sábado, febrero 25, 2006

El riojano José María Yanguas toma hoy posesión como nuevo obispo de Cuenca

Monseñor Omella, el presidente Sanz y Ceniceros encabezan la delegación institucional Cuatro autobuses y numerosos coches particulares se desplazan desde La Rioja

Al menos cuatro autobuses (tres de ellos, procedentes de Alberite y un cuarto fletado por el Obispado) y numerosos coches particulares se trasladan hoy, sábado, a Cuenca para participar en la toma de posesión del nuevo obispo de la Diócesis de Cuenca, monseñor José María Yanguas Sanz, natural de Alberite.
JOSÉ I. GASCO./LOGROÑO


Monseñor Yanguas, tras conocer su nombramiento. / A. IGLESIAS

En la toma de posesión está prevista la presencia del Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, Manuel Monteiro; el obispo de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Juan José Omella; el presidente del Gobierno riojano, Pedro Sanz; el presidente del Parlamento riojano, José Ignacio Ceniceros, además del alcalde y el párroco de Alberite. También asistirán autoridades de la Comunidad de Castilla-La Mancha.

El acto se celebra a las cuatro de la tarde en la catedral conquense.

Monseñor Yanguas, nada más tener conocimiento de su nombramiento como obispo de Cuenca, comentó: «Sé bien que Cuenca es tierra de hondas y recias raíces cristianas. Así lo manifiestan la numerosas vocaciones que en ella germinan; su profunda devoción a la Madre de Dios, a la que saluda con bellísimas y variadas advocaciones; su viva religiosidad popular; los proyectos pastorales encaminados a dar un renovado empuje y vitalidad a la diócesis. En esa rica tradición de fe y de vida cristiana, y a su servicio, quiero vivir mi ministerio episcopal

jueves, febrero 23, 2006

Victoria Gillick: un testimonio


Victoria Gillick

A lo largo de los años, he ido aquilatando un gran respeto por la figura de San Josemaría, Fundador del Opus Dei. Las biografías que conozco le describen como una persona santa y decidida, de fuerte personalidad, que no dudó en acometer proyectos que parecían “imposibles humanos” por amor a Jesucristo.

De alguna forma, me siento identificada en esa actitud valiente de Josemaría Escrivá. Con frecuencia, en mi tarea como conferenciante y activista a favor de la institución familiar he sentido que los medios que podía emplear eran claramente desproporcionados para los objetivos que pretendía; y también, gracias a Dios, a los logros que de esos esfuerzos se derivaban. Obviamente, no pretendo compararme con el Fundador del Opus Dei, al que la Iglesia venera en los altares, pues únicamente me considero una corriente madre de familia inglesa, que solo ha buscado defender a sus hijos y conseguir sacarlos adelante. Pero también en eso me parece descubrir un paralelismo con el Padre, como le llaman tantos miles de personas en todo el mundo, porque frecuentemente tuvo que emplearse a fondo para defender a sus hijos. Unas veces —según me cuentan—, con una honda catequesis por muchos países para ofrecerles alimento espiritual, ante el espectacular avance de ideologías anticristianas; otras, defendiendo la libertad de expresión de un hijo suyo, al que se le negaba su derecho a intervenir en la vida pública; y, siempre, en el ejercicio de una paternidad que tenía mucho de humana, quizá porque era muy sobrenatural.

"Las semillas que al principio parecen minúsculas se revelan años más tarde como árboles de una fecundidad asombrosa"

Esta actitud me recuerda un episodio concreto. A mediados de octubre de 1985, mi marido Gordon y yo salíamos de la Cámara de los Lores amargamente decepcionados por haber perdido —tras cinco años de duro esfuerzo— el último asalto de nuestra batalla legal contra el Ministerio de la Salud y su política de suministrar secretamente píldoras anticonceptivas a las colegialas. Nos encontramos con un hombre que daba saltos de alegría y alegaba que habíamos ganado. “¿De verdad?”, le dije deprimida y sorprendida por una conducta que juzgaba muy extraña. Pero aquel hombre no se inmutó: nos hizo ver que nuestro caso había dejado huella en la opinión pública británica; había hecho historia, aunque nosotros no lo viésemos en ese momento. Como tantas cosas que se siembran, nuestros esfuerzos tenían que desaparecer de la vista y abonar calladamente el campo antes de dar fruto; así, las semillas que al principio parecen minúsculas se revelan años más tarde como árboles de una fecundidad asombrosa. Creo que esa misma experiencia le aconteció a San Josemaría en varias ocasiones.

En sus escritos valora mucho la madurez humana que se forja en el trabajo profesional, en la contradicción o en el dolor. Ese esfuerzo por crecer en la virtud, un aspecto que se palpa en todos sus libros, es algo con lo que ahora puedo identificarme fácilmente, aunque no lo comprendía o no lo valoraba completamente en mi juventud. Por ejemplo, mientras luchaba en la defensa de la familia por los vericuetos judiciales y de la política social del Reino Unido, nunca pensé que ese esfuerzo me llevaría a un crecimiento personal; y sin embargo, así fue. La escasez de recursos económicos, las continuas reuniones y relaciones con todo tipo de personas y la dedicación urgente e intensa para solucionar ese problema fueron los apoyos para crecer más plenamente en lo humano. Mi marido y yo aprendimos a superar todas las dificultades que suponía esa batalla legal. Aprendimos a querernos aún más el uno al otro, y fuimos descubriendo también la maravilla de nuestro matrimonio y de la familia que queríamos formar. Añoro, por ejemplo, el paseo que di con Gordon desde la iglesia hasta nuestra casa, después de la boda, cuando los invitados se olvidaron de nosotros y huyeron para refugiarse de la intensa lluvia que caía. Hubiera podido ser un desastre, pero en vez de eso fue una oportunidad maravillosa pasar unos momentos preciosos los dos juntos.


Otro aspecto que aprendí de San Josemaría fue su tenacidad y alegría en medio de las dificultades; el no perder la calma, aun en medio de las críticas. Durante los años setenta se estableció firmemente en Gran Bretaña una mentalidad contraría a la vida; y ello gracias a los misántropos fanáticos de la “superpoblación”, firmemente asentados en el gobierno; a determinados círculos médicos, y a la actividad de algunos medios de comunicación, todos los cuales atacaban feroz y persistentemente el concepto mismo de maternidad. Se sometía a las jóvenes parejas recién casadas a una feroz presión social para que utilizasen productos químicos y todo tipo de dispositivos para que limitásemos nuestras familias a uno o, como máximo, dos hijos.

