Mi amigo Joaquín, con el que la otra tarde echamos un párrafo, para comentarme, como le había dolido una carta que habia leído esa mañana en periódico local, y para colmo me manifestaba que conocía al intercepto, y como sabe que no acepto hablar mal de nadie que no esté presente, y entonces decidimos hablar de otra cosa; mira Ramón, por los muchos años dedicado a la enseñanza, he tenido mucho contacto con los jóvenes, y me comentaba que hoy los jóvenes aseguran que no ven razón alguna para contraer matrimonio; se quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos; estimo, me comentaba, que están equivocados, pero los comprendo perfectamente.
Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido: en primer lugar, la admisión del divorcio elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo; en segundo lugar, la aceptación social suprime la exigencia de fidelidad; y por último, la difusión de contraceptivos desprovee de relevancia y valor a los hijos; ¿Qué queda, entonces, de la grandeza de la unión conyugal?, ¿con qué objeto, pasar por la Iglesia o por el juzgado? Vistas así las cosas, a quienes sostienen la absoluta primacía del amor habría que comenzar por darles la razón...ya que es imposible quererse bien, a fondo, sin estar casado; y seguía consolando a Joaquín, lo que acabo de sostener no es nada extraño; en todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse; por qué no es el del amor, que es a la par la más gratificante y dificil de nuestras actividades; para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta.
Nuestra cultura no acaba de entender el matrimonio, ya que lo capacita para amar de una manera real y efectiva: lo contempla como una ceremonia, y un contrato, un compromiso; el sí es un acto profundísimo, de libertad y amor, inigualable, por el que dos personas se entregan plenamente y deciden amarse de por vida.
No se trata de teorías; cuanto acabo de exponer tiene claras manifestaciones en el ámbito psicológico; el ser humano sólo es feliz cuando se empeña en algo grande, que efectivamente compense el esfuerzo; y lo más impresionante que un varón o una mujer pueden hacer es amar; vale la pena dedicar toda la vida a amar cada vez mejor y más intensamente; en realidad, es lo único que merece nuestra dedicación: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para conseguirlo. Pues bien, cuando me caso establezco las condiciones para consagrarme sin reservas a la tarea de amar; por el contrario, si simplemente vivimos juntos, y aunque no sea consciente de ello, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, a defender las posiciones alcanzadas, a no perder lo ganado. Todo, entonces, se torna inseguro: la relación puede romperse en cualquier momento.
Todo lo cual parece avalar la afirmación de que «lo importante» es quererse; me parece correcto; el amor es efectivamente lo importante; no hay que tener miedo a este idea; pero ya he explicado que no puede haber amor cabal sin donación mutua y exclusiva, sin casarse; los papeles, el reconocimiento social, no son de ningún modo lo importante...pero, en cuanto confirmación externa de la mutua entrega, resultan imprescindibles; es verdad que, a la vista de lo expuesto, bastantes se preguntan: ¿Cómo puedo yo comprometerme a algo para toda la vida, si no sé lo que ésta me deparará?, ¿cómo puedo estar seguro de que elijo bien; a mi pareja? A todos ellos les diría, antes que nada, que para eso está el noviazgo: un periodo imprescindible, que ofrece la oportunidad de conocerse mutuamente y empezar a entrever cómo se desarrollará la vida en común.
Después, si soy como debo, ya se bastante de lo que pasará cuando me case: sé, en concreto, que voy a poner toda la carne en el asador para querer a la otra persona y procurar que sea muy feliz; y si ese propósito es serio, será compartido por el futuro cónyuge: el amor llama al amor; podemos, por tanto, tener la certeza de que vamos a intentarlo por todos los medios; y entonces es muy difícil que el matrimonio fracase; por otro lado, resulta ingenua la pretensión de disidir la viabilidad de un matrimonio por la capacidad sexual, de sus componentes: ¡como si toda una vida en común dependiera o pudiera sustentarse en unos actos que, en condiciones normales, suman unos pocos minutos a la semana!; pero es que la mejor manera de conocer a nuestro futuro cónyuge en ese ámbito consiste, como antes sugería, en observarlo en los demás aspectos de su vida, y tal vez principalmente en los que no se relacionan directamente con nosotros: reflexionar sobre el modo cómo se comporta en su familia, en el trabajo o estudio, con sus amigos o conocidos; si en esas circunstancias es generoso, afable, paciente, servicial, tierno, desprendido.., puede asegurarse, sin temor al engaño, que a la larga esa será su actitud en la relaciones intimas.
Pero se puede ir más al fondo: no es serio ni honrado probar a las personas, como si se tratara de caballos, de coches o de ordenadores; a las personas se las respeta, se las venera, se las ama; por ellas arriesga uno la vida, se juega como decía Marañón, a cara o cruz, el porvenir del propio corazón.
Además, la desconfianza que implica el ponerlas a prueba no sólo crea un permanente estado de tensión difícil de soportar, sino que se opone frontalmente al amor incondicionado que está en la base de cualquier buen matrimonio.
A lo que cabe añadir, otro motivo todavía más determinante: no se puede, es materialmente imposible, aunque parezca lo contrario, hacer esa prueba, porque la boda cambia muy profundamente a los novios; no sólo desde el punto de vista psicológico, al que ya me he referido, sino en su mismo ser: los modifica hondamente, los transforma en esposos, les permite amar de veras: ¡antes no es posible hacerlo!
RAMÓN BAENA
De la Tribuna de Albacete
jueves, junio 24, 2004
¿VALE LA PENA CASARSE?
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1 comentario:
Una bella y justa defensa del matrimonio, a la que me adhiero totalmente. Esto es el verdadero amor conyugal y la convivialidad humana y, aún más, cristiana. Hoy en dia se ha hecho del matrimonio un fantoche. Ya nadie sabe lo que es. Están destruyendo los más grandes valores a base de darles sentidos falsos para corromperlos desde la base.
¡Qué bonita preparación al matrimonio sería que los jovenes que quieren amar de verdad supieran lo que aquí se ha escrito!
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