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"Y apareció en el cielo una mujer vestida de sol,
con la luna bajo sus pies y 12 estrellas a
su alrededor. Más impresionante que un ejército
en orden de batalla". (Apocalipsis, 12).
con la luna bajo sus pies y 12 estrellas a
su alrededor. Más impresionante que un ejército
en orden de batalla". (Apocalipsis, 12).
EL RELATO DE UN SANTO
Un santo muy antiguo, cuenta así cómo fue la muerte de la Santísima Virgen.
Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando,y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad.
La noticia cundió por toda ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas suaves.
Pero Tomás, Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían regresado de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro -dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa música en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente... una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).
¿Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?
El 1o. de noviembre de 1950 el Papa Pío XIII declaró que el hecho de que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser creída por todo católico.
Antes de esta declaración habían llegado a Roma memoriales del todas las Universidades Católicas del mundo y de todos los obispos del orbe, pidiendo que el Papa declarara Dogma de fe que María fue llevada en cuerpo y alma al cielo.
En los 3,000 colegios de la Familia Salesiana se rezaban cada día, desde hacía muchos años, tres Gloriapatris, por orden de San Juan Bosco, para que el Papa declarara el Dogma de la Asunción.
De sólo España habían llegado a Roma ya 727,000 firmas pidiendo la declaración del dogma de la Asunción.
San Alfonso Rodríguez vio un 15 de agosto cómo fue la recepción de la Santísima Virgen en el cielo el día de su llegada, y quedó extasiado, inmensamente emocionado.
San Esteban, Rey de Hungría, celebraba con mucha solemnidad la fiesta de la Asunción de María el 15 de agosto, y ese día fue llevado por Dios a la eternidad.
San Juan Berchmans, y San Estanislao de Kostka, jóvenes jesuitas, deseaban ir a celebrar en el cielo la fiesta de la Asunción. San Juan Berchmans murió el 14 de agosto, y San Estanislao en la mañana del 15, con el rosario en la mano y pronunciando los santísimos nombres de Jesús y María, y fueron a celebrar la gran fiesta de Asunción al cielo.
Santa Teresa dice que vio un día de la la Asunción cómo fue la llegada de la Santísima Virgen al cielo y que desde entonces quedó con el inmenso deseo de sufrir y trabajar con conseguirse un puesto en el paraíso.
"Que hermoso es tener una madre que no se me va a morir". (P. Ortúzar).
Un santo muy antiguo, cuenta así cómo fue la muerte de la Santísima Virgen.
Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando,y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad.
La noticia cundió por toda ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas suaves.
Pero Tomás, Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían regresado de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro -dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa música en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente... una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).
¿Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?
El 1o. de noviembre de 1950 el Papa Pío XIII declaró que el hecho de que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser creída por todo católico.
Antes de esta declaración habían llegado a Roma memoriales del todas las Universidades Católicas del mundo y de todos los obispos del orbe, pidiendo que el Papa declarara Dogma de fe que María fue llevada en cuerpo y alma al cielo.
En los 3,000 colegios de la Familia Salesiana se rezaban cada día, desde hacía muchos años, tres Gloriapatris, por orden de San Juan Bosco, para que el Papa declarara el Dogma de la Asunción.
De sólo España habían llegado a Roma ya 727,000 firmas pidiendo la declaración del dogma de la Asunción.
San Alfonso Rodríguez vio un 15 de agosto cómo fue la recepción de la Santísima Virgen en el cielo el día de su llegada, y quedó extasiado, inmensamente emocionado.
San Esteban, Rey de Hungría, celebraba con mucha solemnidad la fiesta de la Asunción de María el 15 de agosto, y ese día fue llevado por Dios a la eternidad.
San Juan Berchmans, y San Estanislao de Kostka, jóvenes jesuitas, deseaban ir a celebrar en el cielo la fiesta de la Asunción. San Juan Berchmans murió el 14 de agosto, y San Estanislao en la mañana del 15, con el rosario en la mano y pronunciando los santísimos nombres de Jesús y María, y fueron a celebrar la gran fiesta de Asunción al cielo.
Santa Teresa dice que vio un día de la la Asunción cómo fue la llegada de la Santísima Virgen al cielo y que desde entonces quedó con el inmenso deseo de sufrir y trabajar con conseguirse un puesto en el paraíso.
"Que hermoso es tener una madre que no se me va a morir". (P. Ortúzar).
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