Somos estupendos
AGUSTÍ ALTISENT, monje de Poblet
Los catalanes nos sentimos fácilmente
vulnerables y sabemos reímos poco de nosotros mismos. Lo cual es malo. Con
nuestra patética proclamación del hecho diferencial y nuestra inclinación al
dulcísimo sentimiento de sentirnos víctimas, como dijo Pía, vamos con los ojos
en blanco como mártires involuntarios: sólo nos falta la palma. Otros hispanos,
con sus defectos peculiares también, andan más sueltos de sí mismos y tienen
mejor salud. U n día le conté a un navarro aquello de: “¿‘El pensamiento
navarro’, ‘El pensamiento navarro’?... Si es navarro, no puede ser pensamiento”
-de Unamuno- y se rió a carcajadas (aunque no por navarro sino por listo). Eso
deberíamos saber hacer nosotros en lugar de tomamos tan en serio. Cierto: en
todas partes cuecen habas y a una señora de Olite que me decía “Navarra es lo
mejor del mundo”, hube de señalarle que lo mejor del mundo es el mundo. Pero
los catalanes, aprendiendo, ganaríamos mucho sin perder lo nuestro. Como todos.
Pero antes de continuar presentaré mis
credenciales. Mis antepasados por línea paterna y materna están documentados en
el siglo XII en el mismo pueblo del Urgell donde nacieron mis dos abuelos
varones; en casa nadie sabía nada de política, pero hablábamos sólo catalán: si
un día yo les hubiera escrito en castellano habrían pensado que me había vuelto
loco; y si he publicado unas 4.000 páginas de historia, 3.500 son en catalán,
que es mi lengua. Soy, pues, un pura sangre. Pero ni me siento importante ni, mucho
menos, desgraciado o avergonzado. Cataluña me cae pero que muy bien:
perfectamente natural y hecha a la medida (o yo a la suya), y aunque Coriolano
dijo que “hay un mundo en cualquier parte”, yo tengo que vivir aquí para ser
feliz.
Y regreso al tema. Mientras los
catalanes no sepamos sonreímos un poco más de nosotros mismos estaremos tensos
y seremos poco simpáticos. Quien no sabe sonreírse de lo suyo elásticamente
vivirá pocos años, no tendrá libertad interior y padecerá úlcera de estómago.
Ha habido catalanes que han sabido hacer eso y han hallado eco: Santiago
Rusiñol con “Els jocs floráis de Camprosa” y “L’auca del senyor Esteve”, por
ejemplo.
Los Rusiñol, si son equilibrados, son
higiénicos. Y hacen falta. ¿Hacemos un test? Les contaré un chiste: el catalán
que se enfade, en mi opinión tiene que ir al psiquiatra y al director
espiritual, porque es excesivamente inseguro y se da por atacado enseguida; que
es decir: no es inteligente ni humilde. Pero, mucho cuidado: quien no siendo
catalán se ría con malicia de los catalanes por ese chiste sin caer en la
cuenta de que él tiene también el tejado de vidrio, que vaya a confesarse (que
es más barato que ir al psiquiatra e imprescindible para toda clase de salud) y
se acuse de no ver la viga en su ojo.
Y va. Un catalán va a Tierra Santa y en el
lago de Tiberíades quiere alquilar una barca para dar un paseo. Pregunta por el
precio y le dicen lo equivalente a 4.000 pesetas. El hombre: “Pero, ¡por favor!
Escolti, home, escolti! ¡Nosotros, en Banyoles, paseamos en barca por 400
pesetas!” El barquero: “Bien, pero tenga en cuenta que aquí Jesucristo caminó
sobre las aguas”. El catalán: “No me extraña, al precio que ponen ustedes las
barcas”.
De todos modos, esos chistes sobre catalanes,
ingleses o maños son como las caricaturas: acentúan ciertos rasgos y
generalizan, lo cual es siempre inexacto y un tanto injusto; pero así, quienes
los inventan y los creen característicos de un grupo, hacen que cobren más
fuerza. Una caricatura no es un retrato.
Nunca ha sido sagaz enfadarse o ponerse serio
cuando alguien se sonríe de uno. Lo más eficaz, a falta de una respuesta aguda
y rápida que sea para el otro como un puñetazo en la boca (que no recomiendo;
el puñetazo, quiero
decir), es mirarle irónicamente en
silencio o triplicarle nuestro defecto y reírse con él. Eso último desarma:
nadie lucha contra un “sí”. Y si una parte de la esencia de España es pelearnos
como buenos hermanos, también “quien sonríe al que le roba, le roba algo al
ladrón”, como dice un personaje de Shakespeare.
Cuentan que, si una anciana va a cruzar
la calle con el semáforo en rojo, si es en Vallado-lid la avisan de que no
puede cruzar; si en Andalucía, la avisan y luego la acompañan; en Barcelona le
gritan "Avia! No badií”. En este último caso el catalán es brusco, sí,
pero en un punto está mejor que los demás: parte de la base de que uno tiene
que aprender a espabilarse porque la vida es dura y hay que estar alerta.
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Finalmente, para que no falte algo de
examen ascético para castellanos, recuerden que Unamuno, escribiendo a
Maragall, le decía: “Son intratables. En lugar de cerebro tienen testículos”.
Que también es bastante exacto; aunque no molesta si uno sabe hacerse el muerto
y opina lo del “Abel Sánchez”: “Prefiero no obedecer que mandar”. Quedan, entre
otros, los vascos: no recuerdo que Unamuno dijera algo acerca de ellos. Si
realmente no dijo nada es porque eso es enormemente complicado. No hay quien lo
entienda.
LV 26-3-1992