Esta es la vida de una mujer del Opus Dei que abandonó el bienestar de Europa para contribuir en el desarrollo de la mujer africana. Su trabajo al frente de Kianda School –un colegio para niñas de todas las razas en Kenia- ha repercutido en todo el continente.
Lilian Aluanga / East African Standard 18 de noviembre de 2005
Olga disfruta comiendo 'nyama choma' y 'ugali' y conoce Kenya mejor que muchos nativos. Ha sido testigo de la transición del país del colonialismo a la independencia bajo Jomo Kenyatta, pasando por Daniel Moi y Mwai Kibaki.
Pero lo más importante ha sido la contribución que ha realizado –sin hacer ningún ruido mediático- a la modernización de Kenia.
A los 27 años, una edad en la que muchas chicas que no han salido de su ciudad ya piensan en fundar una familia y vivir en un apartamento con jardín y una elegante valla, ella prefirió dejar el confort del que disfrutaba en Europa y acompañó a un grupo de ocho mujeres que marchaban a vivir a África.
Aterrizó en Kenya, y el país le cambió. Lo hizo en su propio hogar, fue una ciudadana más, y puso todo su empeño para convertir su nuevo entorno, por aquel entonces agitado a causa de la discriminación racial, en un lugar más justo.
Así era Olga Marlin, una de las impulsoras de Kianda Foundation, una escuela de secretariado multirracial pionera en su área, durante los comienzos de la lucha por las libertades en Kenya.
Olga viajó desde Irlanda en 1960 no por deseos de aventura, sino por una profunda convicción de que Dios quería que ella hiciera algo por Él con su vida.
Ahora, a los 70 años –y aún tan elegante y encantadora como en su juventud- Olga relata con modestia, aunque feliz, su papel en la puesta en marcha de la fundación gracias a la cual miles de africanas son ahora altas ejecutivas en diferentes organizaciones nacionales e internacionales.
"Necesitaban educación para ser libres" Para Olga, la más joven en una familia de seis hermanos, la mujer africana estaba por aquellos años encerrada en un círculo vicioso. “Necesitaban educación para ser libres, y libertad para recibir una educación”.
Su esfuerzo ha merecido la pena, a juzgar por la lista de antiguas alumnas de Kianda. Allí estudiaron la actual ministra de Sanidad de Kenia, Charity Ngilu; Evelyn Mungai-Eldon, fundadora del Evelyn College of Design; Pamela Mboya, la esposa de Tom Mboya; Gaone Masire-Moyo, la hermana de ex presidente de Botswana, Ketumile Masire; Zipporah Mayanja, diplomática ugandesa en Bélgica... Es una larga lista de mujeres fuertes, que han sobresalido allá donde la vida les ha llegado.
Hasta la fecha, Kianda ha visto entrar y salir a miles de chicas de sus aulas. Lejos están los inicios en una humilde caseta en la avenida Waiyaki con sólo 17 estudiantes.
Olga nació en 1934 en New York. Sus padres se llamaban Ervin Ross Marlin y Hilda Gerarda van Stockum. Viajaron mucho siendo ella una niña, ya que su padre trabajaba en la ONU.
Acudió a la escuela primaria en Washington, antes de que la familia se mudara a vivir a Montreal (Canadá) en 1947, donde finalizó los estudios secundarios. Más tarde, se marchó al Trinity College de Dublin para estudiar un Master en Idiomas Modernos.
“Mi padre siempre quiso que fuese a estudiar al Trinity College porque allí era donde él y mi madre habían estudiado”, explica. Aunque su familia regresó a Canadá, Olga prefirió quedarse en Irlanda, donde su vida había cobrado un nuevo giro tras conocer a unas chicas del Opus Dei, una institución de la Iglesia católica.
"Dios quería que me pusiese a su servicio" “Jamás había pensado que conocería a un santo”, dice refiriéndose al fundador del Opus Dei. Y continúa entre risas: “Cuando tenía 10 años, le decía a la gente que me casaría y tendría 10 niños”
“Mi actitud hacia la vida cambió radicalmente cuando sentí que Dios quería que me pusiera a su servicio de alguna forma”, señala.
A petición de san Josemaría Escrivá, Olga y otras ocho mujeres se fueron a Kenya. Ella acudió para obedecer con alegría, aunque sabía que no siempre iba a ser fácil.
Pero nadie le había preparado lo suficiente para encajar el golpe de lo que era entonces la realidad keniana. Llegó a Kenya cuando las áreas residenciales estaban separadas (blancos y negros), así como las asociaciones, colegios, restaurantes e incluso los transportes públicos.
Un colegio multirracial Las relaciones sociales entre personas de distinta raza eran entonces un tabú. Olga y sus compañeras se dieron cuenta de que no sería nada sencillo promover una escuela multirracial en la que las chicas blancas iba a aprender junto a las africanas y asiáticas.
La idea inicial fue impulsar una escuela de formación profesional para ofrecer a las africanas la oportunidad de aprender tareas de secretariado, con el fin de permitirles acceder a mejores trabajos y, por lo tanto, a mejores sueldos. En aquel entonces, la gente pensaba que Olga y sus compañeras estaban locas, pero una mujer de la familia Kenyatta –el presidente del país- les prestó todo su apoyo tras enterarse de que trataban de poner en marcha ese proyecto.
“Habéis llegado en un gran momento para abrir una escuela para niñas. Nuestras mujeres necesitan educación para ganar en confianza, y respetarse a sí mismas y hacerse respetar. Esto sólo ocurrirá cuando sean económicamente independientes. Vuestra escuela les proveerá de los conocimientos necesarios”, les dijo la señora de la familia Kenyatta.
