Otra de las tretas que nos juega el Diablo para impedir que avancemos en la vida espiritual, en la vida de santidad, es la de anestesiarnos, adormecernos, haciéndonos creer que no somos tan malos como podrían pensar algunos y que por lo tanto no hace falta hacer grandes esfuerzos para ir a Dios.
Veamos en qué terrenos se mueve el Diablo para hacernos caer:
- No mirar la miseria del mundo. Hay que ser realistas, nos dice el Diablo, porque no podemos resolver la miseria de todo el mundo. Y nos lleva a pasar de largo, a no interesarnos por nadie y menos por quienes sufren a nuestro alrededor o mueren de hambre en el Tercer Mundo. Y nos vamos encerrando poco a poco en nuestro egoísmo. Y llegamos a decir: “¡Cómo! los pobres son unos perezosos; yo no tengo tiempo de ocuparme de ellos y los que se ocupan de ellos, por lo general, lo hacen para que los vean y digan que son buenas personas o para tranquilizar su conciencia”.
- Creer que basta con ser lúcido. Es decir, que basta para ser bueno con reconocer, de vez en cuando, la propia debilidad y con eso ya basta. No hay que complicarse la existencia con otras cosas. En el fondo el Diablo pretende que sigamos creyendo que estamos bien donde nos hemos instalado. Nos lleva a pensar y a decir que no somos tan malos como los demás, aunque de vez en cuando caigamos como todos, pero que somos mejores que la mayoría de la gente y que por lo tanto ¿para qué hacer más esfuerzos de superación y de lucha contra el mal y el pecado?
- No pensar que un día vamos a morir. Dice Blas Pascal que los hombres al no poder curar la muerte, la miseria y la ignorancia, se las han arreglado para vivir felices sin pensar en ello. Si pensasen que van a morir sus vidas cambiarían, actuarían de otra manera.
Eso es lo que le sucedió a San Francisco de Borja, el encuentro con la muerte le dio nueva vida. He aquí la historia: El año que fue nombrado Virrey de Cataluña, Francisco recibió la misión de conducir a la sepultura real de Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel. El la había visto muchas veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el ataúd para reconocer el cuerpo, la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición. Francisco entonces tomó su famosa resolución: “¡no servir nunca más a un señor que pudiese morir!” Comprendió profundamente la caducidad de la vida terrena.
Algunos años más tarde, estando enferma su esposa, pidió a Dios su curación y una voz celestial le dijo: “Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo”. Derramando lágrimas, respondió: “Que se haga vuestra voluntad y no la mía”. La muerte de Doña Leonor, su esposa, ocurrida en 1546 fue un gran dolor para Francisco. El más joven de sus ocho hijos tenía apenas ocho años cuando murió Doña Leonor.
Un tiempo después hizo Ejercicios Espirituales con el Beato Pedro Fabro y decidió entrar en la Compañía de Jesús. San Ignacio de Loyola se alegró mucho de la noticia; sin embargo, aconsejó al duque que difiriese la ejecución de sus proyectos hasta que terminase la educación de sus hijos y que, mientras tanto, tratase de obtener el grado de doctor en teología en la Universidad de Gandía, que acababa de fundar. También le aconsejaba que no divulgase su propósito, pues “el mundo no tiene orejas para oír tal estruendo”. Finalmente, después de estudiar la Teología se hizo jesuita y llegó a ser General de la Compañía.
Pidamos cada día al Señor que nos disponga a saber desenmascarar los engaños del Diablo para ser dóciles a sus planes y poder avanzar por el camino de la santidad.
Con mi afecto y bendición,
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
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