Recuerdo la cantidad de reproches nada velados que recibí por parte de médicos —e incluso por parte de extraños en la calle— que veían mis sucesivos embarazos como una irresponsabilidad malvada y egoísta. Gordon y yo sabíamos en el fondo de nuestros corazones —y nunca dudamos ni por un momento de ello— que esta actitud abierta a la vida dentro de nuestro matrimonio, acogiendo a los diez hijos que Dios quiso enviarnos, era la única opción correcta y buena; y no solo para nosotros y nuestros hijos, sino en último extremo para nuestra sociedad, tan tristemente equivocada. Entonces pensaba, y hoy estoy aún más convencida de ello, que vivir con fidelidad la doctrina de la Iglesia y secundar los planes divinos en relación a la generación humana nos acerca verdaderamente a Dios, y a través de Él, a los demás. Entre mis amistades descubro ahora que muchos de los hijos de San Josemaría han sacado adelante una familia numerosa, con similares quebraderos de cabeza, pero también con idénticas alegrías. Creo que es crucialmente importante adquirir una sólida formación en la Fe que profesamos y en la habilidad de explicar esa Fe a nuestros hijos conforme van madurando. Por eso me gustaría invitarles a valorar y agradecer esos medios de formación que la Obra pone tan a su alcance.

La necesidad fue, para mis hijos, el origen de una fuerte unidad en la familia. Especialmente lo noté cuando nacieron nuestros gemelos Theodore y James. Recuerdo que, alguna vez, preguntaba en voz alta: “¿quién me ayuda a dar de comer a los pequeños?”. Inmediatamente, un coro de voces acogía con entusiasmo la petición. Sentados los dos candidatos en cada extremo del sofá, con un gemelo cada uno, daban cuidadosamente el biberón a los dos, mientras yo podía dedicarme a otras tareas del hogar. Nunca fallaron en ese cometido, y fue una experiencia que sirvió para unirles muy estrechamente a sus hermanos.

Procuramos bautizar a los niños a las pocas semanas de su nacimiento para ayudarles a estirar tempranamente sus alas espirituales. En esos mismos años —otra coincidencia más—, el Padre desarrollaba su amplia catequesis por todo el mundo, e insistía a los padres y madres de familia en la responsabilidad de bautizar pronto a los hijos. Es natural que un buen pastor trate de aportar luces sobre las verdades de fe que caen en el olvido, pero esta sintonía con mi propia vida me da mucho ánimo y me hace admirarle aún más.
Aunque había conocido a varias personas del Opus Dei en Inglaterra, solo después de publicar la edición castellana de Relato de una madre (Madrid 1986), tuve la oportunidad de conocer a algunos miembros españoles de la Obra. Fue a través de Gonzalo Herranz, catedrático de medicina de la Universidad de Navarra, que tradujo el libro al castellano. Este profesor tuvo la atención de invitarme a España a dar algunas conferencias; y a partir de ahí fui conociendo a muchas otras personas del Opus Dei que estaban implicadas en el movimiento español pro-vida y fui descubriendo el espíritu que vivían. Hacía años que su Fundador había fallecido, pero comprobé que sus hijos siempre estaban dispuestos a hablarme de él.

Visité España cinco veces entre 1990 y 1992, dando charlas a cientos de padres y estudiantes de centros docentes dirigidos por miembros del Opus Dei. Me impresionaron y gustaron especialmente los colegios situados en las zonas más desfavorecidas, en los que era evidente que el Opus Dei no había escatimado nada para crear un entorno bello y tranquilo para la enseñanza de aquellos jóvenes con menos oportunidades.

También he sabido después que era muy abundante la correspondencia de San Josemaría con gentes de toda clase y condición. Según he leído, sus cartas ayudaban siempre a elevar los ojos hacia lo sobrenatural, y prestaban al destinatario el consuelo del que estaba necesitado. Me gustó especialmente la respuesta que —según me contaron— dio a una periodista rodhesiana (de Zimbabwe) cuando le agradeció la ayuda espiritual que sus escritos le habían proporcionado: “Las gracias dáselas a Dios. A mi, no. Dios escribe una carta, la mete dentro de un sobre. La carta se saca del sobre y el sobre se tira a la basura”. Esta humilde declaración me lleva a desear que mi correspondencia con cientos de personas en las dos últimas décadas pueda haber servido, en ocasiones, como cauce para que el amor de Dios entrara de nuevo en nuestro mundo.

Ha pasado el tiempo y mis hijos ya se han hecho mayores; algunos están casados, y ya abundan los nietos. Me da mucha alegría ver que todos han sido bendecidos con dones de creatividad, de una u otra forma, como pintores, escultores, ilustradores, diseñadores de teatro o de interiores, actores, arquitectos y diseñadores de muebles. La hija más pequeña ha descubierto su aptitud para la medicina y se está preparando para ser enfermera. James recibió hace un tiempo el encargo de pintar un cuadro para el retablo de un oratorio de un Centro del Opus Dei, en Londres, y se le pidió que incorporase un retrato de San Josemaría. Estoy segura de que a mi hijo le alegrará ver esto como una pequeña aportación de mi familia en agradecimiento a Dios por haber dado al mundo a Josemaría Escrivá, padre de una familia tan buena y numerosa.

(Publicado en: Alfonso Méndiz y Juan Ángel Brage, Un amor siempre joven. Enseñanzas de San Josemaría Escrivá sobre la familia. Palabra, Madrid, 2003, p. 325-329.)

Olaizola: un encuentro con San Josemaría


José Luis Olaizola

Me parece de justicia confesar que la espiritualidad del Fundador del Opus Dei me ha ayudado enormemente a remodelar mí vida. Supongo que mis amigos pensarán que, de momento, esa remodelación ha resultado insuficiente, pero uno confía en que Dios le dará aún tiempo para terminar bien el trabajo.

