lunes, marzo 05, 2012

Oye, monja, y ese que está ahí colgado...






Hace poco tiempo un grupo de niños fueron a visitar un convento de clausura de nuestra región. Iban con la profesora de arte. A la salida, uno de ellos se quedó rezagado, se acercó a la monja que se disponía a cerrar la puerta del convento y mirando al crucifijo que había a la entrada le dijo: “oye, monja, y ese que está ahí colgado ¿quién es?”

Asombra ese trato de tú por tú. Los chavales de hoy en día no son protocolarios. Lo que piensan lo dicen con toda llaneza y, a su vez, con toda cordialidad. Pero lo que sorprende es que no sepan que es y que significa el crucifijo que está a la entrada del convento, en todas las iglesias, en obras de arte y en tantos monumentos que encontramos a nuestro alrededor.

La cruz es el signo de los cristianos. La cruz es el signo del amor sin media de Dios que entregó su vida por salvarnos.
La Cruz está formada por dos maderos unidos: uno horizontal y otro vertical. Simboliza los cuatro puntos cardinales. Es como si abrazase el mundo entero. La intersección, la unión de esos maderos, significa “punto de encuentro”, punto de convergencia, punto de comunión. Pero significa también confrontación, dolor, descuartizamiento porque la cruz es lugar de suplicio, de escándalo, de condena, de muerte. Sí, la cruz es signo de ignominia y de sufrimiento, pero es también signo de un gran amor. Dios ofrece su vida para que nosotros, sus hijos, la tengamos en abundancia.
La cruz preside todas nuestras celebraciones. La cruz es el signo de los cristianos. La cruz nos lleva a la luz, nos lleva a la resurrección y a la vida.

El sacerdote, los padres y padrinos hacen la señal de la cruz sobre la frente del niño que va a ser bautizado. Los cristianos comenzamos la jornada haciendo la señal de la cruz y poniéndonos en las manos de Dios con la oración de la mañana. Muchas personas conservan la buena costumbre de santiguarse cuando salen por la mañana a la calle o emprenden un viaje. Despedimos de este mundo a nuestros seres queridos que mueren haciendo sobre ellos la señal de la cruz. Y ¡cuántas cruces indican el lugar donde reposan los difuntos en los cementerios!

La cruz no es signo de muerte, sino de vida. En la cruz estuvo el Cuerpo de Cristo y de su costado traspasado salió, dice el evangelio de san Juan, sangre y agua, es decir la vida de Dios que recibimos en los sacramentos.

Miremos con amor la Cruz de Cristo. En ella está crucificado quien tanto ha amado a la humanidad. Recitemos despacio, en este tiempo de Cuaresma este precioso himno, hagamos oración con él. Dejemos que lo que leemos y oremos se haga vida en nosotros.

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.


Con mi afecto y bendición,

+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño



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