Tras un breve periodo de enseñanza en el Kenya High School, por entonces un colegio sólo para blancos, Olga comenzó a poner en marcha su ilusionante iniciativa.
En 1961, después de varios meses dando clases de música y enseñando a las estudiantes a conseguir algo de dinero, el grupo estaba listo para empezar.
No sin dificultades Pero había algunos problemas. Una de las estudiantes era Goan (miembro de una comunidad de origen indio asentada en Kenia), por lo que el alcalde no quería oír nada sobre la posibilidad de iniciar las actividades de Kianda. Además, la escuela se situaba en el valle de Arcade –un área residencial de blancos-.
El alcalde les dijo que primero tendrían que solicitar el permiso de los vecinos, que lo denegaron. Marlin estaba desolada: “Aquel fue uno de los peores momentos de mi vida”, explica.
Pronto comprendió que, si quería llevar a cabo su propósito de dar una educación digna a las chicas africanas, tendría que cambiar la escuela de lugar.
Una de las estudiantes le ofreció ayuda. Su padre, Paddy Rouche, poseía una agencia estatal al este de Nairobi, y conocía la existencia de una parcela libre en la calle Waiyaki (actual sede de Kianda School). La parcela colindaba con la embajada japonesa.
Por aquel entonces, el Gobierno había decidido declarar como ‘multirraciales’ algunos terrenos, por lo que Kianda (que significa ‘valle’ en Kikuyu) pudo establecerse por fin. Olga dirigió la escuela hasta 1980.
Esta sería la primera de las muchas iniciativas educativas impulsadas por la fundación Kianda, cuyo fin siempre es elevar los niveles educativos y el bienestar de la mujer keniana.
Registrada en 1961, la fundación ha puesto en marcha escuelas de enseñanza primaria y secundaria, la escuela de hostelería Kibondeni, y el centro de formación técnica Kimlea en Kiambu.
Esta última iniciativa ha salvado a cientos de niñas de la progresiva explotación y degradación infantil en las plantaciones de café de la región.
Cuando Marlin tenía ya un lugar para dar sus clases, aún le esperaba una tarea aún más difícil: convencer a los padres de las niñas que les permitieran inscribirse a un curso de secretariado.
“La mayoría no sabían si permitir o no a sus hijas formarse como secretarias. Temían que las niñas volvieran más revoltosas o que se perdieran por las calles de Nairobi”.
La primera estudiante africana Al fin, pudieron admitir a la primera estudiante africana -Evelyn Mungai Eldon- quien abrió el camino a otras muchas que vendrían después. Era una chica muy capaz, trabajadora, que supo aguantar el hecho de ser diferente. Olga recuerda que “venía a clase siempre andando, y era muy lista y competitiva en clase”.
Evelyn finalizó brillantemente sus estudios y encontró un trabajo en la East African Community con el que finalizó su año de formación.
Pronto Kianda pasó a ser muy popular, especialmente entre las organizaciones de la zona, debido a la alta calidad de la formación. Atrajo estudiantes y profesores de lugares tan distintos como Grecia, México, España, Estados Unidos, Irlanda, Francia, Egipto, Etiopía, Botswana, Uganda o Tanzania.
Con la independencia, la escuela perdió parte de sus estudiantes de raza blanca, ya que muchas de las familias que temían represalias de la comunidad negra, optaron por regresar a Europa. Pero el número de matriculaciones creció de nuevo y aumentó también la demanda de secretarias en la Kenya independiente y en todo el este africano.
Kianda adquirió tal prestigio que muchas empresas ofrecieron firmar un acuerdo de colaboración con la escuela. Se comprometían a pagar un año de formación de las chicas –e incluso su mantenimiento- si después ellas, tras graduarse, entraban a trabajar en la empresa que les había sostenido. Las chicas que no gozaban de este ‘apoyo empresarial’ y tampoco tenían dinero para pagarse los estudios, accedían a becas.
Mucho antes de que el país lograse la independencia, Olga había forjado profundas amistades entre las esposas de quienes en adelante ocuparían importantes puestos en el Gobierno. Muchos visitaron Kianda, y Olga les pidió que colaborasen con el proyecto.
Aunque muchas de sus compañeras viajaron al extranjero para encontrar subvenciones para Kianda, Olga acudió a las antiguas alumnas. Una de ellas era Pamela, casada con Tom Mboya. Otra era Hannah, la esposa del primer alcalde africano de Nairobi, Charles Rubia.
Olga recuerda una visita al despacho del alcalde: “Fue muy afable y comprendió mi problema y la necesidad de formar a esas chicas. Jamás olvidaré lo que me dijo: ‘Olga, nos conocemos desde que tú y yo no éramos nadie. Claro que te ayudaré”.
También recuerda a Tom Mboya un sindicalista fortachón a quien le intimidaba visitar: “Jemima Gecaga (una hermana del doctor Njoroge Mungai) me presentó a Tom”. La amistad que se forjó entonces ayudó a que el matrimonio Mboya sostuviera económicamente a muchas estudiantes de Kianda hasta el trágico asesinato de Tom.
Antes de morir en 1969, Mboya envió a hablar con Olga a la niña Prisca Ouma. Poco después, él moriría asesinado. Prisca estudió en Kianda. Actualmente, es la alcaldesa de Kisumu (3ª ciudad del país).
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