Recuerdo que, cuando estudié el bachillerato, nunca conseguí que me admitieran en las Congregaciones Marianas ni tan siquiera como aspirante. Los congregantes y los aspirantes tenían derecho a comulgar los jueves y ese día entraban tarde en la primera clase de la mañana, de modo ostensible, porque los profesores sabían de dónde venían. Eran tiempos -en España- en que se insistía mucho en la moralidad oficial y el ser congregante daba enorme prestigio. Por eso yo tenía un cierto complejo de inferioridad, porque formulaba la solicitud cada año y era rechazada. Un profesor muy bondadoso me consolaba: "Otro año será, hijo mío". Pero ese año no llegó. Terminé el bachiller y entré en la universidad, haciéndome un poco el agnóstico y jugador de rugby. La relación entre lo uno y lo otro es que los jugadores de rugby hablábamos sistemáticamente mal, aunque sin especial intención. Jugué cinco años la liga nacional en ese deporte, participé en los Campeonatos de España de Bateles, fui campeón juvenil de 800 m lisos y subcampeón universitario de 3.000. También fui internacional de balonmano a 11 y boxeador en la categoría de aficionados. Evidentemente, no me quedaba tiempo para estudiar. Pero repentinamente me enamoré, y, como en España entonces no se podía vivir del deporte, me puse a estudiar y terminé la carrera de Derecho. Yo ya entonces escribía e incluso quedé finalista en un premio de novela en 1957, pero, como era mucho más rentable la literatura jurídica, me tuve que dedicar a los pleitos, porque ya me había casado y tenía hijos con sorprendente regularidad. Eran tiempos en los que aun a los no piadosos no se nos ocurría hacer cosas raras para no tener hijos.

"Me quedó muy claro que que los que nos pasábamos el día lamentándonos de que hubiera ricos y pobres éramos una rémora. Entendí que los demás valen la pena"

Soy el menor de una familia de nueve hermanos, y, como ya he dicho, mi práctica religiosa era bien escasa, si es que era. No obstante, uno de mis hermanos mayores conoció el Opus Dei, y por su mediación fui a un curso de retiro espiritual en Molinoviejo, provincia de Segovia, calculo que en el año 1958. Comenzó entonces un cambio profundo en mi vida. Me llamó especialmente la atención el hecho de que mi trabajo -entonces ejercía la abogacía con entusiasmo relativo- fuera, precisamente, el medio de mi santificación. Me sorprendió que, en aquel curso de retiro, se hablara con tanta naturalidad de santidad, como algo al alcance de cualquier cristiano. Me quedó muy claro que en la Iglesia no podía haber cristianos en situación de clases pasivas y que los que nos pasábamos el día lamentándonos de que hubiera ricos y pobres éramos una rémora. Entendí bastante bien la pobreza de espíritu, el desprendimiento de los bienes terrenos y, conexo con lo anterior, que los demás valen la pena. Quizá no entendí todo esto de golpe, pero empecé a mirar las cosas de otro modo.

Fue en 1960 cuando conocí personalmente al Fundador de la Obra. Ocurrió en la basílica de San Miguel, en Madrid, en una misa en la que -me figuro- casi todos los asistentes serían del Opus Dei. Tenían gran emoción porque la mayoría de ellos iban a ver por primera vez en su vida al Padre. La iglesia estaba abarrotada, todo el mundo hubiera querido estar muy cerca del altar para verle mejor y, sin embargo, aceptaron las indicaciones del que hacía de maestro de ceremonias, mi paisano don Jesús Urteaga. Las mujeres, sentadas en los bancos o en lugares de preferencia; los hombres, detrás, y los que éramos más altos, al fondo del todo. Sí alguno llegaba tarde no se cerraban filas, sino que se hacía un esfuerzo para que cupiera; una tontería si se quiere, pero aquella gente sabía estar en una iglesia.

"Nos habló de que a veces -cuando las cosas hay que hacerlas aunque cuesten- podíamos tener la impresión de que estábamos haciendo comedia
delante de Dios"

Recuerdo la breve homilía de Monseñor Escrivá de Balaguer, corta, pues pienso que no le gustaba distraer la esencia del sacrificio del altar con peroratas, en que nos habló de vida interior, de nuestra lucha para conseguirla, de modo que a veces -cuando las cosas hay que hacerlas aunque cuesten- podíamos tener la impresión de que estábamos haciendo "comedia" delante de Dios: pues ¡bendita comedia, con Dios, la Virgen y los ángeles como espectadores!; desde entonces, yo siempre he pensado que en la comedia de nuestra vida tenemos un Espectador benévolo, Dios, deseoso de que nuestro papel nos salga bien.

En abril de 1965 tuve que ir a Roma a un Congreso de Prensa; entonces trabajaba como directivo en una empresa periodística. Me llevé a mi mujer -Marisa-, que estaba entonces en estado de gestación -su estado habitual a la sazón-, esperando a nuestro séptimo hijo. Me la llevé por muchas razones, pero la principal, porque teníamos esperanzas de que nos recibiera el Padre. Como así fue. Le visitamos el 15 de abril de 1965, a las once de la mañana. Nos recibió en Bruno Buozzi 73, su residencia.

El Padre llevaba una sotana limpia, no demasiado nueva, y una chaqueta de punto, negra, de confección casera. Le recuerdo guapo, con el pelo negro, fino, no demasiado tupido, peinado con raya a un lado, el cutis terso, bien afeitado, con aire delicado, no de salud, sino de un cierto desprendimiento de su ser, pero muy vigoroso en el hablar. Él habló bastante, nosotros muy poco. Era una catequesis deliciosa, porque, por vía de ejemplo, a mí me dijo que teníamos que vivir mejor, que teníamos que viajar, distraernos y, principalmente, distraer a mi mujer. Marisa le interrumpió: "Pero, Padre, entonces dirán que los del Opus Dei nos damos la gran vida". Y el Padre le replicó: "Que digan lo que quíeran". Lo dijo, porque nunca tuvo respetos humanos ni quería que nosotros los tuviéramos y, además, aquel consejo era de una excelente ascesis para mí, que era un ejecutivo, un tanto creído, de treinta y tantos años, dispuesto a hacer méritos a todo trance, y que consideraba como un día fracasado aquel que no hubiera conseguido trabajar diez horas, por lo menos.

