Me sorprendió leer en las cartas al director de "la estrella digital" esta de un médico conocido en un foro. Espero saber más de lo que le pasa, pero no me atrevo a inundar su cuenta de mp con tanto mensaje. A ver si lo localizamos y nos cuenta.
Carta de amor a un hijo especial
Querido Pepo:
Diantre, qué nudo en el pecho cuando viniste. Pálido el rostro, inestables las piernas, hueco el cerebro, a poco caigo de bruces cuando, trayéndote en brazos, la estoica enfermera me espetó sin reparo: "éste es su hijo". A poco arrastro al tío Paco, en mi derrumbar. Prestos, solícitos, enérgicos, varios brazos familiares me evitaron un violento aterrizaje, pero no consiguieron mantenerme erguido un minuto.
Derribado en el suelo, fuentes de fino sudor encharcaron mi rostro y vestimenta. Una parca lengüeta de espuma blanca apenas asomó entre mis labios, enmudecidos, mientras un amago de convulsión sacudió mis miembros. - Despierta Pepe, despierta, es tu hijo, míralo qué majo. Entreabiertos los párpados escudriñé rostro a rostro a los familiares que
me rodeaban, y mentalmente hice lo propio con todos los ausentes, de primero, de segundo orden, de cualquier grado de parentesco. Ninguno. Nadie que yo conozca tiene rasgos tan extraños.
- Dios mío, ¿qué me has hecho? Conforme te desarrollabas se hacía más evidente tu diferencia. Crecías muy despacio.
Cabeza pequeña, orejillas de implantación muy baja, gigante lengua siempre estorbando entre los dientes, manos y pies anchos y cortos, unos ojos inclinados orientales inolvidables, y un gesto entre serio y cariñoso al que me costó adaptarme. Mi vida cambió contigo, Pepo. No sé de qué manera me hice adicto al tacto de tus toscas, cortas manitas. Tocarlas, estrecharlas, acariciarlas, besarlas me embarga de gozo, de paz, de bienestar, de orgullo. Desde el fondo de unos párpados rasgados, tus ojillos plácidos, afables, desprenden, contagian ternura, sosiego, amor y enseñanzas a raudales. No puedo, nadie puede, contener una lágrima y una sonrisa cuando te acercas.
Tardé algún tiempo en entenderlo, pero ahora lo tengo muy claro. Dios me ha enviado un ángel al que hemos bautizado Pepo. Cuando tienes cerca un ángel y le observas detenidamente te das cuenta de muchas cosas que habitualmente pasan desapercibidas, y empiezas a experimentar sutiles gozos de detalles cotidianos aparentemente triviales o aburridos. El trabajo ya no es tan hosco. Tras el mostrador de la oficina ahora no tengo huraños usuarios caprichosos sino personas que sufren problemas por resolver. En la cola del autobús los extraños no son tanto. Me pregunto cuántos de ellos tendrán, como yo, un ángel esperándoles en casa para colmarles de abrazos y carantoñas.
Los paseos por el parque, por el campo, son un gozo que jamás había experimentado. Ni siquiera siendo niño percibí lo hermosa que es una hoja caída en otoño, una pelota de nieve con la que hacer un muñeco, la margarita que se deja deshojar entre sies y noes, tu corto brincar cuando llega la última olita a la playa. Es un gozo vivir tan solo para vivir. Respirar aire en las calles, beber agua del grifo, comer el pan aunque esté duro, ver la gente pasar, oír el murmullo de las conversaciones, y tenerte sentado sobre mis rodillas deleitándote de las cosas sencillas, disfrutando los actos corrientes del vivir cotidiano. Cuántas, cuantísimas experiencias gratificantes y placenteras he tenido la oportunidad de disfrutar gracias a la sensibilidad dormida que has despertado en mi alma. Por ellas doy gracias a diario a la Providencia que te nos ha enviado.
Los días se hicieron cortos, entretenidos, siempre jubilosos, disfrutando de tu grata compañía, pero han pasado más de prisa de la cuenta. Ahora, Pepo, eres un niño adulto, sonriente y bonachón, que hace amigos por donde pasa.
