sábado, agosto 07, 2004

De C.S Lewis

¿Qué significa eso de que tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo?; ¿concretamente, cómo me amo a mí mismo?

Si lo pienso un poco, encuentro que no tengo exactamente un sentimiento de cariño o afecto por mí, y ni siquiera gozo siempre de mi propia compañía. Así es que aparentemente "Ama a tu prójimo" no significa "siente cariño" por él o "encuéntralo atractivo". Eso es obvio, en realidad, porque no se puede sentir cariño por una persona haciendo un esfuerzo.

¿Pienso bien de mí mismo, creo que soy un sujeto agradable? Bien, temo que a veces sí lo hago (y, sin duda, ésos son mis peores momentos), pero ésa no es la razón de que me ame. De hecho, es al revés: podré decir que "me soy agradable porque me quiero a mí mismo" ; pero nunca diré que "me quiero a mí mismo porque me agrado". Así es que amar a mis enemigos aparentemente tampoco significa creerlos agradables. Y eso es un enorme alivio; porque a veces imaginamos que perdonar a nuestros enemigos significa darse cuenta de que, después de todo, realmente no son tan malas personas, cuando es evidente que lo son.

Demos un paso más. En mis momentos más lúcidos no sólo no me creo un hombre agradable, sino que sé que soy bastante odioso. Algunas de las cosas que he hecho me producen horror y disgusto. Así es que aparentemente se me permite abominar y odiar algunas de las cosas que hacen mis enemigos. Y ahora que lo pienso, recuerdo a algunos maestros cristianos que me decían hace mucho tiempo que debo odiar las acciones de un hombre malo, pero no odiar al hombre malo; o, como ellos lo decían, odiar el pecado pero no al pecador.

Durante mucho tiempo pensé que ésta era una distinción tonta que se quedaba en sutilezas: ¿cómo se podía odiar lo que un hombre hacía y no odiar al mismo hombre? Pero años después se me ocurrió que había una persona a quien yo le había estado haciendo eso durante toda mi vida: yo mismo.
Por más que me repugnara mi propia cobardía o soberbia o codicia, seguía queriéndome. Sin la menor dificultad. De hecho, la razón exacta de que yo odiara esas cosas es que amaba al hombre: justamente porque me amaba, me dolía encontrar que era la clase de persona que hacía esas cosas.
Por eso, el cristianismo no quiere reducir ni en un átomo el odio que sentimos por la crueldad y la traición. Debemos odiarlas. No debemos retractar ni una sola de las palabras que hemos dicho contra ellas.
Pero el cristianismo sí quiere que las odiemos de la misma forma en que odiamos algo en nosotros mismos: lamentando que esa persona lo haya hecho, y esperando que -si de alguna manera es posible- de algún modo, alguna vez, en algún lugar, pueda sanar y hacerse humana nuevamente.

Es fácil engañarse sobre esto. La verdadera prueba es ésta:
Supongamos que uno lee en el diario una historia de atrocidades inmundas cometidas por nuestros "enemigos". Supongamos que después surge algo que indica que esa historia podría no ser completamente verdadera, o no tan mala como se la presentó.
Lo primero que uno siente, es ¿"gracias a Dios que ni siquiera ellos son tan malos", o un sentimiento de desilusión, e incluso una decisión de aferrarse a la primera historia por el simple placer de creer a nuestros enemigos lo más malos posibles? Si lo segundo, es de temer que se trate del primer paso en un proceso que, si lo seguimos hasta el final, hará demonios de nosotros. Uno empieza a desear que el negro sea un poquito más negro. Si damos rienda suelta a ese deseo, más tarde desearemos ver el gris como negro, y luego ver el blanco mismo como negro. Finalmente, insistíremos en ver todo -Dios y nuestros amigos, incluso nosotros mismos- como malo, y no podremos parar de hacerlo: nos quedaremos fijos para siempre en un universo de odio puro.

De C.S Lewis

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