lunes, agosto 16, 2004

Praderas de manzanilla

No sabía que esta chica hubiera estado en mi tierra. Este tipo de planta es desconocida fuera. Ya no hay enmi pueblo, ¡no tengo pueblo! ¡cómo va a haber! El sabor amargo de la infusión que tan poco me gustaba de niña y que lo disfrazaba con un poco de limón. Pero mamá todavia consigue tomar todos los días la manzanillita. Le compraré el abc para que lo lea.


La manzanilla es una flor que no huele hasta que la deshaces con los dedos, o le pasas el cortacésped por encima, es decir, que da olor cuando ya no existe.

En cuanto veo como ayer por la mañana la manzanilla plenamente florecida, aunque sea sólo en un pequeño rodal, me acuerdo de Laguna de Cameros y de sus praderas en verano cubiertas de manzanilla, y de un pastor y de un perro, caminando por ellas. Pero recuerdo todavía mejor la casa que fuera una antigua posada, con nombre de pez, tal vez se llamaba sencillamente «El pez», y que aún conservaba su distribución primera, con cocinas en las habitaciones. En lo alto, en lo que era un desván o un sobrado, casi en penumbra, tan solo alumbrada por la luz de un ojo de buey, descansaba la manzanilla sobre las hojas de los periódicos, para secarse la flor lentamente con el aire de la sierra. Aquella imagen me impresionó aún más que la del campo y el pastor y el perro, y ahora pienso que tal vez lo que yo quise hacer de mi vida, estaba en ese desván, y que no ha consistido más que en tratar de poner una flor sobre las hojas del periódico.

Ojalá, cuando yo desaparezca de estas páginas, consiga dar el olor que da la manzanilla.

Mónica Fernández-Aceytuno

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