"He aprendido a aceptar como la cosa más natural de mundo lo sobrenatural, de modo que las cosas que son imposibles, humanamente hablando, las acometo con la paz que él nos enseñó"

También nos aclaró que lo que en otros tiempos podía ser lujo ahora podía ser necesidad. Se refería a la necesidad de distraerse, de cambiar en ocasiones de ambiente, porque la vida moderna nos imponía ritmos y tensiones que había que aliviar. Aprovechó para explicarnos el modo de vivir la pobreza, que era vivirla en todo, hasta en recoser una sotana antigua para que siguiese durando. Mostró mucho interés en este punto y hurgó en las costuras hasta que encontró una muy deteriorada. "Aquí tengo un roto", dijo. Se puso de pie y buscó una posición favorable de luz para que nosotros también lo viéramos. Pero nos tranquilizó, añadiendo que se la volvería a coser para que siguiera sirviendo. Era un cura muy elegante, aunque vistiera una sotana vieja y una chaqueta de punto grueso. Era un hombre santo que, cuando terminó la entrevista, nos acompañó a visitar al Señor al oratorio. Se arrodilló muy bien, mirando muy fijo al Sagrario, y me invitó a mí a hacer lo mismo, pero a mi mujer no se lo consintió, por su embarazo. Luego nos acercamos a una imagen sedente de la Virgen y la besó con tanto amor que a mí me imponía respeto hacerlo a continuación. Termino estas líneas y veo que son todo detalles personales, nimios, que yo recuerdo de aquel hombre santo que consumió su vida en servicio de la Iglesia. Ahora, que he sobrepasado los setenta, sigo tan necio como cuando corría 800 m, pero -por lo menos- he aprendido del Fundador de la Obra a aceptar como la cosa más natural de mundo lo sobrenatural, de modo que las cosas que son imposibles, humanamente hablando, las acometo con la paz que él nos enseñó.

Hoy, cuando los críticos tienen la gentileza de ocuparse de algunas de mis novelas, me califican como un narrador que les dejo ser a mis personajes y me acerco a ellos de un modo amable. No puedo dejar de pensar que así trató siempre el Padre a la gente: les dejó ser y les amó con sus defectos o, precisamente, por sus defectos.

Todo esto lo aprendí de él. Aprendí tanto que, antes de conocerle, tengo la impresión de que sabía muy poco.

(Publicado en: Alfonso Méndiz y Juan Ángel Brage, Un amor siempre joven. Enseñanzas de San Josemaría Escrivá sobre la familia. Palabra, Madrid, 2003, p. 281-283.)

domingo, febrero 19, 2006

Les sorprende mi alegría al verme en esta silla de ruedas

Tengo cuarenta y cinco años, llevo casi treinta en esta silla de ruedas y más de treinta operaciones a mis espaldas”. Así resume su situación con su sonrisa habitual MªJosé Lostao. Numeraria, reside en un centro del Opus Dei en Pozuelo, Madrid.

“Nací con una complicación de corazón y a los 18 años me puse muy enferma: una meningitis tuberculosa que me tuvo seis meses en coma. Me llevaron al Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Mis últimos recuerdos, antes de entrar en coma, fueron los regalos de Reyes, en una habitación del Hospital. Mi siguiente recuerdo es de seis meses después: una luz radiante, esplendorosa, que entraba por la ventana, una luz de verano. Mis hermanos pequeños estaban jugando alrededor de mi cama y al oír la voz del pequeño, Eduardo, me reí. Cuando se dieron cuenta fueron a avisar a mis padres. Volví a caminar con dificultad, me incorporé a la Universidad y logré sacar un curso y medio de Historia del Arte. Cuando todo parecía ir mejor, volví a tener varias recaídas y una de esas múltiples operaciones me afectó a la médula. Dejé de caminar definitivamente.

Ahora, además de no poder caminar, tengo paralizada la mano derecha y la zona derecha de la cara. Esa espasticidad de las piernas, del brazo derecho, etc. me han venido lentamente y eso ha permitido asumirlas con más facilidad. Pienso que Dios cuando me creó dijo: “está chica lo va a pasar mal; por tanto le vamos a darle una buena dosis de humor y una buena dosis de fe para que pueda sobrellevar lo que le va a tocar”.


Y así ha sido. Por eso, puedo decir, de todo corazón, que no pienso que haya tenido unos momentos tremebundos en mi vida: las cosas me han ido llegando poco a poco y eso las ha ido haciendo mucho más llevaderas. Veo que Dios me va llevando de la mano y nunca me he sentido defraudada por Él. Veo Su Voluntad detrás de todo, y espero… ¡que esto me quite purgatorio! Veo claro que Dios no está ajeno a este tinglado, que está al tanto, al loro...

En el Opus Dei me han enseñado a cultivar esa fe y ese sentido del humor que Dios me ha dado y he aprendido a darle sentido al dolor. Muchas veces, en los momentos malos, pienso: “Dios se está enterando de este trance y lo permite. Por tanto, algo bueno sacará de él”.

He aprendido a agarrarme de la mano de Dios y de la Virgen. Nadie me lo ha dicho: lo he aprendido de la fe de San Josemaría. Además, mis limitaciones no me han impedido poder demostrarle mi cariño y agradecimiento: gracias a Dios pude viajar a Roma y asistir a su Beatificación y Canonización.


Vivo en un centro del Opus Dei que reúne todas las condiciones para mi situación. Suelo salir por la mañana, para ir a Misa de doce a mi parroquia, dónde me conoce mucha gente: muchos se sorprenden al verme tan feliz. Yo procuro explicarles que, además de los motivos sobrenaturales, resulta más cómodo para uno mismo estar de buen humor; y para los demás es más agradable que te vean sonreír que estar con cara de víctima… Luego me doy un paseo, hago alguna compra y trato de cultivar una de mis aficiones favoritas que es el arte. Una de las últimas cosas que he hecho ha sido buscar en Internet documentación sobre el arte mozárabe. Y siempre que puedo, procuro escaparme al campo para disfrutar de la naturaleza.

Como una parte importante de mi vocación es hacer apostolado, suelo recibir visitas de jóvenes que participan en los medios de formación que se imparten en los centros de la Obra. Suelo contarles cosas y animarlas a ser generosas para cumplir la Voluntad de Dios. Estoy muy contenta porque antes del verano mi hermano pequeño, Eduardo, al que tengo un especial cariño, me vino a ver para decirme que va a ser sacerdote. Y pienso que quizá alguna culpa de esa decisión generosa tendré yo…”.

© 2006, Oficina de información del Opus Dei en Internet


jueves, febrero 16, 2006

¡Qué familión!

Juan de la Rubia y Manuela Comos, supernumerarios del Opus Dei, han celebrado sus bodas de oro en Valencia. Uno de sus hijos, del Camino neocatecumenal, cuenta en el semanario valenciano "Paraula" algunos rasgos de la historia de su familia durante estos 50 años.


Mis padres celebraron su boda en la capilla del Santo Cáliz de Valencia, pero la renovación la han hecho en San Juan del Hospital. El sacerdote que ofició la ceremonia es un padre jesuita amigo de la familia. Han tenido 14 hijos, de los cuales Dios se llevó a cinco nada más nacer.

