sábado, noviembre 05, 2005

Las memorias de África de un joven del Opus Dei

Economista de profesión, había dejado un empleo en una gran empresa de Londres para trabajar en Kenia. Su nombre era Santiago Eguidazu y murió al salvar a un niño africano de la furia del Océano Índico. Era numerario del Opus Dei y su historia se relata en “Desde un tren africano”.

ALBA // 28.X-3.XI.05

TEXTO DE MIGUEL ARANGUREN
04 de noviembre de 2005

Acababa de cumplir diecisiete años. Fue entonces cuando se me presentó la oportunidad de viajar a Nairobi para participar en un curso internacional de idiomas que celebraba Strathmore College, el primer colegio interracial del África negra, promovido bajo el impulso de san Josemaría Escrivá por fieles del Opus Dei.

Lo de menos fue aquel curso, aunque me permitió entrar de lleno en un continente mágico que cambió para siempre mi vida. Acompañado de un cuaderno, fui relatando a modo de diario todos los sucesos de aquel viaje. Cuando volví a España, con el corazón roto por dejar Kenia para siempre, comprendí que en aquel bloc latía una historia que debía pasar de mano en mano. Sin pretenderlo, me había convertido en escritor.

El diario conmovió a los primeros lectores, que se encontraban con una historia distinta, que apunta directamente al corazón. Llegó el momento de convertir aquellas páginas autografiadas en una novela, todo un reto, ya que quise ir más allá de la realidad para que los sucesos que viví en Kenia se eternizaran.

Colegio del África negra

En "Desde un tren africano" palpitan las emociones en carne viva de un adolescente, que se asoma sin prejuicios a la entrega heroica de los primeros fieles del Opus Dei que se trasladaron a Kenia en 1958, cuando el país vivía sumido en las tensiones del final del colonialismo británico.

Llegaron en barco al puerto de Mombasa, con una imagen de la Virgen que les regaló san Josemaría como todo equipaje. Los ingleses no querían oír hablar de un colegio que acogiera a alumnos de cualquier raza y credo..., pero ellos tenían muy clara la filosofía de Strathmore y lo que podría beneficiar a la convivencia y al desarrollo del país.

Aunque el texto mezcla realidad y ficción (se han novelado los hechos, adornándolos con esa visión idealizada que tenemos los escritores), "Desde un tren africano" nos presenta con emoción a Santiago Eguidazu, miembro numerario del Opus Dei, que el mismo día que llegó a Kenia celebraba su treinta y dos cumpleaños.

Economista de profesión, había dejado un empleo en una gran empresa de Londres para trabajar en Kenia. Tenía la ilusión de “contagiar la llamada universal a la santidad” a los habitantes de un país remoto.

Pronto fraguamos una buena amistad. Teníamos muchas cosas en común, empezando por nuestro origen familiar. Además, se interesó por mi afición a la literatura. Santi, durante sus últimos cuatro años de vida, se dedicó en cuerpo y alma a distintas actividades para la gente joven.

Su afán apostólico y unos rasgos personales entre los que destacaban el optimismo y la laboriosidad, le llevaron a tratar en condiciones de igualdad a personas de todos los estratos sociales, de todas las razas y creencias. Eguidazu rompió entre los muchachos de Strathmore las barreras tribales, origen de tanta violencia e injusticia en la historia de África.

Santi era consciente de estar participando de la misión ad gentes de la Iglesia, y enseguida se adaptó a las singularidades de Kenia. Preparó a numerosos alumnos de Strathmore para recibir el bautismo, pero también profundizó su amistad desinteresada con hindúes y sijs.

Aún sonrío al recordar la confidencia que me hizo un pequeño que a menudo charlaba con Santiago. Vino hasta mí con una sonrisa blanquísima, como la que sólo tienen los pequeños africanos. No era católico, ni siquiera cristiano, pero Santi le había dado a conocer que también tenía ángel de la guarda.

Santiago Eguidazu hizo vida la afirmación del fundador del Opus Dei, que decía que “sólo existe una raza, la de los hijos de Dios”. Fue conmovedor el velatorio de su cuerpo en el oratorio de Strathmore College. Recuerdo que por delante de Santi pasaron cientos de personas, muchas de las cuales nunca habían puesto un pie en un templo cristiano.

