miércoles, agosto 11, 2004

La revolución francesa y el matrimonio

Del nuevo Estado revolucionario francés emanaron formas particulares de contemplar instituciones tradicionales como la familia. La invasión de terrenos antes reservados al ámbito de lo puramente personal o privado fue una constante durante los años de la Revolución, quedando muchos de los rasgos o aspectos de esa invasión incorporados a la legislación francesa y al derecho internacional.

El matrimonio, institucionalización religiosa de la unidad familiar, se secularizó, siendo considerado un contrato civil. A partir de este momento, el Estado interviene en las uniones matrimoniales mediante un representante que garantiza la legalidad de la unión, sin cuya presencia la ceremonia carece de validez. Igualmente, el Estado reglamentó el matrimonio estableciendo los requisitos necesarios para poder contraerlo, los aspectos formales y legales del mismo y las consecuencias de la unión para la futura prole.Además de sobre el matrimonio, otros aspectos relacionados con el ámbito familiar se vieron afectados por la inmiscusión del Estado en los asuntos privados. Así, por ejemplo, se regularon los procesos de adopción, se otorgaron ciertos derechos a los hijos naturales, se legalizó el divorcio y se restringieron los poderes paternos, en especial la facultad de desheredar a los hijos. Siguiendo a Lynn Hunt, en el capítulo correspondiente de la "Historia de la vida privada" (dirigido por Ariès y Duby), los niños, al decir de Danton, "pertenecen a la República antes que a sus padres".

La creación de tribunales de familia dio un paso más en este sentido. Su finalidad última era procurar una vía de intervención de la familia por parte del Estado, imponiendo su control sobre el familiar o el eclesiástico.Pero, ¿por qué ese afán por controlar y reglamentar hasta ámbitos tan puramente privados? Desde luego, la finalidad de los revolucionarios y su nuevo orden social era procurar la felicidad de los individuos, garantizar la igualdad y fabricar una nueva sociedad basadas en principios de libertad y equilibrio. No se les escapaba que, para lograrlo, debían realizar profundas transformaciones en un orden, el antiguo, que ya llevaba demasiado tiempo en vigencia.

Los cambios, pues, habrían de tener efecto a medio o largo plazo, es decir, empezando a trabajar por la base de la sociedad -la familia y los niños- mediante las herramientas adecuadas -las leyes y la educación-, para, mediante la creación de un individuo totalmente nuevo lograr una sociedad transformada. Se hacía necesario, pues, intervenir hasta en los más íntimos y recónditos rincones de la sociedad para poder cambiarla, más aun teniendo en cuenta la fuerza de la tradición y la resistencia al cambio de instituciones y estructuras firmemente asentadas. Una sociedad de individuos libres y felices, pensaban, sería necesariamente libre y feliz. Así, el Estado debía garantizar y velar por la libertad individual, interviniendo en contra de instituciones que la coartaban o limitaban, como la familia o la Iglesia, aun a costa de mostrarse a sí mismo paternalista o tiránico.

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