Tu madre y yo nos estamos haciendo ancianos, paseando cogidos de tus manos. Un semáforo en verde, un tropel de ciudadanos cruzando confiados, junto a nosotros, mientras un alocado motorista ignora toda regla y embiste contra el gentío. Protestas, gritos, hasta insultos, no lograron detener la brutal embestida, que te arrolló, pobre Pepo Con lo que te gusta ver las carreras de motos, ¿quién te iba a decir que un día una de ellas, alocada, iba a venir intempestivamente para arrancarte cruelmente la vida?. Alguien te besó reiteradamente en la boca, con besos de vida, mientras otro transeúnte golpeó con vigor y ritmo tu pecho sin descanso. Fueron minutos de angustia que duraron siglos. Tu madre y yo, con las córneas translúcidas de lágrimas retenidas, apenas distinguíamos un difuso tropel de gentes haciendo un corro en torno a ti.
- Respira, respira.
- gritó alguien.
- Dejad paso a la ambulancia.
- Pepo, por Dios, no te nos vayas.
Sabemos que, detrás de las cortinas que rodean tu cama, en el fondo del corazón que irrigan, escudriñan y limpian tantos catéteres, cables y sondas que te han plantado, tú sigues oyéndonos sin necesidad de palabras, entendiéndonos sin precisar un gesto, queriéndonos aunque a veces no nos lo merezcamos. Sin ti, ¿cómo sabríamos paladear el melancólico dulzor de los atardeceres sombríos, quién nos señalaría la magia de la gota de rocío atrayendo al lento caracol, cuándo acertaríamos a encontrar la salida a los ingratos pequeños infortunios del vivir de cada día?
Hemos aprendido tanto de ti, hemos gozado tanto de esa vital sabiduría cotidiana que nos has ido enseñando, que me aterra imaginar tener que pasar tan solo un día en este mundo sin tu ayuda, sin tu apoyo, sin tu compaña. Tu madre y yo necesitamos tu alegría, tu inocencia, tu bondad, tu complacencia, para enfrentarnos al cotidiano vivir, con frecuencia tan lesivo.
Pepo, cariño, tú que estás tan cerca de Él, pídele una aplazamiento. Ruégale que bendiga a tu familia una vez más. Que aún nos permita pasear cogidos de tu mano algún tiempo, hasta que llegue el momento definitivo de irnos, de ser posible, insiste en ello, ruégalo, todos juntos, de una vez. Él, que es justo y misericordioso, no debería separarnos en este mundo, al que nos fuiste enviado como la mejor de las bendiciones, la felicidad.
Te quiere mucho, Tu padre.
Dr. Antonio Guijarro Morales
Carta de amor a un hijo especial
Querido Pepo:
Diantre, qué nudo en el pecho cuando viniste. Pálido el rostro, inestables las piernas, hueco el cerebro, a poco caigo de bruces cuando, trayéndote en brazos, la estoica enfermera me espetó sin reparo: "éste es su hijo". A poco arrastro al tío Paco, en mi derrumbar. Prestos, solícitos, enérgicos, varios brazos familiares me evitaron un violento aterrizaje, pero no consiguieron mantenerme erguido un minuto.
Derribado en el suelo, fuentes de fino sudor encharcaron mi rostro y vestimenta. Una parca lengüeta de espuma blanca apenas asomó entre mis labios, enmudecidos, mientras un amago de convulsión sacudió mis miembros. - Despierta Pepe, despierta, es tu hijo, míralo qué majo. Entreabiertos los párpados escudriñé rostro a rostro a los familiares que
me rodeaban, y mentalmente hice lo propio con todos los ausentes, de primero, de segundo orden, de cualquier grado de parentesco. Ninguno. Nadie que yo conozca tiene rasgos tan extraños.
- Dios mío, ¿qué me has hecho? Conforme te desarrollabas se hacía más evidente tu diferencia. Crecías muy despacio.
Cabeza pequeña, orejillas de implantación muy baja, gigante lengua siempre estorbando entre los dientes, manos y pies anchos y cortos, unos ojos inclinados orientales inolvidables, y un gesto entre serio y cariñoso al que me costó adaptarme. Mi vida cambió contigo, Pepo. No sé de qué manera me hice adicto al tacto de tus toscas, cortas manitas. Tocarlas, estrecharlas, acariciarlas, besarlas me embarga de gozo, de paz, de bienestar, de orgullo. Desde el fondo de unos párpados rasgados, tus ojillos plácidos, afables, desprenden, contagian ternura, sosiego, amor y enseñanzas a raudales. No puedo, nadie puede, contener una lágrima y una sonrisa cuando te acercas.
