme otra vez, le arañé, le dejé mis dedos marcados en el cuello», recuerda animada. «Cuando Rosie no se levantó de ese asiento, habló por todos nosotros.»

Parks fue fichada por la Policía el 22 de febrero de 1956. (Foto: AP)
Parks fue fichada por la Policía el 22 de febrero de 1956. (Foto: AP)

Pero hasta su adorada prima dejó de ser la misma hace ya unas décadas. Durante un tour para promocionar su autobiografía como heroína de los derechos civiles, Parks paró en Montgomery con todo su séquito de abogados y representantes. La controlaba en todo momento Elaine Steele, una amiga convertida en su guardiana y que, ahora que Parks padece demencia senil y no puede salir de casa ni comunicarse con el resto del mundo, decide por ella.«Quería hablar con Rosie y que me firmara el libro, pero ni siquiera me dejaron acercarme. Me quedé muy decepcionada», cuenta Ruth.«Elaine la ha manipulado. Muchas veces llamábamos y no le pasaba nuestros mensajes», explica Jen Stinson, indignada, como el resto de sus familiares, por la reciente querella millonaria de Steele contra un grupo de rap que utilizó el nombre de Rosa Parks en un estribillo. «Rosa nunca habría formulado esa denuncia. La culpa es de Elaine, que la ha aislado de la gente y ha logrado monopolizarla», se queja. El carácter discreto de Parks la hizo presa perfecta de Elaine.

La personalidad casi apocada de la heroína despierta la duda histórica de por qué se alzó como líder y símbolo aquella tarde de diciembre. La izquierdista Gale explica la reacción de Rosa recurriendo a Dios, como buena sureña nacida en una ciudad donde hasta el servicio de taxi se llama Limusina Milagro. «No elegimos, nos eligen. El doctor King fue elegido, como Gandhi, como Rosa», susurra.

"Los jóvenes han tirado a la basura el legado de Rosa", dice Gale, maestra y prima de Parks

Algunas heridas siguen abiertas para la familia, que recordó las viejas humillaciones con motivo de la muerte en 2002 de James Blake, el conductor del autobús, «lleno de odio hasta el final de sus días», según Georgette Norman. La comunidad negra sufre todavía por el pasado. Un tribunal acaba de condenar, después de más de 40 años, al asesino de tres activistas por los derechos civiles en el vecino Mississippi, el caso real que inspiró la película Arde Mississippi. A pesar de las conquistas, la familia de Parks no esconde su decepción ante el resultado de su lucha 50 años después. Gale, profesora, lamenta que ni sus alumnos ni los demás maestros afroamericanos conozcan la historia de los derechos civiles. «Es como si se avergonzaran, como si quisieran olvidar para sentirse más cómodos con sus amigos blancos», dice, y añade: «Los jóvenes han tirado a la basura el legado de Rosa y de los que lucharon por ellos.No ven ningún valor en la moralidad. No eres un ciudadano de segunda hasta que te lo crees. Ahora la pasividad está derivando en la pérdida de derechos. Está claro que los negros ocupan cargos antes inaccesibles, pero yo sé que el doctor King lloraría si viera cómo está ahora la comunidad, marcada por la apatía e invadida por las drogas».

Sin esperanzas

La segregación legal pertenece ya al turismo histórico de Alabama, pero la fractura social y económica sigue siendo el presente.El índice de pobreza entre los negros alcanza en algunos condados el 70% y su salario medio llega, con suerte, a la mitad del de los blancos. En el resto de EEUU, las peores escuelas y los peores servicios quedan confinados al gueto negro, ahora también hispano.El abstencionismo supera el 50%. Alabama, además, les pone más trabas para ejercer el derecho al voto que cualquier otro estado.

Pero la preocupación de la mayoría es la supervivencia. Bernard Hoboly, un cuarentón que huyó de Newark, en New Jersey, porque cada día se producía un tiroteo en su barrio, lleva una década tratando de salir adelante en Montgomery, donde su padre le dejó tierras en herencia. «Esta ciudad está muerta. Odio Alabama.Es muy pobre y no hay esperanza, porque la gente no lucha ni lo intenta», cuenta Hoboly en un descanso mientras construye una caseta. Baja por un terraplén rocoso, lleno de cristales e infestado por un torbellino de mosquitos, y señala a varias familias que están acampadas debajo de un puente. «Esto es Alabama, un desastre», dice. Campo a través, se abre paso entre los matorrales hasta la orilla del río, cuyas corrientes de agua turbia podrían arrastrar a cualquiera.

«También esto solía estar lleno de gente, pero los metieron a todos en la cárcel», farfulla. «No puedo soportar Estados Unidos. Quiero irme a vivir a Francia, a Europa, porque aquí cada día tengo que elegir entre pagar la casa o comer», dice mientras cruza las vías del tren, por las que ya sólo pasan unos pocos vagones de mercancías.

El olvido de la primera mujer que dijo 'no'

Por CLAUDETTE COLVIN

Aún hoy, frente a un plato combinado en un restaurante del Bronx, Claudette Colvin sólo dibuja una sonrisa tímida cuando alguien se refiere a su valentía de hace cinco décadas en Alabama. La camarera, también afroamericana, la trata con cierta impaciencia y nadie parece impresionado al escuchar su nombre.

El 2 de marzo de 1955, Colvin fue la primera que, con sólo 15 años, se atrevió a no levantarse de su asiento para cedérselo a un blanco en un autobús de Montgomery. También ella fue arrestada, como Rosa Parks, pero ningún abogado quiso utilizarla en principio para denunciar la injusticia. «Lo puedo entender», cuenta ella, con su fuerte acento sureño, «era muy joven, podía ser imprevisible, venía de un barrio muy, muy pobre y tenía la piel muy oscura. Debería ser un motivo de orgullo, no tengo ni una gota de sangre blanca, pero no fue así». La joven, de familia humilde, pero brillante y enérgica estudiante, sufrió la discriminación de los propios negros, que consideraban el tono de piel más claro como símbolo de un estatus más alto y preferían a una mujer madura, silenciosa y casi mulata. Por si fuera poco, Colvin se quedó embarazada y, mientras Parks recibía todos los honores, ella fue repudiada.«Lo que nunca pude entender es cómo Rosa jamás habló de mí ni de las otras mujeres que resistieron y ayudaron al boicot. No recuerdo que jamás hiciera ni la más mínima mención», dice Colvin, recién jubilada a los 65 años.

Huyó a Nueva York en busca de libertad, pero incluso allí mantuvo su acto heroico en secreto. «A los negros de Harlem sólo les importaba Malcom X, no la resistencia no violenta de Alabama», recuerda. Su dura vida es la habitual de cualquier afroamericana en EEUU. Madre soltera, para sobrevivir trabajó en el turno de noche de un hospital, donde ni sus colegas sabían su historia. Su primogénito murió de una sobredosis de crack. Ahora su otro hijo, que trabaja en Atlanta, a dos horas en coche de Montgomery, trata de convencerla para que se mude con él. «Debo pensarlo, ya no soy del Sur», dice.


Reportaje publicado en la revista Yo Dona el 9 de julio de 2005.

Rosa Lee Parks habla en la iglesia baptista Ebenezer, en Montgomery (Alabama). (Foto: AP)

Rosa Lee Parks habla en la iglesia baptista Ebenezer, en Montgomery (Alabama). (Foto: AP)

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