viernes, septiembre 17, 2004

Pido perdón




Me desprecio a mí misma. El otro día sostuve a una enferma de alzhéimer entre los brazos mientras la bañaban. Su escueto cuerpo casi se me resbalaba en la bañera y vi a su esposo llorar por el temor a perderla. La restregamos, frotamos y secamos. La vestimos y la acostamos. ¿Y saben qué pensé? Pensé que su muerte sería un alivio, que me parecían un desatino la mente completamente perdida y el cuerpo desmadejado de mi amiga, un contradiós. Al día siguiente, en un golpe de lucidez, repasé estos pensamientos de la víspera. Y decidí pararme un momento a examinar por qué una cristiana practicante, bendecida por la vida y las circunstancias económicas, familiares y sociales, podía desearle la muerte a otra persona. Recordé mis manos lavando a la mujer y su cuerpo estremeciéndose de gusto por el agua caliente y las caricias de la esponja. Recordé su alegría por los colores del camisón y un resto de mirada tierna hacia su marido. Ella no sufría, era feliz en su simpleza. Lo recordé también a él, contento con la escena, satisfecho por conservarla a su lado, por ayudarla día a día, por mi amistad. Y caí en la cuenta de que en aquella escena sólo yo puse muerte. Y no lo hice por el bien de la enferma, que disfrutaba; no lo hice por su familia, que la quiere, lo hice simple y llanamente por cobardía. Porque sufrí viéndola y no quería seguir sufriendo. Porque no tenía una respuesta ante el misterio que tenía delante. Entonces me avergoncé de mí misma y, lo que es más importante, caí en la cuenta de que el día anterior mi desconcierto me impidió apreciar que la enferma disfrutaba con nosotros y con el baño, y su familia también. Así es, amigos. La mentalidad dominante está al acecho para colarse en nuestra mente a la menor oportunidad. Para sembrarnos de duda y de miedo la cabeza e impedirnos ver la belleza, el bien, la positividad. Pido perdón por haber vacilado, por haber censurado la hermosura. Por haber creído en el mal. Y concluyo: si yo, que apenas veo la tele; que leo a los clásicos porque mi padre me enseñó; que soy católica porque la Iglesia me ha abrazado; que lo tengo todo, albergo alguna vez pensamientos de muerte ¿Cómo no los va a albergar el resto de mis contemporáneos, sometido a un constante bombardeo de mentiras? ¿Cómo no los van a albergar ciertos enfermos desalentados, tantas personas ideologizadas sin siquiera saberlo, tantas víctimas de la mentira? Si estoy contenta hoy es por haber pedido perdón y por haber caído en la cuenta de la verdad. Por haber reconocido la belleza de la vida de mi amiga y su marido, y haber redescubierto que vale más que la mía porque dan testimonio de una belleza que no se somete a los estándares de calidad. Queda mucha hermosura por mostrar en un mundo tan débil y tan lleno de tristeza como estamos creando.
Cristina López Schlichting
la Razón

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