Además, a mi hermano Fernando se lo llevó a los 22 años de edad el 20 de noviembre de 1992, habiéndose encomendado a la Santísima Virgen, de la que era muy devoto. Mis padres son miembros supernumerarios del Opus Dei. Como somos tantos hermanos, hay un poco de todo. Algunos formamos parte del Camino neocatecumenal, otros son supernumerarios del Opus Dei y otros son de Congregaciones Marianas.

Ahora mis padres disfrutan de nada menos que treinta nietos, (con el último de ellos, Carlos, Dios ha bendecido a mi familia con un niño con síndrome de Down). Acaba de llegar el nieto número 31 y mi hermano Pablo y su esposa Margarita están esperando otro niño.

Mis padres tienen los dos 77 años y siempre han estado muy comprometidos con la Iglesia. Ambos han sido un ejemplo de entrega, generosidad y amor para nosotros, sus hijos, y lo siguen siendo para sus nietos.

Mis hermanos y yo les debemos mucho a mis padres, sobre todo porque nos han dado su mayor bien, según sus palabras, que ha sido la Fe. A todos nos encantaría poder seguir unidos y celebrar juntos el próximo mes de julio disfrutando de la presencia del Papa Benedicto XVI.

jueves, febrero 09, 2006

Carta al Papa del sacerdote asesinado en Turquía

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 febrero 2006: Publicamos la carta que dirigió el 31 de enero el padre Andrea Santoro, sacerdote italiano misionero en Turquía, asesinado el 5 de febrero, mientras rezaba en la iglesia de la que era párroco en Trabzon, ciudad del Mar Negro. Image

Por indicación del Papa, la carta es publicada en la edición italiana de «L'Osservatore Romano» del 9 de febrero. Según el pontífice, en este documento, «se refleja el celo, la fe, el amor, que palpitaban en el corazón de don Andrea Santoro».

Roma, 31 de enero de 2006

Santidad:

Le escribo en nombre de algunas señoras georgianas de mi parroquia, «Sancta Maria» en Trabzon (Trebisonda) en el Mar Negro, Turquía. Me la han dictado en turco, se la traduzco tal y como ha salido de sus labios y se la entrego con motivo de mi visita a Roma. Soy don Andrea Santoro, sacerdote «Fidei donum» de la iglesia de Roma en Turquía, en la diócesis de Anatolia, residente aquí desde hace 5 años. Mi grey está formada por 8/9 católicos, muchos ortodoxos de la ciudad y los musulmanes, que conforman el 99% de la población. Usted, Santidad, es tanto el obispo de mi diócesis de origen (Roma) como el obispo de mi diócesis de destino, pues se trata de un «vicariato apostólico». En virtud de este doble título le entrego la carta de las tres georgianas.

«QUERIDO PAPA:

Le saludamos en nombre de todos los georgianos. Pedimos a Dios salud para ti en el nombre de Jesús.

Estamos muy contentos de que Dios te haya escogido como Papa. Reza por nosotros, por los pobres, por los miserables de todo el mundo, por los niños. Creemos que tus oraciones llegan directamente a Dios. Los georgianos son muy pobres, tienen deudas, no tienen casa, ni trabajo. Nos hemos quedado sin fuerzas.

Vivimos en estos momentos en Trabzon y trabajamos. Tú reza para que Dios nos bendiga y cree en nosotros un corazón nuevo y limpio. No nos olvidamos de la vida cristiana y tratamos de ser un buen ejemplo para los turcos en nombre de Dios para que a través nuestro vean y glorifiquen a Dios.

Tenemos muchas cosas que decir y contar, pero, Inshalá [si Dios quiere, ndt.], si vienes a Trabzon, podremos hablar cara a cara. Tu venida será una fiesta feliz. Pedimos y deseamos de Dios para ti salud, paz y vida cristiana. Besamos tus manos. Nos alegrará el que respondas y nos mandes una foto con tu firma.

Tú, como un papá común, reza por don Andrea y Loredana [voluntaria italiana que colabora en la parroquia, ndt.], que Dios les dé fuerza y que por medio de ellos la Iglesia crezca y se multiplique en Trabzon».

Firman: Maria, Marina y Maria

En nombre de los demás cristianos georgianos, te invitamos a Trabzon con motivo de tu próxima visita en noviembre a Turquía.

Santidad:

Me uno a estas tres mujeres para invitarle verdaderamente a visitarnos. Es una pequeña grey, como decía Jesús, que trata de ser sal, levadura y luz en esta tierra. Una visita suya, aunque sea rápida, sería de consuelo y aliento. Si Dios quiere… no hay nada imposible para Dios.

Le saludo y le doy las gracias por todo. Sus libros me sirvieron de alimento durante mis estudios de teología. Bendígame. Y que Dios le bendiga y le asista a usted.

Don Andrea Santoro

sacerdote «Fidei donum» de la diócesis de Roma en Turquía, Diócesis de Anatolia, ciudad de Trabzon en el Mar Negro, iglesia de «Sancta Maria». (Zenit)

miércoles, febrero 08, 2006

Una sociedad sin Dios


Se ha dicho que Dios no cuenta para los españoles. En muchos casos parece que es así, por muchas situaciones que se están dando en nuestra sociedad. Sin embargo, aún los que se dicen ateos se están rigiendo por criterios cristianos, emanados de Dios. Los que desean ignorar a Dios, si les ocurriera a ellos lo que dan por bueno en otros, ya no lo verían igual. Por ejemplo:

El mal trato de padres a sus hijos, o a la inversa, no se ve como algo que está bien, aunque de hecho se esté produciendo; el socio se apropia del negocio, con malas artes; mi cónyuge me la pega con un vecino, una amiga, un empleado, la jefa; están diciendo falsedades sobre mi comportamiento, o son cosas ciertas, pero ¿por qué se tienen que meter en mi vida?; un familiar muere por causa de un conductor ebrio o drogado, ya no parecería tan normal el alcohol o la droga; una mujer, o un hombre, despechado, mata a su expareja; el contratante se aprovecha de un «sin papeles» para tenerlo en esclavitud, etc.

Me dirán: son los derechos humanos: Sí, pero esos derechos no los han inventado los hombres sino Dios, que los ha puesto para que el hombre pueda vivir en paz. Porque siendo Él quien ha «diseñado» al ser humano, es quien conoce lo que es bueno, o malo para él, es el código con el que nacemos. El refrán «Lo que no quieras para ti, no quieras para los demás»,expresa simplemente: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».

