domingo, septiembre 18, 2005

«Dejadme ir a la Casa del Padre»

No sé si es fiable... sale hoy en ABC
El Vaticano publica un detallado informe (220 páginas) sobre la agonía y fallecimiento del Papa Juan Pablo II. Sus últimas palabras fueron pronunciadas en polaco, con apenas un hilo de voz

TEXTO: JUAN VICENTE BOO, CORRESPONSAL


«Dejadme ir a la Casa del Padre»
AP Los colaboradores más directos de Juan
Pablo II rezan en la capilla privada
el 3 de abril, al día siguiente de su muerte

ROMA. «Dejadme ir a la Casa del Padre» fueron las ultimas palabras de Juan Pablo II, pronunciadas en polaco con apenas un hilo de voz seis horas antes de expirar, según revela un detallado informe de 220 páginas sobre su agonía y fallecimiento que el Vaticano publicará en los próximos días.

Minado por la fiebre, y con una cánula en la garganta desde la traqueotomía, el Papa volcó sus últimas fuerzas en esa despedida. Eran las tres y media de la tarde del sábado 2 de abril. A las siete entraba en coma, y a las 21.37 entregaba su alma a Dios.

Aunque el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, informó puntualmente aquellos días sobre el inexorable avance del choque séptico y de las palabras del Papa dedicadas a los jóvenes -«Os he buscado, ahora vosotros venís a mí, y lo agradezco»-, Benedicto XVI ha decidido que se hagan públicos todos los detalles de relieve a través de un informe exhaustivo en «Acta Apostolicae Sedis», el boletín oficial del Vaticano.

Domingo de Pascua

El mundo entero se había conmovido el Domingo de Pascua cuando Juan Pablo II se asomó a su ventana aunque, a pesar de un doloroso esfuerzo, no logró pronunciar la bendición «Urbi et Orbi». Eran sólo diez palabras, a las que pensaba añadir otras seis que llevaba escritas, pero sólo consiguió emitir un gemido y un jadeo sofocado, mientras la tensión deformaba su rostro y los fieles, en la Plaza de San Pedro, rompían a llorar al tiempo que le premiaban con un aplauso atronador.

Aunque había sido un trago amargo, Juan Pablo II volvió a asomarse a su ventana el miércoles 30 de marzo para otro intento, también fracasado, de dar la bendición. Según el texto del Vaticano, aquella comparecencia «fue la última estación pública de su doloroso Vía Crucis». El Santo Padre había perdido mucho peso y llevaba ya una sonda nasogástrica para su alimentación, pero los médicos no preveían un desenlace inmediato.

El desplome final se produjo, inesperadamente, el jueves 31. El informe relata que «poco después de las 11, el Papa, que se había desplazado a la capilla para celebrar la misa, comenzó a sufrir tremendos escalofríos, seguidos de una fuerte subida de temperatura hasta 39,6 grados. Se trataba de un gravísimo choque séptico con colapso cardiocirculatorio debido a una infección, ya detectada, de vías urinarias».

Los médicos que le acompañaban día y noche en el apartamento pontificio, aplicaron enseguida «todos los procedimientos terapéuticos y la asistencia cardiorrespiratoria», pero se respetó «la voluntad del Papa de permanecer en su domicilio» en lugar de un regreso ya inútil al hospital Gemelli. En cuanto fue posible, se inició junto a su lecho una misa en la que «el Papa concelebraba con los ojos semicerrados» y recibió la extremaunción de manos del cardenal Marian Jaworski, amigo íntimo desde que ambos eran jóvenes sacerdotes en Polonia.

El viernes 1 de abril, «la situación era de notoria gravedad, con alarmante caída de parámetros biológicos y vitales. Se consolidaba el agravamiento de un cuadro clínico caracterizado por insuficiencia cardiocirculatoria, respiratoria y renal. El paciente, con participación visible, se unía a la oración de quienes le cuidaban».

Último día

Aunque se temía el fallecimiento inminente, el Papa superó la noche, y no empezó a sufrir pérdidas de consciencia momentáneas hasta la mañana del 2 de abril, en la que todavía recibió al cardenal Angelo Sodano y otros colaboradores directos. A última hora de la mañana «comenzó de nuevo una brusca subida de temperatura» y hacia las tres y media de la tarde Juan Pablo II pedía, con voz apenas audible y serena, «dejadme ir a la Casa del Padre». Su corazón estaba ya en el cielo.

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