«El Congreso de los Diputados ha aprobado por fin dos reformas del Código Civil muy negativas para el matrimonio. Hoy (por el 30 de junio) han quedado eliminadas sistemáticamente del Código las palabras marido y mujer, de tal modo que el matrimonio, en cuanto unión de un hombre y una mujer, ya no es contemplado por nuestras leyes. Ayer la institución del matrimonio perdió su nota propia de estabilidad legal y fue reducida a un contrato ligero que cualquiera de las partes puede rescindir en virtud de su mera voluntad a los tres meses de haberlo estipulado» (Nota de prensa de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal). Es muy probable que muchos españoles piensen que con ello el Gobierno ha ido en contra de la Iglesia y, en concreto, del matrimonio canónico: eso es lo que vende. También contra el matrimonio canónico, pero no sólo. La Vicepresidenta del Gobierno ha despachado las críticas que han llovido sobre esas leyes reiterando siempre el mismo argumento: no se trata de obligar a nadie a hacer lo que no quiera, sino a extender el derecho a contraer matrimonio a personas que hasta ahora no lo tenían. Es su manera típica de argumentar, pero que encierra una falacia.
¿Habrá caído en la cuenta la Vicepresidenta de que la ley que permite casarse a personas del mismo sexo tiene efectos muy negativos sobre el matrimonio civil que un Estado aconfesional regula y defiende? Tal vez sea pedir demasiado. Pero no reconocer la realidad antropológica y social de la unión del hombre y mujer en su especificidad y en su insustituible valor para el bien común, en concreto para la realización personal de los cónyuges, pero sobre todo para la procreación y la educación de los hijos, es dar un paso en el vacío que se notará en nuestra sociedad española. Si el Estado regula y protege el matrimonio es por su naturaleza de ser un semillero de nuevos ciudadanos. Son elementos que van más allá de los varones y mujeres que se casan, que interesan al Estado. ¿Es así también en el caso de un matrimonio de dos personas del mismo sexo?
Pero dejemos este asunto, y miremos a los jóvenes cristianos, a quienes tenemos que educar en los verdaderos valores y en la fe católica; ambas cosas les harán libres de tanta confusión; hemos de educarlos igualmente en estos temas de matrimonio y familia, fundamentales para que no caigan en banalidades que tantas veces destruyen a las personas. «¿Cómo son los jóvenes de hoy, qué buscan?», preguntaba Juan Pablo II en uno de sus libros. Son los de siempre –afirmaba–, pues hay algo en el ser humano que no cambia. Sin embargo, esto no quita que los jóvenes de hoy sean distintos de los que les han precedido: sencillamente porque los jóvenes hoy crecen en un contexto distinto. No han conocido, en España y en gran parte de Europa, ni guerras mundiales ni las luchas contra el sistema comunista, contra el totalitarismo u otras dictaduras.
Decimos que viven en la libertad conquistada para ellos por otros. Y añade el Papa: «…y en gran medida han cedido a la civilización del consumo». Y aquí no están exentos de problemas. Es difícil, por ejemplo, saber si los jóvenes rechazan los valores tradicionales o si de verdad abandonan la Iglesia. ¿Por qué? Se puede afirmar que las nuevas generaciones crecen ahora en una nueva época positivista, no hay en ellos romanticismo, ni ven en la Iglesia ni en el Evangelio un punto de referencia. Eso es cierto. Pero hay que seguir profundizando. Lo haremos la semana próxima.
Monseñor Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid - 09/07/2005
¿Habrá caído en la cuenta la Vicepresidenta de que la ley que permite casarse a personas del mismo sexo tiene efectos muy negativos sobre el matrimonio civil que un Estado aconfesional regula y defiende? Tal vez sea pedir demasiado. Pero no reconocer la realidad antropológica y social de la unión del hombre y mujer en su especificidad y en su insustituible valor para el bien común, en concreto para la realización personal de los cónyuges, pero sobre todo para la procreación y la educación de los hijos, es dar un paso en el vacío que se notará en nuestra sociedad española. Si el Estado regula y protege el matrimonio es por su naturaleza de ser un semillero de nuevos ciudadanos. Son elementos que van más allá de los varones y mujeres que se casan, que interesan al Estado. ¿Es así también en el caso de un matrimonio de dos personas del mismo sexo?
Pero dejemos este asunto, y miremos a los jóvenes cristianos, a quienes tenemos que educar en los verdaderos valores y en la fe católica; ambas cosas les harán libres de tanta confusión; hemos de educarlos igualmente en estos temas de matrimonio y familia, fundamentales para que no caigan en banalidades que tantas veces destruyen a las personas. «¿Cómo son los jóvenes de hoy, qué buscan?», preguntaba Juan Pablo II en uno de sus libros. Son los de siempre –afirmaba–, pues hay algo en el ser humano que no cambia. Sin embargo, esto no quita que los jóvenes de hoy sean distintos de los que les han precedido: sencillamente porque los jóvenes hoy crecen en un contexto distinto. No han conocido, en España y en gran parte de Europa, ni guerras mundiales ni las luchas contra el sistema comunista, contra el totalitarismo u otras dictaduras.
Decimos que viven en la libertad conquistada para ellos por otros. Y añade el Papa: «…y en gran medida han cedido a la civilización del consumo». Y aquí no están exentos de problemas. Es difícil, por ejemplo, saber si los jóvenes rechazan los valores tradicionales o si de verdad abandonan la Iglesia. ¿Por qué? Se puede afirmar que las nuevas generaciones crecen ahora en una nueva época positivista, no hay en ellos romanticismo, ni ven en la Iglesia ni en el Evangelio un punto de referencia. Eso es cierto. Pero hay que seguir profundizando. Lo haremos la semana próxima.
Monseñor Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid - 09/07/2005
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