Tardé algún tiempo en entenderlo, pero ahora lo tengo muy claro. Dios me ha enviado un ángel al que hemos bautizado Pepo. Cuando tienes cerca un ángel y le observas detenidamente te das cuenta de muchas cosas que habitualmente pasan desapercibidas, y empiezas a experimentar sutiles gozos de detalles cotidianos aparentemente triviales o aburridos. El trabajo ya no es tan hosco. Tras el mostrador de la oficina ahora no tengo huraños usuarios caprichosos sino personas que sufren problemas por resolver. En la cola del autobús los extraños no son tanto. Me pregunto cuántos de ellos tendrán, como yo, un ángel esperándoles en casa para colmarles de abrazos y carantoñas.
Los paseos por el parque, por el campo, son un gozo que jamás había experimentado. Ni siquiera siendo niño percibí lo hermosa que es una hoja caída en otoño, una pelota de nieve con la que hacer un muñeco, la margarita que se deja deshojar entre sies y noes, tu corto brincar cuando llega la última olita a la playa. Es un gozo vivir tan solo para vivir. Respirar aire en las calles, beber agua del grifo, comer el pan aunque esté duro, ver la gente pasar, oír el murmullo de las conversaciones, y tenerte sentado sobre mis rodillas deleitándote de las cosas sencillas, disfrutando los actos corrientes del vivir cotidiano. Cuántas, cuantísimas experiencias gratificantes y placenteras he tenido la oportunidad de disfrutar gracias a la sensibilidad dormida que has despertado en mi alma. Por ellas doy gracias a diario a la Providencia que te nos ha enviado.
Los días se hicieron cortos, entretenidos, siempre jubilosos, disfrutando de tu grata compañía, pero han pasado más de prisa de la cuenta. Ahora, Pepo, eres un niño adulto, sonriente y bonachón, que hace amigos por donde pasa.
Tu madre y yo nos estamos haciendo ancianos, paseando cogidos de tus manos. Un semáforo en verde, un tropel de ciudadanos cruzando confiados, junto a nosotros, mientras un alocado motorista ignora toda regla y embiste contra el gentío. Protestas, gritos, hasta insultos, no lograron detener la brutal embestida, que te arrolló, pobre Pepo Con lo que te gusta ver las carreras de motos, ¿quién te iba a decir que un día una de ellas, alocada, iba a venir intempestivamente para arrancarte cruelmente la vida?. Alguien te besó reiteradamente en la boca, con besos de vida, mientras otro transeúnte golpeó con vigor y ritmo tu pecho sin descanso. Fueron minutos de angustia que duraron siglos. Tu madre y yo, con las córneas translúcidas de lágrimas retenidas, apenas distinguíamos un difuso tropel de gentes haciendo un corro en torno a ti.
- Respira, respira.
- gritó alguien.
- Dejad paso a la ambulancia.
- Pepo, por Dios, no te nos vayas.
Sabemos que, detrás de las cortinas que rodean tu cama, en el fondo del corazón que irrigan, escudriñan y limpian tantos catéteres, cables y sondas que te han plantado, tú sigues oyéndonos sin necesidad de palabras, entendiéndonos sin precisar un gesto, queriéndonos aunque a veces no nos lo merezcamos. Sin ti, ¿cómo sabríamos paladear el melancólico dulzor de los atardeceres sombríos, quién nos señalaría la magia de la gota de rocío atrayendo al lento caracol, cuándo acertaríamos a encontrar la salida a los ingratos pequeños infortunios del vivir de cada día?
Hemos aprendido tanto de ti, hemos gozado tanto de esa vital sabiduría cotidiana que nos has ido enseñando, que me aterra imaginar tener que pasar tan solo un día en este mundo sin tu ayuda, sin tu apoyo, sin tu compaña. Tu madre y yo necesitamos tu alegría, tu inocencia, tu bondad, tu complacencia, para enfrentarnos al cotidiano vivir, con frecuencia tan lesivo.
Pepo, cariño, tú que estás tan cerca de Él, pídele una aplazamiento. Ruégale que bendiga a tu familia una vez más. Que aún nos permita pasear cogidos de tu mano algún tiempo, hasta que llegue el momento definitivo de irnos, de ser posible, insiste en ello, ruégalo, todos juntos, de una vez. Él, que es justo y misericordioso, no debería separarnos en este mundo, al que nos fuiste enviado como la mejor de las bendiciones, la felicidad.
Te quiere mucho, Tu padre.
Dr. Antonio Guijarro Morales
1 comentario:
Toñi, qué carta maravillosa. Me ha conmovido de veras...
Me agradará saber más como a ti...
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