Sería muy peligroso prescindir de Dios, porque si las leyes fueran solamente humanas, impuestas por hombres, que son como yo: ni más, ni menos; a los que he prestado mi capacidad de decisión en asuntos que atañen al bien común, transcurrido el tiempo, otros ocuparían su lugar y podrían decidir que lo que antes era blanco, ahora es negro ¡La locura!.

Pilar Lázaro

Albert Camus pidió el bautismo antes de morir

Aparece en español el documento inédito que narra el acercamiento a Cristo del Nobel francés, considerado como una referencia del existencialismo.

La editorial Vozdepapel, dentro de su colección “Veritas”, avalada por seis universidades españolas, acaba de lanzar al mercado editorial español el relato del progresivo acercamiento del escritor albert Camus a la fe cristiana desde sus postulados ateos iniciales. En “El existencialista hastiado” se recogen las conversaciones que el existencialista Albert Camus y el reverendo metodista Howard Mumma tuvieron hace 50 años en París. El Nobel francés añoraba una trascendencia que alejase al mundo del sinsentido, y en su búsqueda puso en juego toda la racionalidad que desplegó en sus obras. Editado por primera vez en castellano, el extraordinario testimonio de Mumma recoge extensos y profundos diálogos con Camus, y muestra hasta qué punto un existencialista hastiado luchó por alcanzar una fe que le diese aquello que el mundo no le daba. El relato de este proceso de inquietud por conocer la respuesta que ofrece la fe cristiana a los interrogantes más profundos del ser humano, nos desvela a un escritor derrotado por el éxito e insatisfecho por la imposibilidad de encontrar en la lucha política por la justicia una solución a los problemas del mundo. “Soy un hombre exhausto y desilusionado. Es imposible vivir sin sentido”.

Buscar el sentido de la vida. Las conversaciones de Mumma vienen precedidas por un estudio de la obra literaria y filosófica de Albert Camus, en el que el profesor universitario José Ángel Agejas recorre las distintas etapas creativas del escritor. Lo más interesante de este análisis es comprobar cómo albert Camus se planteó siempre desde la honestidad intelectual que su obra literaria no era una respuesta a la cuestión del sentido de la vida, sino una reflexión en voz alta sobre la incapacidad del mundo para dar una respuesta satisfactoria. Camus sufrió siempre la incomprensión de quienes le consideraban un existencialista, etiqueta que él rechazó. Su obra no era una defensa del absurdo de la existencia, sino un testimonio de que el mundo sólo responde con el absurdo a la inquietud del corazón humano por encontrar el sentido.

Del ateísmo a la creencia. La despedida de Mumma y Camus concluyó con la fase más desconcertante del relato para quienes siguen viendo en el Nobel francés a un defensor del agnosticismo: “Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe!” (“El existencialista hastiado”. Howard Mumma. Edición de José Ángel Agejas. Vozdepapel. 2005

martes, febrero 07, 2006

Carta del sacerdote asesinado en Turquía

El padre Andrea Santoro narra su vocación de puente entre Occidente y Oriente Medio
Carta publicada por el padre Andrea Santoro en el número 19 de la revista «Ventana para Oriente Medio» que él mismo había creado en Italia. El sacerdote fue asesinado este domingo a los 60 años mientras rezaba en su parroquia de la ciudad truca de Trabzon, en el Mar Negro.

Queridos:

Os escribo desde Roma, donde he pasado tres semanas antes de volver a Turquía. Han sido días muy intensos, dedicados a testimonios, encuentros, catequesis, conferencias, momentos de oración. Todo ha estado orientado a promover información y conocimientos entre Oriente Medio, visto a través de mi experiencia personal, y nuestro Occidente, según la finalidad de la «Ventana para Oriente Medio».

He encontrado por doquier interés y participación, y un sincero deseo por comprender y establecer lazos de comunión. He experimentado la importancia y la posibilidad de realizar un intercambio de dones espirituales entre estos dos mundos. Oriente Medio, gran «tierra santa», donde Dios decidió comunicarse de manera especial con el hombre, tiene sus riquezas y la capacidad, gracias a la luz que Dios ha infundido desde siempre, de iluminar nuestro mundo occidental.

Pero Oriente Medio tiene sus oscuridades, sus problemas, con frecuencia trágicos, y sus «vacíos». Necesita, por tanto, a su vez, que ese Evangelio que de allí partió vuelva a ser sembrado y que la presencia de Cristo vuelva a ser propuesta allí. Es una recíproca «reevangelización» y un enriquecimiento que los dos mundos pueden intercambiarse.

Mientras tanto [en ausencia del sacerdote, ndt.] en Trabzon, la minúscula comunidad cristiana se ha reunido cada domingo por la mañana para celebrar la liturgia de la Palabra y la iglesia se ha abierto a los visitantes musulmanes dos veces a la semana bajo la responsabilidad de una persona de confianza. Os informaré sobre cómo ha ido.

Os saludo, confiándoos estas reflexiones, y exhortándoos a poner siempre en contacto la fe con el momento presente. Que no sea una fe abstracta y genérica, sino una fe como la de aquellos primeros «inicios», que se nos ha trasmitido en el seno de generación en generación. La levadura, como dice el Evangelio, tiene una capacidad misteriosa de fermentar la masa, si se entra en contacto con ella. La masa, de todo tiempo, de todo lugar, de toda generación.

Además, Jesús decía: «Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas». Si su luz nos ilumina, no sólo iluminará toda situación, aunque sea la más trágica, sino que además nosotros, como decía Él siempre, seremos luz. La luz tenue de una vela ilumina una casa, una lámpara apagada deja todo en la oscuridad. Que Él brille en nosotros con su palabra, con su Espíritu, con la savia de sus santos. Que nuestra vida sea la cera que se consuma con total disponibilidad.

Con cariño:
Padre Andrea

¿Es lícito, en nombre de la libertad de pensamiento, herir el sentimiento religioso?

Las viñetas sobre Mahoma y las blasfemias en España suscitan interrogantes al diario vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 6 febrero, 2006 (ZENIT.org).- Tras el asesinato de un sacerdote católico en Turquía, según los primeros indicios en el contexto de la protesta por la publicación de viñetas sobre Mahoma, el diario de la Santa Sede propone un examen de conciencia sobre la libertad de expresión y la libertad a la ofensa de los sentimientos religiosos.

Este análisis, afirma «L'Osservatore Romano», debería abarcar a todos los medios de comunicación y todos los países, citando explícitamente el caso de España, donde un espectáculo teatral ridiculiza al Papa, amenaza a los católicos, e incita a la apostasía, o donde un programa de televisión explicó «Cómo cocinar un crucifijo».

