martes, septiembre 11, 2018

Somos estupendos


Somos estupendos
AGUSTÍ ALTISENT, monje de Poblet
Los catalanes nos sentimos fácilmente vulnerables y sabemos reímos poco de nosotros mismos. Lo cual es malo. Con nuestra patética proclamación del hecho diferencial y nuestra inclinación al dulcísimo sentimiento de sentirnos víctimas, como dijo Pía, vamos con los ojos en blanco como mártires involuntarios: sólo nos falta la palma. Otros hispanos, con sus defectos peculiares también, andan más sueltos de sí mismos y tienen mejor salud. U n día le conté a un navarro aquello de: “¿‘El pensamiento navarro’, ‘El pensamiento navarro’?... Si es navarro, no puede ser pensamiento” -de Unamuno- y se rió a carcajadas (aunque no por navarro sino por listo). Eso deberíamos saber hacer nosotros en lugar de tomamos tan en serio. Cierto: en todas partes cuecen habas y a una señora de Olite que me decía “Navarra es lo mejor del mundo”, hube de señalarle que lo mejor del mundo es el mundo. Pero los catalanes, aprendiendo, ganaríamos mucho sin perder lo nuestro. Como todos.
Pero antes de continuar presentaré mis credenciales. Mis antepasados por línea paterna y materna están documentados en el siglo XII en el mismo pueblo del Urgell donde nacieron mis dos abuelos varones; en casa nadie sabía nada de política, pero hablábamos sólo catalán: si un día yo les hubiera escrito en castellano habrían pensado que me había vuelto loco; y si he publicado unas 4.000 páginas de historia, 3.500 son en catalán, que es mi lengua. Soy, pues, un pura sangre. Pero ni me siento importante ni, mucho menos, desgraciado o avergonzado. Cataluña me cae pero que muy bien: perfectamente natural y hecha a la medida (o yo a la suya), y aunque Coriolano dijo que “hay un mundo en cualquier parte”, yo tengo que vivir aquí para ser feliz.

Y regreso al tema. Mientras los catalanes no sepamos sonreímos un poco más de nosotros mismos estaremos tensos y seremos poco simpáticos. Quien no sabe sonreírse de lo suyo elásticamente vivirá pocos años, no tendrá libertad interior y padecerá úlcera de estómago. Ha habido catalanes que han sabido hacer eso y han hallado eco: Santiago Rusiñol con “Els jocs floráis de Camprosa” y “L’auca del senyor Esteve”, por ejemplo.
Los Rusiñol, si son equilibrados, son higiénicos. Y hacen falta. ¿Hacemos un test? Les contaré un chiste: el catalán que se enfade, en mi opinión tiene que ir al psiquiatra y al director espiritual, porque es excesivamente inseguro y se da por atacado enseguida; que es decir: no es inteligente ni humilde. Pero, mucho cuidado: quien no siendo catalán se ría con malicia de los catalanes por ese chiste sin caer en la cuenta de que él tiene también el tejado de vidrio, que vaya a confesarse (que es más barato que ir al psiquiatra e imprescindible para toda clase de salud) y se acuse de no ver la viga en su ojo.
 Y va. Un catalán va a Tierra Santa y en el lago de Tiberíades quiere alquilar una barca para dar un paseo. Pregunta por el precio y le dicen lo equivalente a 4.000 pesetas. El hombre: “Pero, ¡por favor! Escolti, home, escolti! ¡Nosotros, en Banyoles, paseamos en barca por 400 pesetas!” El barquero: “Bien, pero tenga en cuenta que aquí Jesucristo caminó sobre las aguas”. El catalán: “No me extraña, al precio que ponen ustedes las barcas”.
 De todos modos, esos chistes sobre catalanes, ingleses o maños son como las caricaturas: acentúan ciertos rasgos y generalizan, lo cual es siempre inexacto y un tanto injusto; pero así, quienes los inventan y los creen característicos de un grupo, hacen que cobren más fuerza. Una caricatura no es un retrato.
 Nunca ha sido sagaz enfadarse o ponerse serio cuando alguien se sonríe de uno. Lo más eficaz, a falta de una respuesta aguda y rápida que sea para el otro como un puñetazo en la boca (que no recomiendo; el puñetazo, quiero
decir), es mirarle irónicamente en silencio o triplicarle nuestro defecto y reírse con él. Eso último desarma: nadie lucha contra un “sí”. Y si una parte de la esencia de España es pelearnos como buenos hermanos, también “quien sonríe al que le roba, le roba algo al ladrón”, como dice un personaje de Shakespeare.
Cuentan que, si una anciana va a cruzar la calle con el semáforo en rojo, si es en Vallado-lid la avisan de que no puede cruzar; si en Andalucía, la avisan y luego la acompañan; en Barcelona le gritan "Avia! No badií”. En este último caso el catalán es brusco, sí, pero en un punto está mejor que los demás: parte de la base de que uno tiene que aprender a espabilarse porque la vida es dura y hay que estar alerta.


Finalmente, para que no falte algo de examen ascético para castellanos, recuerden que Unamuno, escribiendo a Maragall, le decía: “Son intratables. En lugar de cerebro tienen testículos”. Que también es bastante exacto; aunque no molesta si uno sabe hacerse el muerto y opina lo del “Abel Sánchez”: “Prefiero no obedecer que mandar”. Quedan, entre otros, los vascos: no recuerdo que Unamuno dijera algo acerca de ellos. Si realmente no dijo nada es porque eso es enormemente complicado. No hay quien lo entienda.

LV 26-3-1992 

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