Sin embargo, se recogían en oración y después compartían en público cómo aprendieron de Santi a poner en práctica muchas virtudes, desde la honestidad a la alegría.

Los últimos días

Santi perdió la vida en la playa de Kanamai, en la costa de Mombasa, en donde había organizado un campamento para más de cien niños africanos. Fueron unos días muy divertidos, en un lugar paradisíaco. Aquellas arenas blancas y los bosques de cocoteros supusieron para mí el despertar de mi inquietud religiosa.

Llevábamos varias semanas en Kenia y mi vida estaba dando un vuelco: Santi me había dado a conocer la pobreza extrema de los barrios en los que trabajan las misioneras de la Caridad, las hijas de la madre Teresa de Calcuta. Vocaciones tan distintas como la de las personas de la Obra y la entrega que vivían aquellas mujeres me habían fascinado. Además, era difícil que aquella Naturaleza en ebullición no dejara de ser, para mí, otro campanazo del cielo.

Todo por salvar una vida

Por divertir a los muchachos del campamento, todas las noches Santi cantaba con su mala voz alrededor de una hoguera. El 19 de agosto amaneció nublado. Poco a poco, fue llegando la tormenta. Eguidazu, con un grupo de chavales, se fue hasta el arrecife de coral que impide el paso de las olas y los tiburones.

Allí, una sacudida de mar se tragó a uno de los chicos. Santi se lanzó enseguida a rescatarle y consiguió auparle sobre la panza de la ola. Pagó aquella generosa osadía con su vida, ya que el mar le golpeó fuertemente contra las rocas.

Santiago Eguidazu está enterrado en Langata, frente a las colinas de Ngong, universalmente conocidas gracias a la novela autobiográfica de Karen Blixen, que inspiró la película “Memorias de África”.

La vida de Santi fue breve pero intensa, especialmente durante los cuatro años que pasó en Kenia, y mucho más fructífera que la de la escritora danesa: desde su muerte, la labor del Opus Dei en el este del continente africano experimentó un gran crecimiento.

Su entierro fue emotivo y entrañable. Acudieron casi todos los alumnos de Strathmore con sus familias, además de las numerosas personas que Santi había conocido durante su vida en África. Como en una metáfora de su entrega absoluta, coronamos la tumba con una pobre cruz de madera en la que escribí, con un poco de pintura, su nombre y las fechas de su nacimiento y su defunción.

Frente a aquel pequeño camposanto católico, se extienden las tierras masai, en las que la vida crepita. Es posible ver, incluso, a cebras y jirafas cruzando la carretera. Detrás, testigos silenciosos, las cuatro ondulaciones de Ngong, desde las que se dominan los pastos de la sabana, esas tierras que Santi Eguidazu hizo suyas desde que pisó por vez primera el suelo de Kenia.

Cuando Santiago Eguidazu murió por salvar la vida de uno de los niños africanos a los que trataba de acercar a Dios, don Álvaro del Portillo, prelado del Opus Dei, escribió una carta a sus padres. A las pocas horas de conocer su fallecimiento, les escribía: “Como siempre me ocurre en estos casos, me ha costado aceptar la voluntad del Señor: después llega el momento de bajar la cabeza y paladear despacio las palabras de nuestro queridísimo padre [se refiere al fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer]: ‘Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas’.

De todos modos, anoche no dormí casi nada, y seguí encomendándome a Santi. Podéis estar orgullosos de vuestro hijo: recuerdo cuando pasó por Roma y hablamos un buen rato, antes de darle la bendición para su viaje a Kenia, cuya meta ha sido el Cielo.

Iba lleno de ilusión y de entrega al Señor. Se ve que estaba maduro para el encuentro con Dios, que le ha ahorrado los sufrimientos de la enfermedad”.

Reedición

"Desde un tren africano", publicado en 1990, vuelve ahora a las librerías. Pretende hacer llegar al lector emociones tan intensas como las que provocan la vida y la muerte, la entrega a los más pobres de la Tierra y la belleza sin parangón de los paisajes de África.

El libro causó tan fuerte impresión entre los lectores en 1990, que Ediciones Palabra ha vuelto a editarlo.

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