«¿Es lícito, en nombre de la libertad de pensamiento, herir el sentimiento religioso de quienes pertenecen una determinada confesión? ¿Dónde comienza el derecho de expresión y dónde comienza la ofensa a las convicciones interiores de los demás?», pregunta Francesco M. Valiante en la edición italiana del 6-7 de febrero del diario.

«¿Cuál es la frontera entre sátira y escarnio, entre ingenio y ultraje, entre ironía y blasfemia?», sigue preguntando el autor como parte de este examen de conciencia.

Se trata de un debate, reconoce, entre quienes «invocan el derecho a caricaturizar a Dios» y quienes consideran las viñetas como «un error», «una provocación», «una difamación», «un acto blasfemo».

«En la cuestión se mezclan y en ocasiones confunden niveles diferentes: el jurídico y el cultural, el ético y el deontológico», constata.

«No hay duda de que el derecho a manifestar el propio pensamiento y el derecho a profesar libremente una religión forman parte a pleno título de los derechos humanos fundamentales e irrenunciables universalmente reconocidos» desde hace 60 años por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

Al mismo tiempo, añade, «es indudable que toda genuina expresión del primero de estos derechos encuentra en la plena e integral realización del segundo un límite, por llamarlo de algún modo, natural».

«La tan enarbolada "laicidad" de la sociedad moderna, ¿no debería encontrar uno de los puntos cardinales de referencia precisamente en la comprensión y en el respeto de las convicciones del "otro", aunque sean diferentes y antitéticas a las propias?», se pregunta el autor del artículo.

«¿Qué progreso social, qué meta civil supone el colgar de la picota los símbolos de la fe de un creyente, independientemente de la religión a la que pertenezca?».

«No estamos hablando, como es obvio, de la crítica legítima, la polémica argumentada, el disenso expresado incluso de manera radical --aclara el texto--. Ninguna Iglesia o confesión puede pretender privilegios e inmunidad».

«Pero puede, es más, debe exigir respeto cuando están en juego la verdad y la dignidad de una experiencia como la religiosa, que pertenece a la dimensión más íntima y fundamental de la persona humana», citando después otras, como la familiar.

El artículo define la función pedagógica y moral de la sátira con el antiguo adagio latino «castigat ridendo mores» (castiga las costumbres riendo).

El texto alaba la sátira, por ejemplo, «cuando ha fustigado las malas costumbres y ha denunciado las injusticias de toda época, desenmascarando la idolatría de los "poderosos", desnudándola de ese halo sacro y artificioso que con frecuencia escondía los vicios y la corrupción».

Pero esto, añade, no tiene nada que ver con las «bajas veleidades "sacrílegas". Cuando tiene por blanco los valores y los símbolos de lo religioso, de lo que es sagrado en sentido absoluto e indefectible, pierde inevitablemente su naturaleza y su función».

«Al quedar privada de toda finalidad crítica o educativa, se convierte en mero ensañamiento. Se transforma en vulgaridad gratuita», denuncia.

Y en el caso de las viñetas de Mahoma o las blasfemias contra el crucifijo en España, según el diario, no queda claro «el valor artístico y cultural, o simplemente "satírico"».

«Resulta oscura incluso su pretensión de ser una expresión de libertad o de "laicidad". Pero, en este caso, por desgracia, el sentido común tiene poco que ver. Ante la vulgaridad, ante el insulto y la blasfemia, la inteligencia de la razón se ve obligada a claudicar».

El artículo concluye constatando que lo sucedido en España no parece «que haya suscitado particular desdén en la opinión pública. Sin embargo, entre los excesos del ruido mediático y el silencio condescendiente --reconoce--, queda la dignidad ofendida, la conciencia herida».

«En esa Cruz --signo por excelencia del Amor universal-- profanada por una repugnante mezcla de miseria y obscenidad, queda agraviada y clavada toda la humanidad», asegura.
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viernes, febrero 03, 2006

Decidí firmar un cheque en blanco, y dejar que Dios pusiese el importe y la fecha

El pasado 1 de febrero falleció en Madrid Francisco Seva, agregado del Opus Dei, conocido entre sus amigos por su simpatía y vitalidad. En los dos últimos años de su vida padeció un proceso de Esclerosis Lateral Amiotrófica (E.L.A). Este es el testimonio que él mismo escribió hace unos meses, y que ha sido publicado recientemente en la revista “Mundo Cristiano”.


UNA RESPUESTA DE LA VIRGEN

He titulado estos papeles "Una respuesta de la Virgen", porque pienso que en todo lo que voy a relatar, Ella es la que ha intervenido decisivamente. Quiero decir en primer lugar que soy un privilegiado, pues como le dije a un buen amigo, hace 34 años me tocó la “lotería”, pues Dios me concedió lo mas hermoso que tengo, que es mi vocación al Opus Dei, y ahora como “premio especial al décimo” me ha concedido una enfermedad, que parece definitiva en unos años, y que me dará un tiempo para prepararme bien. Yo no me merezco ni una cosa, ni la otra, por eso estoy muy feliz. Decía san Josemaría, que Dios hace con las almas como un jardinero con las flores, que las corta cuando están en su mejor momento. Pues en mi jardín hay mala calidad y mucho estiércol –pecados-, con lo que preveo que esto durará bastante, hasta que El me llame. En un primer instante le pedí que fuera rápido, y que por lo menos me dejara la capacidad de hablar. Pero en seguida decidí firmar un cheque en blanco, y dejar que Dios ponga el importe y la fecha.

La enfermedad me está dejando poco a poco paralítico, aunque aún puedo hablar, y escribir con el ordenador. Es curioso que –como dice Jesús en el Evangelio- yo que he sido siempre más “marta” -actividad, gestiones, organizar- que “maría” -contemplación-, vaya a acabar mis días en la tierra –si Dios no dispone otra cosa- como ésta última, es decir, inmóvil –que no inactivo- y rezando. Espero aprovechar bien para sacar adelante muchas intenciones, para el bien de la Iglesia. Y estoy seguro de que cuento con toda la ayuda del cielo, para llegar al final, pues humanamente hablando es difícil explicar la alegría que tengo.

No pretendo con este relato nada más que expresar lo que pienso y siento, por si a alguno le puede ayudar en circunstancias similares. Dios es el que elige la senda y el modo de terminar en sus brazos, y a mí me ha tocado este. Si no hago mucho el tonto espero conseguirlo.

Lourdes 8 abril 2004

Por segundo año consecutivo, decidimos unos amigos y yo, pasar la Semana Santa en Lourdes. Nos fuimos el martes santo y llegamos al día siguiente. El jueves santo estuvimos en Gavarnie, pues el año anterior lo habíamos pasado de maravilla, con un matrimonio francés muy simpático que regentaba el restaurante donde comimos. La pena es que este año estaba cerrado. Nos hicimos unas fotos en un paraje que respiraba paz y sosiego. Volvimos a Lourdes para los oficios en las Clarisas, como el año pasado, y luego fuimos a hacer una romería al santuario. Recuerdo que se puso a llover y rezamos la última parte del rosario enfrente de la gruta, pero al otro lado del río, para estar a cubierto. Fue ahí cuando le pedí a la Virgen la definitiva conversión, pues soy bastante bruto y no acababa de darle a Dios todo lo que me pedía. Ahora estoy seguro de que la Virgen no sólo me escuchó –siempre lo hace con sus hijos, aunque sean unos “perdidos”-, sino que me concedió lo que le pedí, eso sí, de una manera no esperada por mí.

Empiezan los sustos

Me encanta el mar. Quizá porque en Madrid no lo hay. Mi hermana Marisa tiene un piso en Guardamar del Segura (Alicante) y a mediados de junio me fui a verla con ocasión de un viaje profesional. Compré un melón y, cuando intenté abrirlo, en vez de trazar con el cuchillo una línea recta, observé que me salió curva, y que mi mano no “obedecía” bien las instrucciones. En los días sucesivos también noté pérdida de fuerza en el brazo, descoordinación en las piernas –no podía correr-, y empecé a tener dificultades para escribir correctamente a mano. Se lo comenté a mi hermana, que se alarmó algo, y quedamos en ir al médico a la vuelta.

El médico de cabecera observó que efectivamente había perdida de fuerza en el brazo derecho. De las piernas no le dije nada, pues estaba en los primeros síntomas. Me dio cita con el neurólogo y más tarde me pidió una resonancia magnética de la cabeza. La prueba dio como resultado “que no tenía nada en la cabeza”. El resultado lo recibió la neuróloga titular y me mandó hacer una resonancia magnética de la columna cervical, diciéndome que de no encontrar nada ahí, habría que hacer un estudio neurofisiológico completo.

Me hice la 2ª resonancia y después me marché a trabajar. Me metí en Internet y busqué el término que me había dicho la doctora -“fasciculaciones”-, y después busqué el significado de E.L.A y me asusté, porque todo encajaba en mi cuadro clínico: edad, síntomas, etc. La enfermedad es incurable, progresiva y mortal en un periodo de años que oscilaba entre 3 y 5. Sería absurdo negar que me quedé algo “planchado”.

Ese día lo pasé mal, pues estaba convencido de que tenía esta enfermedad, pero al día siguiente me dijeron, tras los resultados, que lo que tenía era una hernia cervical grande que me estaba oprimiendo la médula espinal, y que había que operarla cuanto antes. Vamos, que del susto del a E.L.A. nada de nada.

Diagnóstico confirmado

Se hicieron las gestiones para poder operarme en Pamplona cuanto antes, y así ingresé el 1 de agosto por la tarde. El jueves 5 me operaron y el lunes 9, me dieron de alta, para continuar el postoperatorio en Madrid. Me dijeron que volviera a revisarme a Pamplona tras mes y medio. En la revisión del día 25 de septiembre se comprobó que todo estaba correcto, que había mejorado poco en cuanto a recuperación de movilidad, pero como había lesión medular, estos procesos son lentos, que hiciera rehabilitación, y volviera pasados tres meses.

Así comencé a asistir a la sala de rehabilitación en Madrid. Mejoré algo al principio, pero llegó un momento en que me quedé estancado. Me dijeron que no podían hacer más, y me dieron de alta con el diagnóstico de “afectación neurológica crónica”. Tras la rehabilitación, volví a Pamplona el día 5 de enero. En la clínica, el doctor se preocupó al ver mi evolución, sobre todo cuando le comenté mis dificultades para hablar. Me hicieron varias pruebas y nos volvimos a Madrid para pasar la fiesta de Reyes en casa y esperar acontecimientos.

Pasada una semana hablé con el doctor, que me explicó la situación: enmascarada por la hernia cervical había otra enfermedad, de tipo neurológico. Le pregunté si la enfermedad tenía algún nombre, a lo que me respondió: “Esclerosis Lateral Amiotrófica: E.L.A.”. Ante la noticia, decidí que de quedarme ese día en casa nada de nada. Cogí “el toro por los cuernos” y me fui a cumplir unos encargos y a poner buena cara. Al día siguiente fui a ver a mis hermanas, para tranquilizarlas y animarlas. Es curioso que fuera así, cuando debería ser al revés, y yo lo atribuyo a una gracia especial de Dios. Los días siguientes intenté hacer vida completamente normal, aunque noté que mi voz se volvía cada vez más pastosa y mis piernas estaban cada vez más débiles.

Fátima

Un amigo mío –Macario- iba con mucha frecuencia a Fátima, para agradecer a la Virgen algunos favores. Después de su muerte, su familia quiso que les acompañase a ese santuario de la Virgen, así que el 29 de enero salimos todos para allá. El viaje fue encantador. Llegamos a Fátima con tiempo para escuchar misa en la basílica, y luego hicimos lo que hacía mi amigo: rezar el rosario en la Capelinha. Hacía frío, y me quedé “encogido”. Pedí, por muchas cosas: el Papa, la Iglesia, el Opus Dei, la familia de Macario, la mía, los amigos, etc….también pedí por mi curación, pero pienso que con poca fe.

Volví a Pamplona el 2 de febrero; la doctora confirmó el diagnóstico y nos hizo una serie de recomendaciones sobre la enfermedad. Aquel día, para mí no sólo se confirmó el diagnóstico, sino la intervención de la Virgen en todo este proceso (esto por supuesto es sólo mi opinión), pues detrás de la mesa de la doctora había una postal del santuario de Lourdes, donde empezó todo. ¿Coincidencia?: cada uno es muy libre de pensar lo que quiera….y yo también.

Termino estas líneas el día 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes. Me han insistido en que pida mucho por mi curación, y eso haré, además de pedir muchas oraciones a todos. Ayer puse como fondo de pantalla en el ordenador la gruta de Lourdes. Esta mañana me he despertado con un “gracias Madre”, pues ocurra lo que ocurra, me está haciendo mucho bien, y espero que sea una ocasión estupenda para hacer mucho bien a los demás.